Yo tuve un sueño: El viaje de los niños centroamericanos a EEUU

06/10/2018 - 12:04 am

Valeria Luiselli acaba de ganar el American Book Award con Los niños perdidos, un trabajo sobre los niños migrantes en la Corte migratoria de Nueva York. “¿Por qué viniste a los Estados Unidos? Ahora viene Juan Pablo Villalobos, con Yo tuve un sueño. El gran autor de Anagrama entrevistó a diez niños migrantes. El resultado es desolador y al mismo tiempo necesaria.

Ciudad de México, 6 de octubre (SinEmbargo).-“Yo tengo un sueño”, dijo Martin Luther King en su célebre discurso sobre la igualdad racial pronunciado en 1963. Yo tuve un sueño se titula este libro sobre otros sueños americanos del siglo XXI: los de los inmigrantes que cruzan sin papeles la frontera entre México y Estados Unidos. Juan Pablo Villalobos cuenta aquí diez historias centradas en los más vulnerables: los niños. En 2016, el autor entrevistó en Nueva York y Los Ángeles a diez inmigrantes que habían entrado en Estados Unidos entre 2011 y 2014 para reunirse con sus familias. Cuando cruzaron la frontera tenían entre diez y diecisiete años y procedían de Honduras, El Salvador y Guatemala. Este es un “libro de no ficción, aunque emplea técnicas narrativas de la ficción para proteger a los protagonistas”  y pretende dar voz a quienes no la tienen, poner rostro a las frías cifras de las estadísticas y contar las historias personales que hay detrás de las escuetas noticias. Sus páginas hablan de pobreza, miedo, explotación, violencia, pandilleros, sicarios, calabozos, familias separadas, un tren al que llaman la Bestia…, pero también de esperanza, entereza y dignidad.

Yo tuve un sueño aún a lo mejor de la crónica periodística comprometida con una realidad que debe explicarse y la solidez narrativa de uno de los más estimulantes escritores mexicanos actuales. El resultado: una obra sobrecogedora, necesaria y de una asombrosa fuerza literaria.

–Estos marasalvatruchas y estos migrantes centroamericanos se parecen mucho más a los mexicanos que los estadounidenses…

–Lo que pasa es que hemos vivido siempre dándole la espalda a Centroamérica, sintiéndonos no sé si superiores pero sí diferentes. Ellos retribuyen con un poco de miedo, como se ve en el libro. Tienen miedo de México, al peligro y al riesgo de lo que supone atravesar este país.

–Tienen más miedo de México que de Estados Unidos

–Sí, porque de hecho el viaje se emprende a los Estados Unidos, con una mezcla de miedo de lo que sucederá en el viaje, con un miedo a que no terminará feliz, a que sean deportados, pero al fin y al cabo es una esperanza. Llegar a los Estados Unidos. Es una esperanza relativa, ¿de dónde viene esta gente? ¿de qué situación? Como podemos ver en el libro de situaciones de violencia extrema, violencia en las calles, violencia en la familia, de pobreza, de explosión social y de una perspectiva nula de tener un futuro digno. ¿Cómo puede aparecer el escenario de vivir en los Estados Unidos? Parece una posibilidad, incluso en lo más elemental, de sobrevivir. Me parece terrible una frase que me repetía una niña que su hermano le había dicho “prefiero morirme en el camino”.

–Tú elegiste la crónica, no elegiste la teoría para analizar este caso

–Yo elijo narrar mis historias, más que explicarlas. Yo soy un narrador, no soy periodista ni un sociólogo ni un historiador. Mi pulsión, mi necesidad, mi manera de trabajar me lleva a mí asumir la crónica, el relato en primera persona. Me parecía que era necesario darle la voz a aquellos que no las tienen. No la tienen entre otras cosas porque no se las damos. Me parecía que yo podría agregar un poco al debate de lo que está sucediendo. No iba a poner mi perspectiva sobre el asunto. Yo llegué a este libro de contar en primera persona las historias. Mi primera novela está contada por medio de un narrador infantil y la segunda está la perspectiva de un adolescente. El editor que originalmente me pidió que escribiera un reportaje sobre los niños migrantes, me lo pidió porque había leído mis libros y creía que yo era capaz de contar en primera persona lo que le pasaba a estos chicos.

