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Antonio Salgado Borge

06/03/2015 - 12:05 am

Drogas: la amenaza fantasma

Las detenciones de “La Tuta”, “El Z42” y “El Chapo” han sido presumidas y promocionadas por el gobierno de Enrique Peña Nieto como evidencias de que la estrategia que sustenta su guerra contra el narcotráfico ha sido exitosa. Su enfoque es incorrecto. Eventos de esta naturaleza son mediáticamente impactantes, pero tan sólo se traducirán en […]

Las detenciones de “La Tuta”, “El Z42” y “El Chapo” han sido presumidas y promocionadas por el gobierno de Enrique Peña Nieto como evidencias de que la estrategia que sustenta su guerra contra el narcotráfico ha sido exitosa. Su enfoque es incorrecto. Eventos de esta naturaleza son mediáticamente impactantes, pero tan sólo se traducirán en reacomodos al interior de los cárteles implicados y no representan un progreso de ningún tipo en términos reales.

Para avanzar no basta con moverse a cualquier sitio a partir de una posición inicial, sino que es preciso contar adicionalmente con una meta o punto de referencia hacia el cual dirigir el movimiento. Con el paso tiempo algunas metas suelen perderse de vista, quedando sólo movimientos inerciales sin sentido.

La guerra contra un puñado de sustancias, catalogadas como peligrosas, se justificó originalmente con un claro objetivo: reducir su disponibilidad y, con ella, la posibilidad de su consumo. Las decisiones tomadas desde entonces a la luz de este enfoque han producido un desastre desde cualquier ángulo que se le quiera mirar. La violencia y las muertes en varios estados de la república han escalado sin control, los recursos públicos se han derrochado a manos llenas, las policías se han militarizado y han violado sistemáticamente derechos humanos y los cárteles han logrado construir auténticos imperios criminales que hoy corroen al país.

Sin embargo, tal como ha evidenciado el más reciente informe de la ONU, las drogas sintéticas ilegales continúan fluyendo a borbotones a través del territorio nacional. El fracaso más rotundo de esta guerra estriba, por ende, en que a pesar de sus altísimos costos ésta no nos ha acercado un ápice a la meta que supuestamente persigue.

Tres tendencias en el consumo de drogas legales ayudan a entender por qué criminalizar el tránsito de algunas sustancias con el fin de reducir su disponibilidad constituye uno de los mayores sinsentidos de la actual estrategia bélica.  En  días recientes el periódico británico The Guardian publicó un extenso reportaje en el que da cuenta del creciente número de estudiantes universitarios que consumen drogas con el fin de incrementar su rendimiento académico. El acceso a estas sustancias se encuentra restringido por la necesidad de presentar una receta médica para adquirirlas, por lo que al interior de algunas escuelas se han creado redes de venta clandestina de recetas. A pesar de que no se sabe a ciencia cierta qué efectos se puedan derivar del consumo y abuso de este tipo de drogas a lago plazo, aquel alumno que desee estudiar mejor puede comprarlas en la farmacia de la esquina.

En algunos lugares, el uso de drogas legales para aliviar el dolor es cada día más frecuente. Los analgésicos basados en opioides, peligrosos y adictivos, han visto multiplicadas sus ventas en Estados Unidos en los últimos años. También se han multiplicado en número de muertes asociadas a su uso excesivo. La crisis es de tal magnitud que el gobierno de Barack Obama ha decidido destinar más fondos para intentar revertir esta tendencia.  No parece ser casual que, como demuestra un revelador artículo publicado en la revista estadounidense The Nation, en nuestro vecino de norte los principales promotores en contra de la legalización de la marihuana, un analgésico natural que no pone en riesgo la vida de su usuario, sean precisamente los fabricantes de este tipo de medicamentos sintéticos.

Finalmente, sin importar la fuerza que se emplee en combatir el tráfico de drogas ilegales, cada vez es más fácil conseguir drogas legales para fines recreativos. Se trata de sustancias que muchas veces tienen como fin emular los efectos de drogas ilegales conocidas; pero que, por novedosas y particulares, no han sido aún reguladas por las autoridades y que, por tanto, pueden incluso comercializarse a través de internet. A cada nueva restricción o prohibición de una fórmula determinada, los fabricantes de este tipo de drogas “de diseñador” pueden responder con un nuevo producto. No sólo es evidente que estamos ante una historia sin final, sino que muchas de estas nuevas sustancias sintéticas son mucho más peligrosas que aquellas que debían reemplazar.

Mientras existan personas libres en el universo se consumirán drogas que alteren, de una forma u otra, la percepción que usuario tiene de la realidad. Ya sea a través del mercado ilegal, de una receta médica, de internet o, incluso, acudiendo a la tlapalería más cercana, siempre será posible acceder a una sustancia que ayude a  mejorar el rendimiento personal, a paliar el dolor o simplemente a vivir un momento de placer intenso.

El uso de drogas, el enemigo original que ha justificado hasta hoy toda una estrategia bélica, ha estado presente desde nuestra prehistoria y nunca ha puesto en jaque a la humanidad. Las adicciones pueden ser prevenidas en gran medida mediante educación, políticas de salud y generando oportunidades de desarrollo personal para cada individuo. Por el contrario, su criminalización no ha reducido su consumo y ha propiciado un escenario que amenaza con derruir a naciones como la nuestra.

Los “chapos” y las “tutas” son una consecuencia y no la causa de una guerra que es irracional desde su origen.

Antonio Salgado Borge

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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