CUANDO LOS TIGRES DEL NARCO SE SOLTARON

04/09/2013 - 12:00 am

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Ciudad de México, 4 de septiembre (SinEmbargo).– La Dirección Federal de Seguridad proporcionaba al gobierno estadunidense el invaluable servicio de perseguir la disidencia comunista mexicana y, tal vez más importante que esto, seguir la pista de agentes cubanos y soviéticos. La Brigada Especial o Blanca –para establecer un antagonismo con la Brigada Roja de la guerrilla– existió como consecuencia de la Guerra Fría y el primer interés de Estados Unidos para que su patio trasero se mantuviera, al menos, blanco, pero nunca rojo.

Las señales de la connivencia entre narcotraficantes y policías o cada cual algo del otro en mayor o menor medida eran inocultables. Los propios agentes de la DEA desplegados en México y particularmente en Guadalajara, donde asesinaron a Enrique Camarena, uno de los suyos, mantenían el reclamo a sus jefes apostados en la Ciudad de México de desatender el problema de las complicidades a favor de la “relación especial” con México. La “relación especial” era el eufemismo por el que Washington miraba hacia otro lado si a cambio México se mantenía, en los hechos –el discurso pudiera ser lo izquierdista que se quisiera–, opuesto al avance comunista.

En la Casa Blanca parecían preguntarse: ¿Qué importa si esos muchachos de piel oscura, bigotes ralos y revólver pronto también rompen de vez en cuando la ley para ganarse algunos dólares?

Venido abajo el Bloque Socialista, son las drogas, sin duda, el primer argumento de intervención de América en Las Américas.

Rafael Chao López es uno de los más ilustres comandantes de la Federal de Seguridad, quienes, ante la extinción de guerrilleros qué cazar, fueron enviados tras los narcotraficantes y volvieron convertidos en ellos. Es una de las encarnaciones más potentes de la DFS.

Los narcos tienen cierta fijación por los animales salvajes, por las fieras. El Chino Chao adoraba a los tigres, tenía algunos como mascotas y también los tenía pintados por todos lados. El tigre fue el emblema de la Dirección Federal de Seguridad, la institución por la que el narcotráfico tomó al Estado.

 Cuando los tigres se soltaron

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Estandarte de la Dirección Federal de Seguridad. Imagen: Especial

Poco antes del mediodía del 15 de febrero de 1983, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, un avión de turbohélices aterrizó en el Aeropuerto Internacional Quetzalcóatl sin permiso de la torre de control.

El aparato estaba secuestrado por el iraní Hussein Sheikholya, quien lo desvió de su ruta original Killen-Dallas, Texas. El secuestrador quería ir a Monterrey, pero el combustible estaba por agotarse, así que aterrizó en Nuevo Laredo. En la torre de control ya había agentes del FBI, pero el iraní no quiso hablar con ellos ni con algún otro representante de ese país.

Exigió hablar con algún periodista mexicano para entregar sus demandas y explicar sus razones. Hábiles en la creación de identidades, los jefes de la Dirección Federal de Seguridad confeccionaron cinco credenciales falsas de prensa y acreditaron a cinco agentes suyos como reporteros.

Pero la argucia falló.

Una hora después de tocar tierra, el terrorista aceptó la liberación de las mujeres capturadas. La aeromoza Kathaleen Springen explicó que luchó contra el aeropirata para tratar de desarmarlo, pero no lo consiguió, ni con la ayuda de algunos pasajeros.

Hussein Sheikholya iba y venía por el pasillo del viejo aparato. Se restregaba la mano en la cabeza, volvía a la cabina, se asomaba hacia la pista. No había modo de salir por ahí. Todo punto alrededor suyo era un arma apuntando en su dirección.

El iraní entendió que el laberinto sólo tendría salida hacia Cuba, el país más antiestadunidense en la región. Reclamó un avión. Precisó que un jet. Un jet o todos morirían. Las autoridades mexicanas reflexionaron, pero los hombres del FBI en el sitio recordaron su máxima policíaca: con los terroristas no se negocia.

La respuesta de Hussein puso la situación en ruta de desastre: si a las cuatro de la tarde no tenía el avión de reemplazo y abastecido de gasolina a su disposición, mataría a los pasajeros restantes en el avión de hélices.

Minutos antes de la hora aparecieron el subdirector de la DFS, Alberto Estrella, y el comandante Rafael Chao López, coordinador de la zona noreste de la policía política.

Estrella llegó a bordo de un jet pintado de rojo llamado “El Tigre”, animal simbólico y emblema del servicio secreto mexicano que se pintaba en las oficinas de la corporación y que lucía en el fuselaje del mismo avión. Chao López, apodado El Chino por su ascendencia asiática, llegó por carretera, procedente de Monterrey.

“El Tigre” tomó posición a un costado de la plataforma, a 300 metros del avión plagiado.

