EL ABUELO DE LOS EXTREMISTAS GLOBALES

30/12/2011 - 12:00 am

Hay que imaginar a un hombre indignado que predica el fin de Occidente como lo conocemos y el inicio de una era de redención. Hay que pensar en este individuo austero y de trajes raídos, que habita un Egipto secuestrado primero por una vieja monarquía corrupta y luego por un dictador. Hay que entenderlo como un filósofo profundamente religioso, que se molesta por la miseria a la que ha sido reducido su pueblo; que demanda justicia social, que aborrece “la decadencia judeocristiana” de Estados Unidos, que se siente dolido por el racismo que él mismo padeció en su corta estancia en ese país, que es perseguido por sus creencias políticas y religiosas, que pasa grandes periodos de su vida bajo tortura, pisoteado y encarcelado.

Hay que verlo entregado a la oración, a la lectura del Corán y a escribir sus propias interpretaciones desde los 14 años. Hay que pensarlo salvando miles y miles de páginas redactadas en la clandestinidad de su encierro de una década. Hay que ver a este hombre de baja estatura momentos antes de la horca, con el rostro reventado a golpes, esperando la orden del verdugo que lo convertirá en mártir. Hay que analizar el contexto y su visión del mundo y no será difícil entender, entonces, por qué Sayyid Qutb (1906-1966) es considerado el padre del islamismo revivido o renacido –en el mejor de los casos–, o uno de los más fuertes pilares ideológicos del extremismo global, entre cuyas cabezas más prominentes figura Osama bin Laden.

Qutb pertenece a ese grupo de revolucionarios del siglo XX –musulmanes o no– de análisis obligado. La influencia de su ideario en el mundo islámico es sólo comparable con la de Hasan al-Banna (1906-1949), el maestro de escuela egipcio que fundó en 1929 la Hermandad Musulmana; con la del Ayatolah Ruhollah Jomeini (1902-1989), cuya revolución en Irán hizo saber que vencer a Occidente era posible; o, más atrás, con la de Muhamad Abduh, Muhammad Iqbal, Mulana Maududi o con la de Jamal ad-Din al-Afghani (1838-1897), contemporáneo de los tres anteriores, quien en su Refutación del Materialismo expone, a voz abierta, que la emancipación del pueblo islámico sólo llegará el día que se levante y expulse a sus verdugos e invasores.

El pensador pagó con una vida miserable su oposición a la monarquía Muhammad Alí de Egipto y a sus últimos tres reyes: Faud I, Faruq y Faud II. Finalmente murió en manos de Gamal Abdel Nasser, quien asumió el poder en 1952 tras un golpe de Estado e inició una cruel dictadura nacionalista que se lanzó primero contra sus aliados. Los hombres que habían alimentado, en sus cátedras y en acciones concretas, gran parte del descontento contra lo reyes, fueron entonces encarcelados, con ellos Qutb, en 1954. Esta persecución, de la que hablaremos adelante en este texto, radicalizó posiciones ideológicas y reafirmó la leyenda de Qutb, el niño árabe frágil de clase social baja que estudia y viaja un día a Estados Unidos para convencerse de su “decadencia” y para inaugurar, poco tiempo más tarde, una de las corrientes de pensamiento más polémicas de la segunda mitad del siglo XX.

 

Islam o muerte

Qutb es un escritor inagotable. El análisis de su ideología puede estudiarse en un antes y un después de 1954, pero no debe separarse porque sus textos iniciales y los últimos tienen una fuerte simbiosis.

Como Maududi o Afhgani, se opone a sus contemporáneos, que piden dar breves y graduales pasos hacia la separación Estado-Iglesia. Qutb pide a los musulmanes ir más allá: abandonar la pasividad y armarse con el llamado “Plan de acción”. Justifica a los combatientes y la guerra santa (jihad); pugna por una sociedad regida por el código legal del Corán (sharía) y un gobierno de los principios fundamentales del Islam (usiliyya). Exige trascender la actitud defensiva y habla de acciones ofensivas, un principio de intolerancia que lo acerca al nuevo pensamiento guerrerista estadunidense. Qutb hace, desde prisión, lo que sus detractores y eventuales asesinos no pueden desde el Estado: si en la segunda mitad de la década de los 50 el panarabismo nacionalista del dictador Nasser no logra unificar al mundo árabe como se lo proponía, Qutb alcanza, con enorme éxito, Corán en la mano, introducir ideas revolucionarias que unen, al día de hoy, barrios, escuelas, movimientos y aldeas de Irak o Irán, Afganistán o Indonesia, Pakistán o Palestina. La estupidez del dictador lo convierte en un Pilatos mediocre, y Qutb, que respeta y reconoce a Jesús, se deja llevar a la horca porque sabe que las ideas poderosas trascienden a la opresión y toman vida con el martirio, del cual es promotor. Es obligado por sus carceleros a escuchar, a todo volumen, día y noche, durante años, discursos del déspota que ordenó su arresto, y aún así escribe y se las ingenia para enviar al mundo “libre” enormes tomos con su obra. Libros suyos como A la sombra del Corán, Justicia social y Corán, Piedras milenarias y otros, estaban, antes del S-11, en las bibliotecas públicas de Estados Unidos o de Inglaterra, aunque se editen con dificultad.

