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Jorge Alberto Gudiño Hernández

04/01/2020 - 12:05 am

Apuntes literarios I

Es complicado definir qué es lo que convierte a una persona en escritor profesional.

A diferencia del canto, para no ir muy lejos, gran parte de nuestra educación se centró en la escritura. Foto: Fernando Carranza, Cuartoscuro

He escuchado la frase en dos o tres diferentes conversaciones y no tengo a quién atribuírsela. Asegura que hablar inglés es como cantar: todos lo hacemos pero pocos lo hacen bien. Si bien la comparación es imperfecta (existen millones de angloparlantes que tienen al inglés como lengua materna mientras que con el canto no se puede partir de una base similar), podría hacerse extensiva a la escritura. Con la diferencia, quizá, de que esos procesos de aprendizaje de la lectura y la escritura son, sin duda, con los que más nos machacaron durante la escuela básica, la media superior y la superior. Piénsese, si no, en los incontables cuadernos llenos ora de planas con las mismas letras, ora de resúmenes en torno a temas tan disímiles como la célula y los tipos de rocas. También debemos contar los cientos de cuartillas impresas que entregamos a diferentes profesores a lo largo de nuestra vida académica. A diferencia del canto, para no ir muy lejos, gran parte de nuestra educación se centró en la escritura.

E, incluso así, escribimos mal.

Es complicado definir qué es lo que convierte a una persona en escritor profesional. A diferencia de otros oficios, en éste bien podría no ser el factor económico el que pese a la hora de las definiciones. Sobre todo, porque en la inmensa mayoría de los casos, los escritores no suelen ser personas que ganan muy bien (de ello hablaré en otro texto). Tampoco puede ser un asunto de caracteres acumulados. Existen personas que, a fuerza de correos electrónicos y mensajes instantáneos, bien podrían tener días con más letras en su haber. Entonces debe ser algo mucho más sutil e inasible, como la dedicación al oficio, un compromiso con el lenguaje, cierta predisposición anímica o una forma de ver al mundo. Éstas (y otras razones) son tan susceptibles de entrar a discusión que sigue quedando lejos la idea del escritor profesional. Y, sin embargo, lo reconocemos cuando tomamos sus libros en las manos.

Ahí es a donde quiero llegar, aunque el asunto de las definiciones también dé para otras entregas. Tenemos un mercado de libros saturado. Hay una cantidad de novedades en las mesas de las librerías que resulta inabarcable para un lector cualquiera (incluso para uno profesional que, en este caso, es más sencillo de definir). La pregunta relevante se relaciona con la idea de que no todos estos libros fueron escritos por escritores profesionales. Basta echar la mirada hacia atrás y pensar en las últimas ediciones de la feria del fibro más importante de nuestro país (y, acaso, de la lengua), la FIL de Guadalajara. Han asistido premios Nobel, escritores consagrados y personas que han llevado a la palabra escrita a nuevos niveles… y las mayores aglomeraciones las han causado autores de libros de maquillaje, de experiencias viajeras o influencers que han decidido publicar sus libros. Es un fenómeno que se repite en las librerías. Basta con hacer un breve recorrido para toparse con enormes pilas de libros escritas por escritores no profesionales.

La pertinencia de estos textos se valida a sí misma. De nuevo, todos sabemos escribir. Es algo que hemos hecho desde que tenemos pocos años y no hemos dejado de hacer. Así que, ante la realidad de una fama obtenida por diversos medios, la idea de producir un libro no resulta nada despreciable. A fin de cuentas, es probable que se vendan muchos más ejemplares que los del premio Nobel y las regalías sean sustanciosas sin importar que el autor de marras lea pocos libros, redacte apenas regular y no le interesen las propuestas estéticas propias de la escritura literaria. Eso no es un factor relevante.

De esta forma podemos encontrar decenas de libros escritas por actores, deportistas, médicos, especialistas en ángeles, conductores de televisión, raperos y cualquier otro oficio. El problema no es que lo hagan, por supuesto, sino qué tan bien lo hacen. Bastaría con voltear la ecuación y, entonces, permitir a un escritor hacer un monólogo teatral, conducir el noticiero vespertino, jugar la final de Roland Garros o hacer una cirugía complicada. La intención podría ser buena, incluso el entusiasmo. El resultado, sin embargo, sería cuando menos desastroso. Es lo que sucede cuando no se ha ejercitado el oficio o la profesión. Aunque, claro está, todos sabemos escribir o cantar y pocos operar o jugar tenis. Y hay desafinadas que toleramos más que otras.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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