Sofá

La risa cambió de bando

Las standuperas mexicanas exploran otro humor: ironizan con la violencia de género

04/12/2021 - 12:05 am

Ella están siendo cada vez más visibles en la escena cómica, pero a costa de acosos y falta de espacios seguros. Estas son las propuestas de las standuperas Blanca Salces, Itzel Arcos y Adriana Chávez, alejadas del humor masculino que ha reinado. 

Ciudad de México, 4 de diciembre (SinEmbargo).– Las carcajadas de aquellas mujeres en el público antes fueron miedo. Y la presencia en el escenario de esas otras sigue siendo como una intrusión.

“El otro día iba caminando en la calle, así como caminamos las feministas, ‘la-lará-lará’, y vi a un hombre con unos pantalones pegaditos y la camisa medio abierta, ya saben, provocando. No, pero no le hice nada, yo tengo hermanos, papá, amigos y no me gustaría que les hicieran lo mismo”. 

La concurrencia que convocó Itzel Arcos entiende perfectamente el sarcasmo. La risa cambió de bando.  

La noche comenzó hace rato y han salido para reírse y hacer reír. Para hacer sátira de la clase política y poner un espejo de ironía frente al acoso sexual y las violaciones. Para hablar con humor de la maternidad, el amor romántico, ser lesbiana, ser trans, ser feminista y sus incongruencias o cualquier otro tema doméstico e íntimo y por ello, importante. Han salido a deshoras para expresar lo callado por mucho tiempo. 

¿Qué pasa cuando las mujeres en México hacen stand up

“Al principio lloraba. Llegaba a la casa después de dar shows y lloraba porque me sentía sola, era como pegar al aire. Cuando me decían ‘te toca show en Polanco’, yo pensaba: ‘uy, ya valió’, porque no les interesa escuchar a una marimacha, prieta, chaparra, gorda, enojada con la vida. No les interesa escucharte. Para mí era súper frustrante”, dice Andriana Chávez, la primera mujer en el stand up mexicano que habló de su identidad lésbica desde el escenario. 

Itzel, Itzeguanita Pitumayo, ha sido de las iniciadoras de otra corriente del género. Foto: Standup FeministaMx

“De las personas que se entrenaron conmigo, las mejores standuperas han sido las mujeres”, sostiene Blanca Salces, quien trajo a México la escuela gringa del stand up apegado a la protesta social y con bases teatrales. “Es un género de lucha, de denuncia, de toma de conciencia y las mujeres estamos en una lucha constante”. Una de sus mejores alumnas, dice, ha sido Itzel Arcos.

Itzel, Itzeguanita Pitumayo, ha sido de las iniciadoras de otra corriente del género. Desde hace cuatro años imparte un taller de stand up feminista, el primero de su tipo en el país. Otra pionera. Su propuesta es crear una pedagogía del humor, explica. “Hacer una rutina feminista no implica solamente hablar de feminismo o usar los términos feministas, sino cambiar las historias. Por ejemplo, yo no me voy a burlar de mi cuerpo, tampoco me interesa hacer chistes sobre estar soltera”.

EL STAND UP TAMBIÉN TIENE MADRE

El teatro de variedades del siglo XVIII en Inglaterra o del teatro popular parisino, que derivó en el vodevil en Estados Unidos en el siglo XX, son algunos de los antecedentes señalados del stand up. De esas puestas en escena surgieron los monólogos de comedia. Y su sentido político se lo dieron quizá principalmente las poblaciones discriminadas para hablar de su condición oprimida. 

En Estados Unidos, la legendaria Moms Mabley (1897-1975), actriz y comediante negra, hablaba en sus rutinas sobre el racismo y la pobreza desde los años 20. Fue una de las primeras y más importantes humoristas del Chitlin’ Circuit, el espacio reservado, o apartado, para el vodevil afroamericano. 

Mujer negra, pobre, humorista y sobreviviente de la violencia sexual, rompió varias fronteras impuestas: se presentó en el Carnegie Hall de Nueva York, fue parte del elenco estelar de programas de televisión y, un año antes de su muerte, protagonizó la película Amazing Grace.

