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Arnoldo Cuellar

06/03/2014 - 12:00 am

Las Libres, una lucha contra la indiferencia y el absurdo *

Sin duda alguna en Guanajuato nos hemos ganado a pulso la imagen de que gozamos como un estado conservador en política, con una arraigada cultura patriarcal, de catolicismo acendrado y retrógrada en materia de avances  sociales en terrenos como el de la equidad de género y los derechos de las mujeres. Sin embargo, las imágenes […]

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Sin duda alguna en Guanajuato nos hemos ganado a pulso la imagen de que gozamos como un estado conservador en política, con una arraigada cultura patriarcal, de catolicismo acendrado y retrógrada en materia de avances  sociales en terrenos como el de la equidad de género y los derechos de las mujeres.

Sin embargo, las imágenes no siempre corresponden a la realidad. A menudo son simplemente estereotipos, cuadros de un instante que nada tienen que ver con aquello que quieren definir.

Cuántos de nosotros no vamos por la vida cargando la buena o mala imagen de un momento afortunado o desafortunado, sin que eso diga de nosotros más que eso: el momento en fuimos etiquetados por un hecho fortuito.

Recuerdo una historia ocurrida en Guanajuato hace algunos ayeres, precisamente en el año 2000, a las pocas semanas de que Vicente Fox, un político guanajuatense amante de la imagen, había ganado la elección presidencial y parecía darle un vuelco a la historia político de México, por lo menos en la imagen como se sabría después.

En esos días, una diputada local panista, guanajuatense de la capital para más señas, Susana Barrera, decidió que ese era el momento oportuno para presentar la iniciativa de ley que penalizara al aborto en todos los casos, para lo cual pretendía abolir la excluyente de violación.

Ni tarda ni perezosa, presentó la propuesta al pleno del congreso y la mayoría panista la aprobó, metiendo de paso en un problema al propio Fox que pretendía llegar a la presidencia como un mandatario moderno y no como el representante de una derecha trasnochada, sobre todo porque había ganado las elecciones con un voto múltiple y ecléctico que superaba la franja tradicional del PAN y que estaba esperanzado sobre todo en una transición y en dejar atrás el pasado priista. ¡Qué tiempos aquellos!

La solución al problema, como ocurrió a lo largo del gobierno de Vicente Fox en Guanajuato, la proveyó el pragmático político que era Ramón Martín Huerta, entonces gobernador sustituto en el estado, quien, al recibir el dictamen del Congreso, inventó la realización de una encuesta, de acuerdo a la cual la población de Guanajuato se encontraba dividida casi por mitad entre los partidarios de penalizar el aborto y los que consideraban que no debería hacerse. Con ese resultado decidió no decretar la ley para evitar “la polarización de la sociedad”.

Más allá de sutilezas históricas y de pragmatismos políticos, yo estoy convencido de que Guanajuato no es tan “mocho” como lo quiere la mala fama nacional de que gozamos y que se ve reforzada por postales imborrables como la de la actual presidenta del Consejo Estatal para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, Lourdes Casares, quemando libros de biología en la plaza pública de León. Por cierto, libros editados por una administración panista.

También creo que Guanajuato, su opinión pública y sus grupos sociales activos, son más sofisticados que lo que nos dice otra estampa, de estos días, la del gobernador Miguel Márquez dedicando un evento deportivo “a la mujer”, en medio de rugientes motores y edecanes de mínimas prendas, símbolos por excelencia del sexismo machista.

Sin embargo, el hecho de que considere que Guanajuato no es esencial y absolutamente un estado retrógrada, ultramontano y machista, no viene a significar que mi visión sea optimista. Creo que Guanajuato, como buena parte de México, es sobre todo un territorio ganado por la indiferencia.

Fue la indiferencia, por ejemplo, lo que permitió que un congreso de mayoría panista modificara el artículo primero de la Constitución local para garantizar el derecho a la vida desde la concepción, constructo legal que pone en positivo lo que la  frustrada diputada guanajuatense no pudo hacer en el año 2000: criminalizar el aborto sin excepciones.

Fue la indiferencia lo que le permitió al PAN hacerse de la mayoría que le hacía falta para concretar esa reforma, mediante el pago a una diputada priista salmantina, Rosario de la Vega, con un cargo de consejera del poder Judicial, que le reportó una renta de cien mil pesos mensuales por cuatro años; la asignación de obras pública a otro legislador del PRI, Anastacio Rosiles, originario de Uriangato; o la calculada ausencia de la diputada priista Bárbara Botello, hoy alcaldesa de León.

Aunque en el Congreso se registraron protestas de agrupaciones de defensa de las mujeres, la ley pasó sin mayores obstáculos y quienes vendieron u omitieron su voto, allí siguieron, devengando beneficios, sin mayor sanción social, gracias a una mayoritaria y absoluta indiferencia.

Esa indiferencia es, precisamente, la que permitió que la ideología de un pequeño núcleo de activistas de derecha, con cargos en los gobiernos panistas, lograra imponer leyes que implican retrocesos sociales. La organización social para resistir esa imposición es frágil y se encuentra aislada.

Desde luego, esos activistas son muy consistentes y tienen las cosas muy claras. Resulta notable, por ejemplo, que tras la aprobación de las leyes criminalizadoras  del aborto, en unos cuantos años hayan resultado encarceladas por lo menos siete mujeres, precisamente aquellas sobre las que borda el trabajo cinematográfico que veremos en unos momentos más.