A los pocos minutos aterrizó una avioneta particular repleta de agentes de la DFS enviados desde Reynosa. Ambas naves aterrizaron en sentido opuesto, pues, el avión comercial obstaculizaba la pista.

Estrella y un agente de migración llamado Wilfrido caminaron con los brazos encima de la cabeza hacia el avión asaltado.

El subdirector de la Federal de Seguridad se dirigió al iraní que se asomaba desde una de las ventanillas de la cabina de mando. Les apuntaba con una metralleta R-15. Wilfrido hizo las traducciones. El iraní insistió que se le entregara un jet. El jefe de la DFS ofreció consultar con sus superiores y regresar con la respuesta.

Los estadunidenses insistían en no aceptar el intercambio, pero los mexicanos recordaron que estaban debajo del Río Bravo y resolvieron la cesión de “El Tigre”.

–Libere a las personas, lo llevaremos a donde quiera.

El jet rojo fue reabastecido de combustible. Un agente sacó de su interior una ristra de metralletas y varias valijas.

Hussein ordenó que se colocara una maleta con explosivos en la ruta entre un aparato y el otro. Salieron los demás rehenes y los dos intermediarios seguidos por el iraní, que los encañonaba con la metralleta.

El avión rojo quedó frente a la cabina del avión de pasajeros, a 100 metros de distancia. El copiloto norteamericano que volaba la nave de hélices levantó la valija con los explosivos y la llevó al interior de “El Tigre”. Subieron Estrella, Wilfrido y Chao seguidos por el iraní.

El jet se elevó y ganó altura rápidamente. En circunstancias nunca explicadas, en el trayecto aéreo fue rendido el iraní y llevado a la capital del país, de donde salió en absoluto silencio.

Por el estilo fue la desaparición de cientos de disidentes durante los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo.

Los gringos estaban encantados con Chao López y con Alberto Estrella.

Un apunte sobre Estrella: el directivo federal estuvo involucrado en la muerte de José Luis Esqueda, el funcionario de la Secretaría de Gobernación que entregó una lista de narcopolíticos al periodista Manuel Buendía, asesinado en 1984.

***

El plagio muestra, entre otras cosas, la capacidad de los agentes de la DFS de negociar en una situación de secuestro y coloca a Rafael Chao López en la situación de hacerlo. En un memorándum de la DFS elaborado en 1980 se apuntó:

“Asunto: comportamiento ilícito del C. Comandante de la Policía Federal de Seguridad Rafael Chao López en la región norte de Tamaulipas

“El Juzgado Tercero de Distrito con residencia en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en el proceso penal 143/78 dictó orden de aprehensión en su contra por los delitos de plagio, allanamiento de morada, robo y secuestro. Estos delitos cometidos contra diversas personas residentes de Ciudad Miguel Alemán y otras. Dicha orden de aprehensión ha causado ejecutoria por haber sido confirmada por el Tribunal Colegiado del Cuarto Circuito.

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Así era: Chao no debía explicaciones a nadie, hasta la onda expansiva del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena.

El homicidio, decidido por Rafael Caro Quintero, el hombre para el que en realidad trabajaba Chao según la autoridad –el comandante aceptaría ser narcotraficante, pero nunca empleado del sinaloense– ocurrió mientras el capo operaba bajo la protección del director Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez.

Zorrilla Pérez suplió a Miguel Nazar Haro, quien se juega el título del policía más sanguinario en un país en que los derechos humanos han sido un tema más que dispensable para los gobiernos, especialmente los del priismo de los 60, 70 y 80, en que la prioridad de la policía política se centró en la persecución de guerrilleros comunistas.

Nazar Haro era un eficaz exterminador de comunistas y Chao era uno de sus hombres más duros. Amigos entrañables, se asociaron en el negocio de robo de autos a gran escala. Tal vez esto explique la disponibilidad de Gran Marquis que el comandante entregaba de parte de sus narcos protegidos a los funcionarios de la Ciudad de México implicados en la red.

Nazar, Rafael y otros agentes de la DFS, incluido un nieto de Marcelino García Barragán, a quien en el encargo de secretario de la Defensa Nacional tocó la masacre de Tlatelolco, cometieron el exceso de llevar la industria de hurto a Estados Unidos. Una corte en San Diego emitió una orden de captura contra Nazar.

No ocurrió nada más allá de la separación del cargo de Haro, suplido por Zorrilla: un ladrón de autos por un narcotraficante.

El Chino

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Miguel Nazar Haro. Imagen: Especial

Si se busca la perfecta síntesis entre un policía y un narcotraficante se debe buscar a Rafael Chao López, un hombre nacido en Mexicali donde nunca dejó de hacer negocios.

Inició su carrera como policía en algún momento al inicio de los 60. Logró enrolarse como radio operador de la hoy extinta Policía Federal de Caminos. Se acomodó en Los Mochis, Sinaloa, como comandante de la Policía Municipal y continuó como agente del Servicio Secreto en Mexicali, Baja California.

