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Francisco Ortiz Pinchetti

06/05/2014 - 12:00 am

Entre cohetes y ladridos

Enardece a muchos vecinos de colonias clasemedieras altas en delegaciones capitalinas como Coyoacán, Benito Juárez , Álvaro Obregón o Miguel Hidalgo, el tronadero de cohetes que se lleva a cabo cada que hay fiesta patronal en alguna iglesia de esas demarcaciones, particularmente en donde hubo pueblos originarios cuyos antiguos habitantes o sus descendientes conservan, entre […]

Enardece a muchos vecinos de colonias clasemedieras altas en delegaciones capitalinas como Coyoacán, Benito Juárez , Álvaro Obregón o Miguel Hidalgo, el tronadero de cohetes que se lleva a cabo cada que hay fiesta patronal en alguna iglesia de esas demarcaciones, particularmente en donde hubo pueblos originarios cuyos antiguos habitantes o sus descendientes conservan, entre otras, esa tradición. No lo soportan, dicen. No pueden dormir, se quejan. Es ilegal, reclaman. El pasado fin de semana fue para ellos un Calvario, pues pocas fiestas como la de la Santa Cruz son celebradas con un marco formado a punta de petardazos. Y es que en esa fecha, el 3 de mayo, se juntan las pachangas de los albañiles en sus construcciones, donde siempre hay cohetes y cuetes, con las fiestas religiosas en numerosos templos dedicados precisamente a esa devoción. En colonias como Santa Cruz Atoyac, por ejemplo, es un arrebato de tronidos, que además empieza la víspera, pasa por la madrugada, persiste a lo largo de toda la jornada y termina hasta un día después. Un horror, dicen. Y claro: Hubo un alud de quejas a través de las redes sociales.

Debo confesar que soy un adicto a la pirotecnia (no un piromaníaco, que conste). Disfruto de los fuegos artificiales como pocas cosas en la vida. Ni modo: me fascina mirar la noche colmada de lentejuelas luminosas y multicolores. Claro, me encantan las quemas espectaculares del 15 de septiembre en el zócalo, ya computarizadas; pero tengo muy especial predilección por la pirotecnia artesanal, digamos, que se expresa a través de los tradicionales “castillos”, los “toritos” y las “bombas” en las fiestas pueblerinas o en nuestros barrios urbanos que aun guardan ese encanto. Y parte inevitable de todo ello son los tronidos de los cohetes, por demás indispensables en cualquier celebración popular en nuestro país. Sin ellos, como que no sabe igual. En el barrio donde vivo cada 10 de agosto se celebra la fiesta de San Lorenzo Mártir en la capilla franciscana del siglo XVI que sobrevive en el parque homónimo. Y debo decir que me ilusiona escuchar los primeros cohetones que anuncian la celebración, aunque sean las cinco de la mañana y me despierten.

Dicho lo anterior, pienso que quienes protestan por los cohetes están en todo su derecho. Es válido que se quejen del estruendo y pidan que no se permita. Finalmente ellos no tienen por qué saber, y les vale, que es una tradición de cinco siglos que nos trajeron los conquistadores españoles junto con sus mosquetones y que está profunda, absolutamente arraigada en las celebraciones religiosas y paganas de nuestro pueblo.  En las pequeñas comunidades rurales se usan para dar alertas, enviar recados, alejar la lluvia,  llamar a misa, convocar a duelo. Me parece justo que esos vecinos pidan que se respete su tranquilidad, sobre todo cuando se trata de bebés, adultos mayores o enfermos.  Lo que me resulta incomprensible es que en casi todos los casos, las quejas por el tronido de los cohetes que se divulgan a través de las redes sociales indiquen como motivo principal de su inconformidad ¡que sus perros se asustan y se estresan!

Carlos Olmedo, que vive en la colonia San Ángel Inn de Álvaro Obregón, me hizo esta reflexión: “El problema ocurre cuando un día  regresas del trabajo a casa y resulta que llevan tres horas lanzando cuatro cohetes cada 15 minutos. Tú no tienes ni idea porque estabas ausente. Y resulta que tu vecino lleva ese tiempo escuchando ladrar a tu perro asustado y te recrimina la falta de respeto hacia él. Fíjate que a mí tampoco es que me molesten mucho los cohetes; me molesta más mi propio perro ladrando asustado, y mi vecino recriminándome por la situación. No es fácil”.

Ocurre que casi todos los que se quejan del tronido de los cohetones habitan en departamentos en condominio ubicados cerca de templos que pertenecieron a comunidades   centenarias. Tan sólo en Coyoacán, por ejemplo,  existen ocho pueblos originales reconocidos oficialmente. En Benito Juárez hay siete, igual que en Álvaro Obregón. Y cada uno de ellos tiene su iglesita… y a cada iglesita se le llega su fiestecita, como dice el dicho. Curiosamente,  muchos de los que claman por la aplicación de una ley que desconocen, son a la vez infractores de la norma.  La Ley  de Propiedad en Condominio del Distrito Federal prohíbe expresamente en su artículo 21 fracción IX  “poseer animales que por su número o tamaño o naturaleza afecten las  condiciones de seguridad, salubridad y comodidad del  condominio o de los condóminos, de acuerdo a lo que establezca el reglamento”.  A menudo son ellos también los que quebrantan cotidianamente la Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal al sacar a sus mascotas a pasear a los parques sin la correa a que obliga el ordenamiento,  no recogen las heces de sus perros y permiten que destrocen plantas o se metan a las fuentes a darse un chapuzón, como ocurre frecuentemente en el Parque Hundido.  Y eso por supuesto no es culpa de los animales, sino de sus dueños y entrenadores.

Por lo demás, hay que aclararles a los vecinos quejosos que en el Distrito Federal está prohibido fabricar y vender cohetes, pero no tronarlos. Claramente lo permite la propia Ley de Cultura Cívica, que en su artículo 25  precisa: “Son infracciones contra la seguridad ciudadana: (…)  VII.  Detonar o encender cohetes, juegos pirotécnicos, fogatas o elevar aeróstatos, sin permiso de la autoridad competente”.

Actualmente, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) es la encargada de expedir los permisos correspondientes para la fabricación de productos de pólvora.  Así ocurre en Tultitlán y en Tultepec, pueblos del Estado de México dedicados a esa actividad, que son de hecho los principales proveedores de cohetes en todo el Valle de México. Ahí la venta es libre; pero para obtener el permiso de detonar cohetes en el DF, hay que  acudir a  Protección Civil de la delegación correspondiente. En tratándose de una festividad religiosa no hay prácticamente restricciones y el trámite es muy sencillo.

En fin, cada quien puede esgrimir muchas razones para estar a favor o en contra de esta práctica tan tradicional como cuestionada. En lo personal me parece que el asunto tiene un fondo irremediablemente clasista, ni modo.  Pienso que lo resume –tal vez sin darse mucha cuenta– una tal Karen, seguramente habitante de un condominio de lujo, en su cuenta de Twitter: “Desafortunadamente estamos mezclados con gente cerradita de pueblo y de los barrios”, escribió el domingo pasado en medio de las detonaciones. “Todo es cuestión de educación”. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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