También en aquel país, pero en los años 60, destacó Lenny Bruce, reconocido como una de las más importantes figuras del stand up político por abordar el abuso policial, la religión o el aborto, entre otros temas. Varias veces, las autoridades lo acusaron de obscenidad, hasta que en 1964 lograron que fuera condenado a cuatro meses de trabajo. Esa sentencia marcó una fuerte defensa social contra la censura y por la libertad de expresión.

En México, los orígenes se ubican en el teatro de carpa y, quizá, específicamente en Jesús Martínez, Palillo. Su carrera teatral se desarrolló desde los años 30 y hasta comienzos de la década de los 60. En sus puestas en escena unipersonales criticaba el régimen priista, por lo que fue varias veces detenido y censurado. 

Posteriormente en este país, sobre todo a partir de los años 80, hubo varios cómicos que hacían monólogos, “pero contaban chistes, o hacían lo que ahora podemos llamar slam”, recapitula Itzel Arcos. “El stand up llegó aquí como traducción de lo que se hace en Estados Unidos cuando lo trajo Blanca Salces. Ella generó el equivalente mexicano desde la escena teatral”.

Blanca Salces se formó en la escuela de la actriz Stella Adler, en Los Ángeles. “Ya conocía el stand up porque tuve acceso a HBO, el primer canal que transmitió los shows (en los años 80). Veía a George Carlin, por ejemplo, con quien me identifico ideológicamente, y conocí el género conforme se hacía popular en Estados Unidos. Pero nunca pensé en dedicarme a eso”. La materia de improvisación la condujo a ese camino. 

Jesús Martinez Palillo mirandose en un espejo. Foto: Casasola/Mediateca INAH.

Al terminar la escuela, Salces se presentó en Disneyland por una temporada. “Hacía un monólogo tipo stand up, bastante genérico, en realidad, que cualquiera podría interpretar”. En 2001, “se me acaba la visa de trabajo, se caen las torres gemelas, Estados Unidos declara la guerra a Afganistán y yo me pregunté qué chingados hacía ahí. Yo tengo mi país y al menos allá sí puedo luchar por las cosas con las que no estoy de acuerdo”. Así que volvió.

En 2005, con su pareja el actor Jorge Zárate, a quien le compartió la técnica que había aprendido, montó un show en el Café Quimia, en la colonia Condesa. En 2006 lo llevaron al Foro Shakespeare, uno de los primeros y pocos lugares que abrieron sus puertas al stand up en México. 

“A la gente le gustó, pero no tenía ningún chiste ser los únicos. La realidad se construye de una suma de percepciones”. Entonces, en 2008, comenzó a dar talleres en el centro de formación Cinefilias y en 2009 sus egresadas y egresados empezaron a dar funciones en el DramaLab también del Foro Shakespeare. Los shows continuaron por casi una década. 

“Dicen que el padre del stand up es Héctor Suárez Gomís, o Jorge Zárate o Felipe Nájera. Mucho padre, mucho padre, pero lo que no tiene el stand up es madre. Yo jamás he aparecido en las crónicas. Bah, no soy ni la primera ni la última, si supiéramos quién es Lotte Lenya, Bertolt Brecht no sería nadie”. 

STAND UP ES POSICIONARTE

“El stand up es una disciplina escénica literaria donde se expresan los puntos de vista del autor por el autor, a través del sentido del humor. Es adoptar una postura, su nombre lo dice: levantarse, definirse. Por eso se requiere tener algo que decir y expresarlo a través del sentido del humor”, explica Salces.

“Me inicié en esto porque tenía una necesidad urgente de vomitar algo, de decir algo, de ser escuchada y mirada”, cuenta Adriana Chávez. Estudió artes plásticas, pero la comedia ha sido el mejor vehículo que encontró para expresarse. Para ella, antes de pronunciar un discurso, su sola presencia en el escenario ya es un discurso.