Qutb representa, paradójicamente, a la sociedad civil árabe progresista del momento, como coinciden Paul Breman, Fareed Zacaría o Albert Hourani. Es más un Karl Marx que un Ayman al-Zawahiri –egipcio también, ideólogo de Al Qaeda–, aun cuando este último es un hijo de sus ideas.

El pensamiento de Qutb, redactado a manera de interpretaciones del Corán, tiene profundas raíces en el humanismo. Critica agriamente la desigualdad social y la falta de oportunidades, el entreguismo pro occidental de los regímenes árabes y el desapego a códigos éticos mínimos. Su texto Las señales en el camino es considerado la obra que inaugura el islamismo político contemporáneo, pero son las circunstancias las que mueven la lectura de sus ideas hacia el radicalismo. Porque, aunque Osama bin Laden podría estar inspirado por su pensamiento (fue incluso alumno de un hermano de Qutb, Mohammed), es una suma de errores la que lleva su testimonio escrito a ser considerado la Biblia de la nueva ideología extremista. No es Qutb, pues, quien estrella los aviones.

Varios incidentes alientan el éxito del pensamiento islámico radical contemporáneo. Existen raíces que se remontan a por lo menos mil años atrás y un día a día documentable de las últimas cinco décadas. La mayoría de los estudiosos de la evolución de las sociedades musulmanas coinciden en que el análisis de cualquier fenómeno actual debe considerar un dato: el momento en el que la cultura cristiana separa al Estado de la religión, y el Islam simplemente no lo hace.

Está muy debatida y documentada la aportación laica de los griegos al cristianismo (que la historia no ofrece al Islam), lo que permite a la religión dar un paso natural hacia la idea pragmática que separa el cielo del mundo físico, lo secular de lo sagrado (que para Qutb es el origen de la perversión de Occidente). Está, por otro lado, la estructura misma de la religión. El Islam no tiene un Papa, por ejemplo, ni una estructura de gobierno central. Esto impidió que los musulmanes tuvieran un movimiento de Reforma que pusiera en entredicho el poder secular de los religiosos encumbrados, como sucedió con El Vaticano.

Los califatos y monarquías del primer milenio de nuestra era, e incluso los que perduraron hasta las invasiones occidentales del siglo XII y en adelante (hasta los 1800) gobiernan sin un poder central, aunque con interpretaciones personales de la sharía, lo que para Qutb es ejemplar. Y luego vienen las conquistas y el establecimiento de colonias (inglesas, francesas), y un periodo difícil para el pueblo islámico, en el que los reyes y dictadores aceptan aliarse a sus explotadores. Para cuando Qutb es un joven, Asia es una granada de malos gobernantes represivos que no buscan el progreso de sus pueblos sino mantener su poder a cualquier costo.

A Qutb, coinciden Breman y Zacaría, le preocupaba que las ideas seculares triunfaran sobre modelos de gobiernos basados en el Islam. Le espantaba que su dictador de cabecera, Nasser, hiciera de Egipto un país occidentalizado que abandonara la creencia de que por encima de la vida pública y del gobierno está el Corán. Más urticaria le causaba el hecho de que “occidentalización” oliera a Estados Unidos, su ejemplo de la decadencia judeocristiana. El “a César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” le parecía una aberración, y es fácil entender por qué: el mundo conocido por Qutb estaba marcado por estos dictadores-reyezuelos pro occidentales, que habían postrado al pueblo y lo tenían sometido a la pobreza y el abandono. El mundo de Qutb era de prisiones, de segregación, de persecución, en el que, piensa, el gran opresor es justamente Estados Unidos, que utiliza patiños y paleros. Y resulta que estos déspotas eran laicos. Así que, cuando habló de un renacer islamista que sustituyera a los gobiernos corruptos del momento, de inmediato prendió una mecha cuya flama sigue encendida hasta hoy.

