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Alejandro Calvillo

03/12/2019 - 12:04 am

El azúcar y los “sustitutos de riesgos”

El tiempo demostró que los ácidos grasos trans, con alta presencia en la Margarina, resultan mucho más peligrosos que las grasas saturadas y ahora la Organización Mundial de la Salud promueve la prohibición de su prohibición.

“El gran golpe de la industria del azúcar es clave”. Foto: Victoria Valtierra, Cuartoscuro

Lo que está en juego con el etiquetado es la salud de los niños. Lo que la pone en juego son las estrategias de las grandes corporaciones que no pueden dejar de aumentar sus ganancias, que se niegan a invertir parte de estas ganancias en hacer productos más saludables y que si tienen que reducir algunos de sus ingredientes, los sustituyen con otros que representan un riesgo a la salud.

A fines de los 50s y principios de los 60s del siglo pasado la industria del azúcar dio el gran golpe que provocaría que el uso e ingesta del azúcar se disparara a través de su incorporación masiva y en altas cantidades en un sinnúmero de alimentos. El gran golpe de la industria del azúcar de mediados del siglo pasado se dio cuando se registró un aumento muy pronunciado de los infartos y las enfermedades cardiovasculares en los Estados Unidos, el propio Presidente Eisenhower había sufrido un ataque al corazón en septiembre de 1955.

Los estudios mostraban dos causas principales del aumento de las enfermedades cardiovasculares: el alto consumo de grasas saturadas y el aumento en el consumo de azúcar. Ahora se sabe, a través de documentos internos de la industria azucarera, que a través de su Fundación del Azúcar, desarrollaron toda una estrategia pagando a científicos de Harvard y cooptando a las autoridades gubernamentales de los Estados Unidos para poner toda la responsabilidad en las grasas saturadas y eximir al azúcar de su responsabilidad en estas enfermedades.

Durante decenios esta estrategia fue muy exitosa para la industria del azúcar, no sólo logró desviar las políticas de salud pública la atención sobre el daño del consumo de su producto, logró aumentar su consumo. Como los documentos internos de esta industria lo demuestran, sus directivos sabían que una reducción de las grasas saturadas provocaría un aumento del azúcar en los productos, un aumento de su consumo.

El gran golpe de la industria del azúcar es clave, no sólo para entender como las grandes corporaciones, los grandes poderes económicos, capturan y manipulan la ciencia y las políticas públicas a costa de la salud de la población, sino también para entender el fenómeno de las “sustituciones de riesgos”. Las políticas dirigidas a reducir el consumo de grasas saturadas provocó la aparición de nuevos productos tecnológicos dirigidos a sustituirlas. Fue así que entró al mercado la Margarina que sería promovida como un producto que cuidaba el corazón. Incluso, la Margarina, que podía encontrarse en los supermercados como sustituto de la mantequilla, llevaba los avales de asociaciones científicas, de asociaciones de cardiólogos. El tiempo demostró que los ácidos grasos trans, con alta presencia en la Margarina, resultan mucho más peligrosos que las grasas saturadas y ahora la Organización Mundial de la Salud promueve la prohibición de su prohibición.

En los ochenta vendría también otra “sustitución de riesgo” aún no bien evaluado. Con la gran demanda de azúcar de caña y el gran negocio que esto representaba, surgió un nuevo producto tecnológico para entrar en competencia con el azúcar de caña: el Jarabe de Maíz de Alta Fructuosa (JMAF). Los precios más bajos del JMAF han provocado que la industria de alimentos y bebidas sustituya el azúcar de caña con JMAF. Al igual que con la Margarina, el JMAF ha entrado al mercado con la información que asegura que es similar al azúcar de caña en sus propiedades y riesgos. Sin embargo, diversos estudios señalan que sus daños son mayores a los del azúcar de caña. En el caso de México, según un documento de presidencia, la industria de bebidas en nuestro país ya ha sustituido el azúcar de caña en sus bebidas en un 50 por ciento con JMAF. En el caso de los Estados Unidos, los consumidores tienen una mayor preferencia por los productos con azúcar de caña, evitando aquellos que contienen JMAF.

Con el aumento del consumo de azúcares (azúcar de caña o remolacha y JMAF) ligado a las epidemias globales de obesidad y diabetes, se han desarrollado diversas políticas dirigidas a disminuir este consumo: impuestos, sacar estas bebidas de las escuelas, regular su publicidad a niños, etc.