“Yo subo diciendo que soy lesbiana. Con pararme ahí, chaparrita, manflora, morena, ya estoy diciendo un chingo de cosas. La gente escucha a una persona a la que antes nunca le hubieran dado la palabra. Ahí ya hay una postura política, una vulnerabilidad emocional, porque mi sola existencia les incomoda a muchos”. Hace unos 30 años, comiendo en un restaurante con su novia, intentaron sacarlas porque un cliente se quejó. 

Cada vez más standuperas lesbianas o no binarias están llegando a más escenarios en México. Karla León, la Kikis, es una de ellas. Aunque la disidencia sexual es uno de los temas que aborda, no es de los principales en su rutina, quizá lo fue en sus inicios, en 2010. Al igual que Adriana Chávez, para la Kikis antes era más importante ser referencia, desnormalizar la heterosexualidad. Ahora, hay que normalizar que son más que una identidad o expresión de género. 

Blanca Salces se formó en la escuela de la actriz Stella Adler, en Los Ángeles. Foto: Cortesía.

Adriana Chávez estudió en 2008 con la actriz y comediante feminista Ana Carolina radicada en Nueva York, durante una estancia que la humorista tuvo en México. Se inició en 2009 en el Café 22, un espacio del productor teatral y activista Jaime Morales. En ese lugar se presentaba Felipe Nájera. También Héctor Suárez Gomís, con su show de stand up comedy “El pelón en los tiempos del cólera”, el cual duró de 2008 a 2016.

“Me gusta haber vivido los comienzos, cuando íbamos a las pizzerías o a las cafeterías a ofrecer las presentaciones y teníamos que explicar qué es stand up. Luego, cuando bajábamos del escenario, los dueños nos sugerían que mejor contáramos chistes”, recuerda Adriana Chávez. 

El momento político y social actual ha permitido “que lo que dice un individuo sea importante. Por supuesto, también las redes sociales y el hecho de que ya no está el PRI y que Televisa dejó de tener tanta influencia”, opina. 

Pero fue la llegada del canal Comedy Central a México en 2014 lo que generó un boom del stand up en este país. Sin embargo, le restó fuerza a los discursos políticos y, aunque se graban con público, los shows son concebidos para la televisión y de esa manera se alejan de su esencia teatral. 

Además, “surgió mucha gente que no sabe lo que significa un adjetivo, un adverbio o una figura retórica. No saben hacer esos ejercicios, que es de donde sale la técnica”, lamenta Blanca Salces. 

Y lo peor: “el stand up se empezó a hacerse muy agresivo, misógino y comercial. Muchas seguimos tratando de mantenernos dentro de un humor ético y combativo”, pero nuevamente las mujeres y sus propuestas fueron dejadas a un lado. 

Adriana Chávez estudió en 2008 con la actriz y comediante feminista Ana Carolina radicada en Nueva York. Foto: Ray Contreras.

LA MUJER CÓMICA ES UNA MUJER LIBRE  

Antes de los últimos movimientos feministas, “las mujeres que hacían stand up, como Gloria Rodríguez, Blanca Salces o incluso Sofía Niño de Rivera, tenían de dos: o se adecuaban masculinizando su discurso y haciendo uso de los tópicos que ‘les tocaban’, o eran olvidadas”, reflexiona Itzel Arcos. 

El humor en las artes escénicas ha sido menospreciado. Si un actor o una actriz no contaba con las características físicas hegemónicas para protagonizar obras, películas o telenovelas, lo que les quedaba era la comicidad. Sin embargo, esto ha sido peor para las mujeres. 

Itzel Arcos dice que “el arquetipo del cómico es un vato que no está de acuerdo con la sociedad, no es guapo y es poco hábil para ciertas cosas, pero tiene personalidad. Es como una persona errada en el mundo, pero con genialidad”.

Con las mujeres es parecido, las cómicas no coinciden con el estándar colonial de belleza. “Pero es todavía más enfático o más cruel. Si es gorda, si es chaparra, lo que le queda es ser chistosita y hacer mofa de ser solterona. Confirmar su estado de derrota”. 

