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Antonio Salgado Borge

08/05/2020 - 12:05 am

La verdadera y trágica historia del robo de líquido de rodillas

Las teorías de conspiración son entonces, por desgracia, un asunto que ha llegado al mainstream y que amenaza con alterar a forma en que el mundo es entendido por un buen número de personas.

Un científico presenta una prueba de anticuerpos para el coronavirus en un laboratorio del Instituto Leibniz de Tecnologia Fotónica en Jena, Alemania, el viernes 3 de abril de 2020.
“Apenas hace unos días el Gobierno de Trump sugirió, contra todas las evidencias que apuntan en sentido contrario, que la COVID-19 fue fabricado en un laboratorio chino”. Foto: Jens Meyer, AP

En México hay quienes creen que la COVID-19 es un invento maquinado por algunos médicos para atraer personas a hospitales y sacarles el líquido de sus rodillas. Cuenta la historia que el líquido sinovial es un bien codiciado en todo el mundo, tan o más valioso que el oro. Por ende, médicos, científicos y -obviamente- hasta funcionarios gubernamentales habrían confabulado para extraer este preciado líquido de aquellos ingenuos que acepten ser internados en hospitales.

Esta teoría es tan absurda como increíble. Justamente por ello puede resultar graciosa y ha sido objeto de todo tipo de burlas y memes -mi favorito muestra a los conquistadores quemando los pies a Cuauhtémoc mientras le anuncian que necesitan el líquido de sus rodillas-. Por ponerlo en las palabras de un popular comentarista, “lo del líquido de las rodillas ha sido de lo más pendejo/divertido/inverosímil que ha sucedido en esta cuarentena. Excelente servicio”.[1]

Sin embargo, por ridícula que pueda parecer, esta historia implica un componente serio que amerita ser reconocido. Y es que su tono pasa de la comedia a la tragedia cuando se considera el contexto del que forma parte y los efectos este contexto está generando.

Para ver por qué, empecemos reconociendo que la historia del líquido sinovial forma parte de las llamadas teorías de conspiración. Una teoría de conspiración no es realmente una teoría en el sentido científico de la palabra -como lo son las teorías de la evolución o de la gravedad-. Y es que un componente central en las teorías de conspiración es que no están constituidas por datos rigurosos recolectados y analizados por personas expertas, sino por la creencia compartida por un grupo de personas que, sin fundamentos sólidos, cree que existe otro grupo “comploteando” y trabajando en secreto gracias a la complicidad de la prensa, de los expertos y de los gobiernos, con el fin de lograr algún objetivo siniestro.[2]

Las teorías de conspiración no son un fenómeno nuevo. Lo que sí es novedoso es que éstas hayan pasado de los márgenes a espacios centrales de la discusión pública. Esto obedece en parte a su utilidad política y económica. Prueba de ello es que en nuestro tiempo incluso presidentes, como Donald Trump o Jair Bolsonaro las repiten a su antojo para promover sus agendas. Apenas hace unos días el Gobierno de Trump sugirió, contra todas las evidencias que apuntan en sentido contrario, que la COVID-19 fue fabricado en un laboratorio chino.[3] Además, hay empresas que han sabido beneficiarse de la diseminación de estas teorías, Por ejemplo, una empresa que vende remedios “mágicos” contra el cáncer se beneficia de la idea de que los doctores y laboratorios no desean encontrar una cura.

Las teorías de conspiración son entonces, por desgracia, un asunto que ha llegado al mainstream y que amenaza con alterar a forma en que el mundo es entendido por un buen número de personas. En este contexto, es importante reconocer la importancia de distinguir entre las teorías conspiratorias que son inofensivas y las que pueden ser peligrosas. Por ejemplo, el portal Infowars, uno de los principales difusores de este tipo de contenido en el mundo, publicó que científicos estaban vertiendo químicos en el agua para volver a las ranas homosexuales[4]. Más allá de las implicaciones homofóbicas y lo tonto de la historia, esta teoría no tenía el potencial de pasar a mayores. Y no lo hizo.

Pero cuando el mismo portal difundió la historia de que Hillary Clinton participaba en rituales satánicos que implicaban la violación de niños en el sótano de una pizzería, un individuo se presentó en ese establecimiento con una escopeta listo para abrir fuego.[5] En el mismo sentido, la idea de que el cambio climático es una farsa promovida por científicos es un despropósito descomunal, pero mueve a la inacción y ayuda a evitar el combate a un fenómeno cuya importancia es mayúscula.

Aunque de inicio puede parecer que la teoría de los médicos extractores de líquido sinovial pertenece al grupo de las teorías meramente chistosas, es fácil ver que ésta tiene los ingredientes necesarios para cruzar al terreno de las teorías peligrosas. Esta historia incluye “enemigos” plenamente identificables -los médicos-, “cometen” actos atroces -la extracción-, y transitan por las calles y trabajan en la indefensión. Por ende, estamos ante una historia que superficialmente es graciosa, pero que fácilmente que puede tornarse trágica.