La Hermandad Musulmana, la Yihad Islámica, al-Aqsa y los muchos movimientos que se fundaron y tomaron fuerza durante los años 60 y 70, se alimentan de una queja social extendida y bien fundada, y el proceso de radicalización se da solo: en cuanto empiezan a ser aplastados por los gobiernos locales (presionados por Occidente), se van a la clandestinidad encantados de la vida, y con Qutb y otros intelectuales del islamismo revivido como pensadores de base. Los radicales quieren un héroe, un mártir, y Nasser se los da, en 1966, cuando manda a la horca al erudito egipcio.

“El liderazgo del hombre occidental en el mundo humano está llegando a su fin, no porque la civilización occidental esté materialmente en bancarrota o haya perdido su fuerza económica o militar, sino porque ha representado su papel, y ya no posee ese caudal de ‘valores’ que le otorgó su predominio”, escribiría Qutb en su encierro. Luego sentenciaría: “La revolución científica ha completado su ciclo, lo mismo que el “nacionalismo” y las comunidades limitadas territorialmente que se formaron en su época. Ha llegado el momento del Islam”.

 

Estados islamistas

Los Talibán, el mismo Al Qaeda, la Hermandad Musulmana y muchos otros movimientos radicales son, en realidad, una derivación del pensamiento de Sayyid Qutb. Pero estas interpretaciones extremistas no difieren en el fondo de otras que son aceptadas en Occidente por conveniencia o comodidad. Hay un momento en el que el islamismo predicado por Qutb toma tal fuerza y se agarra tan fuerte de una tradición centenaria, que los gobiernos seculares tienden hacia su islamización.

El wahhabismo de Arabia Saudita, el sunismo iraní, o las interpretaciones islamistas de Zia ul-Haq en Pakistán o sus símiles en Yemen, Indonesia, Filipinas, etcétera, son expresiones del mismo pensamiento de Qutb, que, al ser adoptado como una herramienta para globalizar el islamismo, se aplican desde el Estado. Si los reyes saudiárabes Saud, Faisal, Jalid o Fahd se hubieran opuesto, por ejemplo, al islamismo que para la segunda mitad del siglo pasado se había apoderado de los barrios y las mezquitas, quizá habrían perdido la monarquía o les habría sido imposible poner en orden a la nación. Lo mismo le habría pasado (y les pasó) a otros gobernantes seculares/celestiales. Por eso Saudiarabia emprendió una carrera contra el tiempo para imponer su versión del Islam (Wahhabí) por todo el mundo, a veces con resultados sangrientos. La guerra civil de Afganistán que precedió a la expulsión soviética a finales de los 80 es un ejemplo de esta lucha por imponer versiones de islamismo. Las madrasas (escuelas del Corán) en Pakistán, que formaron a los Talibán, fueron pagadas por Pakistán y Arabia Saudita, entonces con apoyo directo de Estados Unidos.

Curiosamente, la falta de una estructura central del Islam, y esta (con)fusión Estado-Iglesia, ha dado el poder a los religiosos, a los Ulemas, que tienen desde la Edad Media gobernando como clan de sabios –con diferentes nombres y cargos– a partir de sus prédicas. Son ellos, los clérigos, los librepensadores entre los musulmanes. Son ellos los que llaman a la emancipación en momentos de dominio extranjero, o los que levantan a los pueblos en armas contra los Estados opresores o déspotas.

Cualquier gobierno, antes del S-11 (cuando se terminó por satanizar al islamismo renovado), que se hubiera opuesto a la idea de globalizar el Islam, habría fracasado, como le pasó a Nasser mismo, o como le pasaría a tantos durante estos años. La estructura del Islam, sin gobierno central, es muy efectiva en cierto momentos porque opera en las bases. El trabajo social de los islamistas en las mezquitas les da poder, creciente, hasta el punto que los Estados (como Arabia Saudita, siguiendo el ejemplo) tienen que imitarlos o acogerlos, aun cuando entre sus filas se oculten los más radicales, como Osama bin Laden o Ayman al-Zawahiri en su momento.

Desde el exilio, el Ayatolah Ruhollah Jomeini enviaba miles y miles de casetes a las mezquitas de Irán con mensajes para la gente. No necesitaba más para derrotar al déspota Shá. Ni siquiera armas. Durante el siglo XX, Occidente le hizo (y le sigue haciendo) muchos favores a los radicales, como imponerles gobiernos espurios y malolientes, o perseguirlos y asesinarlos. Los favoreció con las invasiones y arrebatándole el poder a la gente. Otra vez los de a pie y los extremistas encontraron refugio en las mezquitas. Allí se reorganizaron. Allí germinaron ideas, compartieron sueños, se tomaron de la mano. Allí leyeron a Qutb y se lo llevaron consigo a casa.

–5 SEPTIEMBRE 2004

 

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx
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