Ellas difícilmente podrán ser vistas como intelectuales, un grado al que se ha elevado a algunos cómicos. Tampoco tienen las mismas oportunidades para desarrollar y mostrar esa personalidad genial que es alabada a los hombres, al contrario, se enfrentan a varios obstáculos. Hay pocas referencias de mujeres cómicas y las que conocemos no han sido valoradas, apunta. 

Itzeguanita Pitumayo menciona a las humoristas Blanca Castrejón y Fanny Kaufman, La Vitola. Pero sus papeles en el cine mexicano siempre fueron secundarios, nunca protagonizaron películas como sí lo hicieron Cantinflas o Tin Tan. “La primera, aunque sea problemático, fue (María Elena Velasco) La India María, ella sólo se dedicaba a hacer comedia”. 

Así que a las primera standuperas en México les tocó tiempos difíciles. Todavía muchas siguen replicando discursos misóginos, de burla hacia ellas mismas “y también es un asunto generacional. Pero al final, sus luchas para abrir espacios han sido loables. A ellas les costó sangre. Valoro mucho que llegaron a un mundo triplemente más misógino, donde no había otra cosa. Ahora al menos hay un cuestionamiento, pero en ese momento ni eso”.

—¿Cómo sería el arquetipo de la mujer cómica una vez que muchas han tomado conciencia de la importancia de su presencia y otras han encontrado en el stand up un espacio de lucha feminista? 

—Me la imagino con libertad. Una mujer cómica es libre, es una sobreviviente, lo he visto en las buenas cómicas, por ejemplo, Hannah Gadsby es una sobreviviente. El humor es una manera de mostrarse al mundo y sobrevivir. La mujer cómica tiene una gran agudeza, al menos eso es lo que estamos formando. 

Si yo tuviera un deseo sería que pudiera alcanzar un estatus de seriedad, de la seriedad que el humor merece. Que deje de ser la defectuosa y que por eso tenga que ser chistosita. Que se reconozca su lugar, ser comedianta es importante y es muy difícil.

LA PERSONALIDAD Y LA VERDAD ESCÉNICA 

En sus inicios, “el stand up fue un parteaguas en la libertad de expresión en Estados Unidos. Al hacer reír, ayudó a avanzar la lucha por los derechos civiles y humanos porque se hablaba de cosas importantes”, señala Blanca Salces. Y luego pondera: “no es para aleccionar ni para dar conferencias. En mis rutinas, yo no les voy a decir la verdad. Les voy a dar mi humilde opinión, voy a compartir lo que pienso”. 

El género, continúa, es una herramienta de reflexión social. Pero tiene un doble filo y por ello hay que tener cuidado, advierte: al hacer humor de un problema social éste se puede banalizar, o la gente puede restarle peso y dejar de inconformarse o exigir un cambio. 

El stand up que hace Blanca Salces es claramente político. No es precisamente feminista, puntualiza. Los temas que aborda en sus rutinas son: justicia social, igualdad, denuncia de la corrupción y derechos de las mujeres. “Soy anticapitalista y antineoliberalista”, se define. 

“Para escribir un guion de stand up se requiere mucha investigación de fondo. Más que documentación académica, es buscar lo que se equipara a lo que quieres decir desde la parte vivencial, empírica y espiritual hasta la parte técnica de los nombres. Por eso es tan fácil detectar cuando alguien está plagiando, porque el origen de la creación es muy detectable”. 

Quizá no requiere el mismo nivel que la actuación, “pero es una disciplina escénica literaria. Si tienes la preparación actoral ya tienes la presencia escénica trabajada, ahora debes desarrollar tu personalidad”. Sin embargo, “a los actores nos asusta presentarnos como nosotros mismos”, sin la protección de un personaje evidentemente ficticio.

Su personalidad en el stand up, dice, es muy parecida a quien le gustaría ser y la que intenta ser la mayor parte del tiempo: “amable, receptiva y empática. Alguien que sospecha que no está sola en el mundo, que lo que piensa quizá es absurdo, pero le puede interesar a alguien más. No intento imponer mis puntos de vista”.

