Author image

María Rivera

06/05/2020 - 12:03 am

Tragedias

Y es que sí, puede ser verdaderamente agotador y llevarnos al hastío vivir así, atrincherados. Sin poder resolver asuntos que antes eran cotidianos con una facilidad que se nos ha vuelto del todo anómala: súbitamente caemos en hoyos profundos y negros para tratar de resolver lo que antes era muy sencillo y ahora se presenta […]

Es una situación realmente terrible: velorios sin deudos, entierros y cremaciones rápidos, enfermos que mueren solos, parientes que no pueden visitarlos. Foto: Graciela López, Cuartoscuro.

Y es que sí, puede ser verdaderamente agotador y llevarnos al hastío vivir así, atrincherados. Sin poder resolver asuntos que antes eran cotidianos con una facilidad que se nos ha vuelto del todo anómala: súbitamente caemos en hoyos profundos y negros para tratar de resolver lo que antes era muy sencillo y ahora se presenta como infranqueable: trámites impostergables, gente que tendrá que salir a arriesgarse en el súper, en el banco, personas que traen y llevan víveres para que otros puedan cuidarse, exponiéndose ellos. Salir a lo que sea: al súper, a hacer pagos, al banco, a la tiendita. Qué desazón no poder hacerlo, perder todo el tiempo en cosas que jamás hubiéramos imaginado. Acabar agotados. Acabar asustados por las noticias. Acabar hastiados. Todos los miembros de la familia, hartos de verse los unos a los otros todo el tiempo. Las viejas taras en las relaciones agudizadas: el hijo adolescente que no soporta a sus padres, la madre que alucina a su marido, el marido que no sabe cómo estar en casa, todos tratando de trabajar y de que “la vida siga”, como sea. El desgaste se acrecienta con los días, no somos animales del encierro, perder la libertad es agobiante. Luego, nuestras pequeñas desgracias domésticas palidecen cuando vemos las noticias, recordamos que hay una situación peor: los hospitales, los enfermos, los médicos, las familias que están siendo atravesadas por la tragedia. Es una situación realmente terrible: velorios sin deudos, entierros y cremaciones rápidos, enfermos que mueren solos, parientes que no pueden visitarlos. Parientes que no están –como nadie lo está– familiarizados con el deterioro acelerado y fulminante de una enfermedad que puede causar un rápido deterioro en horas, generalmente al séptimo día, sin dar signos de la terrible gravedad de la hipoxia. Muertes que no es extraño que la gente no entienda, como sucedió con los deudos de fallecidos en Ecatepec, gente a la que no le avisan sobre el estado de sus familiares y que fallecen sin que se comunique. Gente que, además, no puede certificar que a sus familiares se les dio la atención requerida en los hospitales, más indefensa que nunca.

México atraviesa por días trágicos, miles de familias no se podrán despedir de sus seres queridos como se debe hacer con los que se van; a su lado. Tragedias personales que no pueden ser inscritas en las tablas y estadísticas de las conferencias de la siete, como si solo fueran números y no personas. Personas que son hijos, padres, madres de alguien. Una tragedia humanitaria, eso es lo que atravesamos y atravesaremos los meses por venir, en medio de una crisis económica inédita. El hambre y la enfermedad, la vulnerabilidad de la mayoría de los mexicanos pobres que a lo más cuentan con la solidaridad de sus propias familias, no del Estado.

Así estamos, en buena medida, por la fallida estrategia del Gobierno de López Obrador, quien no gastó lo que se debía en pruebas de detección, no cerró fronteras a tiempo, apostó solamente a la mitigación, permitiendo que el virus llegara libremente –y de todos los países contagiados– a prácticamente todo el país, como si la mitigación de la epidemia fuese muy sencilla, o como si el virus fuera de influenza y no un coronavirus nuevo. No, el doctor López Gatell no tomó en cuenta las características de la población mexicana, que la vuelven especialmente vulnerable a la enfermedad como son la obesidad y la diabetes y que pueden elevar el índice de letalidad de la COVID-19 junto con la saturación de los hospitales, a niveles totalmente catastróficos. Debido a su prevalencia, la cantidad de gente predispuesta a sufrir una enfermedad grave es mucho mayor que en otros países: muchos adultos jóvenes y de mediana edad. Tampoco tomaron en cuenta la debilidad del sistema de salud, no solo la falta de insumos e infraestructura, sino de personal médico altamente calificado que se requiere en la terapia intensiva. Al día de hoy tratan, desesperadamente, de reclutar y capacitar médicos, mientras los pacientes recorren hospitales en busca de atención. El colmo es que, noche tras noche, el Subsecretario de Salud –al que lanza porras, vergonzosamente, el Presidente desde su tribuna– se para a explicar la tragedia que ocurre y ocurrirá como si no fuera provocada por sus propias decisiones políticas: fuese una catástrofe estrictamente producto del virus, cuando no lo es. Basta con conocer las distintas estrategias exitosas de algunos países, diametralmente opuestas a la mexicana. Muchos países rectificaron, otros como nuestro país, por lo visto, permanecerán en el error hasta que el costo sea impagable.

Mientras, evidentemente, muchos seguiremos encerrados en nuestras casas, en nuestras pequeñas tragedias domésticas, cumpliendo con las medidas extremas para no contagiarnos y no contagiar a otros menos afortunados que nosotros, que no pueden resguardarse, tienen que exponer su vida para sostener a su familia, ayudándonos a nosotros o a personas vulnerables.

Qué le vamos a hacer, querido lector, ya estamos aquí y hay que tratar de protegernos y proteger a otros. Estas semanas ominosas pasarán, no lo dude: llegaremos al pico, y los casos, si las medidas de confinamiento se sostienen lo suficiente –sobre todo, si los niños no vuelven a la escuela–, bajarán. La incógnita es qué va a hacer México en los meses por venir, con un virus que no se irá en el futuro cercano, seguirá siendo tan amenazante y serio como lo es ahora, ¿seguirá empecinado el Presidente en no gastar en pruebas, no implementar restricciones en fronteras, sino en construir una refinería, un tren y un aeropuerto, o rectificará ante el riesgo inminente de oleadas subsecuentes y aún más cruentas? ¿Le seguirá viniendo “como anillo al dedo” la tragedia?

El estrellato del Subsecretario López Gatell, alentado por los seguidores de Morena y el Presidente, no parece que aguante una segunda temporada: muchas lágrimas se derraman ya fuera de la pantalla, irrelevante, desde donde gesticula, justifica, expone, allí donde los números de muertos tienen nombre, apellido y familiares.

 

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas