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Óscar de la Borbolla

05/11/2018 - 12:00 am

La Teoría del Todo entre la física y la metafísica

Todos hemos oído de la Teoría del Todo, una explicación que busca hacer compatible la teoría de la relatividad con la mecánica cuántica, pues una y otra, siendo inconsistentes entre sí, son extraordinariamente eficaces para explicar, por un lado, lo macro y, por el otro, lo micro. La búsqueda de la unificación la emprendió Einstein, y de unos años para acá ha tenido un nuevo auge con la teoría de cuerdas.

“El mundo es uno”. Foto: Óscar De la Borbolla.

Todos hemos oído de la Teoría del Todo, una explicación que busca hacer compatible la teoría de la relatividad con la mecánica cuántica, pues una y otra, siendo inconsistentes entre sí, son extraordinariamente eficaces para explicar, por un lado, lo macro y, por el otro, lo micro. La búsqueda de la unificación la emprendió Einstein, y de unos años para acá ha tenido un nuevo auge con la teoría de cuerdas.

No voy a meterme en lo técnico que rebasa con mucho mi formación, pero sí quisiera analizar un aspecto que, por tocar a la filosofía, me resulta de alguna manera familiar, pues la idea que atraviesa este problema viene desde la presocrática: el presupuesto de que “el mundo es uno” y por ello ha de haber al final una sola explicación: una teoría que lo explique todo.

“El mundo es uno” aparece en una de los fragmentos de Heráclito, pero la idea estaba implícita en el nacimiento mismo de la filosofía con Tales de Mileto, para quien el principio o el elemento de todas las cosas era el agua. La hipótesis física del agua hoy puede resultarnos un tanto tosca; pero por muy sofisticadas que puedan ser las partículas subatómicas o las supercuerdas no son otra cosa que ese elemento básico o último de lo que está compuesta toda la naturaleza y que buscaba Tales.

La primera pregunta que podemos formularnos es: ¿de dónde viene el supuesto de que el mundo sea uno? Parece una fe necesaria, porque, en caso contrario, la posibilidad misma del conocimiento caería en bancarrota: si lo que sucede en unos casos y en unas ocasiones no ocurriera en otros casos y en otros momentos, pues sencillamente se fulminaría la base del conocimiento; este tendría la efímera validez de lo que se publica en los periódicos pero carecería del aspecto de universalidad que permite sostener que el agua es H2O en cualquier lugar del universo. En cambio, si el mundo es uno, o sea, el mismo aquí que allá, ahora y siempre esa condición da la base para que exista un orden: unas leyes que son precisamente lo que constituye el conocimiento.

El filósofo Eduardo Nicol proponía la necesidad de unas verdades precientíficas entre las que, precisamente, figuraba esta, sólo que en su obra Los principios de la ciencia la llamaba: “Principio de Unidad y Comunidad de lo Real”.

Pero no sólo que el mundo sea uno es condición del conocimiento, también lo es que podamos encontrar, mediante alguna combinación de lo que existe en el mundo, alguna solución de cualquier problema del mundo. Dicho de otra manera es la fe que inspira la investigación: sería un despropósito buscar soluciones sabiendo que no pertenecen a este mundo: el único, donde está todo.

Vuelvo a preguntar de dónde nos viene este presupuesto de que el mundo sea uno. Pues del fondo más remoto del pasado, del neolítico al menos: nuestros ancestros notaron por casualidad que una semilla se transformó en una  planta, o que unas piedras azuladas que abrazaban una fogata fueron abrasadas por el fuego y, al fundirse, dieron por resultado un metal: el cobre o, cuando en la Era del Bronce se descubrió que el cobre al combinarse con el estaño daba un metal mucho más resistente: el bronce, y fue posible hacer armas. La gran comprensión del pasado fue que una cosa se transformaba en otra y, por ello, todo debía estar hecho de lo mismo. Quien primero la formuló fue Tales con su hipótesis del agua y, desde entonces, la humanidad ha buscado ese elemento básico que seguimos sin encontrar. No damos con él pero nos mantenemos con la absoluta confianza, con la fe en el presupuesto de que todo es uno.

Hoy sabemos no sólo que el llamado átomo está formado por un núcleo (positrones y neutrones) y electrones, sino que éstos, a su vez, están compuestos por partículas más pequeñas como los quarks que pueden ser de seis tipos: “arriba”, “abajo”, “fondo”, “cima” y “encanto”, y además hay bosones, y más allá de estos las llamadas cuerdas.

¿Por qué cuando se busca lo más elemental, lo que constituye todo lo que existe no se halla un solo tipo de partícula, sino varios? ¿Será que no hemos llegado al final? O, la pregunta más abismante que se me ocurre: ¿no será que lo real no es uno? ¿Por qué el mundo tendría que ser uno? ¿Por qué lo real tendría que ser como lo concebimos y parecerse a nuestro modo de pensar?

 

Twitter: @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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