Obtuvo una plaza como agente de la Policía Judicial Federal y, empujado por la ambición y llevado por su astucia, Rafael Chao López obtuvo pronto su primera charola de comandante.

Causó alta en la Dirección Federal de Seguridad en 1978, cuando la oficina estaba a cargo de Javier García Paniagua, hijo del general Secretario de la Defensa nacional durante la masacre de Tlatelolco y padre del agente involucrado en el robo de autos antes mencionado.

La ruta de Chao López fue la misma que la seguida como judicial: primero agente, luego comandante. García Paniagua lo emplazó como jefe de plaza –el término para designar así a las ciudades es de cuño policiaco y luego de uso criminal– de Matamoros, ahí mismo donde Juan Nepomuceno Guerra vivía y gobernaba la organización que adquiriría rango de cártel y nombre Del Golfo.

El trabajo oficial de Chao era incautar las armas de rancheros reacios a la prohibición de portación, impuesta tras la matanza de 1968, y recolectar información política.

En el mismo año de 1978 Chao enfrentó otra acusación de extorsión y secuestro, en esa ocasión de un propietario de casas de cambio al que asesinaron. El comandante desapareció dos meses y reapareció en Reynosa, ahora residente en esa plaza, pero a la vez encargado de Matamoros. Es decir, extorsión, secuestro y asesinato le redituaron en un ascenso otorgado ahora por su amigo Nazar Haro.

Chao permaneció a cargo de esas dos zonas de ciudades fronterizas hasta que hubo un nuevo cambio de director de la DFS en 1982, cuando José Antonio Zorrilla Pérez fue designado como director.

Según Chao y esto lo declaró ante el Ministerio Público tres veces y lo ratificó dos más ante un juez, Zorrilla llegó con una agenda muy claramente establecida a favor de Rafael Caro Quintero. Zorrilla emplazó sus hombres, incluido Miguel Aldana Ibarra, jefe de la Interpol México y a quien Estados Unidos le imputaría, en 1985, cargos por el asesinato de Camarena. En tanto, Chao López fue ascendido como coordinador de zona con sede en Monterrey y autoridad sobre Matamoros, Reynosa, Miguel Alemán y Laredo, en Tamaulipas. En todas esas plazas fueron comisionados como comandantes personas de la confianza de Zorrilla Pérez y a quienes Rafael Chao coordinaba bajo la supervisión de Aldana Ibarra.

 

Habló Chao López:

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Con las experiencias anteriores en que las influencias no alcanzaron para rescatar de la cárcel agentes corruptos, Zorrilla Pérez estableció el sistema de renuncias en blanco para llenarlas con renuncia previa al surgimiento de un escándalo.

***

Chao refirió la aparición de tensiones entre él y Zorrilla derivadas del incremento del juego que el jefe de “los tigres” daba a Caro Quintero, quien era uno de esos hombres que podían fascinar o crear una inmediata irritación: fanfarrón, arrogante, magnético con las mujeres, gritón. El Chino se decía del último grupo.

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Chao refirió la aparición de tensiones entre él y Zorrilla derivadas del incremento del juego que el jefe de “los tigres” daba a Caro Quintero, quien era uno de esos hombres que podían fascinar o crear una inmediata irritación: fanfarrón, arrogante, magnético con las mujeres, gritón. El Chino se decía del último grupo.

“Conocí a Rafael Caro Quintero en Mazatlán, Sinaloa, más o menos por 1982 ó 1983. Yo estaba en el Hotel Holliday Inn con Miguel Ángel Vielma, agente en ese tiempo de la DFS en Zacatecas. Caro Quintero llegó a saludarlo. Y fue así como me lo presentaron. Pero Caro Quintero, luego, luego me quiso tutear y no me dejé. Hubo bronca y desde entonces nos caímos mal. Yo sabía que era gente de Miguel Ángel Félix Gallardo”.

Entre Caro, El Narco de Narcos, y Félix, El Padrino, existían diferencias además de la edad. Rafael vestía como un vaquero bañado en oro y Miguel Ángel lo hacía como Caracortada en la discoteca. El joven se movía entre las personas como si hubiera nacido propietario del mundo y el hombre maduro lo había conquistado. Uno compraba policías, el otro se asociaba con políticos. Caro era un marihuanero y Miguel Ángel manejaba el sector de la cocaína en la empresa.

El Chino se veía desplazado por los agentes federales colocados por Zorrilla Pérez en su zona de influencia, por donde pasaba la droga producida en El Búfalo sin que el tránsito estuviera regulado completamente por él.

La hierba se movía hacia Torreón y Tamaulipas bajo el cuidado de un comandante de apellido Garza, íntimo amigo de Zorrilla.

Rafael Caro Quintero arregló con el licenciado Zorrilla, a través de los comandantes regionales Rafael Aguilar Guajardo y Daniel Acuña Figueroa, este negocio en la cantidad de cinco millones de dólares. La situación molestó al comandante Chao López,  quien habría puesto su renuncia sobre la mesa de Zorrilla sin que se le aceptara por lo que, al ser formalmente jefe de la zona, se le relacionó con el sembradío de marihuana.

