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Susan Crowley

04/09/2020 - 12:03 am

Carmen, se me perdió la cadenita

Qué curioso, Carmen había roto una “cadenita” que la ataba a sus creencias y prejuicios, bailó hasta muy avanzada la noche y festejó su nueva normalidad.

Qué curioso, Carmen había roto una “cadenita” que la ataba a sus creencias y prejuicios. Foto: Facebook.

Lo que más le dolió a Carmen el día del entierro de su amiga Bella fue descubrir lo lejos que se sentía de sus mejores amigas. Unidas desde pequeñas, nunca se imaginó la vida fuera de ese grupo. Repasó una a una las travesuras infantiles, las confesiones de quién les gustaba y los sueños de convertirse en quinceañeras, las lágrimas por los corazones rotos y las divertidas tardeadas sin permiso en el Vogue. Su vida fue un cuento de hadas. Hablar inglés, fundamental para no ser unas analfabetas, tener buenos modales y ser políticamente correctas. Unas pocas pinceladas de cultura, no demasiadas, no fuera a ser que pensar les arrugara la frente. El grupo de amigas pasó la universidad de noche; parecía que estudiaban la licenciatura MMC (Mientras Me Caso). Juntas, fueron eligiendo el perfil ideal del príncipe azul: guapo, simpático, reventadón pero no demasiado y eso sí, con mucha lana. La bolita de amigas se desplazaba unida y con sueños de amor que se integraban perfectamente a la banda de los juniors en edad de casarse. Cada boda fue más bonita que la otra. Tuvieron el buen gusto de elegir ciertos detalles que las diferenciaran. Pero bailar el popurrí de Timbiriche y las canciones de Luis Miguel fueron el común denominador en todas. Luego vinieron los hijos y las casas en Valle.

Aún no dejaban el sepelio de Bella cuando una nube gris de nostalgia la invadió. Una lista interminable de descalificativos a sí misma, todos los reproches posibles y la desesperanza de arreglar las cosas con sus amigas de toda la vida. ¿Por qué había llegado hasta este punto? ¿tenía caso perderlo todo por una discusión política?

Los siguientes días se hundió en una profunda depresión. No tenía ganas ni de bañarse. Ya no hagas osos mi reina, le dijo Ricky, su marido, solo a ti se te ocurre hablar bien del cacas. Solo traté de poner las cosas en su dimensión. Pues la regaste, quedaste como una comunista. ¿Tú estás de acuerdo con ellas?, preguntó Carmen. Ricky la miró inquisitivo ¿Y tú no? Lo que escuchó Ricky le trepanó el tímpano: ¡Yo estoy de acuerdo con AMLO! Su esposo la miró desencajado: Entiendo que la COVID-19 te haya puesto, digamos, alteradita, pero, Carmen, no mames. En esta casa está prohibido hablar bien de López, está llevando al país a la chingada. Carmen no pudo evitarlo, arremetió con fuerza: o está tratando de devolver a los pobres lo que les hemos quitado. Ricky tomó su celular y apuntó a Carmen: Ve al psiquiatra, te lo ordeno. Un portazo la petrificó. Su propia madre se puso del lado del yerno: Mira mijita, estás a punto de reventar la liga de la paciencia de tu marido con tus burradas, yo no te eduqué así.

El siguiente fin de semana Carmen mandó a toda la familia a la casa de Valle. Como siempre hizo las maletas de todos y retacó la camioneta de comida, subió al perro, mandó a las muchachas. Y se quedó sumida en la desesperación. Revisó varias veces el celular, ni una llamada de sus amigas. Pensó que ya había pasado el tiempo suficiente como para que el enojo se disipara. Marcó. ¿Hola? Carmen se emocionó, ¿cómo estas, Ana? La frialdad de Ana la paralizó: ¿qué onda, Carmela? Carmen respiró profundo, la voz le salió temblorosa: quería decirte que las extraño, ¿y si nos vemos y platicamos? Silencio. “Espero que ustedes me hayan perdonado”, casi se mordió la lengua humillada. Lo que nos hiciste es una ofensa terrible, ¡una chaira en nuestro grupo jamás! Carmen se apresuró: Ana hemos estado equivocadas, no es posible que seamos tan inconscientes, y queramos defender nuestro estatus sin asumir la responsabilidad social que tenemos. Ana interrumpió: como dice tu marido, estás deprimida. ¿Cómo no voy a estar deprimida?, el país se está viniendo abajo, el Presidente trata de ofrecer salidas para quienes menos tienen. A ti ni las happy peels te salvan ya, tú y el cacas viven en otro país, ¿un día nos lo prestan sale? Ana colgó. A Carmen le dolió el alma, pero también le dio mucho coraje. Un arrebato de indignación la sacudió.

Ma, ¿qué tienes?, mi pa dice que te estás volviendo loca, o sea. Le dijo Mich, su hija de 19 años. Ma ya estaba todo listo para mi graduación iba a estar incre y tú con tu súper pésima actitud lo estas arruinando todo Ma, o sea! Carmen suspiró, otra batalla que pelear: No creo que sea correcto que en esta situación se festeje, están prohibidas las reuniones de más de cincuenta, ¿Mich has escuchado la cantidad de muertos por la pandemia? Ay, sorry, má, yo soy joven y solo voy a vivir una vez. Carmen escuchó el reclamo como una epifanía; su hija tenía toda la razón, solo se vive una vez. ¡Gracias por decirme una verdad tan grande hija mía, ¡te amo! Mich pensó que su mamá estaba polipolar, ¿hello, má?

