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Melvin Cantarell Gamboa

01/02/2022 - 12:05 am

Educar

Cuando, históricamente, aparece el Estado, éste se arroga el derecho y la facultad de decidir cómo y de qué dotar a cada integrante de la colectividad para que viva en armonía con su mundo, al mismo tiempo que lo entrena para la conservación de tradiciones y costumbres que garanticen la permanencia de su cultura.

Una niña ve televisión.
“En México los padres no educan, no educa la familia ni los profesores, mucho menos la sociedad ¿Quién educa? Los abuelos, la persona que cuida a los niños, la televisión y, ahora el Internet, el celular o la pandilla de la esquina”. Foto: Rodolfo Angulo, Cuartoscuro

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Pedagogías de la inteligencia social

El Yo, nuestra conciencia, es la subjetividad estructurada que se conforma cuando una experiencia o actividad se interioriza. El yo es puramente espiritual y, al mismo tiempo, centro de nuestra perspectiva sobre el mundo y se hace presente cuando somos conscientes de las cosas.

Nuestra existencia cotidiana se perturba por pasiones (preocupaciones, deseos e ilusiones); esta es la razón por la que cada cultura y sociedad escoge qué cualidades inculca y qué defectos o vicios deben desecharse en la construcción de una personalidad, es decir, cada cultura modela mediante prácticas educativas un tipo de ser que va a caracterizar a sus miembros, sin que esto implique uniformidad debido a que al hacerlo debiera tomar en cuenta la unicidad de cada individuo.

Cuando, históricamente, aparece el Estado, éste se arroga el derecho y la facultad de decidir cómo y de qué dotar a cada integrante de la colectividad para que viva en armonía con su mundo, al mismo tiempo que lo entrena para la conservación de tradiciones y costumbres que garanticen la permanencia de su cultura. El Estado manipula a la sociedad mediante la educación con el objetivo de que los sujetos se vean a sí mismos como pieza imprescindible para juntos enfrentar los desafíos que la realidad plantea cuando, en los hechos, sólo se trata de proteger un status quo que consolide su dominación. A lo largo de la historia las sociedades humanas han descubierto distintas vías para dar solución a este desafiante asunto, sin que esto implique que lo hayan logrado.

Los Arapesh, por ejemplo, una tribu de Papúa Nueva Guinea que carecían de Estado hasta su “descubrimiento” en 1930, obtuvieron increíbles resultados como grupo humano eliminando de sus vidas los deseos porque los consideran antinaturales y ajenos al ser humano. En cambio, conceden la mayor importancia a la familia y a la crianza de los niños. Son un pueblo pacífico, sociable y generoso que ha alcanzado una vida plácida y tranquila. Tienen como alimento más preciado al ñame que les merece la mayor atención y cuidado; a los niños se les concibe como el ñame y tienen el cuidado de la tribu entera. Conforme con esta concepción, la educación de los hijos no es responsabilidad exclusiva de los padres ni de la familia es obligación de la comunidad.

Tanto las mujeres como los hombres de este grupo, estudiado por Margaret Mead en los años treinta del siglo pasado, muestran un desarrollado instinto maternal, son protectores, atentos a las necesidades de los otros miembros de la tribu, carecen de agresividad y están dispuestos siempre a cooperar entre sí; esta inclinación se multiplica cuando se trata de sus niños, pues todos centran en ellos el cuidado y la preocupación en su buena crianza. Sus tradiciones, costumbres y prácticas socializantes han permitido darle a los Arapesh un temperamento y un carácter de índole eminentemente sentimental, pues han aprendido a convertir las emociones en un tipo de sabiduría capaz de hacer de su entorno y el lugar que ocupan una morada, de su existencia un arte de vivir, así como a dotar a cada generación de un ethos de excelencia digno de imitarse (el ethos es una forma de vivir y reaccionar de modo específico ante las circunstancias impuestas por condiciones y situaciones que no controlamos). Ese ethos ha permitido a la tribu desarrollar una segunda naturaleza, es decir, una ética que los prepara para convivir sin violencia ni agresiones. Los pequeños gozan en sus primeros años de una infancia sana, alegre y recreativa en un entorno carente de hostilidad, odios o envidias, seguros, amados y gozosos. Como conclusión ¿para qué educan los Arapesh?: a) Para que los deseos incontrolados no afecten o entorpezcan la vida comunitaria; b) esta intencionalidad social se confecciona con la participación de todos los miembros del grupo; c) la práctica de este recurso durante generaciones les ha permitido crear una eficaz pedagogía de la inteligencia social; d) la enseñanza se realiza en condiciones de libertad, alegría recreativa y empieza en la más temprana edad; el resultado, una sociedad pacífica, sin violencia que colma su existencia de dulzura (Spinoza) y sosegada. Este es el para qué de su educación.