En este momento, siempre según Zorrilla, pausó su trabajo en la frontera este de México con Estados Unidos y regresó a Mexicali. Abrió un negocio llamado Distribuidora Marine, una importadora de electrónicos, licores y regalos —fayuca, pues — que internaba sin oposiciones de los agentes aduanales gracias a la credencial de espía que siempre conservó. También poseía el restaurante El Palacio del Mandarín.

Es posible que en esa ciudad de Baja California lo haya sorprendido el asesinato de Enrique Camarena y el piloto mexicano Alfredo Zavala, ambos responsables del descubrimiento y destrucción del rancho El Búfalo, el gigantesco sembradío de marihuana propiedad de Caro en Chihuahua.

Chao viajó a la Ciudad de México y siguió hacia Acapulco, donde supo de la detención de Caro Quintero. La mecha encendida ya estaba cerca de él. Los soplones le susurraban a cada paso que daba: “A ti también te tocó uno de los Grand Marquis que anduvo repartiendo Caro”.

Chao estaba reunido con Rafael Aguilar Guajardo, futuro cofundador del Cártel de Juárez y coordinador regional de la DFS en la porción de la frontera fuera de competencia de Rafael, es decir, de Piedras Negras a Tijuana.

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El acuerdo habría consistido en 5 millones de dólares más otro millón de dólares para Miguel Aldana cuando Caro iba en fuga hacia Costa Rica, donde se refugió tras el asesinato de Camarena.

Algo más que se le puede atribuir a Rafael Chao López en el narcopresente: coordinaba los embarques de marihuana de los productores michoacanos, a principios de los 80,meros rancheros cejijuntos que se convertirían en una célula del Cártel del Golfo. Un par de décadas después, el relevo generacional reclamó su independencia de los tamaulipecos y fundaron La Familia Michoacana de la que se escindieron Los Caballeros Templarios de Michoacán, grupo particularmente sanguinario.

Michoacán, el estado que hoy está en llamas y por el que se repite el discurso de la falibilidad del Estado mexicano, tuvo décadas atrás como jefe de la Seguridad Federal a Rafael Chao López.

Ese gallo no quería morir

Si se quiere saber qué sentimientos despertaba Rafael Chao López es suficiente con leer una carta que le escribió Leopoldo del Real Ibáñez, abogado de Juan García Ábrego.

Del Real Ibáñez se convirtió en un multimillonario a costa de la miseria ajena. Era despiadado y, a menudo, se le veía más como un simple narcotraficante que como el hombre de leyes que pretendía ser en restaurantes, hoteles, palenques y clubes nocturnos de toda ciudad comprendida entre Piedras Negras y la Sultana del Norte, el actual territorio Zeta.

Pocos empleados de su despacho, en Monterrey, contenían el odio cuando se les pedía hablar. Por lo que decían de él, más que el abogado del diablo, Leopoldo era el diablo mismo.

Pero hasta el diablo temía al Chino Chao.

El 29 de noviembre de 1983, Del Real escribió una carta al comandante de la Federal de Seguridad. De alguna manera, no queda clara cuál, el litigante temía que el policía lo considerara un traidor. La redacción es una súplica sin desperdicio para comprender cómo el narcotráfico era un poder subordinado del poder político y no subordinante de éste como es hoy.

El documento fue confiscado por los excompañeros de Chao López cuando la desgracia traída por el asesinato de Enrique Camarena le mordía los talones. Años después fue llevada en una caja con varios otros documentos de Rafael, El Chino, al Archivo General de la Nación, de donde SinEmbargo los obtuvo vía transparencia.

El texto está escrito a máquina con tipografía cursiva:

Sr. COMANDANTE RAFAEL CHAO LÓPEZ

PRESENTE

La que escribo es con el fin de presentarle mis respetos y de informarle que siempre he querido ser su amigo, desgraciadamente no lo he podido lograr.

Desde hace tiempo, he sentido admiración y respeto por su persona, pues mucho oí hablar de usted y de su hombría.

La primera vez que lo conocí, fue en el restaurant del Hotel La posada en McAllen, después de haberle insistido a mi amigo Jorge Canavati [actual vicepresidente de Logística Internacional del puerto seco de San Antonio, Texas], hicimos el viaje sólo para desayunar en el hotel y que me lo presentaran, dos días esperamos para que coincidiera con nosotros y finalmente fuimos presentados.

Después de eso lo busqué dos o tres veces con el fin de ponerme a sus órdenes y que me considerara su amigo, pues pocas son las personas que admiro y usted era una de ellas.

