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Jorge Alberto Gudiño Hernández

01/08/2020 - 12:03 am

El resto del año

Sin embargo, resulta más o menos claro que la estrategia falló. Quizá no la que estaba orientada a no saturar las capacidades hospitalarias; sí, en cambio, la que debía reducir el impacto en muertes de la pandemia.

Y falta la segunda mitad del año. Foto: Mario Jasso, Cuartoscuro.

Es muy probable que la próxima semana, la primera de agosto, alcancemos la cifra de 50 mil muertos por COVID-19 en México. Media centena de millar. No hay forma de endulzar la cifra: no con discursos en torno al aplanamiento de la curva, no con ejemplos contradictorios de la clase gobernante (al margen de que puedan o no estar justificados, cosa que dudo). Cincuenta mil muertos son muchos. Y es sólo la cifra oficial. Existen hipótesis bien fundadas que aseguran que esa cifra debe multiplicarse por dos o por tres. ¿Cien mil muertos para promediar conservadoramente? No sé a quién se le puede ocurrir que son pocos. No es que no importe la singularidad de nuestro país. Sin embargo, resulta más o menos claro que la estrategia falló. Quizá no la que estaba orientada a no saturar las capacidades hospitalarias; sí, en cambio, la que debía reducir el impacto en muertes de la pandemia. Algo que, sin duda, es más importante.

No pretendo acusar. Me queda claro que son muchos los responsables. Desde los adolescentes que juegan básquet a unos metros de mi ventana (sin cubrebocas, por supuesto), hasta el Gobierno que no ha sabido implementar la mejor de las estrategias. Al menos, eso es lo que parece. Lo acoto porque no es inusual escuchar el argumento de algún abogado del diablo (a veces, yo mismo lo he sido), asegurando que no hay forma de saber si, de haberse hecho otras cosas, no estaríamos peor. Es posible. Pero llevamos 50 mil muertos… o el doble… o el triple.

Y falta la segunda mitad del año. Al menos si lo pensamos en términos escolares, cosa que no es absurda considerando el número de estudiantes que hay en México. Aquí, de nuevo, hay muchas diferentes versiones que sólo abonan a la incertidumbre.

La empresa donde trabaja M hablaba de tiempos de regreso durante abril, mayo y junio. Ya no lo hace. No puede hacerlo toda vez que el asunto de los semáforos no funciona con la claridad debida. El semestre en la universidad en la que trabajo comenzará el lunes 10. Ya sabemos que iniciaremos a distancia. Más aún, el regreso de las actividades administrativas sucederá dos semanas después de que el semáforo esté en amarillo. El de las clases presenciales hasta que esté en verde. Es probable que eso no suceda este año.

Aun cuando no se han manifestado aún, es poco probable que la escuela de mis hijos inicie de forma presencial el nuevo año escolar. Será a distancia, con mayores dificultades de las que implicó cerrar el ciclo pasado. Y algo similar sucederá con muchas escuelas pero no con todas: la gran mayoría no cuentan con los recursos tecnológicos para ese fin y falta considerar si en las casas de los niños se tienen esas posibilidades.

Como ya lo he mencionado, el asunto de los niños y el regreso a clases es el punto de quiebre de la pandemia: cuando ellos puedan volver, quizá estemos seguros. El problema es que, mientras esto no suceda, la economía seguirá desplomándose. Y, si bien existen ciertos programas sociales, lo cierto es que han sido insuficientes durante estos meses: sabemos ya de familias y empresas en quiebra, de desempleo, de reducciones de pago y demás.

Incluso si creyéramos que las decisiones que se han tomado han sido las mejores para el país, basta con ver la curva para concluir que esto se prolongará varios meses, cuando no el resto del año. No hay forma de trazar de manera natural un fin más próximo para la curva. Y eso implica, entre otras cosas, varias decenas de miles de muertos más. Oficiales o no. El dolor para los deudos es el mismo.

Es muy probable (con y sin abogados del diablo) que haya habido muchos errores. Quizá varios de ellos sean imposibles de corregir (aislar a los primeros contagiados y rastrear sus contactos es algo impensable hoy en día). El gran problema es que no se ve que se estén corrigiendo algunos otros que, quizá, ayuden mucho (el polémico barbijo y las inconsistencias en las narrativas gubernamentales). Mientras esto no suceda, el resto del año no será sino el agrandamiento de esa bola de nieve que no se pudo contener en un principio. No suena nada bien.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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