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Antonio Salgado Borge

03/07/2020 - 12:05 am

FaceApp está de regreso (y viene por nuestros datos)

Formular y responder estas preguntas es claramente insuficiente si no existe una regulación adecuada y un deseo del público de explorar la naturaleza de las aplicaciones que utilizamos.

Capitalinos utilizan sus celulares en diferentes puntos de la ciudad durante la Emergencia Sanitaria por COVID-19.
“Una de las principales preocupaciones que despertó el auge de FaceApp en 2019 estuvo relacionada con el posible riesgo que esta aplicación representaba para la privacidad de sus usuarios”. Foto: Galo Cañas, Cuartoscuro

Aunque perdió prominencia y parecía condenada al olvido, en realidad FaceApp nunca se fue del todo. El año pasado está aplicación causó furor “envejeciendo” las caras de millones de personas que le autorizaron a usar fotografías de sus rostros. Ahora parece estar experimentando un segundo aire. Resulta que, aunque ya casi nadie quiere “conocer” cómo se vería envejecido, un buen número de personas desean mirarse representadas con otro género. Y justamente esta es la irresistible promesa hace FaceApp a quienes utilizan su filtro gender swipe.

El retorno de FaceApp nos muestra lo poco que hemos aprendido sobre la naturaleza y alcance de este tipo de aplicaciones. En este sentido, hay dos lecciones principales que vale la pena considerar. 

Primera Lección 

Una de las principales preocupaciones que despertó el auge de FaceApp en 2019 estuvo relacionada con el posible riesgo que esta aplicación representaba para la privacidad de sus usuarios. Este riesgo fue discutido y analizado a profundidad en distintos espacios -incluida esta columna-.[1]

Entre los temores principales, sobradamente discutidos entonces, figuraban el uso que esta app rusa podría dar a los datos de sus usuarias y usuarios -por ejemplo, venderlos o cederlos a otras empresa o gobiernos-, el almacenaje de todas las fotografías de las personas que la utilizaron en servidores y, sobre todo, las posibles combinaciones de los dos aspectos anteriores con el creciente uso de tecnologías de reconocimiento facial.

Las preocupaciones anteriores estaban bien fundadas. Las gelatinosas políticas de privacidad de FaceApp dejaban abierta la puerta a posibles abusos. El FBI incluso consideró a esta aplicación “una potencial amenaza de contrainteligencia”.[2]

Como consecuencia de lo anterior, FaceApp se vio obligada a hacer más claras sus condiciones de privacidad y a explicar, en términos generales, cómo usa los datos que recopila.[3] Sin embargo, aunque las explicaciones públicas constituyen algún progreso en este sentido, es claro que esta compañía todavía está muy lejos de garantizar privacidad a quienes la usan. Por ejemplo, de acuerdo con su CEO FaceApp no están vendiendo datos a terceros; pero los términos que aceptan los usuarios al emplearla dan prácticamente el derecho a esta empresa a utilizar sus datos cómo le venga en gana.[4]

Es fácil ver que, en la práctica, semejante “compromiso” es, en el mejor de los casos, un buen deseo, y, en el peor, mera retórica. ¿Qué garantiza que esta empresa no cambiará de opinión en el futuro? Además, bien podría ser el caso de que FaceApp termine en manos de accionistas distintos a los actuales. Por ende, su compromiso sirve de muy poco. Cuando no existe una regulación que controle ciertos escenarios, ninguna promesa es suficiente. O por ponerlo de otras formas, los juramentos de buena fe de FaceApp pueden ser uno más de sus filtros transformadores de caras.

Segunda Lección

La segunda lección que nos deja el regreso de FaceApp está relacionada con la reacción de sus usuarias y sus usuarios. En 2019 pocas personas se detuvieron las consecuencias que el uso de esta aplicación podría implicar para su privacidad. Una explicación posible para este fenómeno pasa por considerar que en aquel momento había poca conciencia de las políticas de privacidad de la app. Otra, no excluyente de la anterior, implica apelar a lo inédito que resulta pensar en términos del uso y mal uso de información relacionada con nuestros rostros.