Otro día se ofreció que a mí por ser defensor de Marín Arrambide y Ricardo Rodríguez Salgado [agentes de la DFS acusados en Estados Unidos de pertenecer a una banda de robo de autos que operada por Chao López] se me notificara el interés que tenía la oficina del fiscal en San Diego, California, de encarcelar a Don Miguel Nazar [director de la DFS y uno de los policías más sanguinarios de México], persona muy querida por usted, según sé. Inmediatamente y a mi propio costo hice un viaje a San Diego para reunir toda la información del caso y hacérsela llegar a usted como lo hice, proporcionándole todo el expediente completo, además de un traductor que lo enterara; todo esto con el único fin de que alertara a su amigo y lograra una buena defensa.

Posterior cuando rentó la finca que hoy ocupa como oficina, fui informado por las familias vecinas, como representante de la mesa directiva de la colonia, de la peligrosidad que lo era ubicar en nuestra colonia su centro de operaciones, pues temían represalias de guerrilleros, etc., además de temer a los tigres que tiene de mascotas, en contra de las voluntades de los colonos, yo manifesté que usted debía quedarse por seguridad de nuestras familias y que yo lo conocía personalmente y les hablé de su buen juicio y de su respeto por las personas, por lo que aceptaron, agregando que yo sería conducto para hablar con usted si el hecho de que ustedes permanecían en la colonia se volvía problema.

Hace algunos meses sucedió el desagradable incidente de Laredo.

Cuando yo hablé con usted y me dijo que era mi amigo, me sentí gustoso y tranquilo, aun cuando esos hechos pues nunca he traficado con estupefacientes o psicotrópicos, pero yo estoy seguro de que usted me creyó y aunque usted le costó, me dejó en libertad sin causarme daño, razón por la que quedé demasiado agradecido con usted.

Ese día, salí orgulloso de su amistad, la que al in había conseguido después de tanto buscarla.

El día que nos sentamos juntos en los gallos, sólo me preocupé por atenderlo. Usted se acuerda de la persona que le molestaba a la que mis empleados sacaron del lugar; luego me presentó a su hijo, el que reconocimos bien y al igual que usted, les dije a los muchachos que siempre estuvieran pendientes de servirlos en donde los vieran, pues usted era mi amigo y aunque a la fecha no me necesita, créalo, que de corazón estamos para servirle siempre.

Es una vil mentira que a usted le informó Hugo Martínez, pues como ya se lo dije, lo único que siento por usted es admiración, respeto y agradecimiento.

Es una lástima que un hombre de su categoría, se crea de chismes tendientes a mi desprestigio, motivados a frenar mi coraje contra un periódico corrupto que mal informa a la opinión pública y usa sus páginas para desprestigiarme; escondiendo así la cobardía de quien escribe y disfraza de noticia lo que es un coraje de Hugo Martínez a su servidor.

Entienda, que si mi respeto por usted es mucho, el respeto por su familia es más.

Yo no tengo miedo a la muerte, esto ya se lo dije antes, lo que me preocupa es el concepto que usted tiene de mí, puesto que como ya lo digo, yo siempre he querido ser su amigo.

Tengo un niño recién nacido que llegó al mundo en las fechas que yo andaba en Laredo. Siempre quise decirle que sería un honor muy grande para mí  que usted fuera su padrino, pero ya ve, al contrario de todo me considera su enemigo.

Le pido una disculpa por salir armado a recibir los que venían según ellos en su nombre, pero yo recuerdo que a usted le gustan los actos de valentía y eso me animó.

Cuando estábamos en los gallos y juntos perdimos, pues le fuimos al “malo”, usted dijo “ese gallo no merecía morir”, se defendió como los buenos; además yo les dije que si usted me hablaba yo iba, pero con ellos no, inclusive le estuvimos hablando en esos momentos hasta Reynosa el licenciado Chavarría y yo, para que si usted decía que fuera, yo iba.

Lo que siempre he querido, es ser su amigo, no se deje engañar ni envenenar por personas con intereses mezquinos, yo no tengo motivo ni coraje para ser enemigo de una persona que admiro, respeto y le estoy agradecido.

Atentamente y en espera de que comprenda y me dé oportunidad de comprobar mi amistad.

LIC. LEPOLDO M. DEL REAL IBÁÑEZ

Los ruegos del abogado funcionaron y Chao López lo dejó vivir. Esto queda claro porque Leopoldo devino en uno de los principales abogados del Cártel del Golfo, mano jurídica de Juan García Ábrego.

El licenciado Del Real poseía la mala habilidad de dar a pensar a los dueños de su vida que los traicionaba y así ocurrió con García Ábrego durante los días en que los gobiernos de Estados Unidos y México se lanzaron, en 1996, contra el imperio de las drogas levantado durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, a quien le gusta decirse de Agualeguas, Nuevo León.

En enero de 1996, un hombre entró al restaurante en que Del Real comía con el jefe de la Policía Judicial de Nuevo León y, frente a éste, le disparó en la cabeza.

Secuestro Inc.

