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Óscar de la Borbolla

08/02/2021 - 12:04 am

La escritura es como un refrigerador

¿Quién entenderá las hoy ultra familiares iniciales AMLO cuando los descendientes de nuestros descendientes lleguen a ese mañana?

Un pedazo de papel con una nota escrita.
“Las palabras no duran para siempre: hay pueblos enteros que han desaparecido con su lengua, su cultura y sus textos; pero uno se consuela pensando que las palabras, al menos, son más longevas que nosotros”. Foto: Especial

A Ó de la B que insiste en escribir

La esencia del tiempo es pasar, pasar y pasar como una lija de esmeril que va adelgazándolo todo. Se luye la ropa, se luyen los recuerdos, se vuelven anémicos los rostros, se gastan los zapatos, y otro tanto ocurre con las convicciones y las creencias, pues aquí, ni la pluma del quetzal aguanta. Y uno, en el intento de no perder lo que más aprecia, lo cuida, lo preserva, lo restaura, lo mantiene de pie y, haciendo uso del instrumento más poderoso que se ha inventado nunca, lo pone por escrito, lo cifra con las palabras más exactas y lo remacha con la puntuación para que quede fijo. Así surge un texto que parece retar al tiempo y a la muerte, y uno piensa que, aunque en el río del cambio todo fluye, las palabras navegarán indefinidamente a salvo de naufragios.

Pero no es así, las palabras no duran para siempre: hay pueblos enteros que han desaparecido con su lengua, su cultura y sus textos; pero uno se consuela pensando que las palabras, al menos, son más longevas que nosotros. Y es posible. Hay escritos que han durado más que los árboles milenarios, y hasta podría creerse que algunos son capaces de permanecer más que las medusas inmortales, esas que han conseguido invertir el proceso de envejecimiento una y otra vez.

Sin embargo, como no se trata del texto mismo, de las grafías esculpidas en la piedra o almacenadas en la nube de Internet, sino del significado que estos signos encierran, parece, por un lado, que resistirán hasta el final de los tiempos; pero, por el otro, que bastará con que se modifiquen las coordenadas geográficas e históricas para que los significados se desvanezcan y se borren. ¿Cómo leer hoy los textos antiguos que provienen de la Grecia clásica sin hacer intervenir la interpretación de quienes nos los ponen delante y sin que nosotros contemos con los decodificadores de aquella época a la mano? ¿Qué dirán los textos de nuestro siglo XXI a quienes se asomen a ellos en el siglo XXX? ¿Quién entenderá las hoy ultra familiares iniciales AMLO cuando los descendientes de nuestros descendientes lleguen a ese mañana? ¿Alguien entenderá el “los y las” que ahora se usa tanto? ¿Habrá algún erudito de ese remoto siglo a quien estas minucias le interesen al grado de invertir su vida en descifrarlas? Y una última pregunta, la que más me estremece: ¿en el siglo XXX seguirá practicándose la lectura? No es una pregunta descabellada. Hoy, las operaciones aritméticas más sencillas (las sumas y las restas) las efectúa la calculadora del celular, y ya hay equipos que leen por nosotros, que vuelven orales los escritos.

Pero hoy escribimos, ponemos en letras lo que pensamos o soñamos o descubrimos o creemos. Hoy el discurso es nuestro barco para que no se hunda en el río del tiempo todo aquello que consideramos valioso, y creemos que el discurso trasciende, que va más allá de nosotros, que escribiendo dejamos a salvo parte de lo que somos. Hoy me resultan ingenuas las palabras: candorosas. Hoy la escritura, a lo más, me parece un refrigerador: un artefacto que preserva un tiempo extra los alimentos, pero que no los conserva eternamente. Nada perdura para siempre aquí en la tierra, como ya lo dijo espléndidamente Nezahualcóyotl. Habría que hacernos a esta idea y, en consecuencia, voltear hacia el presente, hacia este ancho presente que nos pertenece, porque todavía sentimos que se nos está yendo.

Twitter @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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