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María Rivera

07/12/2022 - 12:02 am

Lo inesperado

Total, un Mundial que se nos va con pena y sin gloria alguna. Después de años muy duros para todo el mundo, la fiesta se apagó muy pronto.

Kevin Álvarez de México reacciona después del partido contra Arabia Saudí por el Grupo C de la Copa Mundial en el Estadio Lusail en Lusail, Qatar, el miércoles 30 de noviembre de 2022. México se impuso 2-1 pero se despidió de Qatar.
“Total, un Mundial que se nos va con pena y sin gloria alguna. Después de años muy duros para todo el mundo, la fiesta se apagó muy pronto”. Foto: Manu Fernández, AP

Sucede, a veces. A veces, lo disfrutamos, otras veces, no. O no todos disfrutamos de ello. Sobre todo, en el futbol. Por ejemplo: España quedó eliminado de este mundial en un partido cardiaco, en penales, por Marruecos que pasa a cuartos de final. Inesperado y glorioso para los marroquíes, una tragedia para los españoles que vieron desde las gradas desvanecerse sus ilusiones entre lágrimas e incredulidad. Mucha fiesta para quienes esperan lo inesperado en la fiesta del futbol: nuevos equipos ganadores. Yo recuerdo, por ejemplo, la máquina imparable de los daneses en el mundial del 86. Seguro, muchos marroquíes recordarán este mundial con mucho gusto. 

Así como se forjan los buenos recuerdos, también los malos. Los nuestros, por ejemplo, en este frustrante mundial, en el que la Selección Nacional volvió a perder, pero peor. Nada de quinto partido, ni de cuarto. Terminó muy pronto para nosotros y aunque cada cuatro años se habla del desastre de la Selección, cada cuatro años nos ilusionamos pensando que las cosas han cambiado “ya tuvieron otros cuatro años para mejorar”, ya los correctivos se aplicaron, tras los ácidos comentarios vertidos, periódicamente, en nuestras derrotas. 

La esperanza es lo último que muere, ciertamente. Y los mexicanos, en futbol, somos masoquistas. “Jugaron como nunca, perdieron como siempre” era el lema que esperábamos los pesimistas pronunciar en Qatar, pero resultó optimista. Me quedo, mejor, con el comentario de un taxista de San Luis Potosí que con resignación y sorna me dijo: “Vamos a ver a la Decepción Nacional jugar”. Se me quedó tintineando el juego verbal, pero pensé que exageraba en su pesimismo, tenía razón. Qué decepción, total, habernos ido en la primera fase. Y ahí viene el problema más peliagudo: explicarles a los niños que no deben emocionarse con nuestra Selección, para que no sufran. Hay que introducirlos suavemente en la derrota crónica del equipo mexicano, aunque a veces sea más derrota y no parezca sencillo de explicar. Porque las explicaciones abundan hoy en día, desde las de corte sicológico del miedo al fracaso/éxito hasta las técnicas o políticas. Ninguna que una pueda darle a un niño pequeño sin lastimar nuestra muy honrosa identidad nacional. Claro, uno puede siempre recurrir a la estrategia de citar todos los mexicanos exitosos internacionalmente “…pero tenemos un premio Nobel…” y ocultar la amargura.

Total, la fiesta se termina muy pronto para la mayoría, algunos de manera dramática como la de Alemania. Hay otros que siguen en su fiesta, baile y baile, como Brasil, ya lo sabemos. El gran favorito de los americanos, como cada mundial, porque pues ya qué nos queda. Argentina no suele ser opción; tendrían que descartar a todos los americanos y ni así, especulo. Con los argentinos, ya se sabe, tenemos muchos problemas desde hace tiempo, no sé cuántas derrotas. Es, digamos una rivalidad antigua. Y como somos peleoneros, porque cada cuatro años sufrimos lo que sentimos como la misma derrota, es decir, como limón en herida, pues pasan cosas chuscas, como pleitos de cantina en twitter entre un boxeador famoso y el máximo astro del futbol argentino. Cosas ridículas y absurdas como querer declarar a este último como “persona non grata”, por iniciativa de diputados de Morena, por pisar una camiseta mexicana. El fin del mundo mundial-nacional. Habrase visto. 

Así, el Mundial en México cambió: una fiesta en la que no estamos invitados. Por eso, ha de ser, que la gente no parece estar muy atenta ya a los juegos (los que se pueden ver debido a la codicia comercial) los oyen a lo lejos o de plano ni se enteran. Sólo los fieles seguidores de ese deporte permanecen encandilados pero la emoción claramente se ha perdido. Ni los álbumes del Mundial tienen ya sentido para muchos que los compraron emocionados. La vida no vale nada, suspiramos.

En realidad, querido lector, esto no era estrictamente inesperado, pero los mexicanos, aun sabiendo racionalmente que este desenlace era previsible, según los expertos, esperábamos lo contrario: que, de pronto, todas las veladoras prendidas a la virgencita, iluminaran a los jugadores y al técnico que no tiene importancia ya porque siempre da lo mismo. 

Total, un Mundial que se nos va con pena y sin gloria alguna. Después de años muy duros para todo el mundo, la fiesta se apagó muy pronto. Sólo nos queda seguirla de lejitos, emocionarse con los goles de los otros jugadores y tener algún favorito, con la esperanza de que gane. Justo como le sucedió a Marruecos el día de ayer, de manera inesperada y emocionante.

Yo le seguiré apostando a Brasil porque me caen bien, me gusta su juego legendario y aunque pierdan (cosa inusual), uno nunca se arrepiente de estar de su lado. Quién sabe qué se sentirá ser brasileño, la verdad. Ha de ser muy extraño llegar al Mundial, cada cuatro años, con la expectativa, muy realista, de poder ganar la Copa. Otro mundo, querido lector, otro mundo.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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