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Fernando Gutiérrez Barrios y el entonces Presidente Luis Echeverría. Foto: Especial

Un personaje cercano a uno de los hombres legendarios de la seguridad en México, Fernando Gutiérrez Barrios, afirma en entrevista con SinEmbargo que en México, básicamente, todas las organizaciones “químicamente puras” dedicadas al secuestro se originaron en los servicios de seguridad en México.

Este hombre que trabajó en la Dirección Federal de Seguridad, y quien pide mantener el anonimato, es ahora un investigador académico. Explica la relación entre los agentes de la Guerra Sucia y los plagiarios, en la que unos y otros tenían por fin la captura de una persona.

El método fue instrumentado por los primeros: la designación de un sujeto a capturar, el estudio de su rutina, sus relaciones personales, sus antecedentes laborales. Luego, la planeación del secuestro: el momento del sometimiento, el despliegue coordinado de los hombres participantes, el uso de un vehículo para el traslado del punto de la desaparición a una casa de seguridad. Luego la tortura para obtener el bien deseado y finalmente la liberación o desaparición de la víctima.

“La diferencia estriba en qué querían unos y otros. Los policías políticos querían información y los simples secuestradores quieren dinero, pero se valen de la tortura y la mutilación para presionar la negociación con la familia del secuestrado.

“En los 80, el escenario era de una subversión tendencialmente aniquilada, con reductos muy pequeños. La Federal de Seguridad empezó a participar cada vez más en tareas de combate a delincuencia organizada, particularmente al narcotráfico, pero no exclusivamente a ello. Esta gente realizó una gran cantidad de secuestros extorsivos porque tenían el know how.

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Por supuesto, también se internaron en el narcotráfico porque conocían su funcionamiento y operaban al amparo de una acreditación plenipotenciaria.

El levantón mismo es un secuestro, tiene su episodio de privación ilegal de la libertad y tiene la extorsión, en que se presiona a una persona para actuar de cierta forma y se le impone un cierto pago. Sin embargo, no es el secuestro convencional.

***

Existían básicamente dos grupos ligados a la inteligencia, contrapartes entre sí. Por un lado, Fernando Gutiérrez Barrios y, por la otra parte, Jorge Carrillo Olea, originalmente militar encargado de la Sección Segunda del Ejército y después subsecretario de Gobernación.

“El grupo de secuestradores surgió justamente con esos dos grandes protectores: Fernando Gutiérrez Barrios y Jorge Carrillo Olea. Hablamos de los 80 en su parte final. En esta lógica, lo que hacía mucha gente era contratar auxiliares, llamados madrinas. Tenían gente trabajando y no me refiero directamente a ellos, sino a comandantes cercanos, y todo lo demás. La delincuencia organizada descansa en última instancia en un margen de protección política, policíaca ciertamente, pero en ningún lugar los policías se manda solos, siempre existe un margen de protección política de funcionarios de alto nivel.

Los comandantes de estos grupos contrataban informalmente delincuentes como auxiliares sin percibir ningún sueldo, pero tenían carta abierta para obtener recursos de manera ilícita, casi siempre mediante la extorsión. Un mecanismo frecuente de chantaje era la detención de individuos a quienes se les llenaban los bolsillos del pantalón o la cajuela del auto con drogas y luego se les vendía su libertad.

***

Tamaulipas es un territorio pleno de estas prácticas en los 80 –30 años después, la ciudadanía viviría en peores condiciones de seguridad, pero en un momento ciertamente proveniente de aquél–.

“Quien cometía esto era el entonces coordinador de la Dirección Federal de Seguridad, Rafael Chao López”, continúa el exagente entrevistado.

Existen múltiples referencias de detenciones de personas a las que por delitos contra la salud, independientemente sí era válida o no la acusación, las llevaba a casas de seguridad y torturaba. Las obligaba a que le dieran dinero, a que vendieran ganado, que vendieran bienes para darle dinero. Chao coincidió en este negocio y en el de la protección a narcotraficantes, hasta el límite de ser uno, con otro grande la policía mexicana Guillermo González Calderoni, aunque éste proveniente de la Policía Judicial Federal.

González Calderoni mantenía su estructura policíaca comprometida con Juan Nepomuceno Guerra, cimentador del Cártel del Golfo desde la década de los 30 cuando contrabandeaba whisky a Texas, producto sustituido en los 70 con cocaína.

Hasta los años 80, la mayor parte de los narcotraficantes en la región noreste eran originarios del noroeste. La situación cambió cuando el encubrimiento institucional cobijó, en esa zona del país, de manera decidida a los tamaulipecos sobre los sinaloenses.

Cuando la Dirección Federal de Seguridad se disolvió, en 1985, por el caso Camarena, los grupos quedaron sueltos. Algunos se integraron como madrinas a la Policía Judicial Federal y otros no, simplemente se resolvieron a delinquir por su cuenta.

“La constante es la presencia casi sempiterna de comandantes de la policía o simples policías, muchas veces en funciones, como protectores o participantes directos en la comisión de los secuestros y del tráfico de las drogas, cuyo origen es similar en tiempo en su origen institucional”, apunta el especialista.

