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La tribu tarahumara y los juegos olímpicos de Amsterdam 1928

08/05/2016 - 12:00 am

El deporte no era una simple distracción para los también llamados rarámuris, sino era la vida misma en todo sentido, correr es sinónimo de sobrevivir.

Por Sergio Pérez Gavilán, Vice Sports

Imagen: Especial/VICE
Imagen: Especial/VICE

Ciudad de México, 8 de mayo (SinEmbargo/ViceSports).- Las Olimpiadas de 1928 en Ámsterdam, Países Bajos, lejos de ser intrascendentes, llenaron de ocasiones sin precedentes el mundo del deporte; las mujeres, por primera vez, eran aceptadas en las pruebas de atletismo; Alemania, después de 16 años de ausencia en las competencias, fue readmitida como signo de paz y estabilidad mundial; Por primera vez se estableció el protocolo de inauguración donde Grecia empieza el desfile de nacionalidades y se termina con el país anfitrión. Sin embargo, para México, la historia no fue tan buena – sería la última vez que se iría de los juegos sin presea alguna.

Desde ediciones pasadas de los juegos, el desempeño olímpico mexicano no había sido en lo absoluto fructífero, solamente consiguiendo una medalla de bronce en las Olimpiadas de París 1900. Pero, claro, hay que tener en mente que los destrozos causados por la revolución de 1910 no habían dejado mucho espacio para la práctica del deporte recreativo y profesional. Entonces, el comité olímpico del país, decidió buscar una alternativa para poder conseguir, a como de lugar, alguna presea.

Ahí es cuando entraron y se hicieron famosos los tarahumaras, una tribu excluida de la sociedad en las montañas de Chihuahua. Ellos, también conocidos como Rarámuri, término que se puede traducir como “pies ligeros” o “el que bien camina,” tenían una impresionante tradición de correr distancias apabullantes sin inmutarse e, inclusive, se dice que mataban a venados de cansancio. La existencia de los miembros de dicha tribu se entendía en un solo término: correr.

Foto: The New York Times
Foto: The New York Times

 El deporte no era una simple distracción, sino era la vida misma en todo sentido, correr es sinónimo de sobrevivir. Además, correr trascendía las fronteras de género y de clases sociales. Los mejores corredores, independientemente de su posición en la tribu, eran merecedores de las más altas condecoraciones y “popularidad” social.

Para dar un poco de contexto de qué tanto corrían en esa tribu, simplemente voy a decir que tenían un juego de pelota que a cualquiera, hoy en día, le daría literalmente miedo intentar. Pero no por que fuera sanguinario ni mucho menos, sino porque el juego consiste en patear y pegarle con una vara a una pelota de madera hasta cruzar la meta. La cosa es que la meta podía estar lejos, MUY lejos. Y con ello quiero decir alrededor de 200 kilómetros. Como es lógico, el juego, conformado por dos equipos que buscan pasar su pelota antes que el otro, llegaba hasta durar dos o más días y todo el pueblo lo seguía y animaba.

No es de sorprenderse que el Comité Olímpico Mexicano haya visto a esta impresionante tribu y no haya dudado que tendrían un desempeño “favorable” en el maratón de 42km de las olimpiadas. Pues dicho y hecho, llevaron a Ámsterdam a dos hombres con la firme creencia de que, al menos, México se llevaría dos medallas asegurados, fruto de la incomparable astucia rarámuri.

Foto: Indigenouspeople
Foto: Indigenouspeople

El día de la carrera se vivió con emoción y esperanza indiscutible. Sin embargo, hubo un par de elementos que el Comité Mexicano no tomó en cuenta en referencia a sus seleccionados: en primer lugar, los tarahumaras corrían siempre descalzos y las reglas de los juegos demandaban que los corredores usaran tenis y, como consecuencia, los tarahumaras simplemente no estaban cómodos en su calzado. En segundo lugar, era decirles que la carrera terminaba a los 42km: al final de la carrera, los tarahumaras exclamaban “¡muy corto! ¡muy corto! a los oficiales que les pedían que se quitaran de la pista. En tercer lugar, fue una falta de comprensión de cómo es visto correr por los tarahumaras, ya que para ellos correr rápido era irrelevante sino correr mucho.

De hecho, en 1920 recibieron una invitación por el gobierno de Kansas a participar en un maratón de dicha extensión, misma que respondieron diciendo que “solamente mandarían mujeres pues ningún hombre digno de decirse tal, correría tan poquito.” Finalmente, en cuarto lugar, las implacables corridas que hacían los miembros de la tribu no eran libres de “esteroides” ya que para aguantar tales titánicas distancias obtenían un poco de ayuda de una planta que usaban en sus ceremonias religiosas conocida como peyote.

Los hombres terminaron en los lugares 35 y 32 y con los sueños del comité olímpico mexicano de llevarse un par de preseas de regreso a México. En las olimpiadas de 1968 se volvió a hacer el intento con la tribu de “los pies ligeros” pero el resultado fue similar y sin éxito. Desde entonces se les dejó en paz de molestarlos con nimiedades como correr 42 mediocres kilómetros y, espero, la tribu sigue llevando a cabo su ritual deportivo con un peyotazo para, de perdida, disfrutarlo.

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