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Alejandro Calvillo

31/01/2017 - 12:05 am

Juntos con Trump contra la ciencia

No se trata sólo de la locura de Trump y los fanáticos racistas, ultraconservadores, misóginos y anticiencia que lo acompañan. Trump ha sido el sueño de un grupo de las grandes corporaciones que con él pretenden ver sus fantasías vueltas realidad: desaparecer las regulaciones ambientales, desaparecer las regulaciones sanitarias, llevar al mínimo la protección social, […]

El propio Trump había lanzado el lema de que limpiaría las cañerías que había en Washington refiriéndose al cabildeo de los intereses económicos. Ahora él es el caño. Foto: AP

No se trata sólo de la locura de Trump y los fanáticos racistas, ultraconservadores, misóginos y anticiencia que lo acompañan. Trump ha sido el sueño de un grupo de las grandes corporaciones que con él pretenden ver sus fantasías vueltas realidad: desaparecer las regulaciones ambientales, desaparecer las regulaciones sanitarias, llevar al mínimo la protección social, quitar los impuestos, desconocer los derechos de los consumidores…ese ha sido el sueño de la industria petrolera, de la minera, de la química, de gran parte de la industria de bebidas y alimentos. Trump es la consecuencia del discurso de los ultraconservadores, de los neoliberales que han combatido las políticas sociales, de quienes han promovido la casi desaparición del Estado: el mercado, dicen, debe ser el único regulador.

Una de las acciones que simbolizan de manera más clara el extremo de alto riesgo al que nos empuja Trump es el ataque a la ciencia. A unos días de haber tomado el poder Trump ha establecido una mordaza a las comunicaciones de la Agencia de Protección Ambiental, del Departamento de Agricultura y de los Institutos Nacionales de Salud, al tiempo que declaraba desaparecida la política contra el cambio climático. Ordenaba a la Agencia de Protección Ambiental sacar de su página toda referencia al cambio climático, después de haberla retirado de la página de la Casa Blanca. A partir de sus órdenes, nadie de estas instituciones puede hablar sobre su trabajo científico. Que bien para la empresa petrolera Esso, que bien para Coca Cola que financió parte de la toma de posesión de Trump, que bien para la industria extractiva. Veremos iniciativas para echar atrás las regulaciones para los programas alimentarios para incluir comida chatarra y refrescos, no nos sorprenderá si lo hace.

La mordaza a la ciencia y a los institutos de salud es algo con lo que en México ha soñado parte de la industria de alimentos y bebidas y que se ejerció durante la administración de Mercedes Juan al frente de la Secretaría de Salud, como fue conocido públicamente. Investigadores del Instituto Nacional de Salud Pública declararon públicamente en contra del etiquetado frontal que se estableció para los alimentos y bebidas, un etiquetado diseñado por la propia industria. Los investigadores habían encontrado, cuando fue introducido este etioquetado por la industria en 2010, antes de que se volviera oficial, que ni los estudiantes de nutrición lo comprendían. Señalaron que este etiquetado, el que ahora promueve la industria con su campaña “checa y elige”, representa un riesgo para la salud por el criterio de azúcar que utiliza. Los reporteros de la fuente de salud que antes acudían sin problema con los investigadores de los institutos de salud se encontraron por algunos años con que ya no les concedían entrevistas. Solamente con autorización de la Secretaría de Salud podían hacerlo, deberían guardar silencio..

Trump ha llevado esta situación al extremo, estableciendo la mordaza en por los menos, el área científica de alimentos, salud y ambiente. Esto ocurre cuando el Estado deja su labor y es ocupado por los intereses económicos: el sacrificio del medio ambiente y la salud, del planeta y las personas. La presencia de directivos de petroleras, de cadenas de comida rápida, de cabilderos de la industria de bebidas y alimentos en el gabinete de Trump muestran las profundas alianzas, el profundo conflicto de interés. No son todas las empresas, de hecho, está actuando contra la industria automotriz al reducirles las ganancias obtenidas con los salarios más bajos en México y obligarlas a llevar parte de su producción a los Estados Unidos.

La propuesta de realizar una marcha de científicos en los Estados Unidos el próximo marzo contra las políticas de Trump es algo extraordinario en una comunidad no acostumbrada a la protesta social. Sin embargo, la convocatoria se está fortaleciendo y las protestas sociales del movimiento de mujeres y las espontaneas contra las medidas antimigrantes, sirven de caldo de cultivo a una sociedad que está reaccionando fuertemente contra las locuras y el riesgo de Trump en el poder.
Y no es que antes de Trump las cosas funcionaran democráticamente en los Estados Unidos, los poderes económicos y financieros venían dominando gran parte de las políticas públicas, generando una sociedad cada día más desigual. El propio Trump había lanzado el lema de que limpiaría las cañerías que había en Washington refiriéndose al cabildeo de los intereses económicos. Ahora él es el caño.

La ciencia ha sido uno de los obstáculos más importantes a los grandes poderes económicos, desde la evidencia sobre el cambio climático y sus causas, del tabaco y sus impactos en la salud de los fumadores y acompañantes, hasta la evidencia sobre las causas de la epidemia global de diabetes y obesidad, la ciencia se ha convertido en una amenaza para las grandes corporaciones globales petroleras, del tabaco, de los refrescos y la comida chatarra. Si hay que combatir estos obstáculos, hay que callar la ciencia o hay que apropiarse de ella.

En México, el Instituto Nacional de Salud Pública, la institución de investigación más prestigiada del país en materia de salud y la única en su tipo en América Latina, se ha convertido en el principal obstáculo para los intereses de muy diversas corporaciones. ¿Cómo podrían estas empresas lograr que esta institución deje de ser un obstáculo? Difícil mantener una ley mordaza, como se le llamó a lo que ocurrió en su momento con este instituto hace unos años, la mejor opción sería quitarle su integridad científica, volverla una institución en plena colaboración con la industria. Una amenaza que debe evaluarse en el actual escenario de cambio de dirección.
¿Juntos con Trump contra la ciencia?

Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.

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