10 TEATROS DE LA LÍRICA

01/09/2012 - 12:00 am

Los grandes teatros dedicados a la ópera, a la música de cámara, a las grandes orquestas, suelen remitir a tiempos pasados, a un esplendor propio de épocas que quedaron en el olvido.

Sin embargo, resisten como verdaderos monumentos dedicados al lujo y a la pomposidad, los embates de la vida moderna. Templos majestuosos que se niegan a ser contaminados por los ruidos del afuera, a veces no alcanzan a impedir que la bizarría se expanda en sus férreas construcciones.

Tal es el caso del Teatro Real de Madrid, que tuvo que aceptar la presencia de la estrella del pop David Bisbal, un cantante nacido en un concurso televisivo, quien sin embargo, durante su concierto en 2011, lo hizo muy bien. No sólo llenó el prestigioso recinto, sino que también dejó grabada la experiencia en un DVD de buena calidad. Claro que la actuación del ex Operación Triunfo nacido en Almería hace 33 años no estuvo exenta de la polémica.

En Buenos Aires, cada vez que un artista traspasa las fronteras de cierto reconocimiento popular, la gente suele gritarle: – ¡Al Colón! ¡Al Colón! Y así ha sido que muchos artistas populares, sin tradición en la ópera, lograron traspasar las barreras del que es considerado uno de los mejores teatros clásicos del mundo, para horror, por supuesto, del público habitual, poco inclinado en general a dejar entrar las artes populares en espacios que consideran sagrados.

Llegaron de ese modo al Teatro Colón artistas populares de la talla de Luis Alberto Spinetta y Mercedes Sosa y en su majestuoso escenario rockeros como Andrés Giménez, ex de A.N.I.M.A.L., participaron en un homenaje musical al poeta Jorge Luis Borges.

Lo mismo sucede con nuestro Palacio de Bellas Artes, allí donde se presentaron los cantantes de ópera más importantes del mundo, pero que en tiempos recientes supo abrir sus anchos brazos para recibir a artistas del pueblo como el catalán Joan Manuel Serrat o la recientemente fallecida Chavela Vargas.

El tiempo arrasa con el pasado y todo se lo lleva, lo diluye. Los diques desbordados del ayer, lograron mantener no muchas cosas en pie. Entre ellas, los teatros clásicos que se niegan, aun cuando muchas veces se vean obligados a “agiornarse”, a abandonar la solemnidad y la etiqueta requerida para pisar sus sacrosantos suelos.

Sin embargo, a veces no es sólo la pompa lo que se añora. Como diría Marguerite Yourcenar en el Laberinto del mundo, su grueso volumen de memorias, la nostalgia a veces es por una atmósfera, por un modo de vida más sensato, menos ansioso, donde los amos y señores de una sociedad constreñida en clases muy bien definidas, conservaban unos rasgos de humanidad y de sensibilidad frente a las artes y frente a los prójimos, poco vistos en nuestros atribulados días.

Hay veces que llegar puntual al teatro, 10 minutos antes del inicio de la gala, constituyen toda una manera de plantarse en el mundo, delinea una moral férrea y una manera de vivir respetándose y respetando a los demás que nos hace ver el futuro con dulce optimismo. La puntualidad como virtud redentora de la especie humana no debería ser subestimada.

Qué bueno que las costumbres democráticas de nuestros días nos permitan ir vestidos en forma casual al Palacio de Bellas Artes, pero nadie podrá negar la gran cuota de sensualidad gozosa que implica elegir la mejor blusa del closet, la camisa mejor planchada, el pantalón sin mácula, para ir a disfrutar de nuestro tenor favorito.

Los niños en casa, si la obra es muy larga.

No pasar de espaldas ante al compañero de asiento, no hablar en medio de la función y, sobre todo, apagar el teléfono celular, un drama de nuestros tiempos que no se debe tomar a la ligera.

A tal punto ha crecido el problema de los ruidos en el teatro que recientemente, durante una función de Las brujas de Salem, en Buenos Aires, el joven actor Juan Gil Navarro se bajó del escenario para pedirle a un espectador que dejara de manipular su paquete de golosinas.

Como sea, los teatros clásicos permanecen como obras majestuosas que reivindican el poder de la cultura y el arte como actividades que enaltecen nuestro estar en el mundo.