Pero la inocencia y la novedad han comenzado a disiparse. Un año después, existen decenas de artículos en español en medios impresos y digitales, de distintos cortes y calidades, señalando los riesgos mencionados. El tema también ha surgido en discusiones dentro de Facebook y Twitter. Sin embargo, nada de esto ha impedido el regreso triunfal de la aplicación rusa que nos permite jugar con nuestros rostros.

¿Cómo explicar este fenómeno? En primer lugar, es claro que hay personas a las que no ha llegado esta información. Pero esta explicación es insuficiente, pues en ocasiones incluso quienes son conscientes de estos riesgos deciden ignorarlos. Desde luego, una posibilidad es que, en algunos casos, la intensidad del deseo de conocer como se vería uno con otro género -si cargar con estigmas o “culpas” por ello- esté superando toda consideración sobre la privacidad. Sin embargo, nuevamente estamos ante una explicación que parece insuficiente para dar cuenta de los hechos.

A las dos explicaciones anteriores hay que sumar una fundamental: la notable desidia o apatía que muestran muchas personas ante la posibilidad de que empresas o gobiernos usen o mal usen sus datos. Y es que es iluso pensar que una aplicación gratuita que tiene como principal input información de los rostros de quienes la usan no buscará, en algún punto, transformar esta información en beneficios económicos.

Pero para un buen número de personas es genuinamente irrelevante si datos de sus rostros son almacenados o comercializados. Y esta, me parece, es la segunda gran lección que nos deja el resurgimiento de FaceApp:  no sólo no estamos preparados para defender nuestra privacidad; estamos dispuestos a intercambiarla, de buenas a primeras, por cualquier juguete que se cruce en nuestro camino.

Punto de Partida

El regreso de FaceApp nos deja dos lecciones sobre la mesa. Las aplicaciones que comprometen nuestros datos encuentran actualmente pocas restricciones a su paso. FaceApp se puede salir con la suya con tan sólo “prometer” que actúa de buena fe y que sería incapaz de traficar con la información de sus usuarios. Además, buena parte de las usuarias y usuarios de estas aplicaciones o no conocen los riesgos que su uso implica o, de plano, estos peligros les tienen sin cuidado.

En este sentido, si realmente deseamos medir los riesgos que implican estas aplicaciones, haríamos bien en tener siempre presentes cinco preguntas cruciales planteadas por Geoffrey Fowler, analista de tecnología en The Washington Post: ¿Qué datos recopila la aplicación que estamos usando? ¿Cuánto tiempo retiene la empresa que opera la aplicación nuestros datos? ¿Qué hace esta empresa con nuestros datos? ¿Quién tiene acceso a nuestros datos una vez que éstos son almacenados? ¿Cómo puedo borrar mis datos una vez que éstos han sido almacenados?[5]

Formular y responder estas preguntas es claramente insuficiente si no existe una regulación adecuada y un deseo del público de explorar la naturaleza de las aplicaciones que utilizamos. Sin embargo, me parece que son un buen punto de partida para desenmascarar a aplicaciones que, como FaceApp, se llenan las manos con nuestros datos mientras intentan mejorar sus caras con el filtro de sus buenas intenciones.

Facebook: Antonio Salgado Borge

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[1] https://www.sinembargo.mx/18-01-2019/3523962

[2] https://www.forbes.com/sites/kateoflahertyuk/2019/12/03/fbi-faceapp-investigation-confirms-threat-from-apps-developed-in-russia/#33a0b4245bc1

[3] https://www.forbes.com/sites/kateoflahertyuk/2020/06/19/faceapp-privacy-what-you-need-to-know-about-the-viral-russian-app/

[4] https://www.washingtonpost.com/technology/2019/07/17/you-downloaded-faceapp-heres-what-youve-just-done-your-privacy/

[5] https://www.washingtonpost.com/technology/2019/07/17/you-downloaded-faceapp-heres-what-youve-just-done-your-privacy/

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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