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Cinco experimentos sociológicos que revelan nuestro lado más oscuro

07/08/2016 - 10:02 am

Cuando pensamos en un psicólogo nos imaginamos al típico hombre con barba, de actitud tranquila, que nos hace sentarnos en un diván para contarle nuestros problemas a través de una serie de preguntas. Sin embargo, esto no es más que un tópico infundado por los cientos de películas que hemos visto a lo largo de nuestra vida.

Foto: Especial
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Por Ana Muñóz

Ciudad de México, 7 de agosto (SinEmbargo/Ticbeat).- Hoy en día, todos los colegios de psicólogos cuentan con su propio código ético que prohíbe expresamente que las investigaciones produzcan en la persona “daños permanentes, irreversibles o innecesarios para la evitación de otros mayores”. El engaño, habitual en numerosos experimentos, también está regulado, pero no prohibido en muchas asociaciones.

Hoy os mostramos los 5 experimentos sociológicos que revelan nuestro lado más oscuro y que nos hacen preguntarnos hasta dónde podría llegar la condición humana.

¿ERES UN PSICÓPATA?

Joshua Greene, psicólogo de la Universidad de Harvard, examinó durante años cómo los psicópatas se enfrentaban a diversos dilemas morales de este estilo, y también qué pasaba dentro de sus cerebros cuando lo hacían.

Sus experimentos llegaron a la conclusión de que había psicópatas empáticos, pero que desplegaban una serie de empatía mecánica como la de un botón que activa una respuesta.

En este sentido, les planteaba dos situaciones:

Un vagón de ferrocarril circula a toda velocidad por unas vías. En su camino se encuentran 5 personas atrapadas, que no pueden escapar. Tú tienes la posibilidad de darle a un interruptor que desviará el vagón a una vía muerta, apartando así el vagón de las cinco personas… pero con un precio. Hay otra persona atrapada también en ese desvío, y el vagón matará a esa persona. ¿Pulsas el interruptor?

Un vagón de ferrocarril va descontrolado por una vía hacia cinco personas. Pero esta vez, usted se encuentra de pie detrás de un desconocido muy corpulento en un puente peatonal por encima de las vías. La única forma de salvar a las cinco personas es empujar al desconocido a las vías. Éste morirá al caer, desde luego. Pero su corpulencia considerable bloqueará el vagón, salvando así cinco vidas. ¿Empujas al desconocido?

En el primer caso, la mayoría de nosotros elegiríamos la opción más utilitarista: la opción que mate menos gente. Es decir, desviaríamos el tren hacia la vía en la que hay sólo una persona porque es la “opción menos mala”.

El segundo caso ya es un poco más turbio. Es “mejor” matar a una persona que a cinco, pero nos cuesta empujar a una persona a la vía porque participamos activamente en el homicidio, incluso la propiciamos nosotros mismos.

En este caso, los psicópatas optarían por la opción B sin pensarlo, la de empujar a la persona corpulenta.Varios estudios realizados por Daniel Bartels, Universidad de Columbia, y David Pizarro, de Cornell, sugieren que el 90 por ciento de las personas se negarían a empujar a un desconocido desde el puente para salvar cinco vidas.

Sin embargo, el 10 por ciento restante son calculadores y empáticos en la versión más automatizada posible, gente que quizá está a nuestro alrededor y ha encauzado sus habilidades psicopáticas para liderar una empresa, para ejercer como neurocirujanos o para ingresar en el ejército.

LOS CONFORMISTAS

Durante la década de los 50, Solomon Asch realizó una serie de experimentos de laboratorio que demostraron el grado en el que las opiniones propias de un individuo están influenciadas por las de un grupo mayoritario.

Aparentemente, todos deberíamos funcionar en función de nuestros principios y nuestras creencias, pero la psicología demuestra lo contrario.

El psicólogo reunió a varios estudiantes universitarios bajo la excusa de participar en un experimento de percepción. En realidad, todos eran cómplices del doctor (actores), menos uno. El objetivo de esta investigación era estudiar cómo se comportaría el individuo ante una serie de situaciones evidentes.

De esta forma, se les pidió a cada participante, por turnos, que respondiesen a unas preguntas muy sencillas del tipo: ¿Qué línea es más larga? o ¿Qué línea coincide con la línea de referencia?

Para no levantar sospechas, los actores contestaron correctamente a algunas preguntas, pero no a todas. Es decir, conscientemente daban respuestas incorrectas.

Los resultados de este experimento sociológico fueron de lo más interesantes. Así, demostraron que la presión social puede tener una influencia medible sobre las respuestas dadas.

En el grupo de control, no expuestos a la presión de grupo, donde todo el mundo respondió correctamente, hubo una sola respuesta incorrecta de las 35, lo que probablemente podría explicarse por el error experimental.

Sin embargo, en los resultados de los otros grupos, cuando están rodeados de gente que da una respuesta incorrecta, más de un tercio de los sujetos también manifestaron una opinión errónea.

Es decir, al menos 75 por ciento de los sujetos dieron la respuesta equivocada a (al menos) una pregunta.

¿ERES OBEDIENTE?

El experimento de la prisión de Stanford es uno de los más perturbadores de la historia.

Un total de 24 estudiantes fueron seleccionados para asumir roles asignados al azar de presos y guardias en una prisión simulada. A medida que pasaban los días, los participantes se adaptaron a sus funciones más de lo que esperaban los investigadores.

