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Óscar de la Borbolla

04/07/2016 - 12:02 am

La ignorancia eficaz o la cuántica

La actitud pragmática goza de enorme popularidad y no sólo porque es cómodo obtener un beneficio sin explicarse el porqué, sino debido a que la vida, con sus urgencias, no nos da tiempo para andar descifrando el fondo de las cosas.

El mundo existe afuera de nosotros, no la representación de éste en nuestra conciencia, no la realidad, sino que lo real está ahí. Foto: Óscar De la Borbolla
El mundo existe afuera de nosotros, no la representación de éste en nuestra conciencia, no la realidad, sino que lo real está ahí. Foto: Óscar De la Borbolla

La actitud pragmática goza de enorme popularidad y no sólo porque es cómodo obtener un beneficio sin explicarse el porqué, sino debido a que la vida, con sus urgencias, no nos da tiempo para andar descifrando el fondo de las cosas: es irrelevante entender cómo funcionan los aparatos electrónicos con los que tratamos a diario, nos basta con tocar un ícono para hacer una llamada telefónica o con teclear una contraseña para acceder a nuestros correos y, a veces, ni eso: con nuestra simple voz activamos la función que deseamos. Esta ignorancia eficaz es la misma del envejecido ejemplo de la electricidad: casi nadie la entiende, pero todos sabemos accionar el interruptor para encender un foco. Nuestra relación con las causas, con el intríngulis de cada asunto ha sido a lo largo de la historia prácticamente nula.

Sólo los científicos o los especialistas sabían y se preocupaban por entender lo suyo hasta lo más profundo. Al resto de las personas de todas las épocas, e incluso a los mismos científicos y los especialistas, cuando no es lo suyo, les ha bastado y basta con la eficacia y adoptan la generalizada actitud pragmática que dice: con que funcione, sirva y rinda beneficios, lo demás no importa.

Sin embargo, había una vocación de profundidad en la ciencia que justamente le daba su dignidad, su altura. La ciencia no se conformaba con que sus teorías fueran útiles, con que funcionaran en el mundo; era preciso explicar cómo y por qué, y bajo ese principio el más insignificante desajuste o la más leve oscuridad inspiraban una investigación que podía consumir, como buena pasión, la vida entera: innumerables geómetras así perdieron la suya, tratando de entender por qué en la geometría de Euclides el postulado de las paralelas no tenía rango de axioma. Y fue Lobachevski quien desatendiendo el consejo “No te pierdas en las paralelas” consiguió fundar una de las geometrías no euclidianas. Y como este ejemplo podrían quizá citarse miles.

Traigo a cuento todo esto, porque desde hace tiempo llama mi atención la Mecánica Cuántica y por más que leo no encuentro una fundamentación seria como la que hace ocho décadas se propusieron, sin terminar de conseguirla, físicos del tamaño de Einstein, Bohr y Schrödinger. Y ahí siguen -ocultos por el éxito pragmático de esta ciencia (el 30 por ciento de la economía del mundo depende de la tecnología que surge de ella)- unos enigmas que contravienen de la manera más violenta no sólo al ingenuo sentido común, sino a lo que ha sido la convicción de toda la historia humana: que el mundo existe afuera de nosotros, no la representación de éste en nuestra conciencia, no la realidad, sino que lo real está ahí. Y con la mecánica cuántica lo real, según se demuestra, depende de nuestra conciencia.

La idea, como filósofo, no me sorprende: estoy acostumbrado desde Protágoras a que el hombre sea la medida de todas las cosas, o con Berkeley a que el Ser sea lo percibido, o con Kant a que él nóumeno esté en principio vedado y sólo pueda tenerse relación con los fenómenos, incluso, no me desconcierta que sin el Dasein hedeggeriano del Ser no puede saberse nada. Pero que los físicos, con experimentos como el del espejo semitransparente con el que dividen un fotón, me digan que lo real es onda o corpúsculo según sea la estrategia de la observación, y que lo real aparece de una u otra forma a causa de la conciencia, me perturba, por decir lo menos.

He leído recientemente, El enigma cuántico de Bruce Rosenblum y Fred Kuttner, donde están planteados algunos de estos problemas y me he enterado de lo que se conoce como “la interpretación de Copenhague”: un acuerdo pragmático con el que buena parte de los físicos se desentienden del los asuntos de fondo y se dedican a aplicar los cálculos en áreas completamente rentables como la de los transistores, el láser o el ultrasonido, sin preocuparse de por qué lo real se comporta como se comporta. Y si bien en la vida práctica parece universal e inevitable el pragmatismo: encender el foco sin saber qué es la electricidad, me parece, en cambio, un escándalo que una buena parte de esta ciencia esté solo encendiendo focos.

Twitter: @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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