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Javier Murillo

03/10/2018 - 12:05 am

La propaganda en la era digital

En la política, la percepción es realidad. De igual manera que en los tiempos de la Posverdad sólo es cierto el mensaje que logre posicionarse y no los hechos que lo sustenten.

Hoy, sabemos que Donald Trump ascendió a la Presidencia estadounidense gracias a un cúmulo de noticias falsas. Foto: Cuartoscuro

En la política, la percepción es realidad. De igual manera que en los tiempos de la Posverdad sólo es cierto el mensaje que logre posicionarse y no los hechos que lo sustenten.

En la era de los medios digitales, la verdad no es aquello que se pueda comprobar: es aquello que se logre fijar en la mente de los usuarios o followers. Poco a poco se ha perdido el rigor informativo que profesaban las instituciones tradicionales de comunicación, ante la masiva, caótica y vertiginosa difusión de la percepción digital individual.

¿Un indicador para sostener este argumento? La –imparable– avalancha de noticias falsas (fake news). El término se volvió popular tras la llegada de Donald Trump a la Oficina Oval. Hoy, sabemos que él ascendió a la Presidencia estadounidense gracias a un cúmulo de noticias falsas. Ahora es el momento de preguntarnos por qué es tan fácil engañar a la gente… la respuesta es: porque la mentira se acopla a sus prejuicios y creencias. Así que sólo los confirma. “Debe ser cierto porque ya lo he pensado antes, porque yo creo que es así”.

Luego, el esquema en el consumo de la información también lo facilita. Se da, básicamente, en tres pasos:

1. Primero se lee el título y a partir de éste se concibe toda la nota.
2. Luego la descripción o sumario
3. Se busca la fuente (de dónde salió la información).

Y listo. Ya con eso se hace una idea de la noticia, se da por sentado que es cierta y se comparte con todos los demás. Quien la reciba seguirá el mismo procedimiento: lávese, enjuáguese, repita. Inacabable.

Por su naturaleza, los usuarios asumen que cualquier contenido que se encuentra en su muro o línea de tiempo (timeline) es confiable porque alguno de sus contactos lo puso ahí. Muchas veces se trata, incluso, de contenido publicitario, pero adaptado tan orgánicamente que se confunde con el resto de la información y así es como ese mensaje pagado logra influir opiniones y preferencias.

¿Verdad, mentira? Depende del timeline desde donde lo esté viendo.

Fue así que comenzó una nueva fábrica de realidades virtuales que han cambiado, ya, el rumbo de naciones enteras. Pero antes de este mundo, hace unos cuantos años, esto no era así. Estábamos en el umbral de los medios sociales y frente a la generación del contenido digital.

Era Orgánica. En el principio, el contenido sólo estaba allí. Navegaba sobre las aguas de las redes sociales, en orden cronológico, y las personas lo tomaban conforme se presentaba y de quien venía. Pero pronto fueron expulsados del Paraíso.

Los fabricantes de redes sociales se concentraron en atraer a los medios tradicionales de comunicación, al otorgarles privilegios para que sus publicaciones tuvieran más alcance, lo que sólo puede lograrse aumentando la frecuencia de sus contenidos.

Este cambio de enfoque se realizó, en gran medida, para que esos medios tradicionales, líderes de opinión, tuvieran un mayor acceso a sus audiencias, que cada vez pasaban más tiempo en medios digitales que en los tradicionales. Más pronto que tarde, los abandonaron. Dejaron de consumirlos.

Era Inorgánica. Lo que se veía en redes sociales le gustaba mucho a tanta gente, que pronto se volvieron espacios virtuales abarrotados de personas. Los propietarios de esos medios decidieron que debían convertirse en minas de efectivo y optaron por el modelo de ingresos vía publicitaria para lograrlo.

Fue así como las plataformas comenzaron a configurarse para servir a los intereses de los anunciantes y de todos aquellos que pagaran por tener alcance e influencia en las mismas.
Hemos llegado a excesos como que se contraten influencers –personajes con miles de seguidores en sus redes– para que acudan a fiestas comerciales. A cambio de un pago de 250,000 pesos por día, ellos irán a la reunión y “armarán hilos” que publicarán en sus espacios digitales.

¿Parece demasiado? Eso ocurrió apenas hace unos días. También supimos de otro caso, en el que le pagaron con una pantalla de 80 pulgadas a un influencer, a cambio de que posteara en sus redes tres mensajes que ya recibió redactados. ¿Quién fue? ¡Todos! Aquí no se salva nadie.

Y mientras tanto, hay medios de periodismo de investigación haciendo crowdfunding para poder sostenerse. Los medios tradicionales están llegando tarde a la repartición de usuarios, pero sobretodo de recursos. Cada vez operan con menos capital humano y eso termina afectando la calidad del contenido. Están en una espiral negativa y destructiva.
Por el lado de las redes sociales sus algoritmos hiper-sesgados están diseñados para atraer usuarios, a cambio de favorecer sus propios intereses y al de sus inversionistas. Es increíble ver cómo los inversionistas de empresas como Facebook o Twitter tienen una doble moral: castigan a las plataformas porque reportan un trimestre malo de ventas de publicidad, pero cuando cuando las redes sociales hacen lo necesario para “llegar al número”, los condenan por su falta de ética al abusar del contenido publicitario.

Para que exista un sádico, tiene que existir un masoquista. Es un hecho que existe complicidad de los usuarios, que pasan más de la tercera parte de su día inmersos en su timeline: sólo para recibir contenido gratuito, que cuando no es espectacular, es inquisitorio o denigrante. Es una simbiosis muy particular la que está viviéndose en la era inorgánica de las redes sociales… y todos somos culpables.

La película Matrix (hermanas Wachowski, 1999) lo retrató así: las máquinas de inteligencia artificial se alimentaban de la energía de los humanos. Somos las pilas mentales de las redes sociales y al igual que en la visionaria película, parece que nuestra salvación sólo podrá venir de un evento catastrófico.

Esto ha generado lo que llamo un ecosistema de algoritmos y usuarios, que nombro “espectro de contenido artificial”, que es la clasificación de contenidos a partir de la intención con la que fueron generados.

Hoy, cualquiera puede posicionar en la opinión pública cualquier cosa. Estamos a merced de la nueva propaganda digital y los únicos que podemos hacer algo para revertir esta tendencia somos los usuarios.

Javier Murillo Acuña
Fundador y Presidente del Consejo de Metrics
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Javier Murillo
Javier Murillo Acuña Fundador y Presidente de Metrics. Es un reconocido experto en tecnología aplicada en campos como ciencia de datos, inteligencia artificial y otras ramas del campo del comportamiento social digital humano.

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