–Son voces que nunca las hemos escuchado

–Estuve entrevistando a estos niños durante horas. Me interesaba que se quedara lo más esencial, que se quedara también un tono de voz, un vocabulario, el mismo que yo había escuchado; en algunos relatos en particular hay el uso de algunas herramientas de la ficción que están más alejadas de lo que sería el propio testimonio o de lo que sería el periodismo. Lo que comentas es un caso que está contado por un pandillero. Lo que hago allí es dislocar la voz narrativa. Esa historia completa me la ha contado aquel que era acosado por el pandillero y yo lo que decido es que le doy la voz al otro. Todo lo que me cuenta ha sucedido, pero cambio la perspectiva. “Prefiero morirme en el camino” es el único relato que está contado en tercera persona, porque hay al final una elipsis que no nos deja saber que ha pasado con estos niños, si han sobrevivido o no. Me parecía que era importante que en ese libro hubiera una huella en esos testimonios que se pierden, porque los menores no sobreviven en general en su viaje por México. Obviamente el testimonio se puede contar cuando sobreviven. Dejar huella de ese horror, de la desaparición.

–El libro apareció con el Premio American Book a Los niños perdidos, de Valeria Luiselli. ¿En qué se parecen?

–Yo creo que son dos libros complementarios. Yo leí ese libro hace tiempo y lo presenté en Barcelona. Digo que son complementarios porque yo no aparezco, incluso el epílogo hemos puesto al periodista Alberto Arce para que lo escribiera, en el libro no se encontrará ninguna opinión mía. En el caso de Valeria, ella se pone en el centro del libro para conflictuar a los lectores sobre cómo nosotros nos enfrentamos a esa situación. Las dos aproximaciones tienen una aportación diferente y que son libros que se pueden leer paralelamente.

–Juan Pablo Villalobos, Valeria Luiselli, Fernanda Melchor…hay otros por ahí, ¿son la nueva narrativa mexicana?

–Hay bastantes libros que han ido tocando este tema, el de la migración, pensaba en el libro de Emiliano Monge, Las tierras arrasadas. Pensaba en el libro de Antonio Ortuño, La fila india. Ha resultado un tanto inevitable que los autores de esta generación, nacidos en los 70, en los 80, nos acabemos involucrando con estos temas, entre otras cosas porque no tenemos para donde hacernos. Ha sido tan grave lo que ha sucedido en México y en la región en los últimos años que de alguna u otra manera se vuelve inevitable involucrarte a nivel literario.

–¿Hay un nuevo impulso narrativo, de mayor calidad, en esta nueva narrativa mexicana?

–No lo sé. He pensado mucho en esto que me preguntas ahora, ¿qué puede haber de diferente entre la generación anterior y esta de narradores? Creo que puede deberse a un fenómeno editorial más que a un fenómeno literario. Creo que esta literatura es una especie de continuación y no dejamos de ser parte de una tradición.

Un libro para los migrantes centroamericanos. Foto: Especial

Fragmento de Yo tuve un sueño, de Juan Pablo Villalobos, con autorización de Anagrama

ADVERTENCIA

Este es un libro de no ficción, aunque emplea técnicas narrativas de la ficción para proteger a los protagonistas. Todos los relatos se inspiran en los testimonios de diez menores recabados en entrevistas personales llevadas a cabo durante el mes de junio de 2016 en Nueva York y Los Ángeles. Se han cambiado los nombres de los menores para preservar su anonimato.

EL OTRO LADO ES EL OTRO LADO

El gordo venía caminando todo sudado, haciéndose el que no se daba cuenta de nada, como si no supiera que acababa de cruzar del otro lado, pero claro que sabía, todos lo saben, no hay una sola persona en Ilopango que no sepa dónde está la divisoria, y por eso me puse alerta, pensé: ese algo anda tramando, ese seguro es un poste de la Salvatrucha.

Venía comiendo una bolsa de papas fritas, le eché que tendría unos quince o dieciséis años, ya estaba peludo como para hacerse el pendejo. Traía colgando una mochila de la espalda, venía todo elegante, su camiseta planchada y sus jeans nuevos, más me valía que mirara qué se traía en la mochila, por qué andaba así disfrazado. Atravesé la calle para alcanzarlo.

–¿Quihubo, cabrón? –le dije.

Volteó a verme de reojo, siguió caminando muy socado, más despacio, pero no se detuvo. Yo por mí ya le hubiera enseñado ahí mismo la escuadra, para que se le quitara lo socado, nadie puede andarse haciendo el que no oye cuando le habla uno de la 18,1 si no fuera porque luego siempre me dicen que quién me autorizó, que quién me creo que soy para saltarme a los de arriba, que primero hay que mirar bien de quién se trata antes de sacar el fierro.

–Ey, te estoy hablando, parate –le volví a decir, y lo agarré del brazo para que se detuviera. Se paró sin voltear a mirarme y lo oí que respiraba pesado, se había puesto nervioso, ya sabía con quién estaba hablando y ya le andaban temblando las canillas.