“Y no se manejaban solos. También podemos ver que su entrenamiento antisubversivo es en buena medida lo que los mete en la guerra irregular que enfrentan. En la lógica de la Guerra Fría se pudiera aplicar cualquier cuestión en función de prevenir la proliferación del comunismo: torturas, privaciones de la libertad. La idea era identificar y se les daba ciertas cuestiones de psicología para identificar los puntos vulnerables de la gente. Esto se puede transformar muy fácilmente en una cuestión extorsiva criminal.

“Es una constante que en la pretendida construcción de la seguridad del Estado mexicano el efecto siempre ha sido mucho más pernicioso. Esta gente de ahí provino. Si se analiza cuál fue el efecto de la Operación Cóndor en Sinaloa, entre 1977 y 1981, que pretendía erradicar el narcotráfico, lo único que hizo fue racionalizarlo, justamente, bajo la protección de la Dirección Federal de Seguridad y el Ejército”.

Uno de los personajes claves en la Operación Cóndor, quien fue coordinador de agentes del ministerio público federal, fue Carlos Aguilar Garza, luego enviado con la misma función de Sinaloa a Tijuana, donde estuvo poco tiempo, y después fue a Tamaulipas, donde se vinculó de manera decidida con Rafael Chao López.

“Ese tipo de personajes protegieron originalmente al contrabando, pero lo potenciaron y se convierten en el Cártel del Golfo”.

–¿A partir de qué año los miembros de la Dirección Federal de Seguridad comenzaron a secuestrar con fines extorsivos? –se le pregunta.

–No dudaría que lo hicieran en funciones, pero de manera más clara tras la amnistía que otorgó José López Portillo a la guerrilla, cuando se da por hecho que la subversión no es el problema más sustantivo.

–¿Desde el principio la DFS estuvo relacionada tanto con el narcotráfico como con el secuestro?

–Con el narcotráfico, el secuestro, el robo de vehículos, el tráfico de personas… Era una matriz criminal tremenda.

–¿Podía no saber la cúpula del gobierno mexicano la pérdida que sufría de porciones de sus instituciones?

–Los grupos que realmente se encumbraban no lo hacían solamente por su propia capacidad delictiva, y en buena medida, porque gozaban de protección institucional. En un Estado como el que teníamos en México, autoritario y fuertemente centralizado, con capacidad de control de todos los actores sociales, incluyendo la delincuencia, era prácticamente impensable que un grupo se pudiera desarrollar sin esta dependencia.

–¿Y ahora?

–Dado el contexto de impunidad y que ha sido una historia larga en los servicios de seguridad en México, que se aprecie, por ejemplo, que los grandes funcionarios en la seguridad están vinculados con cárteles u organizaciones de esta naturaleza, los grupos intermedios, los subordinados no cuentan ahora con ningún imperativo moral de ser honestos. Al contrario.

El exespía refiere la repetición de errores cometidos por el Estado mexicano. El más reciente y gravoso fue el envío, a fines de los 90, de militares elementos del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales a la frontera estadunidense para combatir al narcotráfico. Los militares tenían, al igual que los viejos policías de la Brigada Especial de la Federal de Seguridad, entrenamiento contrainsurgente impartido por el gobierno de Estados Unidos.

Pasó lo mismo: los militares se pasaron al lado que el Estado los había opuesto. Los Zetas representan un brinco evolutivo en la historia del narco. Hicieron del negocio de las drogas un simple departamento en una industria que secuestra, extorsiona, piratea, trafica personas…

“El recurso específico que manejan es la violencia. En una guerra como la que estamos viendo actualmente entre las organizaciones. Si fuera financiada únicamente por la propia droga llegaría el momento en que dejaría de ser negocio. Se guerrea para ganar, no para seguir guerreando. La lógica en que se sigue incorporando mucha gente a los sicariatos es bajo la premisa de que se les permite participar en otro tipo de actividades ilícitas por su cuenta”.

***

Al Chino no lo consignaron por decirse comprador de policías, enlace entre narcotraficantes y directivos de la Dirección Federal de Seguridad, jefe de una enorme banda de robo de autos, extorsionador ni asesino.

Luego del homicidio de Camarena, el gobierno de México fue tras él por presión del gobierno de Estados Unidos, cuyas cortes en California y Texas recordaron que, desde 1981 y antes, tenían asuntos pendientes con El Chino.

Tan es cierto que Estados Unidos volteaba hacia otro lado tratándose del comandante de la DFS, que el 30 de septiembre de 1982 la propia policía política emitió el reporte de la devolución de vehículos robados en Estados Unidos.