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Cuando el arquitecto danés Jørn Utzon ganó el concurso para construir un gran teatro de ópera en la capital australiana, en 1957, era un perfecto desconocido en el mundo de la arquitectura. Sin embargo, su imponente edificio, considerado Patrimonio cultural de la Humanidad por la Unesco, le dio un carácter internacional a Sidney. Había nacido el 9 de abril de 1918 en Copenhague y abandonado tempranamente la tradición naval de la familia, para dedicarse a la construcción. Fueron no obstante sus conocimientos marinos los que le dieron al proyecto de la Ópera de Sidney, cuyo techo simula las velas de una embarcación, un carácter extraordinario muy bien valorado por los jueces del concurso. Influido por la arquitectura indígena y por sus viajes a México, construyó una plataforma ancha y horizontal que puso el primer ladrillo en 1964. El proyecto fue variando el concepto original, para poder desarrollar con eficacia las grandes conchas que cubren las dos imponentes salas del teatro, diseñado como una esfera por Utzon y el ingeniero británico Ove Arup. Fueron las conchas, precisamente, muy claras en la cabeza del arquitecto pero muy oscuras en la concreción, la que le valieron el alejamiento en 1966, cuando fuera cuestionado por las autoridades australianas que le criticaron las estimaciones en los costos, los horarios de trabajo y los plazos de entrega de la obra. Su retiro como jefe del proyecto generó protestas y marchas por las calles de Sidney, cuyas autoridades no obstante no se dejaron doblegar. Jørn Utzon abandonó Australia a finales de abril de 1966 junto a su familia, para no volver a ver su obra maestra. Se propuso a otro equipo de 3 arquitectos australianos para sustituirlo y fueron ellos los que terminaron la construcción en 1973.

Cuando el Sydney Opera House fue inaugurado por la reina Isabel II el 20 de octubre de 1973, Utzon fue galardonado con la Medalla de Oro del Instituto Real de Arquitectos de Australia, pero no estuvo presente en la ceremonia de apertura. En 1999, el Gobierno de Nueva Gales del Sur y el Sydney Opera House Trust intentaron por todos los medios reunir al hombre con su obra maestra. Utzon aceptó ser recontratado para desarrollar un conjunto de principios de diseño que actuarán como una referencia permanente para orientar en todos los cambios futuros del edificio.

“Me gusta pensar en el Sydney Opera House es como un instrumento musical y como cualquier buen instrumento se necesita un poco de mantenimiento y puesta a punto de vez en cuando, si ha de seguir actuando en el más alto nivel”, dijo el arquitecto, ganador del Premio Pritzker en 2003 –cuando la Ópera de Sidney cumplía 30 años de vida- al iniciar el milenio.

Jørn Utzon murió tranquilamente mientras dormía en Copenhague el 29 de noviembre 2008 a los 90 años. De su obra maestra, dijo el arquitecto estadounidense Louis Kahn: “El sol no sabía qué hermosa era su luz, hasta que se refleja en este edificio”.

El edificio es singular en todos sus ángulos, el tejado tiene 67 metros de altura, tiene 27.000 toneladas de azulejos suecos y más de 1.000.000 de piezas. El teatro es visitado por 4.5 millones de personas al año.

La Ópera de Sydney tiene cuatro auditorios principales para Ópera, danza, conciertos y teatro. Realiza más de 2.400 eventos anuales. Es la sede de la compañía Ópera Australia, la Compañía de Teatro de Sydney y la Orquesta Sinfónica de Sydney.

En estos días, la bailarina española de flamenco María Pagés ha conquistado al público habitual del teatro, al inaugurar el Spring dance Festival 2012 junto al bailarín contemporáneo Sidi Larbi Cherkaoui.

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Hogar cálido y lujoso para los mejores cantantes de ópera del mundo, cuna de los bailarines más prestigiosos del orbe, merced a la Royal Opera y el Royal Ballet, el teatro londinense respira tradición, conservadurismo y mucho, mucho pasado, desde todos sus rincones.

Su fachada victoriana, su estampa imponente en el corazón de uno de los barrios más turísticos de la capital de Inglaterra, el “Covent Garden”, tal como es llamado popularmente, presume de historia, pero también de alta tecnología.

De hecho, ha sido el primer recinto teatral del mundo en adoptar la realidad virtual como pieza clave para el diseño de sus producciones. Los 200 focos que requerían una labor de mantenimiento constante, fueron reemplazados por un sofisticado sistema de iluminación manejado por computadora.

Fue construido en 1728 y siempre ha estado en constante evolución, un hecho demostrado por el ambicioso proyecto de remodelación que tuvo lugar entre 1997 y 2000.