–¿Tás sordo o qué? –le dije.

No dijo nada, nomás seguía resoplando como un caballo. Lo empujé del hombro y se fue contra la pared, sin resistirse. De la frente le escurría el sudor como si fuera una fuente.

–¿Adónde vas tan san vergón? –le dije.

Se limpió el sudor con un pañuelo doblado que sacó del bolsillo del pantalón y miró para todos lados antes de contestarme, como buscando a alguien. Para su mala suerte no había casi nadie en la calle y los que pasaban se iban rápido para no meterse en problemas. Todos saben que con los de la 18 nadie se mete así tan fácil para defender a un chivazo cualquiera.

–Yo conozco al Yoni –me dijo cuando vio que no le quedaba remedio más que hablarme.

–Ah, no jodás, yo también lo conozco –le dije.

Hizo el intento de ponerse a caminar para irse, pero yo lo jalé del brazo y lo empujé de nuevo.

–Se me hace que sos poste de los Mierdas –le dije.

Otra vez se quedó callado, sin decir nada, sin mirarme, mirando nomás hacia el final de la calle como si allá lejos fuera a encontrar a alguien que lo salvara. Este gordo lo único que sabía hacer era resoplar como caballo.

–¿Vos crees que no te vi que venías del otro lado? –le dije–. Del otro lado es de los Mierdas, ni que no supieras, todo mundo lo sabe. ¿Adónde vas? Sacó el pañuelo del bolsillo del pantalón y se secó otra vez la frente, eso le pasaba por estar tan gordo, seguro sudaba tanto por eso.

–Qué, ¿te vas a derretir? –le dije.

–El Yoni es mi amigo –me dijo el gordo de nuevo–, preguntale si querés.

–Loguá hacer –le dije–, pero primero decime adónde vas.

–Voy a mi casa –me dijo.

–¿Dónde vivís? –le pregunté.

–Aquí nomás a la vuelta –me dijo–, en el mesón.

–¿Y en qué andabas del otro lado, eh? –le dije–, se me hace que sos poste de los Mierdas. .

–Fui a hacer un bolado de la escuela –me dijo–, un bolado de grupo, el compañero con el que me tocó hacerlo vive allá. Si querés te enseño lo que traigo para que veás.

Se descolgó la mochila, abrió el zíper y me mostró que traía cuadernos, libros, cosas de estudiar. También traía otra bolsa de papas.

–¿Tu chero no es de los Mierdas? –le dije.

–Yo solo fui a hacer el bolado –me dijo–, en serio, preguntale al Yoni, él me conoce bien, conoce a mi familia.

–Pues le voy a preguntar –le dije.

Iba a cerrar la mochila pero lo detuve antes.

–Dame las papas –le dije. Agarré la bolsa de papas y llamé por el celular al Yoni. Cuando contestó se escuchó bien fuerte el sonido de la tele, seguro el Yoni estaba viendo una película con su jaina.

–Yoni, hay un pedo acá –le dije–, ¿sí me oís?

El Yoni debe haberle puesto pausa a la película, porque el ruidero dejó de oírse y nomás escuché su voz que contestaba.

–Rápido, ¿qué pasa? –me dijo–, estoy ocupado.

–Uno que venía de donde los Mierdas y dice que te conoce –le dije.

–¿Quién es? Le pregunté al gordo, que estaba otra vez secándose la frente y el cuello, cómo se llamaba.

–Santiago –me dijo–, decile que mi abuela tiene la tienda, allá en el mesón. Le repetí al Yoni lo que me dijo.

–Traémelo para acá –me dijo el Yoni, y colgó.

–El Yoni te quiere decir hola –le dije al gordo. Lo agarré del brazo y empecé a caminar. Se resistía y como estaba pesado era difícil obligarlo.

–Mi abuela me está esperando –me dijo–, tengo que ayudarla en la tienda.

–Eso se lo decís al Yoni –le dije–. Ahora vos caminale que si no vas a ver lo que te puede pasar. Ni que no supieras dónde vivís.

Saqué la escuadra y se la enseñé. Hizo como que no quería verla, pero bien que se puso a caminar de inmediato. Atravesamos las calles hasta llegar a donde el Yoni, mientras yo me comía las papas. Andaba muerto de hambre porque me había tocado postear desde temprano, llevaba desde las doce y ya eran casi las cinco.

