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Ernesto Hernández Norzagaray

06/07/2019 - 12:05 am

La semiótica del poder presidencial

Es el México plural diverso alrededor del líder que encarna la esperanza de los olvidados de estas tierras parafraseando al martinico Franz Fanón y provoca hilaridad, reacciones emocionales en segmentos sociales que los une un rechazo visceral y que están molestos por las decisiones que devuelve algo a los jodidos. A los que siempre se les esquilmó con viejas y nuevas cuentas de vidrio y que, para ellos, hoy ponen en “peligro la estabilidad del país”, es decir, la de los gobiernos del PRI y el PAN derrotados por goliza en las urnas.

“En el sueño de Andrés Manuel está el sujeto de cambio a quien busca convertir en el protagonista de este nuevo pasaje de la historia nacional. Transformar el triunfo en las urnas en cumplimiento de lo ofertado en campaña cuidando no dejar cabos sueltos”. Foto: Isaac Esquivel, Cuartoscuro

Andrés Manuel lo tiene claro ante el discurso histórico del neoliberalismo: la historia nacional como pivote, como inspiración, como símbolo e idea de un país generoso con sus hijos de dentro y fuera del territorio.

Su constante referencia a las raíces originarias, los símbolos patrios y los personajes que aún derrotados en el momento que les tocó vivir y luchar dejaron su impronta en la memoria histórica nacional.

No son personajes sacados de la manga, sino de las coyunturas históricas que sacudieron a la nación y que marcaron tiempos de desgracia y esplendor reivindicativo. Son su inspiración y defensa ante quienes se les busca asustar con el petate del muerto del fidelismo, chavismo o cualquier otro ismo.

Vamos son los íconos de las grandes transformaciones que se inician con el movimiento de Independencia continúa en la reforma juarista y llega al Constituyente de 1917.

No podrían dejar de estar en el discurso estratégico y fundacional de la llamada Cuarta Transformación por el contrario es el summum, su razón y justificación de ser y hacer.

Esta idea de cambio transformador con cierta dosis de exaltación está en la referencia concluyente al Memorial de Culhuacán, ese libro antiguo escrito en náhuatl dedicado a la fundación de la gran Tenochtitlán, ayer y hoy, el centro político de México.

Ahí está para la audiencia del 1 de julio ante un zócalo que irradia los ecos de euforia de una multitud rendida ante su líder: En tanto permanezca el mundo, no se acabarán la fama y la gloria de México Tenochtitlán (ojo, México Tenochtitlán).

Fama y gloría como sentido de pertenencia, profundo sentimiento aspiracional y motor movilizador de conciencias agraviadas por el abuso de un poder patrimonialista que parecía tatuaje, inamovible, eterno.

Está además la figura mítica de Emiliano Zapata, el Caudillo del Sur, que oficialmente este año lleva su nombre como un mensaje sutil de la marca de la casa. Porque no sólo es el apellido Zapata sino lo que simboliza como comuna morelense y aspiración de los campesinos pobres del país.

La lucha que libraron sus pueblos contra los terratenientes que subsumían las aspiraciones libertarias especialmente los pueblos originarios. Cumplir la máxima zapatista y magonista hoy universal: la tierra, es de quien la trabaja. De nadie más.

Es entonces reivindicación del campesino depauperado, humillado ancestralmente por el poder económico y político. De los sin tierras que asustados por la violencia siguen migrando a los centros de población urbano buscando resguardarse del infortunio que dejan las balas de los violentos del crimen organizado.

Aquellos que tienen atemorizados a comunidades enteras y son los nuevos amos de horca y cuchillo de regiones enteras. Los que se fortalecieron al amparo del poder político y que no están dispuestos a renunciar al poder alcanzado sino por el contrario defenderlo para que siga la apropiación privada mediante la violencia, la intimidación y el miedo.

Y es así como aparece en el discurso de AMLO la figura mítica de Melchor Ocampo que consideraba al “moderado simplemente como un conservador más despierto” porque en su práctica él no se ve como un moderado, un timorato, un taimado sino como un activo de sus propios sueños.