En 1808 sufrió un incendio y en 1809 se inauguró el nuevo teatro, con una función de Macbeth.

En 1856, un segundo incendio obligó a la reconstrucción total y a la inauguración, en 1857, del teatro tal como lo conocemos en nuestros días.

Hay un Auditorio Principal, en medio de miniteatros y salas de conciertos destinadas a públicos más reducidos, además de visitas guiadas que hacen los placeres de los turistas.

El auditorio tiene un aforo de 2.268 espectadores, con cuatro pisos de palcos, y la galería superior. El proscenio mide 12,20 m de anchura y 14,8 de alto.

En dicho recinto se presentó en 2001 la cantante y compositora islandesa Björk, una experiencia que inmortalizó en un DVD de elogiada factura con el título Live at Royal Opera House.

En su escenario actúo en varias oportunidades la gran Maria Callas, quien fuera tratada siempre como la diva que fue y a la que se le acondicionaron camerinos especiales.

La temporada 2012-2013 albergó a Plácido Domingo, quien a sus 71 esplendorosos años cantó como barítono la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi.

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Nueva York no sería Nueva York sin el Metropolitan, sin su famoso “Met”. Fundado en 1880 en la calle Broadway, fue inaugurado en 1883 con una representación de Fausto. Como el teatro de Londres, sufrió un incendio en 1892, que destruyó por completo sus instalaciones. La renovación total acaeció en 1903, hasta que llegó el turno de convertirlo en un recinto apto para la ópera moderna y el teatro fue trasladado el Lincoln Center, donde funciona hoy.

Se trata de una obra diseñada por el arquitecto Wallace K. Harrison y es el auditorio más grande de su tipo en el mundo, con un aforo de cerca de 3.800 butacas que fue inaugurado en 1966 con una función de Antonio y Cleopatra, a cargo del también cineasta Franco Zeffirelli.

Sus dimensiones e importancia le permiten programar 12 óperas diferentes en las temporadas anuales que causan la envidia de los que viven lejos de Nueva York, aunque en la década reciente, la tecnología ha sido el origen de una experiencia gozosa para muchos melómanos.

La temporada live HD de la Metropolitan Opera de Nueva York, puede verse en muchos países de Latinoamérica, incluido México, con 12 puestas en escena con subtítulos en español, en vivo y en alta definición.

La temporada 2012-2013 abrió con Anna Netrebko y Mathew Polenzani en la nueva producción de El elixir de amor, de Gaetano Donizetti.

El próximo año el mundo celebrará 200 años de los nacimientos de Verdi y Wagner, máximos exponentes de la ópera y polos opuestos dentro del género. En honor a ellos, el Met trae nuevas producciones de Un Baile de Máscaras, Rigoletto, Parsifal, Aída y Otelo.

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Es considerado el teatro clásico más famoso del mundo y tiene un carácter consagratorio para cualquier artista privilegiado que pueda actuar en su escenario.

En abril del 2012, el director del teatro, Stephane Lissner, puso la voz de alarma denunciando lo que presume la inminente privatización del recinto como causa del descuido y el abandono a que lo han condenado las actuales autoridades italianas, más preocupadas por la crisis del euro que por seguir subsidiando el famoso monumento cultural.

Sin embargo, es poco probable que el Estado adopte la medida suicida que implicaría dejar a su suerte a un símbolo de tanto peso como el también llamado “Templo de la ópera”, que se yergue imponente cerca de la Plaza Duomo, honrando la figura de Leonardo Da Vinci a través de la estatua gigante levantada frente a su fachada neoclásica.

Como símbolo de la cultura occidental y espejo del gran aporte de los italianos al mundo, fue construido en 1778 por el arquitecto Giuseppe Piermarini, quien cumplió así un encargo de María Teresa de Austria.

Las circunstancias históricas pusieron en peligro su supervivencia y la Segunda Guerra Mundial casi acaba con La Scala. Fue el gran maestro de Parma y a la sazón el director residente del teatro quien lo reinauguró en 1946.

Todos los 7 de diciembre, cuando se festeja a San Ambrosio, el patrón de la ciudad, se inaugura la temporada de ópera, un acontecimiento por medio del cual han deslumbrado a lo largo de la historia artistas prodigiosos como la inolvidable Maria Callas, el entrañable Luciano Pavarotti, nuestro cercano Plácido Domingo.