Como parte de estas políticas para reducir el consumo de azúcar en bebidas azucaradas, alimentos ultraprocesados, así como la propia azúcar de mesa, se han desarrollado diversos productos tecnológicos: los edulcorantes no calóricos o de bajas calorías. Estos son, sin duda, otros “sustitutos de riesgos”. El dilema para las grandes corporaciones fue cómo bajar el azúcar sin perder el carácter adictivo que el dulzor de este ingrediente les brinda a sus productos, ¿cómo hacerlo de manera que no bajaran las ventas?

A partir de diversas circunstancias, muchas veces por error, otras al buscar un producto con otro fin, se descubrieron diversos productos químicos con un gran potencial endulzante sin contener calorías o tenerlas en muy baja cantidad. Estos productos se encuentran, por ejemplo, en más del 60 por ciento de las bebidas que se comercializan a niños. Algunos fueron autorizados y después prohibidos, como la sacarina; otros están permitidos en algunos países y prohibidos en otros, como el ciclamato de sodio. Sobre los riesgos de todos estos edulcorantes existe una gran discusión.

Como los productos ultraprocesados dirigidos a los niños son los que suelen contener mayores cantidades de azúcar, ahora comienzan a sustituir esa azúcar con estos edulcorantes no calóricos o bajos en calorías. La industria argumenta que son seguros y que cuentan con avales internacionales y nacionales. Lo anterior no es garantía, ha sucedido con muchos ingredientes para alimentos y sucedió con la propia Margarina, se introdujeron asegurando si inocuidad y después se descubrió que representaban un daño mayor. Y es común, que la propia industria que negaba sus riesgos supiera que estos existían, un hecho bien documentado.

Hay una lista larga de estudios que muestran riesgos con estos edulcorantes, no se trata de riesgos tóxicos, se trata más bien de daños metabólicos y en ganancia de peso. Y estamos hablando de ingredientes que se están incorporando, de manera masiva, en la dieta de los niños.

En un metanálisis que revisó estudios que evaluaron el riesgo de los edulcorantes no calóricos que fueron patrocinados por la industria y los comparo con aquellos estudios que se realizaron con recursos independientes de los intereses comerciales,  se encontró que el 75 por ciento de los estudios que recibieron fondos de la industria fueron favorables a estos edulcorantes y 22 de los 23 estudios independientes encontró riesgos con estos endulzantes.

Por estás razones, la Organización Panamericana de la Salud, UNICEF, FAO, la American Academy of Pediatrics, la Association of United Kingdom Dietitians, la American Heart Associaton, el Instituto Nacional de Salud Pública de México y otros organismos e instituciones recomiendan que los niños no consuman productos con edulcorantes no calóricos o bajos en calorías.

Las primeras observaciones que se hicieron sobre estos endulzantes es que generan el hábito a alimentos y bebidas extremadamente dulces, hábito que tiende a convertirse en adicción de por vida y que es una causa importante de las epidemias de obesidad y diabetes. Una segunda observación se refiere a que la sustitución de azúcares por edulcorantes de este tipo no tiene impacto en reducción de peso. Otros estudios clínicos y epidemiológicos señalan que su consumo afecta la microbiota intestinal, se relaciona con el síndrome metabólico, disminuye la saciedad,  se vincula con accidentes cerebrovascular, e, incluso, contribuye al aumento de peso.

El proyecto del nuevo etiquetado de advertencia establece, primero, que en la lista de ingredientes se informe si los azucares añadidos son azúcar de caña o jarabe de maíz de alta fructuosa para que el consumidor tenga la información para poder decidir. Esto llevaría al consumidor a inclinarse por los productos con azúcar de caña, cómo ocurre en los Estados Unidos.

El proyecto también establece una advertencia para los productos con edulcorantes con bajas o nulas calorías que dice: “Contiene Edulcorantes. Evitar en Niños”.

El reto es bajar no sólo el consumo de azúcares, es bajar el dulzor en el gusto de los niños. Es mucho mejor el consumo de un poco de azúcar de caña que consumir jarabe de maíz de alta fructuosa y productos con edulcorantes no calóricos. Con ello cuidamos nuestra salud y a la industria azucarera de nuestro país.

Se argumentó que el impuesto a las bebidas azucaradas y, ahora, el etiquetado frontal afecta a la industria azucarera. Quien más la ha afectado son las refresqueras y las empresas de la comida ultraprocesada que han sustituido el azúcar de caña por el jarabe de maíz de alta fructuosa y por los edulcorantes no calóricos.

Poco azúcar y nada de JMAF o edulcorantes no calóricos.

Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.

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