De un momento a otro la energía de Carmen cambió. Una vertiginosa sucesión de acontecimientos, todos nuevos sacudían lo que había sido su vida hasta hace unos días. Tomó dos o tres cosas de su armario, bendijo a su familia, le dejó su anillo de brillantes a Ricky con una nota: “Gracias por tantos años juntos y una hermosa vida”. Con el poco dinero que tenía ahorrado, rentó una habitación en la Condesa. No era gran cosa, pero sentir que no tenía que tomar en cuenta las opiniones de otras personas para existir, era un buen paso. El camellón de Ámsterdam era lo más parecido a un atajo hacia la libertad anhelada.

A partir de entonces Carmen se ocupó de buscar trabajo, nada fácil encontrarlo en medio de la pandemia. El poco tiempo que le quedaba libre lo dedicó a leer la prensa. Le interesó todo. Escuchó las mañaneras, se echó todos los resúmenes de noticias. Se suscribió al Reforma, a La Jornada, al Financiero, a Milenio. Sintió con tristeza que los medios estaban más envenenados en contra de la 4T que sus amigas. Averiguó todo sobre los periodistas chayoteros y esas cosas que antes le sonaban a lenguaje marciano. Se metió hasta el fondo en las indagaciones de la Estafa Maestra y del caso Odebrecht.

Le gustó la agilidad mental de Warketin y la inteligencia de su tocaya Aristegui y de Denise Merker en radio. Los artículos de Zepeda Patterson le parecieron equilibrados, un respiro analítico y profundo en medio de tanto odio. Carmen no quería defender lo indefendible, pero ambicionaba saber más y encontrar su verdad. Ni de un lado ni del otro, solo normar un criterio para poder argumentar sin decir sandeces o lo primero que le venía a la cabeza. Urgida de participar se volvió miembro de varias asociaciones, específicamente de apoyo a las mujeres. Dentro de ellas encontró nuevas amistades inteligentes, agudas y luchonas que no se quedan cruzadas de brazos ante la adversidad. Muchas de ellas a favor del cambio, no obstante, muy críticas con los errores de la 4T. Al mismo tiempo, extrañaba a su marido y a sus hijos, a sus amigas, a veces se sentía sola, triste.

Caminando por Polanco se encontró en pleno con los manifestantes de FRENAAA. Entre ellos, Ricky y Ana tomados de la mano. Carmen sintió náusea. ¿Seguía deprimida? No, no estaba deprimida, ¿quizá sorprendida?

Su madrina Esther era una viejita de casi 100 años. Cuando la fue a visitar se encontró con una sorpresa: ¿Así que tú votaste por López Obrador? Si, hijita, conmigo ese López ha sido muy bueno, desde que era Jefe de Gobierno de la ciudad. Me dio mi pensión y me habló con ternura, nadie lo había hecho en muchos años. Gracias a él hoy no me siento desamparada; aunque sea poquito, pero me llega cada mes para mis medicinas. ¡Qué alivio escuchar eso, madrina, a veces pienso que AMLO ha polarizado a la sociedad! Nos puso a pelear a todos. No, hijita, México siempre ha estado dividido entre ricos y pobres, desde que yo me acuerdo y desde mucho antes de que mis abuelos nacieran. Unos a otros se detestan. Unos nacieron para ser ricos y mandar y suponen que los otros, los de abajo, deben vivir para sostener sus privilegios. Yo fui de una clase media que se fue empobreciendo cada vez más y hoy está desapareciendo, ahora hay los muy ricos y los muy pobres.

Siento que las cosas están peor que antes, le dijo Carmen desanimada. La anciana trató de animarla: López tiene razón, el pueblo es bueno y yo, durante toda mi vida lo que he visto es a miles de personas trabajando por unos cuantos pesos, con la ilusión de algún día salir adelante, pero con una actitud de dignidad, de honradez, ese es el pueblo bueno del que AMLO habla. Es lógico que les pise los cayos a muchos.

A los pocos días Carmen se enteró que Ana se divorciaba, el escándalo trascendió a las redes sociales, resultó que ella y Ricky habían sido amantes desde hace años. Sus hijos la buscaron para refugiarse ante una realidad que dolía, ella les abrió las puertas de su casa y de su corazón; les pidió que no juzgaran a su padre y que aprovecharan esta mala experiencia para crecer. Para colmo un Whats de Ricky en el que se leía, “carajo Carmen, te extraño”. Esa noche Carmen sintió unas ganas enormes de celebrar. Se fue con sus nuevas mejores amigas a la plaza de la Ciudadela. Con su sana distancia la banda entonó “Carmen se me perdió la cadenita”. Qué curioso, Carmen había roto una “cadenita” que la ataba a sus creencias y prejuicios, bailó hasta muy avanzada la noche y festejó su nueva normalidad.

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@suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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