Ingrid Bergman representó en su escenario la obra de Rosellini, Juana de Arco en la hoguera y los rincones del teatro atesoran los ecos de los ensayos de Monserrat Caballé, quien fuera silbada por sus yerros constantes en Anna Bolena.

El público habitual de La Scala tiene fama de exigente e implacable y hasta Pavarotti debió sufrir los embates de los melómanos cuando se le quebró la voz en Don Carlo. De los espectadores asiduos a La Scala, ha dicho el español José Carreras que es el que más sabe de ópera en el mundo.

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Entre Wagner y la crisis económica que se ha ensañado en forma bestial con España se debate la actualidad del Teatro del Liceo, todo un símbolo de la cultura catalana y uno de los lugares más visitados por los turistas en Barcelona.

Mientras esta semana se ha anunciado el desembarco del Festival Bayreuth 2012 con toda su orquesta y el coro para interpretar tres grandes títulos de Richard Wagner, el director del Liceo, Joan Francesc Marco, ha dado una entrevista a una radio catalana por medio de la cual hace votos para que los trabajadores no cumplan su promesa de huelga en octubre, cuando inicia la temporada oficial del teatro.

Los trabajadores se quejan por el despido de los músicos que formaban parte de la plantilla y las autoridades afirman que hay que aprender a trabajar en situaciones económicas complejas.

Hubo mejores tiempos para este teatro nacido en 1847 en el solar del antiguo Convento de los trinitarios de la Rambla, financiado por los comerciantes de la época y diseñado por el arquitecto local Miquel Garriga i Roca, aunque como tantos otros también padeció un incendio que destruyó la sala y el escenario en 1861.

Fue el 31 de enero de 1994 se repitió la tragedia y del Liceo sólo quedó en pie el vestíbulo. La Fundación del Gran Teatre del Liceu se hizo cargo del problema y en 1999 ya estaba listo para renovar sus votos con las bellas artes y decidido a seguir con la labor encomiable de divulgar lo mejor de la ópera y el ballet.

El Gran Teatre del Liceu es hoy un recinto espléndido, de mucha clase y provisto de la mayor calidad tecnológica para cumplir con los requerimientos de la escena moderna. Tiene espacios extraordinarios como la entrada renacentista, el Salón de los Espejos

En él se han dado cita importantes artistas de ópera como Giacomo Aragall, Montserrat Caballé y José Carreras. Entre las actividades paralelas que se realizan en el Liceo se encuentran las visitas guiadas, las pedagógicas sesiones informativas previas a cada función de ópera, las conferencias y otras actividades organizadas por la Asociación Amics del Liceu.

En 2011 se representó allí Jo, Dalí, obra de Xavier Berenguel, con dirección musical de Miquel Ortega y Xavier Albertí como responsable de escena, dedicada a narrar la historia de amor entre el gran pintor surrealista y su musa y esposa Gala.

También el año pasado la televisión catalana dio a conocer un documental titulado Cómo se prepara una ópera en el Liceo, con un seguimiento de los preparativos de Cavalleria rusticana y I Pagliacci

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Lleva el nombre del arquitecto empleado por Napoleón III y quien ganó entre 170 proyectos presentados, Charles Garnier. Tardó 15 años en construirlo y, en medio de una gran pompa, el teatro fe inaugurado el 15 de enero de 1875. Sin embargo, su hacedor tuvo que pagar la entrada y ocupar un sitio perdido entre el resto de los espectadores, por estar su figura ligada a la del emperador derrotado.

En sus pasadizos secretos, la presunta existencia de un lago subterráneo, inspiró al escritor Gastón Leroux para hacer su novela inmortal, El fantasma de la ópera.

Tiene una gran escalera de mármol por la que transitaban en el pasado los burgueses ansiosos que buscaban denodadamente el ascenso social. El techo de la sala de espectáculos está pintado por el ruso Marc Chagall. Sus cómodos 1900 asientos están forrados en terciopelo rojo y todos sus interiores son el ejemplo de la magnificencia y la pomposidad a la que era afecto Napoleón Bonaparte.

De hecho confluyen en el histórico edificio estilos de muchas escuelas, con el propósito declarado de Garnier de construir un teatro de ópera que tuviera “el estilo Napoleón”. Algunos críticos calificaron el aspecto del teatro como el “de un mueble sobrecargado”, pero París no sería la misma sin esta construcción ejemplo de la ornamentación extrema, expresada mediante un idioma elaborado con mármoles multicolores y lujosas estatuas.

