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Francisco Ortiz Pinchetti

03/01/2020 - 12:02 am

Optimismo 2020

Tuve un querido amigo y colega, fallecido muy prematuramente, que poseía el don del optimismo. Guillermo Rivera Juárez, que así se llamaba, era capaz de convertir una calamidad personal o nacional en motivo para un buen chiste, un chascarrillo ingenioso o una enseñanza. Bromeaba con todo y asumía una actitud positiva frente a cualquier tipo de reto, incluidos los males que le aquejaban y que finalmente lo llevaron a la muerte. Siempre veía el lado bueno de las cosas. Era, en suma, un optimista irremediable.

López Obrador. Foto: Cuartoscuro.

Tuve un querido amigo y colega, fallecido muy prematuramente, que poseía el don del optimismo. Guillermo Rivera Juárez, que así se llamaba, era capaz de convertir una calamidad personal o nacional en motivo para un buen chiste, un chascarrillo ingenioso o una enseñanza. Bromeaba con todo y asumía una actitud positiva frente a cualquier tipo de reto, incluidos los males que le aquejaban y que finalmente lo llevaron a la muerte. Siempre veía el lado bueno de las cosas. Era, en suma, un optimista irremediable.

Evoco e invoco al gran Memo en este arranque del 2020, año crucial, justamente para armarme con su optimismo ante los desafíos del año que comienza y que francamente requieren temple del bueno para enfrentarlos. Mi amigo, que luego de ser mi alumno en la Ibero fue reportero, editor, conductor de radio, jefe de prensa, asesor de imagen y consultor sobre medios de comunicación tendría seguramente a estas alturas un discurso alentador, aderezado con su habitual humor sobre los desafíos que nuestro país enfrenta hoy en día.

No tengo ese talento, por supuesto. Me cuesta hacer de tripas corazón, como dice el dicho, ante las expectativas económicas, políticas y sociales que incluye la nada grata carta de presentación del último año de la segunda década del siglo 21.

Creo que es bueno distinguir entre los tres ejercicios a los que usualmente convoca el inicio de cada año. Hay expectativas, hay propósitos y hay deseos. En cuanto a las expectativas ante el 2020 resumo mi opinión en que simplemente están del carajo. De los propósitos personales usuales puede ser que adopte dos o tres, entre ellos ser más tolerante. Y en cuanto a los deseos, ahí hago acopio de optimismos para plantear mis mejores, sinceros anhelos.

A pesar de que no haya hasta ahora signo alguno en ese sentido, deseo que surja un rayito de esperanza a partir de la autocrítica, cuya ausencia ha sido absoluta en el primer año del nuevo gobierno. Ni siquiera en el mensaje de Año Nuevo del Presidente hubo el menor asomo a ese respecto. “Vamos bien, aunque podemos ir mejor” no es una frase precisamente autocrítica.

La verdad es que la violencia infrenable con sus más de 38 mil homicidios dolosos en el año, el estancamiento económico llevado a menos cero, la incertidumbre sobre las acciones de gobierno, los desplantes y las decisiones autoritarias y el atascamiento de los principales proyectos de infraestructura, decididos por capricho y sin sustento técnico y social, sin viabilidad económica, contradicen al tabasqueño. No puede sustentar en esa realidad su afirmación de que vamos bien. La neta: vamos muy mal.

Sin embargo, y he aquí mi aporte optimista, estoy seguro de que puede rectificar. Y de que lo va a hacer.

Creo que los encontronazos que ha sufrido durante el primer año pueden hacerlo reaccionar para corregir el rumbo y aceptar, sin esa soberbia que hasta ahora lo ha caracterizado, que las cosas no son como él las planteó y que es necesario enderezar el timón hacia derroteros más razonables, posibles, deseables.

Pienso también, deseo de veras, que cese la estigmatización a los “adversarios” como el mandatario llama a todos aquellos que no piensan como él y no asumen sus decisiones como dogma, incluidos por supuesto medios de comunicación e informadores de diversos ámbitos que han sido incluso insultados desde el púlpito presidencial de Palacio Nacional. Pienso que la reconciliación es posible, a partir de que se renuncie de veras a la descalificación, a la siembra del encono y al fomento de la división entre los mexicanos, catalogados hoy desde el poder como buenos y malos, amigos y enemigos, honestos y corruptos, “conservadores” y “liberales”.

Con el talante de Memo Rivera, espero y quiero sinceramente que la apertura a todas las voces, el diálogo sin trampas, el auténtico respeto (que nada tiene que ver por cierto con la frase-estribillo del “con todo respeto”) ocupen su lugar preponderante en la vida nacional y ello permita encontrar caminos más certeros y sobre todo compartidos para enfrentar nuestros problemas. Que independientemente de filiaciones políticas o ideológicas se escuche a los que saben de cada tema, a los expertos, para que su aportación se convierta en herramienta de mejores acciones de gobierno, bien planteadas, bien diseñadas y bien realizadas.

Que se estimulen la crítica y libertad de expresión y se deje de gobernar con base en “otros datos”, mentiras y afirmaciones engañosas. Que haya tolerancia y no sarcasmos. Que se acuse sólo con pruebas. Y que no se recurra más a consultas gansito para validar ocurrencias.

Por supuesto deseo que continúe y se profundice en la lucha contra la corrupción, histórico flagelo nacional, pero con un enfoque apegado estrictamente a la Ley, sin sospechas de venganzas ni manipulación de los recursos jurídicos para fines políticos, como ha ocurrido ya en varios casos durante el primer tramo de la administración actual. Que se deje de usar como recurso cotidiano el culpar de todos nuestros males a gobiernos o personajes del pasado y en cambio se ejerza acción penal contra los verdaderos responsables de abusos y desvíos, sean quienes sean.

Que lo anterior se aplique a funcionarios del gobierno actual, como es el caso de Manuel Bartlett Díaz, cuyo encubrimiento evidente contradice las afirmaciones de que la corrupción se acabó y las intenciones mismas del Presidente en ese tema: “Nosotros queremos moralizar la vida pública de México, estamos purificando la vida pública para que se tenga autoridad moral y autoridad política, y vamos a lograr la cuarta transformación de la vida pública de México”, dijo hace tres días en su mensaje de Año Nuevo desde Palenque.

Y que la plausible austeridad no sea pretexto para medidas arbitrarias que pongan en riesgo instituciones autónomas y programas esenciales dirigidos al bienestar de la población, en temas como la salud, la seguridad y la educación, sino que se haga efectiva en el uso racional y efectivo de los recursos del país.

Confío, en suma, en que vamos a ver cosas buenas muy pronto.

Ojalá tengamos el ánimo de entrarle a ese toro llamado 2020 no solo con optimismo, sino con alegría, con ganas y en buena onda; que no escatimemos disposición y esfuerzo para ser copartícipes de los logros que enuncien tiempos mejores para México. Y, como diría mi amigo Memo –un clásico suyo– que seamos solidarios y cerremos filas ¡para no evitar problemas! Válgame.

@fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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