La figura de Andrés Manuel entonces aspira a ponerse a la altura de los grandes personajes de la historia nacional. Y lo hace a lo grande en la plaza más grande del país con gente llegada de todos los rincones del país. Con la compañía de una mayoría anónima y dos empresarios emblemáticos del mundo de los negocios: Carlos Slim y Emilio Azcárraga, para mostrar así sea por un instante, que hay un México unido, por encima de clases sociales y pedigrí.

Esa presencia dual adquiere su más alta significación en la ausencia de otros. Los que fustigan detrás de otras marchas, de otras ideas, de otros medios, de otros políticos que harán siempre lo imposible por evitar que la figura de AMLO siga creciendo en perjuicio de los beneficiarios del pasado.

No es casual que en la búsqueda de la utopía lopezobradorista haya prisa y cierto desespero por hacerlo en corto tiempo. Así se trazan rutas, focalizan las inversiones y activan los resortes de la participación social.

En el sueño de Andrés Manuel está el sujeto de cambio a quien busca convertir en el protagonista de este nuevo pasaje de la historia nacional. Transformar el triunfo en las urnas en cumplimiento de lo ofertado en campaña cuidando no dejar cabos sueltos. Para que, en caso de regreso de sus adversarios al poder, toco madera, dijo convencido ante una multitud rendida ante sus palabras, no haya marcha atrás en lo decidido, lo legislado y rápidamente habituado.

Su actuación política tiene tintes mesiánicos, es su aureola terrenal, la que provoca que en actos como el del 1 de julio se manifiesten representaciones populares que alcanzan manifestaciones casi religiosas. Esas que vienen del México profundo. Los latidos de un México que no se ha ido que está como realidad física pero también como memoria larvaria de lo colectivo. Y eso hermana por encima de estatus sociales y creencias políticas o sociales.

Es el México plural diverso alrededor del líder que encarna la esperanza de los olvidados de estas tierras parafraseando al martinico Franz Fanón y provoca hilaridad, reacciones emocionales en segmentos sociales que los une un rechazo visceral y que están molestos por las decisiones que devuelve algo a los jodidos. A los que siempre se les esquilmó con viejas y nuevas cuentas de vidrio y que, para ellos, hoy ponen en “peligro la estabilidad del país”, es decir, la de los gobiernos del PRI y el PAN derrotados por goliza en las urnas.

De ahí la fijación de Andrés Manuel en la historia nacional y sus personajes que se revelan en este discurso histórico. La matriz entre liberales y conservadores, revolucionarios y conservadores, progresistas y fifís, es también la reivindicación en su discurso de Morelos, el siervo de la nación; es Benito Juárez, el Benemérito de las Américas; es Felipe Ángeles, el general revolucionario; es también el general Francisco J. Mújica ícono del cardenismo; es José Revueltas, el escritor comunista rebelde que estuvo en su pensamiento cuándo cerró el penal de las Islas Marías y lo proyectó como museo (¿de la ignominia?) quizá para redimir a los que ahí sufrieron y murieron alejados de sus querencias. Vamos, es atraer al presente la Cartilla Moral de Alfonso Reyes cómo un esfuerzo por restablecer la decencia en la cosa pública.

La ausencia en el discurso de Lázaro Cárdenas o Francisco Villa, los dos mexicanos que se enfrentaron a los norteamericanos, podría pensarse en clave táctica de lo admitido en la reciente negociación con el equipo de Trump y que opacan la construcción del mito y la leyenda hecha gobierno y a ese político verlo terrenal, sometido, dócil ante las presiones del poder del vecino.

En definitiva, el discurso del pasado 1 de julio, no es sólo un balance preciso de lo hecho hasta ese día, lo alcanzado en estos siete meses de Gobierno de la Cuarta Transformación, también es el refrendo de los personajes y los símbolos que desde siempre han estado en el imaginario popular y han acompañado la larga travesía del líder y que hoy como Presidente nuevamente llenó la plancha del Zócalo de la Ciudad de México para disgusto de sus detractores.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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