Tal vez, en su semántica, la Ópera Garnier esconda el lenguaje de un imperio en decadencia, pero su pervivencia es fruto de un sentido monumental del mundo y los paisajes increíbles que puede crear un hombre inspirado.

El lugar es un templo para la danza y el bel canto y es sin duda el teatro lírico más prestigioso de la capital de Francia.

En 2011 tuvo lugar en sus azoteas un espectáculo pirotécnico de gran envergadura para la que hizo falta el empleo de 4 toneladas de fuegos artificiales.

María Callas y Rudolf Nureyev forman parte de la luminosa historia de esta obra maestra de la arquitectura, símbolo de la arrogancia y la clase francesas, que tantos aportes culturales hiciera al mundo occidental.

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En 2009, el orondo Palacio de Bellas Artes cumplió 75 años. Fue una buena ocasión para que, en domingo, como corresponde, el Coro de Madrigalistas, toda una tradición en el recinto, cantara las mañanitas a uno de los edificios más hermosos de la ciudad de México y sin duda uno de los monumentos culturales del que pueden presumir con todo derecho los mexicanos.

Símbolo de la riqueza inconmensurable de la cultura nacional, en el Palacio de Bellas Artes se despide y se recibe a los grandes del mundo. Allí se veló a Frida Kahlo y a Chavela Vargas. Allí, un sitio privilegiado no sólo para el ballet y la ópera sino también para las artes plásticas, tuvo lugar una impresionante muestra dedicada a Auguste Rodin. También otra a Francisco Goya, recientemente una al colombiano Fernando Botero. Y para cada una de esas exhibiciones, la gente hizo colas interminables en la entrada del Palacio, ubicado frente a la Alameda Central y en las orillas del Centro Histórico.

Su construcción, que se inició en 1904, fue un encargo del presidente Porfirio Díaz para celebrar el centenario de la Independencia de México. Varias veces reiniciada y suspendida a lo largo de 30 años, las obras concluyeron en 1934 gracias al arquitecto Federico Mariscal, quien en 1931 retomó la labor sin dejar de respetar gran parte del diseño original del italiano Adamo Boari.

El Palacio de Bellas Artes es una enorme masa de mármol blanco y es considerado uno de los mejor acabados en el mundo. Entre los detalles impresionantes que pueden destacarse en su exquisita construcción, sobresale la famosa cortina de mosaicos de cristal sobre lámina de acero, realizada por Tiffany Studios de Nueva York con más de un millón de piezas de cristal opalescente.

Hay obras de David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco y fue declarado Monumento Artístico en 1987 por la Unesco.

Durante el gobierno de Felipe Calderón, a punto de concluir, se llevó a cabo una importante remodelación que duró dos años. Totalmente equipado con nuevas tecnologías, se reinauguró durante una ceremonia oficial en 2010. Como en todos los teatros importantes, dice la leyenda que también nuestro Palacio de Bellas Artes alberga un fantasma que toca el violín por las noches.

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Considerado uno de los teatros líricos con mejor acústica en el mundo, el Teatro Colón de la ciudad de Buenos Aires cumplió 100 años en 2008.

Emplazado en el corazón de la capital argentina, fue inaugurado fue inaugurado el 25 de mayo de 1908 con la ópera Aida, de Giuseppe Verdi. El actual edificio no es el original que funcionaba a pocas a cuadras y su construcción fue llevada a cabo por Francesco Tamburini, quien murió en 1891, dejando la responsabilidad de concluir la obra a su socio Víctor Meano. En 1904, Meano fue asesinado, por lo que el gobierno de la época dejó en manos del belga Jules Dormal la responsabilidad de terminar el trabajo.

La sala principal, en forma de herradura, cumple con las normas más severas del teatro clásico italiano y francés. La planta está bordeada de palcos hasta el tercer piso. La herradura tiene 29,25 metros de diámetro menor, 32,65 metros de diámetro mayor y 28 metros de altura. Tiene una capacidad total de 2.478 localidades, pero también pueden presenciar los espectáculos alrededor de 500 personas de pie. La cúpula, de 318 metros cuadrados, poseía pinturas de Marcel Jambon, que se deterioraron en los años 30. En la década de 1970 se decidió pintar nuevamente la cúpula y el trabajo le fue encargado al pintor argentino Raúl Soldi, según la puntillosa información del sitio oficial del teatro.

En el Teatro Colón el genial pero insoportable Arturo Toscanini abandonó intempestivamente el ensayo de un concierto porque un clarinetista equivocó una nota. En 1915, allí cantó el gran Enrico Caruso.

