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María Rivera

01/09/2021 - 12:03 am

El país de todos

La gente que pueda llevará a vacunar a sus hijos fuera de este país, porque el gobierno ya decidió sacrificar a niños y adolescentes.

Miles se contagian de COVID cada día. Foto: Cuartoscuro.

Pues ya estamos acá, querido lector, ya las clases presenciales han comenzado, como indicó el presidente. Sí llovió, tronó y relampagueó, en esta lluviosa Ciudad de México. Muchos niños asistirán y muchos otros no. Algunas cuantas escuelas con medidas de protección, muchísimas sin ellas ¿qué le digo, lector, que no sepa? Nada que pueda quitar la impotencia y la desesperación de ver que a este gobierno criminal no le importa la salud y la vida de los niños. Rabia, decepción, tristeza, todo eso junto. Yo no sé a usted, pero a mí no se me quita el estupor, vuelve una y otra vez, cuando hablo con amigos, comentamos la decisión de López Obrador de no incluir a los niños mayores de 12 años en el Plan Nacional de Vacunación y mandarlos, así, a la escuela. Es decir, su decisión de dejarlos desprotegidos, a todos. Esto, obviamente, no puede sino significar una sola cosa, innegable: está promoviendo activamente que todos se contagien, en lugar de vacunarlos. Seguramente el subsecretario, López Gatell, le dijo que era mejor que se infectaran como si fuera una gripa “matamos dos pájaros de un tiro” me imagino que le dijo “generan inmunidad y no gastamos”.

No se me quita el estupor, le decía y le confieso, ante esta atrocidad de contagiar a niños con un virus que produce una enfermedad multisistémica y deja secuelas cardiacas y neurológicas prolongadas que aún no sabemos si cederán.

Pasan los días y la rabia, el enojo, siguen creciendo “¿tú qué vas a hacer?” me pregunta una amiga con dos hijos, “¿ya sacaste la visa?, están tardando meses en darte la cita”. Sí, la gente que pueda llevará a vacunar a sus hijos fuera de este país, porque el gobierno ya decidió sacrificar a niños y adolescentes. Pero no todos correrán la misma suerte, millones se tendrán que aguantar y exponerse porque el gobierno, que se supone era para todos y “primero los pobres”, considera “un desperdicio” utilizar los recursos públicos para comprar vacunas para los niños y adolescentes mexicanos que son, además, mayoritariamente pobres. No importa que, de facto, esté privándolos del derecho a la salud y a la vida, así estén consagrados en la Constitución mexicana. Así haya jurado cumplirla, con bombo y platillo, como siempre.

Y aquí es donde una no puede decir “ah, qué bien, sí, dejemos a todos en manos de ese gobierno criminal, sálvese quien pueda”. Porque ya sabemos quiénes no se salvarán, quiénes no podrán, ya sabemos que en este país, la pagan siempre los pobres y también, que hay un paisito, chiquitito, al que rara vez le pasan las desgracias que les pasan a quienes viven en el país de todos, porque tienen todos los recursos: para llevar a sus hijos a vacunar, para pagar escuelas con las mejores medidas de protección y educación de calidad en línea, para pagar cubrebocas desechables y de buena calidad, para tener atención médica, etc. Ese paisito que el presidente López Obrador fustigaba porque absorbía los recursos públicos, y del cual pensaba distanciarse para ocuparse del país de todos y primero los pobres y al que ahora abandona a su trágica suerte. Qué rabia, querido lector, qué traición la del presidente López Obrador. No es casual, pues que los voceros de ese paisito de privilegios, coincidan ahora con sus políticas públicas. Es grotesco, sin duda, que los intereses de esas organizaciones ahora coincidan con los suyos.

Le decía, me invade el estupor, la rabia, cuando escucho a los miembros dilectos de esa parcela de privilegios, promover del regreso a clases del sector público, los veo gesticulando en programas, insistiendo en que las escuelas deben reabrir, por el daño mental y educativo y bla bla bla. Lo cierto, es que ninguna de esas personas tiene a sus hijos en escuelas públicas, ni tendrá que llevar a sus hijos en el transporte público, y en caso de que se complique su salud, a hospitales sin camas ni medicinas, naturalmente. No, ellos hablan desde su paisito de zoom, diciendo “urgía reabrir las escuelas” y “en México nunca debieron cerrar”. No, claro, había que contagiar a millones, menos a sus hijos. Esos “expertos”, de ese país que no existe, que durante décadas tuvieron el control de la educación en México, ahora coinciden con López Obrador, con leves críticas “solo que había que poner agua, ordenar el regreso”. Como si fuera ético y sensato mandar a niños completamente vulnerables, en el pico de contagios de una epidemia, a las escuelas.

Pero ahí no queda la atrocidad: el gobierno de México no solo le niega el derecho a la salud a la infancia mexicana, al no vacunarlos, y mandarlos a la escuela en el pico de la peor ola de contagios, sin protección alguna. También les niega facilidades a los alumnos que decidieron quedarse en línea, proteger sus vidas y oponerse a su mandato criminal, según denuncias en redes sociales. O van o estudian solitos, ninguna facilidad para ellos, nada de educación en línea, que ya medio funcionaba, ni atención de los maestros. Así, la calidad moral de este gobierno, el engaño del “regreso voluntario”.

Previsiblemente, muchos terminarán cediendo, arriesgando su salud, contra el sentido común, y otros abandonarán la escuela, “que pierda el año, pero que sobreviva” me dice la dependiente de la tiendita y madre de una niña de doce años, a quien también se le está negando el derecho a la educación.

Así de brutal, grotesco, injusto e inhumano.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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