El Yoni estaba con su jaina viendo la película a la que le había puesto pausa y se estaban comiendo unas pupusas. Yo ya había visto esa película, era la historia de un niño que hablaba con los muertos. El Yoni le puso pausa cuando nos vio entrar y el gordo de inmediato se puso a acusarme.

–Este me quiere ahuevar –le dijo al Yoni–, yo nomás vengo de hacer un bolado de la escuela, yo no tengo la culpa de que la profe me ponga a hacer un bolado con un compañero que vive donde las Letras.

–Dijo que era tu chero, Yoni –le dije al Yoni–, pero venía directo de donde los Mierdas, lo vi venir de allá.

–Su abuelo era el dueño del mesón –le dijo el Yoni a su jaina–, aquí a la vuelta, una época mi papá le rentaba un cuarto ahí, pero ahora ya no rentan cuartos, ¿no? –le preguntó al gordo.

–Ya no –dijo el gordo–, cuando mi abuelo se murió mi abuela decidió que el mesón fuera la casa de la familia.

–¿Y quién más vive ahí? –le preguntó el Yoni.

–Mi bisabuela, mi tía, mis tíos y mis primos –le contestó.

–¿No tenías un hermano?

–Sí.

–¿Cuántos años tiene? –le dijo–, Daniel se llama, ¿no?

–Diez –le contestó.

–¿Y tú? –Quince.

–¿Tu nana sigue en Estados Unidos? –le preguntó.

El gordo le dijo que sí, sacó otra vez el pañuelo del bolsillo del pantalón y se secó el sudor del cuello, de la cara y de la frente. El Yoni se lo quedó mirando, como riéndose, y le apretó la mano a su jaina para que ella también lo mirara.

–A tu abuela todo mundo la quiere aquí en el barrio –le dijo–, a tu abuela se la respeta, pero no deberías usar eso si no querés que la gente piense que sos maricón. La jaina se rió a carcajadas y yo también. El gordo hizo bolita el pañuelo y se lo metió de vuelta al bolsillo del pantalón.

–Estoy enfermo, Yoni –le dijo el gordo–, tengo un pedo del corazón, me llevaron al cardiólogo porque me canso mucho y me pongo a sudar.

–¿Tás jodiendo o es en serio? –le preguntó el Yoni.

El gordo le dijo que sí.

–Tengo grande el corazón –dijo–, más grande de lo normal.

–Sentate –le dijo el Yoni–, no te vayas a desmayar.

–Y le señaló una silla.

–Tengo prisa –dijo el gordo–, mi abuela me está esperando, a mí me toca atender la tienda en la tarde y ya voy atrasado porque el bolado estaba difícil y luego este me paró.

El Yoni se levantó del sillón donde estaba sentado, dejó el plato de las pupusas en la mesa, caminó hasta donde estaba el gordo y lo sentó a empujones en la silla.

–¿Te pararon los Mierdas? –le preguntó.

–Paran a todos –le contestó, casi llorando.

–¿Y qué les dijiste? –le dijo.

–Nada –le respondió.

El Yoni chasqueó la lengua porque ya se estaba desesperando.

–¿Te vas a poner a chillar? –le dijo.

El gordo resopló fuerte, pero para adentro, como tragándose los mocos.

–¿Qué les dijiste? –le preguntó el Yoni de nuevo.

–Querían saber adónde iba y me acompañaron hasta la casa de mi chero –dijo el gordo–. Cuando vieron que sí era verdad que iba a hacer un bolado de la escuela se fueron.

–¿No me estás dando paja? –le preguntó.

El gordo le dijo que no.

–¿Te acordás de Marco? –le dijo el Yoni–. Lo agarramos por andar con los Mierdas y ya sabes lo que le pasó. En eso sonó el celular del Yoni y se metió a otro cuarto para que no lo escucháramos. El gordo aprovechó para limpiarse la frente con el pañuelo, estaba tan gordo que se desbordaba de la silla. Luego el Yoni volvió.

–Voy a necesitar que me guardes un bolado en el mesón –le dijo.

–No puedo –dijo el gordo.

–Allá en el mesón hay muchos cuartos –le dijo–, allá fijo encontrás un lugar seguro para guardarlo.

El gordo no dijo nada, ni lo miraba al Yoni mientras le hablaba, se quedaba viendo al suelo como si de ahí adentro fuera a salir alguien para rescatarlo.

–Es nada más por un rato –dijo el Yoni–, o hasta mañana.

–De verdad no puedo, Yoni –dijo el gordo–, si mi abuela se entera…

–No te estoy preguntando –lo interrumpió el Yoni–, me acaban de avisar que anda dando vueltas la tira.