María Callas, Monserrat Caballé, Plácido Domingo, Luciano Pavarotti, Manuel de Falla, Zubin Mehta, Richard Strauss, Igor Stravinski, Arthur Rubinstein y las compañías de ballet más importantes del mundo, dejaron una huella profunda en la historia del Colón.

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Enclavado en la Plaza de los Teatros, el Teatro Bolshoi (en ruso, “bolshoi” significa grande) es un emblema insustituible de la magnífica Moscú y un símbolo del poderío ruso, otrora una potencia que se dividía el mundo con los Estados Unidos.

En sus casi dos siglos de vida, el enorme recinto moscovita padeció un incendió que lo dejó reducido a cenizas en 1865 y fue en 2005 cuando el Estado cayó en la cuenta de que toda la historia había vencido la estructura del viejo teatro y por tanto ordenó su renovación.

Cuando se abrió la Caja de Pandora del Bolshoi, los técnicos confirmaron los pronósticos más extremos y hubo que encarar en consecuencia la reconstrucción total del recinto.

Nuevos muros, nueva acústica, nuevas vigas: todo es nuevo en el viejo Bolshoi desde el 28 de octubre de 2011, cuando se reabrieron las puertas con la ópera Ruslán y Liudmila, basada en el poema homónimo de Alexander Pushkin y que fuera estrenada el 9 de diciembre de 1842 en el Teatro Bolshoi de San Petersburgo.

Los trabajos de reconstrucción del Bolshoi alcanzaron un costo de 500 millones de euros. Su aspecto, en la modernidad, remite al pasado. El gobierno ruso quiere recuperar lo invertido y la fisonomía del siglo XIX que ostenta hoy el teatro, constituye un atractivo turístico irresistible.

Fue luego del incendio de 1865 que el arquitecto ruso Albert Cavos se dio a la tarea de renovar el teatro y fue a esa época que los reconstructores modernos quisieron trasladar la imponente estructura. Se eliminó la hoz y el martillo de los telones, reapareció el escudo de los zares en los tapices del Palco Imperial y al quitarse el cemento que las autoridades soviéticas habían colocado en la fosa de la orquesta, se mejoró notablemente la acústica.

En el pasado julio, al cierre de su primera temporada en los interiores renovados de su edificio histórico, el Teatro Bolshoi de Moscú recibió un órgano de 8 toneladas y con dos puestos de mando: el intérprete puede tocarlo de manera tradicional, usando el teclado incorporado, o hacerlo a distancia mediante control remoto.

El Bolshoi no disponía de un órgano, a pesar de que su colección de instrumentos musicales es una de las más ricas y contiene instrumentos únicos, como, por ejemplo, un juego de campanas de diversos tamaños que pesan varias toneladas.

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Lo que no tiene de historia lo compensa con tecnología y una programación abierta a propuestas disímiles y muy osadas. El teatro de la ópera en la capital japonesa nació en 1996 como fruto de una estrecha colaboración entre la empresa privada y el gobierno para crear un gran distrito teatral en la urbe. Así, no sólo está el teatro, sino también que éste se ubica en lo que se conoce como La Ciudad de la ópera, un complejo dedicado exclusivamente a las artes culturales y que alberga una gran variedad de instalaciones, incluyendo un restaurante, una galería de arte, oficinas e incluso una clínica. Se trata de un rascacielos de 54 pisos y 234 metros, diseñado por Takahiko Yanagisawa, nacido en 1935.

La sala de conciertos, que se inauguró en octubre de 1997, está completamente construida con roble europeo -una madera muy conocida por sus cualidades acústicas superiores- e incluye claraboyas para atraer a la luz natural. La capacidad total de la sala, que incluye una planta baja y dos pisos con balcón, es de 1.632 asientos.

La Galería de Arte de Tokyo Opera City es a menudo la primera en lanzar las exposiciones de los nuevos conceptos en el arte contemporáneo y no tiene prejuicios a la hora de programar los conciertos. En noviembre de 2008 se llevó a cabo allí La noche del Mercosur, en el que participó entre otros el notable pianista uruguayo Hugo Fattoruso.

El 23 de diciembre de 2011 se presentó allí con todo éxito el Quinteto de Metales Simón Bolívar, una agrupación de Venezuela que interpretó obras de Johan Sebastian Bach, Witold Lutoslawski, Ewald Plog y Manuel de Falla.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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