Puede ser que otras cosas no caminen, como los reiterados compromisos en contra de la corrupción, por ejemplo, que no han logrado hilvanar un solo ejemplo contundente. En cambio, esas siete mujeres que abortaron en diferentes condiciones fueron implacablemente juzgadas y sentenciadas. A docenas de leyes, pronunciamientos y compromisos al más alto nivel en contra de la corrupción gubernamental, que afecta al PAN tanto o más que al PRI que hizo de ella su emblema, no hemos visto que le siga un solo proceso contra un funcionario corrupto y mucho menos que uno de ellos pise la cárcel, pese a que candidatos sobran.

Para donde volteemos vemos a un estado inmerso en la lenidad, en la simulación, en la burocracia, pero en el caso de la criminalización del aborto, en Guanajuato, el gobierno panista demostró una extraña y anormal eficiencia.

Es decir, a este estado panista, coronado por enclaves yunquistas, le parecen más peligrosas y dañinas socialmente las mujeres que incurren en el aborto, sin importar las causas y las circunstancias que las rodeen, que los funcionarios que saquean los fondos públicos, que pervierten la ideología cívica del panismo, que los desdibujan como opción de futuro y que los igualan con los priistas frente a los que surgieron como opción y a los que tanto condenaron.

Ahora bien, al cada vez más escaso poder transformador de un gobierno panista que se estanca y erosiona como opción política, le fue posible modificar las leyes de Guanajuato y llevarlas a la práctica para criminalizar a las mujeres que abortan, precisamente a causa de la enorme ausencia del resto de la sociedad, la que probablemente no piensa como los funcionarios que aplican esas leyes, pero que tampoco tiene el menor ánimo de contradecirlos.

Tenemos, entonces, a un estado que mediante el empleo de los recursos políticos y estructurales de la administración pública impone una ideología que ya no está representada de forma mayoritaria en su población, peor a la que lamentablemente, tampoco puede oponerse una organización ciudadana pobre e inconsistente.

Así, el Guanajuato de hoy podemos concebirlo como una sociedad cuyo carácter profundamente patriarcal y machista, quedó expuesto a la erosión del tiempo, de la laxitud ideológica, de la banalidad. Y ese estado, parece más pesado de mover que cualquier fanatismo ideológico. Las contradicciones de alguna manera generan movimiento. El peso muerto no lo hace.

Y allí tenemos los ejemplos: el caso Lucero sigue aplazándose, ni siquiera ha podido celebrarse una nueva audiencia del juicio, tras la intervención de la clínica de Interés Público del CIDE. Ya los adversarios de la equidad de género no le apuestan a quemar libros, pero sí al olvido, al paso del tiempo, a la indiferencia.

Y es frente a todo eso que se alza un esfuerzo como el del trabajo callado, concienzudo y consistente de Centro Las Libres y de los abogados del CIDE, para liberar a las siete mujeres presas en Guanajuato por abortar y dos más ahora en Guerrero: a la afrenta social que significa la priorización de la persecución a delitos fincados en criterios ideológicos; pero, también, y de forma no menos importante, a la amenaza  del olvido en el que tan fácil caemos todos los demás.

Este trabajo, hoy llevado a la pantalla, logró por un lado exhibir la parcialidad de un estado que elige sancionar conductas que de origen no son criminales, pero también mostró que es posible sacar fuerzas de la flaqueza y vencer, así sea provisionalmente, a la indiferencia, apelando a  reservas de energía de una sociedad que todavía puede ser movilizada por una causa atendible.

A conservar y reproducir esa energía, en todo el mundo, es a donde pienso que se encamina un trabajo como el de Gustavo Montaña, que tendremos el privilegio de ver en un momento más. Ojalá produzca lo mismo en Guanajuato.

Para cerrar, me permito citar un texto del novelista y crítico de arte John Berger, , al hacer referencia al trabajo del periodista Ryszard Kapuscinski. Me parece una reflexión iluminadora sobre aquello que nos reúne hoy aquí:

“Lo contrario de un relato no es el silencio o la meditación, sino el olvido. Siempre, siempre, desde el principio, la vida ha jugado con el absurdo. Y dado que el absurdo es el dueño de la baraja y del casino, la vida no puede hacer otra cosa que perder. Y, sin embargo, el hombre lleva a cabo acciones, a menudo valientes. Entre las menos valientes , y no obstante, eficaces, está el acto de narrar. Estos actos desafían el absurdo y lo absurdo. ¿En qué consiste el acto de narrar? Me parece que es una permanente acción en la retaguardia contra la permanente victoria de la vulgaridad y de la estupidez. Los relatos son una declaración permanente de quien vive en un mundo sordo. Y esto no cambia. Siempre ha sido así. Pero hay otra cosa que no cambia, y es el hecho de que, de vez en cuando, ocurren milagros. Y nosotros conocemos los milagros gracias a los relatos.”

 

* Texto leído en la presentación de la película Las Libres… la historia después de…, del realizador Gustavo Montaña. En Guanajuato, el 4 de marzo de 2014.

Arnoldo Cuellar
Periodista, analista político. Reportero y columnista en medios escritos y electrónicos en Guanajuato y León desde 1981. Autor del blog Guanajuato Escenarios Políticos (arnoldocuellar.com).

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