Mujer dormida

01/05/2020 - 12:00 am

Lenta pero inexorablemente, en proporción directa al terror, la ciudad eterna, la babel de caravanas etiquetadas con mascadas de distinto color, chinos, japoneses, nórdicos, galos, españoles, portugueses, mexicanos, convirtió el bullicio en murmullo, para finalmente dar paso a un silencio sepulcral acaso rasgado en la pesadilla por el trote de uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Como asaltados por espesa niebla se van borrando los tumultos, al imán de la certeza de que una moneda hacia la Fuente de Trevi se transforma en boleto de regreso a la ciudad como museo vivo; la audacia de meter la mano a la Boca de la Verdad a riesgo de cortársela al mentiroso; la larga caminata dominical a la cúspide de los jardines de Villa Borghese, para atrapar, chiquitas, cúpulas, palacios, plazas y esculturas.

Aunque los badajos golpean las campanas, las iglesias están solitarias. A qué el letrero que impide a las mujeres ingresar con falditas o pantaloncitos, burlada la veda con suéteres atados a la cintura; a qué las cédulas en tres lenguas colocadas en capillas, pinturas o imágenes, ayunos los oficios religiosos. Semana Santa sin sermones, pésames, viacrucis o procesiones.

El decreto de confinamiento domiciliario obliga a llenar una forma con perfil de confesión. No tengo síntomas. No saldré de la región, en México entidad federativa. Voy a trabajar, a visita médica o simplemente a cubrir la despensa o la receta.

La policía toma nota con riesgo de verificación, multa o cárcel al calce.

Los balcones que al principio se volvían fiesta a las 6 de la tarde, agitando banderas, volcando cantos y gritos en convocatoria a la esperanza, se fueron quedando vacíos, aun en el canto ajeno de pájaros o las pinceladas de colores de una incipiente primavera incapaz de entender el drama.

Inmunes al virus, pero indemnes frente a quienes pretenden cosechar a su causa política o ideológica los vaivenes de la pandemia, teléfonos y computadoras agotan su energía en la sed de saber qué o por qué, mientras el circuito cerrado alimenta la fe de creyentes y descreídos. El Cristo Negro que salvó, dicen, a Roma de la peste hace 500 años; el que salió ileso de un incendio voraz en la Iglesia de San Marcelo, preside las palabras, los oficios, los rezos de un Papa Francisco en solitario.

Mientras una pertinaz lluvia baña las losas centenarias del atrio de la Basílica de San Pedro, el Pontífice levanta la custodia con la sagrada forma para bendecir al mundo, cubierto apenas por un palio. El rostro refleja nítidamente el pesar. Como quien carga mil cruces rumbo al calvario.

La cita congrega, al ocaso de la tarde, al informe de Protección Civil. Ayer 6 mil, hoy 3 mil, ahora apenas mil 200 contagios…

Italia, la hermosa Italia como la profecía que cantara el poeta José Santos Chocano en su Idilio de los Volcanes, es la Iztaccíhuatl cuyo sueño vela el Popocatépetl.

Sólo la mujer dormida.

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