El stand up “es también una verdad escénica”, dice Adriana Chávez. “Aunque sea la vez 100 en la que repites la rutina, la sientes como la primera. A un actor le debe algo así en una obra de teatro, pero es distinto porque representan un personaje. Aquí eres tú, es tu vulnerabilidad”. 

La primera vez que subió a un escenario para decir que era lesbiana sintió claramente esa vulnerabilidad, pero también la fuerza de la verdad escénica. “A estas alturas, si una mujer dice ‘hola, soy lesbiana’ ya no pega igual. Hace 12 años era diferente, la banda se sacaba de onda”. 

En 2020 Adriana Chávez fue diagnosticada con diabetes y en este 2021 decidido llevar su vivencia al escenario. “Fue muy fuerte, de repente hacía una mención sobre eso y se me quebraba la voz”. 

Blanca Salces considera que quienes hacen stand up son “el filtro para tratar un tema. No es hablar sobre qué me ha pasado en la vida, porque eso dura muy poquito. Es un error típico de principiante en el que muchos se quedan instalados. No se viene al stand up a hablar de tus problemas. Se puede, pero cuando ya los tienes elaborados y es para expresar algo. La anécdota no se cuenta para decir cómo manejo las situaciones, sino porque quiero ilustrar el punto del que quiero hablar”.

Hace unas semanas, Adriana Chávez se topó en Netflix con el documental de la standupera estadounidense Tig Notaro y le voló la cabeza. “Hola, ¿cómo están? Yo tengo cáncer”, dijo la humorista al salir a escena apenas a unas horas de haber sido diagnosticada. El show fue épico, llevó al público de la risa a la empatía, al dolor y de nuevo a la risa. 

Tiempo después Tig Notaro fue más allá. “Empezó a hablar sobre la incomodidad, porque tiene una doble mastectomía, y un día en un show se quitó la camisa y terminó su rutina con el torso desnudo. ¡Qué manera de vulnerarte! O sea, eso se volvió un happening (manifestación artística)”, considera.

“¿Cómo estoy abordando yo mi enfermedad en el discurso del stand up? Desde mi miedo, desde la tristeza, la culpa, el juicio, porque así es como me siento y como me hace sentir la sociedad también”.

ALUMNAS Y MAESTRAS

“Yo venía del método de Blanca Salces, que se basa en el discurso político”, rememora Itzel Arcos. En ese momento también estaba entrando de lleno al activismo. “La primera rutina que hice fue feminista. No había entonces mujeres que hicieran una rutina desde la perspectiva que yo la hacía, politizándola directamente. Había mujeres feministas, pero no lo decían, no lo usaban en sus tópicos o lo hacían bastante escondido”.

La Mala Marquina es otra de las primeras standuperas feministas. “Pero veníamos de líneas diferentes, ella fue alumna de Gloria Rodríguez y más bien mezclaba un poco de lo que vivía y yo investigaba para generar un método”, explica Itzel. Por ejemplo, una de sus rutinas es sobre las princesas de Disney. “Las cuestiono y cambio las historias. Es meterse a las narrativas y modificarlas, dejar de hacer chistes donde las mujeres siempre pierden. Dejar de hacer chistes donde hay una pauta de fracaso”.

En el 2017 comenzó a dar talleres, “fue el primero de stand up feminista”. En ese año el Paro Internacional de Mujeres convocó a más de 50 países, entre ellos, México. El país llevaba más de una década en una supuesta guerra contra el narcotráfico, declarada por el presidente Felipe Calderón en 2006, y eso expandido y profundizó la violencia contra las mujeres. El alto número de feminicidios y desapariciones ya no sólo se reportaba en Ciudad Juárez, Chihuahua, sino en todo el territorio mexicano. 

Itzel arcos comenzó a dar talleres en 2017. Foto: Standup FeministaMx

En la Ciudad de México “vino una gran ola de inconformidad. El impulso del taller y la búsqueda de otras formas de lucha detonaron el stand up feminista”. Ahora hay otras standuperas que se asumen feministas y que están replicando lo aprendido con Itzel o con otras cómicas. Quizá esta sea otra característica de las mujeres en el stand up: están compartiendo lo que saben. 

