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Razones del post COVID

¿Por qué el SARS-CoV2 deja secuelas en unos y en otros no? Científicos saben más

07/05/2022 - 11:00 am

Desde los primeros meses del inicio de la pandemia, las secuelas en los enfermos de COVID han sido una de las mayores preocupaciones. ¿A qué se debe que algunos hayan pasado por ellas y otros no? Expertos lo revelan.

Por María Ángeles Peinado
Catedrática de Biología Celular, Universidad de Jaén

Manuel Miguel Ramos Álvarez
Responsable de bioestadística del Departamento de Psicología, Universidad de Jaén

Madrid, 7 de mayo (The Conversation).- Desde que comenzó la pandemia, la incertidumbre por el posible contagio y el desarrollo de síntomas ahogó a la sociedad. No sabíamos nada de la enfermedad que provocaba el SARS-CoV-2 y observábamos que a cada persona le afectaba de una manera diferente. Ante tal escenario surgía siempre la misma pregunta: ¿por qué?

Las variaciones individuales en la virulencia dependen tanto de la capacidad infectiva del virus, que puede variar de unas cepas a otras, como de la respuesta inmune de cada sujeto.

En este artículo, nos centraremos en este segundo aspecto, pues es el principal responsable de que el suero de cada paciente muestre una serie de biomarcadores que pueden ser útiles para predecir la severidad de la enfermedad.

UNA MISMA ENFERMEDAD CONTRA DISTINTOS TIPOS DE SISTEMA INMUNE

Los coronavirus están ampliamente distribuidos en humanos y animales. Se conocen seis especies: cuatro provocan síntomas de resfriado común y dos (el SARS-CoV y el MERS-CoV) pueden causar una enfermedad respiratoria mortal. El SARS-CoV-2 comparte similitudes con el SARS-CoV que provocó una epidemia mundial entre 2002 y 2003.

Ambos utilizan la misma cerradura de entrada a las células: una proteína receptora de la membrana de la célula hospedadora, la enzima ACE-2. Los virus abren dicha cerradura utilizando sus proteínas espícula a modo de llave.

Los coronavirus están ampliamente distribuidos en humanos y animales. Foto: Mark Schiefelbein, AP

En general, la COVID-19 es una infección del tracto respiratorio inferior. Aunque algunos infectados no presentan síntomas o son muy leves, la mayoría de enfermos muestran fiebre, tos seca, disnea e incluso estrés respiratorio agudo. El virus también puede llegar a producir daño multiorgánico, que se ha relacionado con los receptores ACE-2. Esos receptores se localizan tanto en células del tracto respiratorio como en las cardíacas, hepáticas, digestivas, nerviosas y vasculares.

Además, en los casos más graves se produce un estado inflamatorio acompañado de formación de pequeños coágulos de sangre que pueden dejar secuelas importantes. Estas complicaciones tienen una base genética, de forma que los enfermos que portan determinadas variantes del gen para el receptor ACE-2 y de otros genes implicados en la interacción virus-hospedador son más susceptibles a padecer formas virulentas de la enfermedad.

Otros factores de riesgo son el envejecimiento y el padecimiento de otras enfermedades. Por eso, ancianos y personas con patologías como diabetes, cáncer, obesidad, etc. suelen presentar peor pronóstico

De lo anterior se deduce que la enfermedad puede adquirir presentaciones diferentes según la tipología del paciente, reforzando la idea de que “no hay enfermedades sino enfermos”.

SEÑALES QUE NOS DICEN CÓMO EVOLUCIONARÁ LA ENFERMEDAD

La buena noticia es que, en algunas ocasiones, se podría predecir la evolución de un determinado enfermo de COVID-19 a partir del patrón de algunas proteínas de su suero. Estas proteínas pueden considerarse como biomarcadores de la enfermedad.

Además, independientemente de los factores de riesgo de cada paciente, las proteínas del suero podrían catalogar el estado y la posible evolución de los pacientes a partir de una analítica de sangre. Por tanto, resulta crucial conocerlas, pues su detección permitiría además diseñar terapias más eficaces.

La enfermedad puede adquirir presentaciones diferentes según la tipología del paciente, reforzando la idea de que “no hay enfermedades sino enfermos”. Foto: Chinatopix vía AP

Comenzaremos con las citoquinas, un tipo de proteínas que actúan como mediadoras en el proceso de inflamación, al que pueden potenciar o atenuar. Las sintetizan las células del sistema inmune en respuesta a la infección. Su papel no es otro que regular la respuesta inmunológica, con el objetivo de controlar y eliminar la infección. No obstante, las citoquinas pueden volverse peligrosas y actuar descontroladamente. Hablamos entonces de una “tormenta de citoquinas” que agrava la enfermedad.

Las citoquinas también activan otro importante proceso: la coagulación sanguínea. Aunque su activación está dirigida a evitar lesiones vasculares en el sitio de la infección, un balance de citoquinas inadecuado puede conducir a un estado de hipercoagulación que puede provocar septicemia.

Por otro lado, el fibrinógeno y el dímero-D también podrían funcionar como biomarcadores que aparecen por efecto de la coagulación. Se ha visto que ambos aumentan su concentración en el suero cuanto más grave es la infección.

El fibrinógeno es una proteína soluble del plasma sanguíneo precursor de la fibrina. Es responsable de la formación de coágulos en sangre. En cuanto al dímero-D, es uno de los compuestos proteicos que se producen en el momento en que un coágulo de sangre se disuelve en el organismo.

A un lado de estas proteínas, el proceso inmunológico también desencadena el aumento de otros mediadores inflamatorios como la proteína-C-reactiva y la ferritina, que se suman a la lista de posibles biomarcadores de la enfermedad.

LA DISMINUCIÓN DE ALGUNAS PROTEÍNAS TAMBIÉN ES UNA SEÑAL

Pero no todas las proteínas que aparecen desreguladas por la COVID-19 están elevadas. En ciertos casos ocurre lo contrario, como con las proteínas APO-AI y la APO-AII, ambas implicadas en la regulación del colesterol y los triglicéridos.

Conocer los patrones de determinados biomarcadores como los mencionados y otros más que puedan aportar las técnicas proteómicas es una vía para prevenir las secuelas de la COVID-19 persistente. Foto: Jesús-Diges, EFE

Otras como la albúmina, que juega un papel importante como antioxidante, antiinflamatoria y anticoagulante, también disminuyen en los enfermos más graves. Eso nos da idea de su papel protector y de la peligrosidad de su bajada incontrolada.

En definitiva, conocer los patrones de determinados biomarcadores como los mencionados y otros más que puedan aportar las técnicas proteómicas es una vía para prevenir las secuelas de la COVID-19 persistente. Además, permite evitar fallecimientos de individuos vulnerables que desafortunadamente se siguen produciendo, a pesar de las campañas de vacunación que tan buenos resultados están dando para la población en general.

Por último, analizar los patrones que siguen estos biomarcadores en plataformas bioinformáticas (algunas muy accesibles) conducirá al conocimiento de los procesos biológicos más afectados. Esta información, adecuadamente analizada en potentes bases de datos farmacogenómicas, permite además la búsqueda de terapias adaptadas a cada enfermo.

Este enfoque es importante si se quiere apostar por una medicina personalizada y de calidad, metas inexcusables a las que toda sociedad avanzada debe aspirar.

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