Además, la historia del líquido de rodillas pertenece al grupo de teorías de conspiración médicas. La más famosa de estas teorías es la que dice que las vacunas causan autismo. Este sinsentido que ha llevado al fortalecimiento de un movimiento antivacunas que, a su vez, ha derivado en el resurgimiento de enfermedades que se creían controladas. Lo importante aquí es que las teorías de conspiración médicas contribuyen a sembrar desconfianza la medicina y en la ciencia en general. En consecuencia, pueden alejar a la gente de atención médica profesional y de tratamientos cuya efectividad está científicamente probada.

Por graciosas que puedan resultar, algunas teorías de conspiración pueden generar serios problemas sociales. Y estas teorías tan sólo han ganado espacios en tiempos recientes. Por ende, enfrentarlas y regresarla a las cloacas de donde han salido requieren una intervención directa y urgente. Me parece que la mejor forma de enfrentar estas teorías pasa por atener sus causas de fondo; es decir, por entender los motivos que llevan a tantas personas a creer en ellas. Revisemos algunos de estos motivos.[6]

(1) Las narrativas conspiratorias ofrecen a la gente, al menos en el corto plazo, cierta tranquilidad. No es casualidad que éstas se multipliquen en tiempos de crisis o cuando una población se siente amenazada.  Si la COVID-19 es un invento y el peligro real es perder el líquido de las rodillas, entonces no plantarse en un hospital es suficiente para evitar cualquier riesgo. Asunto arreglado.

(2) Quienes creen en estas teorías pueden encontrar confort en “saber” que ellos cuentan con información crucial, a diferencia de lo que ocurre con la masa de engañados. La idea aquí es que sólo un grupo reducido de personas, aquel que detecta la conspiración, es lo suficientemente inteligente y crítico para desafiar las convenciones y, contra corriente, señalar la trama secreta que sucede en nuestras narices. De esta forma, algunas personas pueden afirmar su identidad y darle algún tipo de sentido a su vida. Además, ayuda a construir una narrativa de “nosotros contra ellos”. Así, el enemigo es identificable y está claramente delimitado.

(3) Las teorías de conspiración ayudan a la gente a simplificar asuntos complejos que requieren información o habilidades cognitivas con las que no se cuentan. Un virus es invisible, los reportes médicos son indescifrables, y el periodismo de investigación es cansado e implica lecturas largas. Por el contrario, la idea de individuos siniestros robando líquido de rodillas implica objetos macroscópicos, testimonios de personas que hablan en lenguaje coloquial y la seguridad de que lo que dicen quienes hablan con seguridad seguramente es cierto.

(4) Quienes creen en teorías de conspiración tienden a tener una amplia desconfianza en las autoridades y en todo lo que huela a establishment. De esta forma, mientras menos confianza haya en el orden existente, más probable es que se crea en estas teorías. Esto es particularmente relevante en países como México, donde, con razón, la credibilidad de nuestras autoridades está por los suelos.

Los puntos anteriores muestran que la mera censura, aunque necesaria en algunos casos, puede ser contraproducente, pues contribuye a fomentar la idea de que hay algo sucio que el Gobierno quiere ocultar. También muestran que sería simplista calificar a las conspiracionistas de meros ignorantes. Ridiculizar sus creencias públicamente puede generar risas, pero no ayuda en lo más mínimo a solucionar un problema que es tan real como serio. En el peor de los casos, ayuda a exacerbarlo.

Combatir las teorías de conspiración, y los efectos nocivos que de ellas se derivan implica reconocer y abordar con seriedad cada uno de los cuatro puntos mencionados arriba. Por ende, estamos ante una tarea compleja que requiere de la dirección del Gobierno, de reformas importantes -particularmente a nivel educativo- y de la participación de diversos sectores de la sociedad.

Lo cierto es que la sinrazón no debe ser ignorada o combatida con más sinsentidos. Esto es, el problema debe ser atajado y contenido, con seriedad y desde su raíz, por las mismas autoridades, científicos y periodistas en los que los conspiracionistas desconfían, utilizando los enfoques científicos y racionales que los conspiracionistas desprecian. Y el primer paso en ese sentido implica reconocer que, cuando se revisa con cuidado, la historia del líquido de las rodillas resulta ser una tragedia enfundada en la piel de una comedia.

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[1] https://twitter.com/jrisco/status/1258036676858990592?s=20

[2] https://www.scientificamerican.com/article/why-people-believe-conspiracy-theories/

[3] https://www.bbc.com/news/world-us-canada-52496098

[4] https://www.cnbc.com/2018/09/14/alex-jones-5-most-disturbing-ridiculous-conspiracy-theories.html

[5] https://www.washingtonpost.com/local/pizzagate-from-rumor-to-hashtag-to-gunfire-in-dc/2016/12/06/4c7def50-bbd4-11e6-94ac-3d324840106c_story.html

[6] https://www.theguardian.com/science/audio/2020/may/05/covid-19-the-psychology-of-conspiracy-theories

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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