La entrega la hizo, en acto oficial celebrado en Reynosa, Chao López a Edward Sanders, jefe del departamento de Vehículos Robados de Texas. En el memorándum de la oficina mexicana se leen las palabras de Sanders:

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Pero mataron a Camarena. La persecución contra el perseguidor llegó hasta la casa de Chao de la calle Laja, en el Pedregal del DF, residencial de lujo en el que también tuvieron sus casas los exmiembros de la DFS y narcotraficantes José Zorrilla Pérez y El Azul Esparragoza, así como los expresidentes Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo.

Encontraron 10 pistolas escuadras y revólveres, una caja fuerte con dos pistolas de colección marca Colt y dos escuadras marca Beretta .9 mm. Las armas pertenecían a las diferentes oficinas de la DFS, ubicadas en las ciudades fronterizas por las que pasó. Se las quedó simplemente porque la agencia desapareció y ya no había a quien devolver el armamento. En total eran 35 armas. En Mexicali aseguraron negocios de contrabando.

Los gobiernos de Estados Unidos y México pronto se dijeron sorprendidos con la existencia de dos casas a nombre de Chao López en McAllen, Texas, con valor de un millón de dólares, valor incompatible con el modesto sueldo de un policía mexicano. Peor aún si se consideraba otra casa en San Diego y una más en Morelia, Michoacán.

Los agentes antinarcóticos consideraron que Chao López podría estar detrás de la matanza en San Fernando –el mismo pueblo de Tamaulipas en que los Zetas asesinaron a cientos de migrantes en 2010– de cinco policías judiciales, madrinas y soplones.

También hallaron que las pistas clandestinas de aterrizaje situadas en la Laguna Madre, Soto La Marina, Valle Hermoso, Reynosa, Laredo y otros municipios tamaulipecos conectaban a narcotraficantes simples y llanos con narcotraficantes formalmente empleados por la agencia mexicana de espionaje.

Y se encontraron con que su mansión de Matamoros, a nombre de su esposa y equipada con una gigantesca antena de radio, era a la vez la comandancia regional de la Federal de Seguridad y centro de acopio y distribución de marihuana y cocaína. Y descubrieron las conexiones de Chao López con los intermediarios de Hidalgo y McAllen y otras varias ciudades texanas.

***

Rafael Chao López fue defendido con éxito por el abogado Américo Delgado de la Peña, litigante a favor de todo el narcotráfico mexicano, desde algunos de los Arellano Félix hasta otros de los Beltrán Leyva, pasando por Juan García Ábrego.

En su libro Los narcoabogados (Debolsillo, 2007) el periodista Ricardo Ravelo anota la plegaria musitada por Américo en cada uno de los juicios que llevó para sacar de prisión a los hombres por cuyos negocios decenas de miles han muerto de la peor manera posible:

“Dios mío: Tú has puesto a estos hermanos bajo mi responsabilidad y cuidado. Tú bien sabes lo que puede la justicia, Tú eres la sabiduría y la vida.

“Auxíliame para que acierte en lo que debo hacer. En tus manos, Señor, pongo mis esfuerzos. Que el Espíritu Santo me ilumine en cada instante de mi vida.

“Dame Tú la luz para que ésta sea la que me guíe en todo momento.

“Haz que tu voz impregne la mía cuando alegue en un tribunal.

“Líbrame de todos los obstáculos para obtener la libertad de mis hermanos.

“Amén”.

Los oficios o los rezos de Américo Delgado tuvieron éxito, aunque no tanto con respecto a sí mismo. Fue asesinado en agosto de 2009 en su oficina de Toluca, en el Estado de México.

Chao López tuvo un fugaz tránsito por el Reclusorio Oriente y luego se esfumó. Dicen que lo mataron, dicen que está vivo y envejeciendo en su taller mecánico de Cuernavaca, Morelos.

Y es difícil pensar que Chao siguiera al Dios al que se encomendaba Américo. El Chino Chao adoraba los tigres. Los tenía en el patio de su casa que, a la vez, era el cubil de la Dirección Federal de Seguridad.

Cosa curiosa: décadas después, pero en las mismas ciudades del Tamaulipas ardiente, Heriberto Lazcano, El Verdugo, líder de Los Zetas y de cierta forma su descendiente, tenía el mismo encanto por los tigres, a los que alimentó con sus enemigos durante la conformación de la Nueva República de las Drogas. *

Fuentes

*Versión pública del expediente integrado por la Dirección Federal de Seguridad de Rafael Chao López; documento resguardado en el Archivo General de la Nación y obtenido vía Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública

*Declaración de Rafael Chao López contenida en el acta de la Policía Judicial de 3 de julio de 1989 y que se encuentra glosada a la averiguación previa 2767/D/89 que dio origen a la causa penal 137/89 del Juzgado Tercero de Distrito en materia penal en el DF

*Entrevista con un exagente de la DFS y del Centro de Investigación y Seguridad Nacional

*Revisión penal 382/90 realizada por el Segundo Tribunal Colegiado en Materia Penal del Primer Circuito respecto de las acusaciones de delitos contra la salud realizadas contra Rafael Chao López

Mañana: La bola se fue pa’ Juárez…

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