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Tomás Calvillo Unna

01/08/2018 - 12:00 am

La Historia como actor emergente de las relaciones internacionales

De alguna manera siempre lo ha sido, en particular con el tema del territorio, de sus definiciones y sus fronteras.

De los mares al cielo. Pintura: Tomás Calvillo.

De alguna manera siempre lo ha sido, en particular con el tema del territorio, de sus definiciones y sus fronteras.

No obstante, México lo ha olvidado, en todo caso lo reduce a un encapsulado cultural, que se limita a la construcción nacionalista de la identidad, posterior a la revolución de 1910 y al discurso de lo prehispánico, elaborado como un apéndice de esa narración.

Lo cierto es que, en las actuales fronteras, somos herederos de un territorio histórico donde durante más de dos mil años, en el mismo lugar (Aridoamérica y Mesoamérica) se han sucedido expresiones civilizatorio-culturales, que conformaron una “geología espiritual” compleja y rica.

En otras latitudes del mundo se observan experiencias históricas semejantes; pensemos en Irán, Zoroastro y los persas que palpitan en su “modernidad” musulmana, o el Perú, permeado por mitos e historias incluso anteriores a los incas, así como India y China, intermitentes en su presencia a través del  tiempo al que saben entender muchas veces mejor que otros.

México tiene experiencias históricas fascinantes que hemos delegado, marginado y en el mejor de los casos encerrado tras las vitrinas de algún buen museo. No hemos detectado sus dinámicas de trascendencia, sus potenciales de presente, expresadas en un estratégico fluir cultural que se reinventa y nos vuelve a señalar las huellas, y los caminos recorridos: rutas que siguen ahí llamándonos[1].

Probablemente la más excepcional de esas experiencias, por su valor y a la vez por su olvido colectivo es la del Galeón de Manila Acapulco. Un artefacto tecnológico marítimo, un puente civilizatorio que fue a manera de broche de oro, el eslabón definitivo para establecer el circuito mundial no solo del comercio, hoy nombrado globalización, sino del intercambio que Rafael Bernal (el diplomático conocido más por su afamada novela “El Complot Mongol”), nombró Transculturización entre México y Filipinas, y a través de ambos territorios, entre el Continente Asiático y el Americano todo.

Este siglo XXI ha retomado la importancia mayúscula del Océano Pacífico para la economía mundial y sus múltiples procesos que determinan la cotidianidad de millones de ciudadanos.

Nueva España, bajo la Monarquía Española, fue en mucho el origen de esa extraordinaria aventura, fueron sus marinos quienes construyeron conceptualmente el gran océano, delineando su cartografía que permitió asentar rutas para ir y retornar.

Las tormentas fueron implacables, como los frecuentes  motines, y los asaltos de piratas; aún así, lograron durante más de 250 años desarrollar una relación, un vínculo, y un referente que hoy retorna, como la hazaña del tornaviaje de Andrés de Urdaneta en 1565, cuando inauguró la ruta segura para ir a Las Filipinas, a China y Japón, al sudeste asiatico, al archipiélago malayo, sin perderse ya en ese surcar de los mares en su regreso a los litorales mexicanos.

El Galeón Manila Acapulco puede ser emblema del Pacífico para la política exterior de México. Sabemos también que se le conoció como la Nao de China, pero su nombre preciso, continúa hablándonos de una historia olvidada, que hoy en día puede convertirse en un inspirado conocimiento para impulsar una estrategia propia  del siglo XXI. En una región con la que compartimos más que un pasado que se remonta casi a 500 años, cuando Álvaro de Saavedra Cerón, partió del puerto de Zihuatanejo para llegar a las Molucas (1526-1527); la primera nave marítima construida en el continente americano, nombrada “La Florida”, que arribo a las islas de la Especiería.

Un poco de horizonte para surcar y recuperar las raíces asiáticas que están en lo profundo del Mar del Sur y en las tonalidades de nuestro devenir histórico: símbolos, colores, sabores, gestos, devociones, saberes, etc.; desde Todos Santos hasta El Callao (Perú) y tierra adentro.

No hace mucho, China decidió recuperar, no solo como metáfora de su historia,  la “Ruta de la Seda”, para convocar a más de dos docenas de jefes de estado a sumarse a un proyecto vinculante en infraestructura, inversión y colaboración cultural.

En su actuar internacional, México requiere entrelazar vocación y voluntad, reconociendo los rasgos propios de su historia como un valor de su presencia en el ámbito mundial.

[1] Otro ejemplo de ello son los tlaxcaltecas, que pueden ser nombrados por su expansión al norte y al sur como los “constructores de una nación”

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