“Pronto daré un taller, nunca lo he hecho. Será más bien como un laboratorio para tomar conciencia de lo que hacemos en el escenario”, dice Adriana Chávez. Prepararlo es un proceso creativo y de reflexión que por sí mismo ya vale la pena. 

En la elección de temas una amiga suya le dijo: “hacia donde te cueste trabajo ir, es a donde tienes que ir. Esa podría ser una pinche frase de poder mía y de muchas. ¿Cuántas hemos caminado hacia donde nos dicen que no vayamos? No digas que eres lesbiana porque te van a vetar, no estudies ballet porque te dirán que eres maricón”.

LA PEDAGOGÍA DEL HUMOR  

En los talleres de Itzel Arcos hay una búsqueda de la voz propia o de la recuperación de ésta. Su voz como mujeres, como autoras e intérpretes de sus creaciones y como transmisoras de su visión del mundo. Lo que para ella ha sido innato lo ha querido compartir. “Siempre he sido una persona muy cercana a mí y eso ha sido fundamental para sobrevivir a mi historia” de abusos. “He estado ahí para mí”. 

Desde niña, “tuve la fortuna, el privilegio, el don de estar cercana a mí y escuchar mi voz. Nos salvaguardamos a pesar de la tormenta”. Es parte de lo que quiere transmitir con su taller, pero también quiere que nos riamos de lo que antes nos asustaba y que rechacemos lo que antes nos causaba gracia, como el más simplón chiste misógino de la suegra o la esposa celosa y fodonga. “Sería como empezar una pedagogía del humor”.

No es poco ambicioso su proyecto. “Sigo pensando hacia dónde llevarlo, cómo nombrarlo. Justamente como es feminista, avanza con el movimiento y la coyuntura”. Pero la pandemia de covid-19 desaceleró la inercia lograda. “Siento que estamos en un momento de calma antes del huracán de un gran cambio”. 

Sin embargo, a su pedagogía del humor en ciernes se opone la pedagogía de la inmediatez que imponen las redes sociales. “Estamos en un momento en el que los procesos largos y profundos que puede brindar el arte lucha mucho con esto. Y no quiero que sea una actividad que se quede en el espectáculo, en el show, en el objeto, sino que vaya a otro nivel, que sea arte y al serlo, provoque a transmutar”.

EL MACHISMO, EL PINCHE METEORITO

El humor te desnuda en todo sentido. El chistorete que te avientas y de lo que te ríes habla muchísimo de ti, de tus prejuicios o tu deconstrucción, dice Itzel Arcos. Y el humor en el stand up está plagado de misoginia, “pero no sólo en los contenidos, sino también en quien produce los shows” y en los compañeros.

Las mujeres han ido ganando presencia en la escena del stand up mexicano con mucho trabajo y cuando comenzaron a ser visibles, algunos hombres se negaron a ceder los espacios que monopolizaban. 

“El stand up se masculinizó demasiado, aun cuando yo formé más standuperas y en realidad hay más mujeres haciendo esto”, dice Blanca Salces. “Empezaron a tomar casi todos los espacios y hasta para tomarlos lo hicieron desplegando esa forma agresiva de la masculinidad tradicional”. 

Un grupo llegó “al extremo de plantarse con un show que se llamaba ‘7 machos’, con el que legitimaban su derecho a machinear y volver a inundar la escena desde la perspectiva del macho”. El humor de muchos de los hombres famosos, y que más ganan, no es ético, subraya Salces. “Para ellos todavía rifa burlarse de las mujeres o de las personas con discapacidad, por ejemplo”. 

Y no es que deban ser políticamente correctos, “no hay problema con burlarse de Marcial Maciel, de Emilio Lozoya, de Genaro García Luna, porque ahí estás siendo irreverente. La irreverencia va para quien el sistema dicta que debe ser reverenciable porque detenta poder. No puedes serlo con los grupos que históricamente han sido oprimidos, porque ellos evidentemente no reciben reverencias”, explica. 

