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Tomás Calvillo Unna

04/03/2020 - 12:05 am

Neoautoritarismo vs Neoliberalismo: el laberinto de la historia política

Hoy en día esa infraestructura articuladora del capitalismo en expansión, se asienta en la presencia cada vez mayor de la inteligencia artificial en ciernes que domina la revolución tecnológica digital. El territorio físico es ya también cibernético, e incluso esta acepción, no logra nombrar del todo el fenómeno holístico de la irrupción de la virtualidad en la cotidianidad de la vida de millones de ciudadanos, como activos consumidores del instante y herederos de una tradición política que cruje en sus entrañas.

Dolorosos Reacomodos. Pintura de Tomás Calvillo Unna.

Estamos viviendo el fin de un ciclo histórico del sistema político mexicano, originado en la primera mitad del siglo XX, cuando se reconstruyó el estado nacional , el mismo que durante el Porfiriato se había introducido de lleno a la revolución industrial y diseminado por el territorio del país con sus máquinas de vapor, sus rieles y minas; una infraestructura que expresaba ya la huella del capitalismo

La cultura nacionalista que emergió a partir de la década de los veintes del siglo pasado, respondió a esa dinamita económica que alteró la vida del país e incorporó a los actores sociales: campesinos, clases medias y trabajadores, como actores visibles de una realidad que comenzó a ser verdaderamente nacional, al menos en sus propósitos por edificar una identidad desde el aparato del estado.

Hoy en día esa infraestructura articuladora del capitalismo en expansión, se asienta en la presencia cada vez mayor de la inteligencia artificial en ciernes que domina la revolución tecnológica digital. El territorio físico es ya también cibernético, e incluso esta acepción, no logra nombrar del todo el fenómeno holístico de la irrupción de la virtualidad en la cotidianidad de la vida de millones de ciudadanos, como activos consumidores del instante y herederos de una tradición política que cruje en sus entrañas.

Nuestro idioma, para nombrar esta realidad vertiginosa, requiere de otro diccionario. La política está inmersa en una dualidad: a veces balance y síntesis, a veces esquizofrenia pura: entre los parámetros de la tradición heredara y sus tiempos y contextos que continúan, y la precipitación y velocidad que altera todos los ámbitos de la vida privada y pública como resultado de la hegemonía de la hipertecnología (el uso indiscrimado y masivo de mediaciones tecnológicas para ejercer la mayor parte de nuestras tareas).

En estas tensiones y confrontaciones sobresalen el estatismo y la privatización (que en su última etapa se remonta a la década de los 80, de la llamada Reforma de Estado, acompañada de la Moral); la primera ofertó en el mercado un vasto inventario de empresas del estado; la segunda fracasó y no impidió la corrupción público-privada (el salinismo), misma que llegó a sus excesos prácticamente de ingobernabilidad en el periodo de Peña Nieto.

Dicho proceso no se puede deslindar del mapa mundi, tan antiguo como implícito en los poros de nuestro presente. Las fuerzas económicas y culturales no tienen fronteras, menos hoy en día con la multiplicación de los medios de producción de imaginarios y ediciones de la realidad, masificados e individualizados.

Esta atmósfera cargadísima produce más emotividad que razonamientos y todo ello impacta en la cruda política del día a día .

Se puede afirmar que el estado-nación está en mutación y México vive ésta de una manera dramática: el intento (necesario) de redefinir la operación del mismo estado se enfrenta a los fantasmas de su pasado histórico que suelen ser invocados con frecuencia sin lograr encarnar, aunque consiguen sacudir el territorio de confort de las élites del país que se habían apropiado del tiempo presente y del futuro de una manera unívoca.  Es decir, la imposición de una opción única de un capitalismo excedido de los pocos y sus megaproyectos que propagan empleo y generan inversión al menos por las próximas tres décadas al margen de lo que suceda ecológica y humanamente.

En estos pasajes de la historia, o en estos parámetros, se encuentra la 4T.

Por un lado retoma la presencia central del presidencialismo, más aún cuando se pretende prefigurar un nuevo régimen, a escasos años, de aquel otro presidencialismo cuyos resortes fueron los empresarios; condición que convirtió a la clase política del país en administradora de los intereses privados.

Los que conducen la 4T, no bajaron de las montañas para tomar el poder, aunque algunos de ellos tengan esas gestas como inspiración (hacer la revolución de forma pacífica de ahí la relatividad de los marcos jurídicos que condicionan su quehacer, de ahí su ambigua lealtad pre condicionada al régimen democrático). Representan estratos políticos cuya huella digital proviene de los regímenes autoritarios del nombrado nacionalismo mexicano, cuando aún no se dinamizaba la revolución tecnológica, informática, digital y demás; que explican lo que suele nombrarse como neoliberalismo, pero que en realidad este es una consecuencia de esas fuerzas científicas tecnológicas que redefinen el capital y su expansión y naturaleza.

Esto suele dejarse de lado y se ignora, porque el esquema ideológico, el diccionario político que está en uso, minimiza la naturaleza del territorio de la mente que tiene hoy en día otra condición donde se dan batallas que están íntimamente vinculadas (con esta fase del capitalismo para usar términos clásicos) al uso y desuso de los medios de producción ya masificados que constituyen la cultura dominante y su disrupción en conceptos estructurales como el del tiempo y espacio.

De ahí que el lenguaje político de la 4T sea uno de sus elementos más débiles y paradójicamente no así sus objetivos por impedir el avasallamiento de un modelo del capital que facilitó la simbiosis del crimen y la política. Esta simbiosis se convirtió en sistémica y comienza a carcomer a la 4T desde sus raíces, exhibiendo sus reflejos ideológicos lentos y anacrónicos, por decir lo menos. Existe una disonancia entre objetivos, discursos y modos operativos que obstaculizan internamente sus propósitos y la realización de los mismos.

La redefinición del estado nacional, requiere que la 4T replanteé su lectura y esquema político, que ya no son factibles para un estado desarticulado, empobrecido y filtrado por el crimen. Tendría que romper sus grilletes ideológicos, permeados de un autoritarismo heredado de ciertas corrientes marxistas y del nacionalismo mexicano, y generar alianzas con la diversidad ciudadana del país, fortaleciendo los atajos institucionales que perduran a través del federalismo, el municipio libre, las autonomías indígenas y las organizaciones civiles.

Impulsar así un presidencialismo que apunte en esa dirección podría ayudar a hacer verdaderamente democrático este proceso; liberándose del entrampamiento en que se encuentra, donde su sobrevivencia está condicionada por su alianza con el gran capital y su alineamiento con el Gobierno norteamericano, encabezado por la versión Trump, la más anti humanista, para usar una expresión cercana a muchos sin importar ya ideologías.

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