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Jaime García Chávez

02/11/2020 - 12:01 am

Quién separa a México

¿Muchos Méxicos? Sí, y que continúe lo que los une, no lo que los separa.

Los integrantes de la Alianza Federalista. Foto: Twitter, @mrikelme.

Nadie lo niega: México es muchos Méxicos. De todas partes y de todas las disciplinas nos llega la notica. Quizá la frase la acuñó Lesley Byrd Simpson. Es de reconocer y mantener inalterado que sólo se preserve en “una” república federal, como reza el artículo 40 de nuestra Constitución general. En 2024 se recordará que hace doscientos años se emprendió por los primeros mexicanos esa ruta, refrendada después por las Cartas de 1857 y 1917. Toda una proeza de esfuerzos y, sin duda, hazaña a un tiempo de la libertad y de un complejo proceso de descolonización luego de tres siglos de dominación de la corona española. La desunión nos llevó a perder medio territorio como producto de la injusta guerra con los Estados Unidos.

Dice Maquiavelo que nadie que sea sabio censurará el empleo del propósito de fundar u organizar una república, y a la vez advierte: “…pero conviene al fundador que, cuando el hecho le acuse, el resultado le excuse…”, y estas palabras vienen a cuento por las estridencias de los gobernadores protagonistas de una alianza formada con la violenta y expresa prohibición de la Carta Magna, por una parte; y por la otra, la invitación o exhortación de Andrés Manuel López Obrador a que sometan a consulta la descabellada aberración de los gobiernos estatales de separarse del pacto federal. En conjunto ellos saben que eso es imposible, porque la Constitución dispone que no podrán ser objeto de consulta popular los principios dispuestos en el artículo 40 de la misma, al que se refiere en esencia el diferendo que preocupa a todos los mexicanos.

Todo indica que los extremos se tocan: unos proponiéndose a través de discursos deliberadamente abstrusos en lo esencial, la ruptura del bicentenario pacto, y el otro tomándose una facultad que no tiene y que ya se le ha hecho mala costumbre de apelar –como oclócrata– a una especie de consulta a mano alzada.

Si bien aquí nosotros no tenemos un precepto que disponga “la indisoluble unidad de la nación”, como en España, lo que en apariencia vedaría a los separatistas de sus propósitos, mas insisto, si se ve el artículo 35, ahí está la prohibición expresa que impide la realización de tan delicado proceso. La realidad es que entre el grueso de la ciudadanía nadie enarbola como causa lo que se escucha de boca, por señalar sólo algunos de los gobernadores, chihuahuense y tapatío; es más, ellos y sus compañeros de aventura tienen facultades expresas y limitadas entre las cuales ninguna avala sus aviesos propósitos. Como tampoco se puede someter a consulta porque lo dijo el presidente de la república. Simplemente supongamos que se apela al pueblo la cuestión: ¿un resultado favorable sería causa eficiente para iniciar la destrucción de la república? Claro que no. Lo único que se está advirtiendo en este conflicto es que unos y otros se están convirtiendo en adversarios que se complementan, y distantes o ausentes de ser los hombres de Estado que México necesita hoy más que nunca.

Esto lo entiendo haciéndome cargo de las diferencias y contradicciones que surcan al país por todas sus partes y que sólo se pueda resolver –como todo conflicto– a través de mecanismos sustentados en el poder democrático, institucional y con la manufactura de la política como una empresa que le dice “no” al descabellado propósito de pretender alzarse con la victoria destruyendo al contrario, como lo ha hecho el totalitarismo en otras latitudes. Esa es la vía constitucional que obliga a la política y al poder a sujetarse al derecho. Y he aquí el tema obligado. De todos los tiempos se registran contradicciones que nutre el centro de la república y repelen las entidades federativas por el reparto presupuestal.

No se puede tapar el sol con un dedo y negar las ancestrales inequidades y discrecionalidades que de mucho tiempo atrás han alimentado el centralismo, vulnerando las autonomías locales. No es el nuestro, en materia fiscal y hacendaria, un ejemplo de justo federalismo y se requiere una reforma de fondo, imposible de cocinar completa en un corto plazo para lograr la equidad y obligada simetría con la solidaridad para que todo el país se desarrolle al mismo paso y se fortalezcan los motivos de una sólida Unión.

Pero esta no es ni la visión ni los propósitos de los “neofederalistas”. Sus velas hasta donde pueden hincharse tienen un aliento en proyectos de poder, de continuismo, de confrontación para propiciar el naufragio de la Cuatroté, y se observa en todos ellos, al menos, tres características: a falta de partido sólido opositor, jineteo de las instituciones; ausencia de autocrítica –sobretodo en los panistas– que tuvieron 12 años la Presidencia de la república y no hicieron una reforma necesaria; y la incongruencia, pues tratan a los municipios de sus estados como los trata a ellos el poder presidencial que crece día a día a expensas de los demás, incrementando un centralismo asfixiante.

Por encima de eso, lo que más se advierte es que no saben, unos y otros, emplear las herramientas constitucionales para dirimir sus diferendos, y en consecuencia recurren a la amenaza de partir al niño en dos, como dice la leyenda que le sucedió al Rey bíblico Salomón, que sí supo poner una solución eficaz, no simplemente lavarse las manos proponiendo una consulta.

¿Muchos Méxicos? Sí, y que continúe lo que los une, no lo que los separa.

Jaime García Chávez
Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.

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