En el México precolombino, los aztecas educaban disciplinariamente, el aprendizaje era rígido y se impartía con dureza. Empezaba a los 14 años, unos adolescentes iban al Calmecac, principalmente la nobleza, donde se preparaba a sacerdotes y futuros gobernantes; aprendían a leer, escribir, el movimiento de los astros, matemáticas e historia. Al Tepochcalli iba la mayoría, donde viejos guerreros enseñaban a los alumnos a cultivar las tierras en común, a reparar y construir canales y a hacer trabajos en favor de la colectividad. En ambos colegios los estudiantes hacían penitencia, ayunaban, aprendían a obedecer y a ser útiles a su comunidad. La educación empezaba en el hogar a través del ejemplo, para continuar en las instituciones públicas, ambas con el propósito de dar a los jóvenes aztecas “un rostro y un corazón”, es decir, una personalidad que equivalía a ser sabio para la vida y un maestro de la verdad (lo que más sorprendió a los indígenas de este continente fue la facilidad con que mentían los españoles), sensatos, cuidadosos, prudentes, para obrar con juicio.

El Calmecac creó un tipo de persona que convirtió a Tenochtitlán en una gran potencia, admirada por unos, pero también dio lugar, en otros pueblos, a resentimientos que más tarde aprovechó el conquistador español para destruirla. Lo enseñado en el Tepochcalli, en cambio, mantuvo la unidad de los aztecas en los momentos de mayor peligro en la lucha por su sobrevivencia frente al conquistador español, pues inculcó el amor a su patria y a defender lo suyo hasta el sacrificio. Su ejemplo y valentía los hizo convertirse en símbolo de la mexicanidad. Este fue el “para qué” de los mexicas.

Entre los mayas la educación mantenía una íntima relación con la vida, se trataba de interiorizar principios morales, sabiduría y conocimientos que incluían ejercicios de lenguaje, comunicación y meditación; así como la enseñanza de comportamientos adecuados a la vida social, al trato con la naturaleza y su relación con el cosmos. Lo enseñado entre los mayas se identificó siempre con su género de vida: destrezas, habilidades y actitudes hacia la consecución de propósitos sociales y materiales, todo desde su particular visión cosmológica del mundo.

En Occidente, las actuales prácticas educativas empezaron a perfilarse durante el Renacimiento en oposición a los métodos que la iglesia católica medieval había impuesto durante siglos; el para qué de la educación era implantar en las mentes infantiles el dogma cristiano. El proceso se iniciaba enseñando a leer y escribir; lo reprobable, visto a distancia, era la pedagogía, el educador, vara en mano y utilizando el castigo, enseñaba las primeras letras a sangre, de ahí el dicho: “la letra con sangre entra”; creían entonces que sin golpes lo aprendido no quedaría lo suficientemente grabado en la memoria.

El monopolio eclesiástico entró en crisis durante el Renacimiento y se concretó con la Ilustración. En tres siglos evolucionó drásticamente el interés de educar; se enseñaba en lugares establecidos al margen de templos y sacerdotes y por puro placer, seguramente inspirados en la práctica de los “dogmas” griegos de filosofía. Se llamó a las nuevas instituciones escuelas como se designaba a las diferentes corrientes de pensamiento en la Hélade (del griego scholé que significa lugar de recreo y de tiempo libre). En los novedosos recintos se escuchaba a hombres sabios e ilustrados, se generaban interesantes debates sobre temas como filosofía, retórica, arte, amor, etc.

