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Epigmenio Ibarra

07/09/2018 - 12:05 am

Tres meses que viviremos en peligro

Obtuvo Andrés Manuel López Obrador, el pasado 1 de julio, un histórico y arrollador triunfo electoral pero aún no se pone la banda presidencial, aun no asume el cargo de Presidente Constitucional y toma el mando; faltan para que eso ocurra tres largos y peligrosos meses en los que cualquier cosa puede suceder. La pradera está seca, sopla el viento y una chispa puede desatar el infierno. La activación de los grupos de porros en la UNAM y su agresión a los estudiantes del CCH Azcapotzalco es sólo la muestra de que hay quienes están listos para comenzar el incendio.

No nos engañemos, no fue esta una elección más. Foto: Cuartoscuro.

“Bienvenida sea la revolución; esa señal de vida, de vigor, de un pueblo que está al borde del sepulcro”.

                                                                                                                           Ricardo Flores Magón

Obtuvo Andrés Manuel López Obrador, el pasado 1 de julio, un histórico y arrollador triunfo electoral pero aún no se pone la banda presidencial, aun no asume el cargo de Presidente Constitucional y toma el mando; faltan para que eso ocurra tres largos y peligrosos meses en los que cualquier cosa puede suceder. La pradera está seca, sopla el viento y una chispa puede desatar el infierno. La activación de los grupos de porros en la UNAM y su agresión a los estudiantes del CCH Azcapotzalco es sólo la muestra de que hay quienes están listos para comenzar el incendio.

No nos engañemos, no fue esta una elección más. No es esta otra transición de mando, porque la nuestra no es, no ha sido nunca, una verdadera democracia. No asumamos una “normalidad democrática” que, en realidad, no ha existido jamás; ni hablemos de lo que está sucediendo como si el país no se nos estuviera deshaciendo entre las manos. Vivimos un momento inédito en nuestra historia: más que un parteaguas es un resquebrajamiento. Se trata de dar por concluida toda una época, y en el momento más violento y oscuro de la misma; de sepultar al régimen corrupto y autoritario que por décadas se mantuvo en el poder y de hacerlo, además, pacíficamente pero de manera radical, para así evitar su sobrevivencia encubierta o, peor todavía, su restauración.

Que por las buenas se salgan de Palacio Nacional respetando el mandato expresado en las urnas quienes han prevalecido gracias a su capacidad para burlar sistemáticamente -a sangre y fuego cuando ha sido necesario; con fraudes, trampas y comprando votos casi siempre- las reglas del juego democrático, se antoja, por momentos, algo imposible de lograr. El monstruo, que López Obrador conoce bien porque vivió en sus entrañas, no cederá graciosamente el poder; habrá que arrebatárselo y hacerlo con una mezcla exacta de suavidad, firmeza y astucia para evitar la explosión.

Se ganó la elección queda pendiente la tarea de conquistar el poder, mantenerlo y utilizarlo para servir a la gente, no para servirse de la gente como ha sido la costumbre. Las tareas en defensa del voto, de nuestros 30 millones de votos, aún no han concluido. El régimen, al que 30 millones de votantes condenamos a muerte, se resiste a aceptar la sentencia y está todavía en el poder; ahí estará hasta el 1 de diciembre. Sus coletazos apenas comienzan a sentirse. Ante esto nos toca, a quienes votamos por López Obrador, dar muestras de vida más allá de la euforia electoral y de ese vigor al que se refiere Ricardo Flores Magón.

Los estudiantes que marcharon en CU contra la presencia de los grupos paramilitares, porque eso y no otra cosa son los porros que constituyen la última línea de defensa del régimen dentro de la UNAM, están dando ya el ejemplo de la vida y el vigor que este país necesita. La situación que enfrentan y contra la que se alzan es el resultado de la inseguridad, la corrupción y la falta de democracia que ha caracterizado la vida pública en México durante décadas. Su pliego petitorio debería ser asumido y defendido por los más amplios sectores de la sociedad. Los estudiantes son, por lo que exigen, por lo que representan, un peligro para el régimen que los ha puesto ya en el punto de mira.

