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Ricardo Ravelo

07/09/2018 - 12:20 am

El capo del sexenio, en capilla

Todo indica que los días del capo Nemesio Oseguera –El Mencho –jefe del Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG), están contados.

Fulgurante ha sido el ascenso de Oseguera en el mundo criminal. Foto: Especial.

Todo indica que los días del capo Nemesio Oseguera –El Mencho –jefe del Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG), están contados.

El gobierno federal inició una ofensiva en su contra desde mayo último y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, por su parte, le sigue los pasos lo mismo a él que a sus familiares desde el 2015, cuando ordenó congelar cuentas y “boletinar” las empresas relacionadas con Rosalinda González Valencia, su esposa, detenida por efectivos de la Marina en Zapopan, Jalisco, hace cuatro meses.

Este golpe fue uno de los más contundentes en contra del jefe del CJNG, la organización criminal que más ha crecido al amparo  del gobierno de Enrique Peña Nieto y que en Jalisco, bajo la administración del gobernador Aristóteles Sandoval, ha convertido a esa entidad en su principal asidero.

Y es que tras el arribo al poder de Sandoval, el CJNG sentó sus reales en Jalisco y convirtió el territorio en su principal feudo. Lo sigue siendo. En 2012, el CJNG todavía era un brazo muy fuerte del cártel de Sinaloa. A través del empresario Tony Duarte –en realidad es el operador de Ismael El Mayo Zambada en El Bajío y Occidente, según información de la PGR –financiaron la campaña del actual gobernador de Jalisco y, como pago, el CJNG se adueñó de la plaza y convirtió al gobierno en su principal cerco protector.

Documentos en poder de este reportero sostienen, por ejemplo, que Nemesio Oseguera dispuso de toda la policía del estado para sus fines mafiosos que lo mismo sirven para secuestrar a rivales que para brindar protección a la red de narcotienditas en todo el territorio.

La policía también es utilizada para secuestrar y asesinar a enemigos del CJNG. Si un miembro del grupo criminal es detenido, los abogados del cártel de aprestan, de inmediato, a liberarlo y para ello utilizan sus buenas relaciones con agentes del Ministerio Público, jueces y hasta magistrados. Esta es una estructura de poder muy bien lubricada con “cañonazos” de dinero a los que, por lo visto, nadie se resiste.

Fulgurante ha sido el ascenso de Oseguera en el mundo criminal. En sus inicios, viajó a Estados Unidos, con hambre de triunfo, y se enganchó en el narcotráfico. Estuvo preso por un tiempo y fue liberado. No obstante, Oseguera siguió en sus andanzas. Hace una década todavía era empleado del cártel de los hermanos Valencia, sus paisanos, todos ellos nativos de Michoacán, pero muy pronto se colocó como uno de los capos más importantes del gobierno de Peña Nieto. Diestro en las artes del mal, sus armas fueron la violencia y la corrupción. Así, su crecimiento no se explica sin la protección oficial.

Con un poder corruptor infalible y una capacidad de fuego capaz de enfrentar al propio Ejército Mexicano, como ya quedó demostrado en varios enfrentamientos, Nemesio Oseguera se apropió de varias entidades para afincar su poder.

Dispuso que Jalisco fuera su base, Michoacán a menudo sirve como refugio, Nayarit significó una ampliación del CJNG con el respaldo del entonces gobernador Roberto Sandoval, impune hasta la fecha pese a sus fechorías documentadas, y sus tentáculos también se extendieron hacia Guanajuato, Estado de México, Sinaloa, Sonora, Hidalgo, Veracruz –arribó al asumir el gobierno Miguel Ángel Yunes Linares –hasta convertirse en el segundo capo más poderoso, después de Ismael El Mayo Zambada, otro protegido del poder que no tiene para cuando ser detenido. Lleva más de cinco décadas en el negocio criminal sin ser molestado.

Pero tanto el poder político como el criminal no son eternos. En las postrimerías del sexenio peñista, según se observa, los días de Oseguera parecen estar contados: desde mayo último el Ejército, La Marina y la Procuraduría General de la República emprendieron acciones conjuntas para localizarlo y detenerlo, pero El Mencho se ha convertido en una pesadilla sexenal debido a la violencia que ha generado en el país.

El Mencho es un hombre sanguinario, frío cuando asesina, insensible cuando tortura. Al CJNG se le atribuye el secuestro y captura de un grupo de agentes federales que, ya en poder de Oseguera, difundieron un video con un claro mensaje amenazador en contra del actual secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida. Lo agentes fueron ejecutados, la saña sin limites al descubierto. Después secuestraron a dos cineastas, aparentemente sin vínculos con el narcotráfico, que terminaron muertos. Se afirma que los confundieron con rivales del cártel, pero las huellas de la desmedida brutalidad aplicada a sus cuerpos todavía no la digiere el inconsciente colectivo, imborrables las heridas.

Aún se recuerda el enfrentamiento de los gatilleros del cártel con un batallón militar, hace dos años; todavía cruzan por la memoria las imágenes del helicóptero de la Secretaría de la Defensa Nacional derribado en pleno combate, muestra imborrable del poder de fuego del cártel de Oseguera, la metralla que humilló al Ejército porque cuando el hecho es referido jamás los soldados son mencionados como vencedores de un enfrentamiento donde quedaron al descubierto sus fallidas estrategias de guerra.

