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Alma Delia Murillo

06/04/2019 - 12:05 am

Con todos los dientes

Perder los dientes significa perder fuerza, juventud, capacidad de agresividad o defensa. Capacidad de asimilar triturando y tragando la vida. Ni más ni menos. Por eso son símbolos recurrentes en nuestros sueños, indicadores de debilidad o fortaleza, de renovación, de capacidad de devorar o no lo que la vida nos pone delante. Son también la posibilidad de uno de los gestos más humanos: la sonrisa.

“La dentadura es una radiografía de nuestro origen socioeconómico y, ahora lo sé, es también un nítido mapa emocional”. Foto: Pixabay

El diente, miente. La cana, engaña. La arruga, saca de duda.

Fue uno de los incontables dichos de mi abuela que no era muy sabia pero sí muy cabrona. Según ella, las arrugas eran el único indicador confiable para calcular la edad de alguien.

La primera vez que lo escuché o que recuerdo que lo escuché yo tenía once años y ya me habían sacado la primera muela.

La dentadura es una radiografía de nuestro origen socioeconómico y, ahora lo sé, es también un nítido mapa emocional.

Crecí mal alimentada, con pocos recursos y además fui el embarazo número nueve de mi madre. Así que mis dientes, finos, delgados, para mi fortuna muy derechitos como única ventaja; salieron malos.

A los once me sacaron una muela, a los doce otra; a los dieciséis la última. Me faltan tres piezas; además tengo dos endodoncias, tres molares parchados con resina, dos dientes con coronas y todos sensibles: no puedo tomar nada ni muy dulce ni ácido ni frío porque me duelen hasta las costuras de los pares craneales.

Como siempre digo: mi dentadura es el coliseo romano.

Y tengo 41 años. Y nací en tiempos de longevidad ociosa. Para ponerle sabor al caldo.

Perder los dientes significa perder fuerza, juventud, capacidad de agresividad o defensa. Capacidad de asimilar triturando y tragando la vida. Ni más ni menos. Por eso son símbolos recurrentes en nuestros sueños, indicadores de debilidad o fortaleza, de renovación, de capacidad de devorar o no lo que la vida nos pone delante. Son también la posibilidad de uno de los gestos más humanos: la sonrisa.

Llega una edad en que la observación es un ejercicio de experiencia directa, en que el conocimiento de ciertos temas no viene de los datos sino de la vivencia pura. Ah, si lo supiéramos antes. Les prometo que no es en plan de queja sino mera curiosidad científica ¿para qué y por qué queremos vivir tanto si nuestros cuerpos no están diseñados para ello?

Recuerdo que mi abuela se sacaba la dentadura postiza y la depositaba en un vaso con agua todas las noches. Ver cómo le cambiaba el rostro sin los dientes era perturbador y un tanto cómico. Ella disfrutaba haciendo caras con su boca desdentada. La sádica de mi abuela que vivió 98 años. Ay de mí si heredé esa longevidad insana.

Y, al ritmo que voy, todo parece indicar que yo no tendré nietos a los cuales aterrar. Una pena, porque sería maravilloso verlos correr despavoridos conmigo detrás gesticulando como criatura del inframundo.

Mi madre, a sus setenta, lleva también una dentadura postiza. Nunca la he visto sin dientes. No quiero verla, aunque supongo que algún día me tocará. Luego de nueve embarazos las criaturas que gestó acabamos con todo en ella. Los embarazos y los años son un tiroteo para el cuerpo, una devastación que no acaba nunca.

Y luego están las emociones. Mis niveles de ansiedad son serios. He pasado por paliar los ataques de pánico con ansiolíticos y cuanta cosa hasta que encontré la terapia, la escritura y la carrera como calmantes cotidianos. Pero en las noches no hay modo. Tengo bruxismo, mis dientes crujen unos contra otros y se fracturan y se debilitan en consecuencia.

De modo que toda esta calamidad agridulce (no saben cómo me río mientras escribo) me hace pensar que, como tantos otros pedazos de nosotros, los dientes son un símbolo del tiempo. Un pequeño milagro con una funcionalidad y una vigencia precisos.

No por nada son tan valorados en todas las culturas y hasta han sido motivo de contrabando y saqueo.

Llevo dos semanas arraigada al consultorio de mi dentista, un viejo erudito, y hemos hablado tanto de todos estos temas, que anoche soñé a mi abuela diciendo aquella frase: el diente miente…

Hoy toda la mañana pensé que por fin entendía, no sólo esa sentencia, sino también la fiera declaración que alguna vez hemos tenido la fortuna de hacer: te amo con todos los dientes. Es decir que amamos con toda nuestra fuerza y nuestra agresividad. También somos eso.

Vayamos pues, hermanos, con todos los dientes al amor y a la vida. O con lo que quede de ellos.

@AlmaDeliaMC

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