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Alma Delia Murillo

05/11/2016 - 12:00 am

El caballo de mi reino

Los caballos se me antojan de pronto la antítesis de la ligereza de estos tiempos en que hacemos lo que sea para no sentir el peso de la existencia.

Los caballos se me antojan de pronto la antítesis de la ligereza de estos tiempos en que hacemos lo que sea para no sentir el peso de la existencia. Foto: Alberto Alcocer/ @beco / b3co.com
Los caballos se me antojan de pronto la antítesis de la ligereza de estos tiempos en que hacemos lo que sea para no sentir el peso de la existencia. Foto: Alberto Alcocer/ @beco / b3co.com

Nací para sentir intensamente y no hay remedio.

Y esta manera de estar en el mundo tiene períodos de gracia que hacen que existir sea una experiencia resplandeciente pero tiene también terribles períodos de desplome.

Pasé años de mi vida peleando con mis formas vehementes, pretendiendo la ligereza, esperanzada de que, con la edad, viniera la calma. Hasta ahora no ha ocurrido.

Todo se lo debo al animal que me habita, y, vayan ustedes a saber por qué, pero estoy convencida de que mi animal es un caballo: maltrecho, cansado y de carga unas veces, hermoso, fuerte y salvaje otras.

Cada vez que muevo mi universo —o me lo mueven— y viene un cambio de rumbo fundamental, yo sueño con caballos. Los caballos de mis sueños hablan, sonríen y hasta cantan. Bendita psique que es todas las drogas duras en una.

Y de unos días para acá, pensar en caballos me hace llorar y no podía quedarme sin hurgar en mi propia espesura así que me puse a pensar y a leer sobre iconografía e historias de caballos.

Sus acepciones simbólicas son múltiples. Estos animales extraordinarios se asocian al inframundo, al poder, al trabajo arduo y, paradójicamente, a la libertad. Pero la imagen que más me sacude, es esa que da cuenta de la fusión humano-bestia que nos cohesiona al tiempo que nos desgarra. En el Diccionario de los Símbolos de Jean Chavalier y Alain Gheerbrant se describe así: “El caballo no es un animal como los otros. Es el vehículo, y su destino es inseparable del humano. Entre ambos interviene una dialéctica particular (…) En pleno mediodía, arrastrado por la potencia de su carrera, el caballo galopa ciegamente y el jinete, con grandes ojos abiertos, previene sus pánicos y lo dirige hacia la meta asignada; pero de noche, cuando el jinete a su vez está ciego, el caballo se torna vidente y guía (…) cuando hay conflicto entre ambos, la carrera puede conducir a la locura y la muerte, cuando hay acuerdo, la carrera se hace triunfal”

Esa línea teatral e inmortalizada del Rey Ricardo III en la batalla final de su vida, combatiendo a pie, herido de muerte pero consciente de que sin su animal está perdido, cada vez me hace más sentido: ¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!

Los caballos se me antojan de pronto la antítesis de la ligereza de estos tiempos en que hacemos lo que sea para no sentir el peso de la existencia, creo que son un símbolo brutal de la dimensión dura y carnal de estar vivos, del placer de consumirse a uno mismo corriendo, trabajando, dejando el sudor y cada potencia milimétrica de nuestros músculos en la interminable carrera de ser.

Y me digo a mí misma que está bien dejar de ser mi cabeza, dejar de ser las ideas, la tecnología, la obsesión binaria de la comunicación digital reducida a una imagen de Snapchat y ser este cuerpo, estas piernas, estos brazos, este dolor de panza, estas ganas de llorar y estas carcajadas sonoras. Está bien ser el animal que somos.

Philip Roth puso el dedo en la llaga con el título de su novela The Dying Animal (El animal moribundo), qué acertado, joder, esas palabras describen con precisión lo que pasa cuando el instinto nos abandona o amenaza con abandonarnos.

Así que vuelvo a honrar al caballo de mi reino, un poco flaco ahora mismo, pero siempre mi animal que me salva, que me guía, que me permite correr en la oscuridad.

Y me digo también que ya estuvo bueno de “me hubiera gustado ser más tranquila” porque no hay nada que hacer, es como si sufriera por no ser más alta y corpulenta o pelirroja o yo qué sé.

Soy pequeña, soy morena, soy intensa. Lo acepto.

Ese es mi pacto con la vida, la postal de cumpleaños que me he escrito a mí misma. Y acaricio los costados de mi caballo en este breve descanso mientras le digo que mañana temprano volveremos a correr.

@AlmaDeliaMC

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