Un peligro tan grande como el que representa la 4a transformación de la vida pública, a la que los “puros y duros” instalados en esa inexistente “normalidad democrática”, dan por muerta aun antes de que inicie. Y la dan por muerta sin considerar ni la extremadamente volátil situación que debe sortear el presidente electo antes de convertirse en Presidente Constitucional ni su proverbial terquedad.

El régimen está vivo y es preciso para Andrés Manuel López Obrador y los miembros de su equipo convivir con él, ir recibiendo de sus representantes poco a poco el mando, ir desmontando los focos de resistencia que pretendan sembrar dentro de las instituciones. Es preciso ampliar (con más astucia que fuerza pero sin convertir, como el mismo AMLO dice, “al Congreso en un antro”) las zonas de influencia, crear las plataformas legislativas de lanzamiento de la 4a transformación y evitar que el régimen y quienes lo sirven, siguiendo el ejemplo del dictador Francisco Franco, dejen “atado y bien atado” el futuro de México.

En la guerra en El Salvador la victoria se obtuvo cuando la izquierda estuvo dispuesta a perder parte de sus sueños y obligó a la derecha, con la presión de las armas y la habilidad en la mesa de negociación, a aceptar que perdería su realidad y no tendría ya nunca más el control total del país. Aquí, donde afortunadamente no ha sido preciso combatir con las armas en la mano (y para que esto no sea necesario), toca poner parte de los sueños a buen recaudo y conseguir que Peña Nieto se quite la banda presidencial y la entregue de buena manera. Consumado ese acto protocolario el régimen comenzará, ahora sí, a perder su realidad.

Vicente Fox dijo que sacaría a patadas al PRI de Los Pinos. Mintió. Sus bravatas eran solo el truco electoral de un charlatán que logró engañar a muchos ingenuos. El “voto útil” que lo llevó al poder sirvió para perpetuar al régimen, que consciente de la necesidad de un cambio cosmético, abrió las puertas al bipartidismo. Los 17 millones que por él votaron simplemente lo dejaron hacer. El PRI volvió por la puerta de atrás y comenzó a repartirse el botín con los panistas.

Más allá de la propaganda, lo cierto es que el PAN y el PRI representan y defienden los mismos intereses; son los dos pilares sobre los que descansa el régimen autoritario. No fue Felipe Calderón un peligro para el sistema; al contrario, fue su más radical defensor. Tampoco Ricardo Anaya le representaba una amenaza, una posibilidad real de cambio. Mientras más encendida era su retórica contra el PRI, más falsa resultaba. Por eso un grupo del primer círculo de Peña Nieto impulsó, sin éxito, la idea de la declinación de Meade a favor de Anaya.

Hoy las cosas son distintas. No estamos frente a un cambio gatopardiano. López Obrador no ha dicho nada de sacar a patadas al PRI de Palacio, pero él, a diferencia de Fox, Calderón o Anaya, sí lo va a hacer, tiene que hacerlo. Ese es el mandato que recibió en las urnas y o lo cumple o se va en el 2021. Pero primero tiene que ceñirse la banda presidencial y para lograrlo debe irse con mucho tiento estos tres largos y peligrosos meses. Lo dijo en Palacio Nacional frente a Peña Nieto cuando la prensa le exigía un pronunciamiento sobre la corrupción en este sexenio que termina: Ya no está en campaña, no necesita hacerse propaganda. Lo que necesita es tomar el poder y comenzar a mandar, comenzar a actuar.

 

 TW: @epigmenioibarra 

Epigmenio Ibarra
Periodista y productor de Cine y TV en ARGOS. Ex corresponsal de Guerra en El Salvador, Nicaragua, Colombia, Guatemala, Haití, El Golfo Pérsico, Los Balcanes. Ha registrado, con la cámara al hombro, más de 40 años de movimientos sociales en México y otros países.

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