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Jorge Alberto Gudiño Hernández

07/09/2019 - 12:05 am

En el Metro

Hace dos o tres años platiqué con un buen amigo urbanista. Me dio datos increíbles. El que mejor recuerdo es que el boleto original del Metro tenía nombre propio: Boleto Edmondson. Así es, ese recuadro de cartón había sido inventado por alguien y tenía una razón de ser.

“Tras una mudanza hace algunos años, me tocó vivir a media cuadra de donde se construyó una nueva línea”. Foto: Andrea Murcia, Cuartoscuro

Yo nací varios años después de que se inaugurara el Metro de la Ciudad de México que, ahora, cumple 50 años. No recuerdo con claridad cuándo fue la primera vez que me subí en él. Sé, por ejemplo, que no lo utilizaba para ir a la escuela pues ésta quedaba en una parte de la ciudad donde, aún ahora, es imposible llegar por este medio de transporte. Recuerdo, sin embargo, que, cuando niño, me entusiasmaba, mientras circulaba por Tlalpan, la idea de estar compitiendo contra él. Mi madre me explicó muchas veces que no era así, que la serpiente anaranjada seguía sus propios ritmos y nosotros estábamos subyugados por los caprichos del tráfico.

Durante algunos años de mi infancia ella sí lo utilizaba, pues su trabajo estaba en el Centro. Así es como se aprendió (como muchos hemos hecho) el orden de las estaciones de la Línea 2, la azul. De esa época sólo puedo recuperar cierta inquietud imaginativa que consistía en pensar qué significaba cada uno de los ideogramas. Mi favorito era el de General Anaya. Mucho antes de saber algo de historia, a mí me parecía un vaso de naranjada (el cañón al lado del soldado era el corte trasversal del cítrico necesario para llenar ese vaso).

Ya en la prepa utilicé mucho las Líneas 2 y 9. Corría, junto a mis compañeros, para alcanzar el tren del transbordo. Por una particularidad de la estación Chabacano, donde los vagones abrían sus puertas de los dos lados, uno podía atravesar uno de los Metros para ahorrarse unos cuantos pasos. Sobra decir que, alguna vez, quedamos atrapados en el movimiento y tuvimos que recorrer más estaciones de las que nos tocaban. También supe lo que se siente correr cuesta arriba todas las escaleras del Metro Camarones, quizá el más profundo de todo el sistema.

Es cierto que, como muchos, he disfrutado y he padecido el Metro. No sólo por su saturación sino por el folclor que encierra. En un vagón vi mi primera pelea a golpes, entre dos sujetos que se disputaron un asiento. También compré muchas de las cosas que me ofrecieron y decliné otras tantas. En cierto momento, decidí ya no ir sentado. Ignoro si fue por estoicismo o por comodidad, lo cierto es que me sentí mejor haciendo el trayecto de pie.

Alguna vez, tras una iniciativa de un taller de cuento en el que estaba, varios escribimos un relato sobre alguna estación o línea del Metro. Sé que escribí el cuento pero no lo recuerdo bien. También que algunos de esos ejercicios (sin duda más afortunados que el mío) se publicaron en una antología. Lo interesante es que cada uno de los participantes tenía una visión tan diferente del mismo asunto que se supo aprovechar el potencial literario que, sin duda, tiene este medio de transporte.

Tras una mudanza hace algunos años, me tocó vivir a media cuadra de donde se construyó una nueva línea. No hubo hallazgos prehispánicos pero sí la queja persistente de los vecinos que, en cuanto se terminó la obra, supieron hacer suyas sus posibilidades. Entendí, entonces, que nos quejamos porque queremos los beneficios pero no los costos que implican.

Hace dos o tres años platiqué con un buen amigo urbanista. Me dio datos increíbles. El que mejor recuerdo es que el boleto original del Metro tenía nombre propio: Boleto Edmondson. Así es, ese recuadro de cartón había sido inventado por alguien y tenía una razón de ser.

Sabemos, todos, que hoy en día el Metro de nuestra ciudad está casi colapsado. Las líneas son tan insuficientes como los trenes. Pese a ello, es difícil imaginar mejores alternativas más allá de su crecimiento. Para celebrar su medio siglo de vida, me quedo con una sensación. Aquélla que se producía cuando, bajándome en una estación desconocida, salía al exterior para toparme con la sorpresa de un mundo nuevo. Siempre tardé algunos segundos en habituarme (sobre todo si era una línea subterránea), en orientar a mi brújula interna. Y, por esas razones que uno desconoce, eso me hacía sentir bien.

Sé que es un proceso largo, de décadas o del resto de la vida, pero el Metro y sus usuarios bien merecemos que crezca en todos sus sentidos. De ahí que no me quede más que desear que su festejo sirva para su mejora. Larga vida, pues, al Metro.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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