TIENES UN EMAIL | Antonio Calera – Grobet responde desde un Rambler destartalado

04/06/2016 - 12:05 am
Antonio Calera - Grobet: Corazón de gigante, espíritu renacentista. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
Antonio Calera – Grobet: Corazón de gigante, espíritu renacentista. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Rambler: una utopía al deshuesadero, la nueva novela del también poeta y chef, inaugura esta sección de Puntos y Comas. 10 preguntas que corren en la red de Internet con la fuerza de la curiosidad y la estima por una literatura vivencial y poderosa.

Ciudad de México, 4 de junio (SinEmbargo).- Después del Cataclismo, un hombre que lo ha perdido todo decide vivir en su Rambler, un auto estacionado en algún lugar incierto al sur de la Ciudad de México. La pérdida —material y existencial— es el motor que impulsa un escrutinio sistemático en torno al acto mismo de escribir.

Rambler (Mantarraya Ediciones) es la nueva novela de Antonio Calera-Grobet, quien inaugura la sección Tienes un email con una firme voluntad de comunicarse abierta y profundamente con los lectores.

  1. ¿Cuál es el lugar más raro donde te tocó vivir?

Viví en una azotea durante varios años. A principios de los noventa, construimos mis hermanos y yo una buhardilla arriba de la casa de mi madre en la que llegamos a tener un refrigerador, un asador, televisión, libreros, una tina de baño comprada en un mercado de pulgas. Recuerdo una “Venus de Milo” a la que pusimos brazos y guantes, que se fue pudriendo por sus baños de lluvia y sol. Pasé mi universidad en ese nido, desde donde podía ver las películas del autocinema, los aviones fluir en parvadas los domingos por la tarde. Luego viví un par de años en la que fuera la casa de mis abuelos. Una casa abandonada al destino a un costado de una de las avenidas más congestionadas del país. Cada vez que pasaba un tráiler la casa temblaba y junto con ella la colección de cientos de tarros de cerveza que me heredara mi abuelo, también escritor. En esa casa viví entre cuadros viejos y cinco conejos, que esperaban mi llegada al jardín interior, lleno de follaje reseco y que era partido a la mitad por una antigua cruz tallada en piedra que hacía las veces de confesionario medieval. En ese patio, de una luz ciertamente voluble, misteriosa, escribí mi primera novela. Los dos meses en el cuarto de lavado de un edificio de Astoria en Nueva York no cuentan porque los viví acompañado.

  1. Si tuvieras que vivir en un auto, ¿cuál sería y dónde lo estacionarías?

Lo he pensado varias veces. Creo que obligadamente sería en una camioneta Dart Guayin 1980 o en un Volkswagen Sedan 1985, de color rojo. Todo viene de mis adentros y está en posibilidades rizomáticas de analizarse psicológicamente. No lo puedo olvidar. En un modelo como el primero, mi familia entera sufrió un grave accidente cuando éramos niños, en el que un conductor ebrio fue a estrellar un camión de redilas contra nosotros. Mi padre perdió el conocimiento y quedó en el hospital durante un mes, con la pierna hecha pedazos. Conduciendo el segundo, mi padre moriría sobre la carretera que pasa por el costado de las pirámides de Teotihuacán, al caer el sol de la tarde, un ocho de junio de un año que bloquearé para siempre. Estos autos serían la mejor casa rodante para continuar mi vida. O una Combi vieja, acoplada como sala de estar, para dar rienda a una vida-escritura cortazariana como en Los autonautas de la Cosmopista. Entregarme al estilo del Westphalia me caería bien. Pararía en varios sitios. Y de no ser posible tal cosa tiraría el ancla frente al “Parque Hundido” al sur de la ciudad. De esa manera contaría con mi bosque particular y me encontraría a tiro de piedra de la Plaza México para olvidarme, domingo a domingo, entre amigos y vino,  de toda maldita responsabilidad.

Contaría con mi bosque particular y me encontraría a tiro de piedra de la Plaza México para olvidarme, domingo a domingo, entre amigos y vino, de toda maldita responsabilidad. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
Contaría con mi bosque particular y me encontraría a tiro de piedra de la Plaza México para olvidarme, domingo a domingo, entre amigos y vino, de toda maldita responsabilidad. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

 

  1. ¿Rambler es una utopía tuya: vivir alejado de todo y de todos?