De hecho, los que interpretaban el papel de guardias aplicaron medidas autoritarias e, incluso, sometieron a los presos a tortura psicológica. Muchos de los prisioneros aceptaron pasivamente el abuso y, a petición de los policías, acosaron a otros prisioneros que querían impedirlo.

El experimento de Zimbardo le afectó incluso a sí mismo, que permitió como superintendente que los abusos continuasen. La situación se descontroló tanto que dos de los presos salieron antes de lo esperado y la investigación terminó a los seis días.

Los resultados han servido para argumentar la impresionabilidad y la obediencia de la gente cuando se le proporciona una ideología legitimadora y el apoyo social e institucional.

El experimento también se ha utilizado para ilustrar la teoría de la disonancia cognitiva y el poder de la autoridad.

¿ACUDIRÍAS ANTE UNA LLAMADA DE SOCORRO?

Uno de los experimentos clásicos de la psicología social es el que llevaron a cabo John Darley y Bibb Latané en 1964, llamado Experimento del Espectador Apático.

Ambos se inspiraron en el asesinato de Kitty Genovese, que tuvo lugar ese mismo año y que fue de lo más sorprendente.

El 13 de marzo de 1964, Genovese fue asesinada en frente de su casa. Unos metros más adelante de donde había dejado el coche, un hombre la persiguió y la apuñaló dos veces en la espalda. Debido al dolor que sufría, Kitty pidió ayuda y un vecino le gritó al asesino: “¡Deja a esa chica en paz!”. Después de escuchar esto, el asesino se alejó y dejó a la mujer tirada.

Sin embargo, al ver que nadie hacía nada, el asesino regresó a los 10 minutos y terminó de matar a Genovese. Después le robó el dinero que llevaba encima y abusó sexualmente de ella. Un vecino llamó a la policía después, pero ya era demasiado tarde.

A pesar de que 38 vecinos vieron esta situación, nadie hizo nada. Pero, ¿Por qué esta indiferencia?

Darley y Latané lo explican con el siguiente experimento. Primero reclutaron a varios estudiantes universitarios y les dijeron que iban a participar en un debate. Cada sujeto iba a hablar con una serie de personas, pero cada un de ellos estaría en una habitación. La conversación se llevaría a cabo con micrófonos.

La primera era a solas, una conversación de uno contra uno y la última era un grupo de seis participantes (1 sujeto y 5 voces pregrabadas).

Una de las voces pregrabadas era la de un estudiante epiléptico que estaba teniendo convulsiones. En su primer turno, la voz confiesa al grupo que es propenso a sufrir convulsiones y que su vida podría estar en peligro. Durante su segundo turno, comienza la convulsión.

Sólo el 31 por ciento de los sujetos trató de buscar ayuda. Esto significa que la mayoría de los sujetos no se molestó en buscar a los investigadores para ayudar al participante que estaba sufriendo. La mayoría de ellos estaban nerviosos, pero no hubo reacción.

Sin embargo, el gran hallazgo de este experimento se encuentra en los resultados de la primera condición de tratamiento. En una conversación de uno contra uno, el 85 por ciento de los sujetos pidió ayuda.

Esto significa que si el sujeto piensa que es el único que sabe sobre el incidente, hay una mayor probabilidad de que pida ayuda. Por el contrario, los grupos más grandes mostraron un número menor de reacciones ante el hecho.

¿CEDERÍAS ANTE LA AUTORIDAD? 

Foto: Especial
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En julio de 1961, el teniente coronel nazi Adolf Eichmann, responsable directo de la solución final en Polonia, fue sentenciado a muerte en Jerusalén.

Como muchos de los militares nazis, Eichmann alegó que no sabía lo que estaba haciendo, ya que sólo se limitaba a seguir órdenes. Al psicólogo Stanley Milgram, de la Universidad de Yale, le asaltaron varias preguntas: ¿Podía Eichmann estar diciendo la verdad? ¿Eran los militares nazis conscientes de lo que hacían? ¿Puede una persona normal cometer atrocidades sólo porque la autoridad se lo ordena?

Para averiguar el papel que juega la obediencia en nuestro comportamiento, Milgram diseño un experimento en el que participaban tres personas: un investigador, un maestro y un alumno.

Los maestros fueron reclutados a través de un anuncio en el que se pedían voluntarios, remunerados, para participar en un “estudio de la memoria y el aprendizaje”. Los alumnos eran estudiantes de Milgram, compinchados.

El investigador (colaborador de Milgram) se reunía con los participantes del estudio y les hacía creer que estaba repartiendo roles al azar. Tras esto, el maestro explicaba al alumno que, cada vez que el segundo contestara erróneamente a una pregunta, apretaría un botón que le produciría una descarga eléctrica.

Cada vez que el maestro castigaba al alumno, éste se retorcía de dolor. El investigador le pedía al maestro que aumentara el nivel de las descargas de forma progresiva, y el alumno iba elevando su interpretación, pidiendo clemencia. Incluso, llegando a un cierto nivel, fingía un coma.

Milgram pensó que la mayoría de los maestros se negarían ha continuar el experimento sociológico tras un cierto punto, pero descubrieron que la autoridad tenía un gran poder sobre los sujetos: un 65 por ciento de los participantes llegaron a aplicar la descarga máxima, aunque se sentían incómodos al hacerlo, y ninguno se negó rotundamente a aplicar las descargas hasta alcanzar los 300 voltios.

El experimento fue todo un éxito a nivel académico y dio pie a decenas de investigaciones, pero fue muy criticado porque era poco ético, algo que se puso de manifiesto dada la grabación de un vídeo documental del proceso.

 

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