Las mujeres “somos quienes hemos hecho todas estas reflexiones y con base en ellas hemos creados otros discursos. Pero para la industria somos las chairas, las feministas, las rebeldes”, y por ello, han quedado excluidas de la mayoría de los espacios. O agredidas de muchas formas. “Me han llegado a mandar a gente del PRI a mis shows”, dice Blanca Salces.  

“En los talleres cuidé mucho que hubiera una formación responsable y que eso se reprodujera. Pero pudieron más los Ricardo O’Farrill y su familia, y las Sofia Niño de Rivera y los millones de su padre, que dirigió Banco Azteca y ahora preside la Asociación de Bancos de México (ABM). Pero esos nichos de la oligarquía no son eternos, querían ser famosos y lo lograron en un momento en el que los Chumel Torres rifaban”.

En 2017, la standupera Myr Ramírez denunció en sus redes sociales que el comediante Fredy El Regio la encerró en el baño del bar El Woko, poco antes le había enviado la foto de su pene sin el consentimiento de ella. “Mi error fue insistir”, dijo él después en una entrevista.

Poco después, 76 standuperas agrupadas en la colectiva Precaución Mujeres Sobreviviendo (PMS) apoyaron a su colega y señalaron que las agresiones sexuales contra las mujeres son comunes en el stand up mexicano, pero muchas no se atreven a denunciar. Ahora Myr Ramírez es una de las humoristas más conocidas y también está impartiendo talleres. 

Para muchas personas, las mujeres han sido como intrusas en el stand up y todo el ambiente alrededor: la noche no les pertenece, no deberían estar trabajando en los bares, no deberían tomar la palabra y triunfar. 

Y si para el stand up en general hay pocos lugares para las presentaciones, hay mucho menos para las standuperas en resistencia con discursos políticos. La falta de lugares seguros para las mujeres es otro problema. 

“El Woko es donde han ocurrido la mayoría de las agresiones. Ahí se hicieron los castings para Comedy Central”, es un lugar “acreditado”, al que algunas standuperas han decidido no regresar, señala Adriana Chávez. Pero quizá a los dueños del lugar no les interese mucho, pues su taquilla se agota con Franco Escamilla o Ricardo O’Farrill, quien fue exhibido en redes sociales por hacer un chiste sobre cómo se excitó por ver a un niño. 

“Sí, el humor te desnuda, pero desnuda más al público. Indigna más que vayan a ver a siete machos que hacen pura cochinada, que además es plagiada. Al que encuera más es el que se ríe”, opina Blanca Salces. “El stand up puede llegar a ser arte. Es una herramienta para liberar a marginados, no para empoderar a violentadores”.

“A mí no me interesa censurarlos”, dice Adriana Chávez. “Lo único que quisiera es que se abrieran otros espacios para nosotras. Ellos poco a poco se van a extinguir, como los dinosaurios, porque el mundo sigue cambiando y desde sus privilegios no se quieren dar cuenta. Pero eso será el pinche meteorito que los extinga”, vaticina. 

Ha pasado 15 años desde el primer show de stand up que dio Blanca Salces y más de 13 años de su primer taller. Itzel Arcos recibió rosas en el escenario hace unas semanas al cumplir cuatro años con su taller feminista y sigue replanteando en qué irá a parar. “He pensado en cambiarle el nombre, porque los términos importan y porque, además, yo que me nombro feminista decolonial, me da mucha risa que hago stand up”, dice. 

Adriana Chávez está preparando su primer taller-laboratorio. “Me gusta el momento”, suspira. “Sigo sintiéndome poco valorada, yo y muchas deberíamos estar ganando esos premios que les dan a ellos, teniendo esos reconocimientos y ganando esos millones. Pero la soledad que sentía, esa sensación de dar golpes al aire ya se me quitó”.

Blanca Juárez
Periodista egresada de la UNAM. Cubre temas políticos, laborales, sociales y culturales con perspectiva feminista.
en Sinembargo al Aire

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