Artes de México

Chamanismo en Tlacotepec

01/08/2021 - 12:02 am

La habilidad chamánica consiste en percibir y mirar lo ausente y escuchar lo que el silencio revela. Si revisamos la práctica terapéutica del ixtlamatki, incluso si nos detenemos en su historia personal, veremos cómo se conjuntan estos elementos. La vida del chamán se mueve entre un constante estar y no estar. Esto quizá es más evidente en dos momentos.

Por Laura Romero

Ciudad de México, 1 de agosto (SinEmbargo).- Cuando recién llegué a la sierra, solía transcribir mis entrevistas a la tenue luz del foco de 25 watts que alumbraba por las noches el solar de doña María, quizá ahora la partera más anciana de la comunidad. Después de caída la noche, paulatinamente la gente iba a descansar. El ritmo de su vida no estaba influido por la programación televisiva, como sucede ahora. En ese entonces, ella no tenía televisión. Cada noche me decía:

—¡Ya véngase a acostar, Laurita! ¡Nada más se está acabando los ojos!

Ante mi petición de unos minutos más, ella tenía el argumento más contundente:

—Ustedes nomás aprenden leyendo. Aprenden con su cabeza, por eso andan siempre como locos. Nosotros no aprendemos de los libros, aprendemos cuando soñamos. Ahí se nos abren los ojos. Así que ya véngase a dormir. Nunca olvidaré el impacto que las palabras de doña María tuvieron durante mi actividad en el terreno. Mi cuaderno de campo, la revisión de las notas diarias y su transcripción quedaban de lado cuando se imponía su presencia. Entonces decidía ir hasta el lugar donde ella dormía y tomar el catre de al lado, o tender un petate y pasar las noches del verano serrano escuchándola en la obscuridad del pueblo. No soñaba, pero estaba aprendiendo.

La locura puede venir del interior de los cerros, donde habitan los Dueños del Monte, el Señor y la Señora de Tlalokan. Foto: Artes de México
La habilidad chamánica consiste en percibir y mirar lo ausente y escuchar lo que el silencio
revela. Foto: Artes de México

Además de doña María, don Ángel fue la persona de quien más aprendí durante esos
seis años. Era un hombre de una espigada pero sólida fisonomía. Cuando lo conocí, gracias a su ahijado de apenas once años, me di cuenta de la compleja historia de vida de cada uno de los ixtlamatkeh. Sus acciones y especialidades se me fueron presentando poco a poco como algo cada vez más difícil de comprender. Si bien es cierto que cada especialista domina un área específica —hierbas, partos, huesos—, había algo más que los diferenciaba del resto de las personas: el saber. Cuando entrevistaba a alguien que no era curandero, me decía:

—Eso sí ya no sé. Ve con don fulano o doña sultana, que son ixtlamatkeh. Ellos de veras saben.

Ellos saben sobre todo ver y hablar. Pero no se trata de ver en el sentido ocular, sino de una capacidad vinculada con el conocer la forma genuina de los seres, pues el engaño se presenta en un mundo donde las cosas y los seres cambian de forma y de ideas fácilmente. La habilidad de los ixtlamatkeh se aprecia mejor en una de las mayores preocupaciones de los nahuas: la pérdida del alma, mi principal interés antropológico. Para los nahuas, la pérdida del alma se manifiesta con una sensación de ausencia; una de sus peores consecuencias es la locura Ésta se expresa cuando la gente con el alma ausente comienza a olvidar su pertenencia al colectivo que lo cobija y hace posible su existencia. Vista así, la ausencia puede ser un principio desde el cual pensar lo que los nahuas de Tlacotepec entienden como ser humano. Ellos saben que la falta del alma irrumpe en las actividades del día a día, pues modifica la manera en que las personas ven, escuchan, sienten y desean.

La vida del chamán se mueve entre un constante estar y no estar. Foto: Artes de México
Ellos saben sobre todo ver y hablar. Pero no se trata de ver en el sentido ocular, sino de una capacidad vinculada con el conocer la forma genuina de los seres. Foto: Artes de México

La locura puede venir del interior de los cerros, donde habitan los Dueños del Monte, el Señor y la Señora de Tlalokan, quienes son capaces de arrebatar la condición humana. Sin embargo, el ixtlamatki, a diferencia de las almas perdidas, es el único que controla su locura. Puede adecuarse a los espacios donde habitan “los otros”, y es capaz de controlar este proceso con lo que evita incorporarse totalmente a ellos.

El ixtlamatki: el que nace dos veces

La habilidad chamánica consiste en percibir y mirar lo ausente y escuchar lo que el silencio revela. Si revisamos la práctica terapéutica del ixtlamatki, incluso si nos detenemos en su historia personal, veremos cómo se conjuntan estos elementos. La vida del chamán se mueve entre un constante estar y no estar. Esto quizá es más evidente en dos momentos. El primero sucede cuando el chamán se halla en el vientre de su madre. A los tres meses de gestación, aproximadamente, el tonal, el alma más inestable para los nahuas, llega al feto; esto sucede cuando inician los primeros movimientos. Al mismo tiempo se dota al futuro ser de una condición cercana a la humana, pues, a decir de las parteras, nuestra condición previa a la humana es la de un anfibio. Las mujeres somos idénticas a una rana y los hombres a un sapo. Ellas fundamentan esta afirmación con los abortos espontáneos que han presenciado. Cuando el nonato interrumpe su proceso de humanización, es depositado en el río; no ha querido hacerse humano, porque busca retornar con su madre, la Sirena. En el caso de los chamanes, el proceso continúa, pero de manera singular. Ellos abandonan el vientre durante la noche para ir al Kobatépetl —el Cerro de la Serpiente, el Tlalokan nahua.

Este texto es un extracto del artículo “La obscuridad, el silencio y la ausencia en Tlacotepec” de Ruth D. Lechuga, reproducido íntegramente en la Revista Artes de México. Chamanismo. Para saber más, adquiere este número a través de la página web de la editorial: www.artesdemexico.com

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