No lo sé aún. La fuerza centrípeta que lleva al señor del auto a tomar tal decisión constituye un escenario límite: un terremoto que acaba con la vida de miles. La novela comienza así: “A la mañana siguiente del Cataclismo, un señor de nombre común estacionó su auto en una colonia para él desconocida. Desde esa fecha vive, come y duerme en su auto, del que sólo se aparta para ir al trabajo. Después de varios intentos por reacomodarlo, quizá en un albergue, la policía cedió a las peticiones de los vecinos de dejarlo en el lugar. Con ese acto, sin percatarse de ello ni el mismo señor del auto, evidenciaron que esa esquina ocupada por el antes extraño, era ya una parte ocupada de su propia vida.”

Así las cosas, lo consideraría en todo caso la cruza entre un accidente y una deriva. Sí, se trata de un sobreviviente arrojado de nuevo al mundo, que en el trance más traumático de su vida se montó a un auto y lo dirigió a un punto dado, lo aparcó y vivió ahí por siempre. Pero la cosa no paró ahí: los días siguientes, por lo menos al principio, acometió (no tanto como un asocial o un paria, sino un par más), un viaje singular y personalísimo hacia la realidad, hacia la otredad. ¿Cómo? No lo sé. Por eso lo escribí. Veo eso sí, con cierta claridad, que el “borrón y cuenta nueva” que tanto soñamos en nuestras vidas, no será nunca un lujo o una posibilidad pequeño burguesa sino una imposición del destino. Quiero decir con esto que tal cambio radical de las cosas en nuestra vida nunca lo decidiremos nosotros: nos acontecerá con toda su gravedad.

  1. ¿Rambler es un espejo donde nadie quiere mirarse?

Pude ser.  Definitivamente. Si como escribiera Octavio Paz en El Arco y la Lira el poema “es una careta que oculta el vacío”, lo que significa que la obra, el artificio cultural o artístico es lo que nos ayuda como humanos a figurar sobre la nada, creo en este libro como en otros: como una manija, una agarradera de sentido para pasar por la vida. Lo mismo que una pieza de Mozart, una película de Carax, una escultura de Chillida sobre el mar.

Ahora bien, dado que este  es un libro que surge de la desesperanza hacia la luz de la creación y quizá de vuelta a lo siniestro, considero que tal “manija de sentido” es un tren que viaja en sentido contrario: hacia la desintegración. Así las cosas de lúgubres, creo que los lectores que se alejen de este reflejo hacen bien, dado que es un libro oscuro sobre la extinción gradual de un ser humano y hasta, apocalípticamente, de una forma de ser, de una civilización. ¿Quién quisiera reflejarse en esos espejos?

  1. ¿Es una metáfora del rechazo?

Sí, claro. Pero no sólo una negación de los humanos a los seres de su misma especie (podríamos ser antropófagos sin ser caníbales naturales, es más, siendo ultra-vegetarianos sólo por el placer de devorarnos los unos a los otros), sino de un rechazo de nosotros mismos a eso que llamamos destino. Bien como miopía o de plano ceguera de la vida, o como una especie de devenir de un destino fatal como en el naturalismo o la tragedia griega, la novela plantea, pues, una vida a la que rodean otras, en donde todas, sin excepción, han crecido sobre una enorme y bella campiña, entre gruesos y sutiles, de rechazos.

  1. ¿La realidad es fuente de inspiración para ti?

Sí. En esa ecuación permanente que nos pregunta a los escritores si vivir o leer, debo decir que cada vez más escribo a partir de lo que veo, no de lo que leo. Y cómo no habría de ser así: la realidad de mi país parece ser cada vez una obra de arte levantada no a la manera existencialista de un Fassbinder, ni siquiera como el gran Buñuel la reconociera en su etapa mexicana, de gran engaño o puesta en escena, sino como lo hiciera un vil cronista alcohólico atacado por accesos de vulgaridad,  a manera de un Robert Rodríguez cualquiera. Oigo hasta acá su soundtrack: una audaz mezcla de ska y música grupera. Se trata de una realidad que, dado su carácter de suculento esperpento, llamará siempre a ser desarticulada, ser desmontada, deconstruida dirían los posmodernos, para convertirse en  literatura. Hay pues, un fárrago de libros que escribir.

  1. ¿Qué te dio el soliloquio como estilo que no te dio por ejemplo una narración más lineal?