Se metió apresurado hacia el fondo de la casa y volvió con una bolsa blanca. Nomás entrar se olió lo que traía la bolsa adentro.

–Vos lo acompañás –me dijo el Yoni–, asegurate que la guarde, no la vaya a tirar en el camino.

Agarró la mochila del gordo, que estaba en el suelo, y sacó los cuadernos y libros que llevaba. Metió la bolsa dentro y cerró la mochila de vuelta.

–¿Qué es? –preguntó el gordo.

–¿Vos qué crees? –contestó el Yoni–. ¿Que no hueles? Se la das al Mecha cuando te la pida, hoy más tarde o mañana.

–¿A quién? –dijo el gordo.

–¡A este! –respondió el Yoni señalándome–, ¿necesitás que te lo presente? Váyanse ya, rápido, ya estuvo bueno.

El gordo no se levantaba de la silla. Miró de reojo al Yoni. –¿Qué esperás? –le dijo el Yoni.

Necesito mis chunches de la escuela –contestó el gordo.

–El Mecha te los va a dar cuando le regresés la bolsa –dijo el Yoni.

El gordo se levantó y se colgó la mochila en la espalda. El Yoni le quitó la pausa a la película y se escuchó el grito de una persona. Era la mamá del niño que hablaba con los muertos, acababa de encontrarlo con los ojos en blanco hablando un idioma desconocido. Salimos a la calle, parecía que iba a caer un vergazo de agua, olía a la comida que estaba preparando la vecina y yo ni siquiera había almorzado.

–¿Dónde la voy a guardar? –me dijo el gordo mientras caminábamos.

–Eso lo sabrás vos –le dije–, ¿no dijo el Yoni que hay muchos cuartos ahí en el mesón?

–Pero están ocupados –me dijo.

–Pues en tu cuarto –le dije.

–Ahí duerme también mi hermano –dijo–, y mi tío, mi tío se va a dar cuenta.

–Ese no es mi rollo –le dije.

Dimos la vuelta en la esquina y caminamos hasta la mitad de la calle. La tienda estaba en la acera de enfrente, era una tienda donde vendían de todo, comida, bebidas, cosas para el aseo.

–Mejor que no te vaya a ver mi abuela –dijo el gordo.

Crucé la calle y me metí a la tienda. Una señora estaba detrás del mostrador mirando una tele que tenía ahí encima. Me vio como si el diablo hubiera entrado a la tienda. Agarré unas bolsas de papas y unas gaseosas, mientras el gordo saludaba a su abuela y le pedía perdón por haberse atrasado. De veras que el gordo era todo un maricón. Me salí de la tienda sin pagar y escuché que la abuela me gritaba, pero me seguí sin decirle nada.

Al día siguiente no fui a recoger la bolsa, porque el desvergue con la tira andaba complicado. El Yoni decía que alguien lo había traicionado. Pasaron varios días en que todos anduvimos escondidos y luego el Yoni me mandó a que fuera por la bolsa. Me tuve que esperar un rato, porque en la tienda estaba la abuela y el gordo no se veía por ningún lado. Pero el gordo no llegaba, se iba haciendo de noche, entonces tuve que entrar a la tienda y preguntarle a la abuela.

–¿No está el Santiago? –le dije.

La abuela hizo como que yo no existiera, ni me contestó, ni volteó a verme, nomás se quedó mirando la tele que tenía encendida. Saqué el fierro y lo puse encima del mostrador, tapando la televisión, para que me hiciera caso. La abuela se dio la vuelta y caminó hacia una refrigeradora que estaba al fondo, alzó la mano y sacó la bolsa de arriba. La aventó encima del mostrador, la agarré y me salí rápido para ir donde el Yoni.

–El gordo no estaba –le dije cuando le di la bolsa–, pero la bolsa me la dio la abuela.

El Yoni abrió la bolsa y contó las bolsitas que había adentro.

–¿Querés que vaya a buscarlo? –le pregunté al Yoni.

–Ese ya se fue para el otro lado –me dijo.

–¿Con los Mierdas? –le dije. –

El otro lado es el otro lado –me dijo–, a ese ya lo mandaron a Estados Unidos.

Juan Pablo Villalobos y una crónica sobrecogedora. Foto: Cortesía

Juan Pablo Villalobos (México, 1973) ha investigado temas tan dispares como la ergonomía de los retretes, los efectos secundarios de los fármacos contra la disfunción eréctil o la excentricidad en la literatura latinoamericana de la primera mitad del siglo XX. En Anagrama se han publicado Fiesta en la madriguera y la reciente Si viviéramos en un lugar normal.

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