En principio se reunían grupos pequeños, que fueron evolucionando hasta convertirse en lo que es hoy un fenómeno de masas que involucra a generaciones enteras y cuya influencia define la cultura actual. El para qué de la educación en Occidente se definió durante el siglo XVII o de la Ilustración; Enmanuel Kant, que fue alma de este proyecto emancipador, escribe en un breve texto de doce páginas: “La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad… no reside en su falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo sin la tutela de otro” (E. Kant. Qué es la ilustración. Filosofía de la historia. FCE. México 2012). “La pereza y la cobardía son causa de que los hombres continúen a gusto en su estado de pupilo… una revolución acaso logre derrocar al despotismo y acabar con la opresión económica y política, pero nunca se consigue la verdadera reforma de la manera de pensar; sin que nuevos prejuicios, en lugar de los antiguos, servirán de rienda para conducir al gran tropel… El uso público de la razón le debe estar permitido a todo mundo y esto es lo único que puede traer la ilustración a los hombres” (Ibíd). Kant creía también que un grado mayor de libertad ciudadana beneficiaría el libre pensar y la libertad espiritual del pueblo.

Este ideal se malogró por la prepotencia de los capitalistas de entonces y los neoliberales de hoy que, con la protección de los poderes establecidos, arraigan en los estudiantes un imprinting, es decir, un dogma de creencias oficiales que les permite mantener bajo control los centros del saber (universidades, escuelas, institutos de investigación, etc.) al mismo tiempo que eliminan del proceso formativo el saber reflexivo, los medios para su difusión y declaran la guerra a las ideas de toda posible contra-potencia.

El sistema, teóricamente, enfatiza la autonomía y la independencia personal sin que este proyecto social llegara a consumarse jamás; lo que ha provocado que termine imponiéndose el egoísmo, la búsqueda de mayor competitividad, el triunfo personal, el reconocimiento, el éxito financiero, el bienestar individual y la agresividad para alcanzar objetivos. A diferencia, por ejemplo, de la cultura japonesa que por tradición educa a los niños dando poca importancia a la autonomía para fomentar la dependencia y la confianza en la comunidad, la humildad, la adaptabilidad armoniosa al contexto, al entorno y la obediencia; se enfatiza también la pasividad, la flexibilidad, la ternura maternal, la autolimitación y la autocrítica.

Afirmaba Sigmund Freud: “toda educación es un fracaso anunciado”, tal vez no se pueda ser tan contundente; pero si analizamos las experiencias descritas más arriba, algunas parecerán exitosas otras un fracaso. En rigor, no existe ni es posible una sola forma única, universal, satisfactoria y acertada de educar, tampoco cabe en este campo el eclecticismo como solución, que resulta de elegir y combinar lo mejor de cada práctica histórica. Todo proyecto educativo ha de responder a los problemas específicos de cada nación, a su historia e idiosincrasia. Escribió Julio Barreiro: “Nadie educa a nadie; nadie se educa solo; los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo” (Educación Popular y Proceso de Concientización. Editorial Siglo. 1979).

En México los padres no educan, no educa la familia ni los profesores, mucho menos la sociedad ¿Quién educa? Los abuelos, la persona que cuida a los niños, la televisión y, ahora el Internet, el celular o la pandilla de la esquina. La escuela tampoco educa ni lo hacen los profesores que reducen su responsabilidad a llenar la cabeza de los niños de cosas inútiles, información, datos y, en algunos casos, adoctrinar en creencias que sólo sirven para justificar prácticas, actitudes y conductas en nombre de ideas de dudoso beneficio, lo peor es que lo hacen desde una posición de autoridad, lo que constituye un obstáculo para quienes quieren aprender desde otra visión de la enseñanza; no debemos perder de vista las palabras de Barreiro, no son las lecciones repetidas las que dan sentido y substancia a la enseñanza, sino la vida.

Nada debe imponerse a los niños por simple autoridad. Por otro lado, saber de memoria no es saber, la información y los datos están planetariamente disponibles a través de un simple “click”; para qué adiestrar en algo que no se reflejará en acciones ni se revelará en conductas guiadas por la prudencia, la bondad y los actos justos. ¿Para qué educar a los niños en cosas que no sirven? ¿Qué hacer? Antes que nada, no dejarlos a merced de un maestro de escuela que lo somete a excesivas tareas y trabajos, por lo contrario, es esencial liberarlo de la disciplina, el aprendizaje severo y desdeñoso. (Continuará)

Melvin Cantarell Gamboa
Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

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