El soliloquio fue una manera que encontré de tejer un dialogo sin la presión de la interpelación. El que habla solo en Rambler lo hace en verdad por todos o mínimo dos, pero no siente la obligación de responderle a nadie y mucho menos a prisa, las preguntas que genera la propia lectura. También debo decir que el salto de tiempos como en una máquina, el truene de una narración lineal, es decir irme de un espacio y tiempo a otro, significaron zancadas felices de un barón rampante: la ligereza. Estoy satisfecho porque a pesar de la textura pantanosa del tema, se trata de un libro ligero y por ello es veloz, una literatura menos barroca que la que acostumbro.

  1. ¿Es Rambler una especie de novela filosófica que podría ser un género en el que más cómodo te sientes?

Sí. La deriva y la protección mental a la que nos obliga esta vida (la exterior, la concreta quiero decir, la que vivimos en este momento el que me lee y yo mismo), puede pasar a las páginas tal cual la advertimos, siempre que sepamos pasarle un buen capotazo hacia el corral de las páginas. Ya de sí trae complejidad arracimada hasta el tuétano, ya de sí es maraña literaria. Y bueno, creo que este tipo de piezas a flor de neuronas, sacadas de la chistera de la neurosis o la paranoia pero confrontadas con nuestra añoranza interior, pueden tejer una buena cantidad de entregas. Ojalá así sea. Por lo pronto, he comenzado a escribir una novela que relata las tribulaciones de un autor al intentar escribir sobre un país llamado México. Por cierto, esta nueva pieza que estoy a punto de terminar, será la primera vez en que intente colocar, con la ayuda de un agente literario,  mi trabajo en una editorial.

  1. ¿Es una novela escrita con rabia, sin fe en el ser humano?

Esta pregunta me la vine haciendo a lo largo de la escritura del libro. Ya que mi referente era de lo más concentrado, ¿cómo habría que tratarlo? Pues no con el pecho sino con la muñeca. Al escribirlo recordaba insistentemente un pensamiento de Horacio Quiroga en su “Decálogo del perfecto cuentista”: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”. Ahora bien, debo decir que quería escribir este libro desde una sola trinchera: ganar la partida al lector. Que este no tirara el libro en ningún momento. Desde universitario, con Mario Bellatin como maestro de los talleres de escritura, aprendí a aplicar tandas de muletazos a lo que pudiéramos llamar la fosforescencia de los adjetivos, incluso dar la espalda a sustantivos demasiado pesados. Esta es una tentativa de no escritura: una escritura de insinuaciones, tangencial, que aspira a que sea el lector quien distinga el cuerpo oculto de las cosas, de la realidad.  Una escritura en la que el lector sea, más que un actualizador, un co-creador formal de la misma.  En resumen: somos refacciones de autos en este sistema fascista-capitalista, seremos sustituidos por un mecánico ciego, sí, pero no será el personaje de este libro el que cargue con eso. Ya bastante ha tenido con llevar su ingenua  utopía al deshuesadero. Lo cargaremos todos. Para ello, lo que menos podía hacer era escribir todo esto desde la vulgaridad de un sentimiento.

  1. ¿Cómo ubicas Rambler en el contexto de tu obra?

Le tengo una particular estima a esta novela que pronto figurará en los estantes. Es un libro que, a pesar de que comenzó a escribirse en mi cabeza hace más de veinte años, tomó forma apenas hace unos meses y luego de pocas versiones. Es la pieza que más rápidamente escribí y entregué a un editor. Luego de la escritura de algunos, este libro me da la sensación de que quizá me esté acercando a escribir algo digno de llamarse literatura. Quizá.

¿Quién es Antonio Calera-Grobet? Escritor, editor y promotor cultural. Ha sido colaborador de los más importantes diarios y revistas de circulación nacional. Como promotor cultural ha realizado proyectos editoriales, intervenciones en el espacio público o curadurías de arte para numerosas instituciones públicas y privadas. Fue fundador  2001, de Mantarraya Ediciones, sello desde el cual ha publicado más de sesenta libros de literatura y arte, principalmente obra de jóvenes escritores. Es autor de una decena de libros, entre los que destacan: Gula. De Sesos y Lengua (2010), Carajo (2012), Yendo (2014) y Rambler (2015). Desde 2005 es propietario de “Hostería La Bota-Cultubar”, un centro cultural-restaurante que genera y trafica ideas desde el Centro Histórico de la Ciudad de México. Dirige el experimento de comunicación “La Chula. Foro Móvil”, una fábrica de proyectos rodan-e para la creación colectiva y proliferación masiva de pensamiento a lo largo y ancho de la República Mexicana. Su lema: “Antes del fin de este mundo, escribiremos otro”.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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