Y qué decir de los intentos por capturarlo, propios de una película fantástica donde el gobierno de Peña simplemente no ha querido detenerlo por complicidad o por incapacidad. Ambas imperdonables por una sociedad lastimada y no menos agredida..

Y así, con innumerables hechos violentos, se puede describir la enorme carnicería humana generada por este cártel en todo el territorio nacional.

Ahora que se acerca el final de la tragedia sexenal, parece que los días de Nemesio Oseguera están contados. El gobierno de Peña Nieto, cómplice e impulsor del capo, ha anunciado que militares y marinos están muy cerca de capturarlo. Pero hasta la fecha el capo ha sido más hábil que el Estado. Así lo parece, aunque la sospecha de la protección oficial no puede evitarse.

En los últimos meses el principal círculo de Oseguera ha sido debilitado al efectuarse varias detenciones importantes tanto de sicarios como de operadores financieros y jefes de plazas.

Por ejemplo, fue detenida su esposa Rosalinda González Valencia y con ella también cayeron Gerardo Botello González, El Cachas, jefe de plaza en Michoacán, así como Juan José Farías Álvarez, El Abuelo, quien tenía a su cargo el estado de Guanajuato, territorio que al igual que otros está inundado de narcotráfico y lavadores de dinero al amparo de gobiernos panistas.

Apenas en abril último fueron capturados José Gutiérrez Ochoa, conocido como El Señor de la TT, identificado por las autoridades como cuñado Rubén Oseguera –hijo de Nemesio –,El Menchito. Junto con él también cayó Jorge Luis Sierra Estrada, El Orejón, compadre de El Mencho.

Y otro golpe contundente significó la captura de Javier Valle Brawnt, El Peque, señalado por la PGR como el principal proveedor de precursores químicos del CJNG.

Sin duda que estas detenciones significan golpes fuertes a la estructura del cártel con mayor expansión en los últimos años, pero lo que ha golpeado el ánimo del capo, según se afirma, es la captura de su esposa y de su hijo, Rosalinda González y Rubén Oseguera González, respectivamente.

Pese a estos golpes, el cártel continúa su marcha. Cabe decir que el CJNG alcanzó su etapa de esplendor con el boyante negocio de las drogas sintéticas, muy demandadas en Estados Unidos, Europa y Asia. Si Nemesio Oseguera cae –preso o muerto –el poder del cártel es tan inmenso que todo indica que nada ocurriría en la estructura financiera de la organización, pues como ha sido claro en el sexenio de Peña Nieto, a ningún grupo criminal se le han asegurado sus finanzas o al menos así lo parece.

Aunque en su último informe de gobierno Peña Nieto afirma que su herencia al nuevo presidente, Andrés Manuel López Obrador, es un país convertido casi en un paraíso, lo cierto es que en materia de seguridad Peña hereda un verdadero infierno.

Así lo reconoce Alfonso Durazo, por ejemplo, el próximo secretario de Seguridad Pública, quien será uno de los hombres más poderosos del gobierno federal: estará al frente de la tarea más importante del gobierno: frenar la violencia y combatir a los cárteles.

Peña Nieto hereda un territorio con catorce organizaciones criminales y un nivel de penetración en la vida política que no tiene parangón en la historia reciente: el 80% de los municipios en manos del narco y amplias redes empresariales, impunes por todas partes, que lavan los activos de la mafia.

De pie y firmes siguen los cárteles de Tijuana y Jalisco Nueva Generación; Sinaloa –ahora dividido en cuatro frentes –Golfo, Zetas, Los Rojos, Los Ardillos, La Resistencia, el Cártel de Los Caballeros Templarios, Los hermanos Valencia, la organización Díaz Parada –traficantes de marihuana en Oaxaca –, el grupo de los hermanos Beltrán Leyva, entre otros pequeñas y grandes organizaciones criminales que se han entreverado en la vida pública toda.

A todo este mundo criminal hay que sumar a la policía, otro cártel, tan pernicioso como los grupos más beligerantes que azotan al país.

De ser detenido Nemesio Oseguera, se pondría fin a uno de los capos más violentos del país, pero el narcotráfico seguirá tan intacto como siempre. Como a menudo ocurre, se golpea a los grupos criminales pero el negocio siempre es protegido. Colombia es el mejor ejemplo: no tiene violencia de alto impacto pero tiene el manejo de la exportación mundial de drogas. Narcos y políticos están a salvo.

Y todo con al amparo del poder y con la venia de Estados Unidos y los grupos empresariales. Ellos son los que mandan. Su poder es tan inmenso que hasta ponen y quitan a los presidentes en Continente,  siempre de acuerdo con sus intereses.

Pero la sociedad sigue pensando que todavía tiene el poder de elegir.

Ricardo Ravelo
Ricardo Ravelo Galó es periodista desde hace 30 años y se ha especializado en temas relacionados con el crimen organizado y la seguridad nacional. Fue premio nacional de periodismo en 2008 por sus reportajes sobre narcotráfico en el semanario Proceso, donde cubrió la fuente policiaca durante quince años. En 2013 recibió el premio Rodolfo Walsh durante la Semana Negra de Guijón, España, por su libro de no ficción Narcomex. Es autor, entre otros libros, de Los Narcoabogados, Osiel: vida y tragedia de un capo, Los Zetas: la franquicia criminal y En manos del narco.

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