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María Rivera

07/04/2021 - 12:03 am

Las urnas

El ruido de las campañas electorales ya comenzó, querido lector.

Se acerca la elección. Foto: Cuartoscuro.

El ruido de las campañas electorales ya comenzó, querido lector. No sé a usted, pero a mí, en medio del horror de la pandemia, me produce alergia ¡qué ganas de cerrar las redes sociales! Como si en medio de la calamidad tuviéramos ganas de ver ridiculeces, escuchar banalidades, promesas y ofertas que suenan ofensivas, de uno y otro lado. Ruido, ruido, ruido. Tirios y troyanos repitiendo sus discursos como si no tuviesen otros desde hace muchos años, como si México no hubiese pasado por las elecciones del 2018. El clima de polarización, sin embargo, no es nuevo. El presidente López Obrador nos dejó muy claro que tras la elección presidencial no habría reconciliación alguna, que además de él y su movimiento no había fuerzas políticas legítimas, de modo que la campaña no terminó nunca. El ejercicio de gobierno desde que llegó al poder ha sido una larga campaña electoral, inequitativa y desleal, por supuesto. Si lo normal en las democracias es que tras las elecciones se acaben las campañas y con ellas el tono beligerante, maniqueo y ramplón, en nuestro país ese tono se convirtió en el discurso público cotidiano, solo que proferido por el poder. Así, hemos vivido inmersos en un discurso polarizante, una narrativa enfermiza que no hará sino exacerbarse estas semanas.

Todo el debate girará en torno a la continuidad de la llamada “cuarta transformación” o su cancelación vía la derrota de Morena en el Congreso. Quitarle la mayoría para crear “un contrapeso democrático”, dice la oposición. Y ahí empiezan los problemas, porque lo dicen justo quienes durante décadas usaron sus mayorías legislativas para “mayoritear” a la fuerza política que está hoy en el poder, a quienes no les temblaba el voto para hacer leyes dañinas, o cambiar la Constitución a su antojo. No, ellos ejercieron su mayoría, con sus partidos aliados y satélites, tal como hace Morena hoy, sin ningún prurito democrático. Ahora, que la antigua mayoría es una minoría, encuentran que las mayorías legislativas que hacen exactamente lo mismo que hacían ellos, son autoritarias y que deben “equilibrarse”. Lo cual es absurdo, si somos estrictos y reconocemos que los legisladores representan a los intereses de sus votantes ¿por qué los ciudadanos votarían en contra de sus propios intereses para “equilibrar” algo? Más bien, parece evidente que una minoría intenta imponerle sus propios intereses a una mayoría haciéndoles creer que son suyos y que de ello depende la democracia mexicana.

Lo mismo se puede decir del servilismo del poder legislativo al poder presidencial, que tanto se critica hoy como si fuera una novedad cuando es una vieja y constante tradición en la política mexicana. No creo que nadie, seriamente, pueda decir que los legisladores del PRI o el PAN fueron independientes del poder presidencial, no estaban al servicio del presidente.

Y ese es, precisamente, el problema. Se suponía que la izquierda sería diferente, no repetiría las mismas prácticas que combatió y criticó durante décadas. Su problema pues, no es que ellos sean unos “monstruos antidemocráticos” como los pinta la oposición, sino que, amargamente, todos se miran en el mismo espejo. Lo cual es del todo descorazonador porque es obvio que no hay una oposición capaz de ofrecer algo distinto a la vieja cultura priista que dominó la política mexicana antes y después de la alternancia democrática.

El argumento, pues, de que el voto servirá para “volver democrático al poder legislativo” es claramente una engañifa. La mayoría legislativa de Morena fue y es democrática, nos guste o no. El poder de López Obrador es resultado de la voluntad ciudadana, eso ni cómo negarlo. Fue la gente la que votó por darles la mayoría en el Congreso, además de la presidencia. El carro completo. Sería mejor que fueran francos, críticos y opositores, y que dijeran que el problema no es ese, sino la ejecución del proyecto del presidente López Obrador, que la mayoría avaló al conferirle el poder para cambiar un orden que para muchos significa la esencia misma del sistema democrático, pero para otros, la encarnación misma de la simulación, la corrupción y la desigualdad en el país.

Y es cierto, la militarización creciente, el adelgazamiento de la seguridad social, el austericidio, la desaparición de fideicomisos, la transformación de instituciones como el Conacyt, y otros organismos, la amenaza constante a organismos autónomos del Estado, llevados a cabo por el presidente y el poder legislativo modifican radicalmente el país que teníamos hasta hace tres años. ¿Es un retroceso democrático? Personalmente así lo creo, pero seríamos muy obtusos en no reconocer que para algunos es una forma de deslealtad democrática, pero para otros es el camino lógico para desmontar un sistema que estaba al servicio de una clase privilegiada y corrupta, en un país esencialmente inequitativo y pobre.

De esta irreconciliable lectura de la realidad, surge el llamado al “voto útil” del viejo status quo por la coalición opositora. No es un misterio para nadie que, en efecto, éste está formado por enemigos acérrimos de la izquierda y de López Obrador, y de antiguos beneficiarios del poder. Sus cabezas no son simples ciudadanos críticos que buscan el bien de todos, sino fuerzas que gozaron de los favores de gobierno o llanamente se sirvieron con la cuchara grande de la corrupción.

Lamentablemente, es la misma clase política que la mayoría ya juzgó la que aparecerá en la boleta, volviendo poco factible que una mayoría se incline por ella.

Muchos motivos habría para que los ciudadanos castigaran en las urnas al partido en el poder, empezando por su criminal incompetencia con el manejo de la pandemia, sus ataques a la prensa, entre otros. Muchos de ellos atañen a los pobres, paradójicamente. Temo, sin embargo, que eso no ocurrirá porque como hace tantos sexenios, la oposición es incapaz de reconocerlos.

Asimismo, muchos votantes de izquierda habrán de sopesar si pueden votar por aquellos contra los que votaron toda la vida, si priorizan frenar el proyecto de Morena o no. No está fácil, querido lector.

Lo sabremos en las urnas.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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