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Alma Delia Murillo

08/06/2013 - 12:00 am

El fuego es para siempre

In Memoriam ABC Una niña hermosísima, sonriente, de pelo castaño, mentón afilado. Contemplar su belleza infantil es para desarmarle el alma a cualquiera. Conozco su rostro todavía intacto por la única foto que hay de ella antes del accidente. Tenía cinco años. Una mañana le pidió a su mamá que le diera un taco, tenía […]

Imagen tomada de la red.
Imagen tomada de la red.

In Memoriam ABC

Una niña hermosísima, sonriente, de pelo castaño, mentón afilado. Contemplar su belleza infantil es para desarmarle el alma a cualquiera.

Conozco su rostro todavía intacto por la única foto que hay de ella antes del accidente. Tenía cinco años. Una mañana le pidió a su mamá que le diera un taco, tenía hambre. Su madre, que atendía a otro hijo, tardó un rato en llegar. Un rato decisivo, un rato eterno, un rato destino. Tal vez. La niña decidió que ella misma podía calentarse una tortilla y trató de prender un quinqué para ir hacia la cocina. El queroseno explotó. El tiempo transcurrió en segundos infinitos. Ella corrió, quería salvarse. Segundos como fieras que mordieron su cuerpo y le cambiaron la vida para siempre. El fuego se hizo más intenso. Quemaduras de tercer grado de la cintura hacia arriba, daño pulmonar, el rostro totalmente deformado, los dedos, tendones y articulaciones de la mano izquierda destrozados, lesiones incontables. Casi una década internada en hospitales, cirugías a destajo para evitar que perdiera la vista, injertos de piel, reconstrucciones de labios, nariz, párpados. Pero el fuego transforma para siempre.

Esa niña es mi hermana y esta historia es real. Ocurrió en 1973. Un accidente que ha durado toda la vida.

Hoy mi hermana tiene 44 años y cada día de su existencia ha sido una batalla descarnada. Una bitácora de dolores. Duele su soledad, su lucha devastadora contra la mirada morbosa de los otros, su cuerpo cansado, intervenido una y otra vez; su delgadez imposible, la certeza de todas las posibilidades que para ella estuvieron canceladas. Sus pérdidas. Su silencio para no lastimarnos, su fragilidad y su fuerza. Mi hermana, mi hermanita del alma, mi madre sustituta. A pesar de tanto daño, con una entereza descomunal que hace cimbrar a quien la contempla.

Me pregunté durante muchos años qué hubiera pasado si, jugué torpemente el juego del What if. ¿Y si mi madre hubiera llegado segundos antes?, ¿y si mi hermana se hubiera tirado al piso en lugar de correr?, ¿y si su carácter indomable no la hubiera hecho decidir que ella misma podía alimentarse siendo una niña de solo cinco años?

Pero no tengo derecho, ya dejé de preguntármelo. A veces ante el sufrimiento ajeno el único bálsamo posible es la aceptación. Y la aceptación es un acto de amor, un gran acto de amor.

He querido compartir esta historia pensando en los niños de la Guardería ABC. En los que respirarán cada día a través de las marcas del fuego y enfrentarán las dificultades de una vida que no podemos siquiera imaginar. Escribo pensando en los niños que murieron, en sus familias, en ese dolor que rebasa el hueco que dejaron en sus casas y que reverbera en el país entero. Dolor que da cuenta de que estamos vivos, de que aún poseemos un alma capaz de vibrar ante la tragedia.

Pero lo de mi hermana fue un accidente y lo de la Guardería ABC tiene responsables con nombre y apellido. Se llaman Felipe Calderón, Eduardo Bours, Ernesto Gándara, Juan Molinar Horcasitas, Daniel Karam, Abel Murrieta. Y ahora nos enteramos de que el incendio no se originó por un descuido sino que hubo la intención clara, consciente y criminal de quemar archivos con evidencias incriminatorias para ciertos funcionarios públicos.

Pero el fuego tampoco puede desaparecer la esencia más aberrante de la condición humana. La suma de todas las transgresiones éticas: la avaricia, la irresponsabilidad, la voracidad y la corrupción tienen consecuencias trágicas, consecuencias dolorosas más allá de la muerte.

No sé si habría Sófocles o Eurípides que dieran crédito ante esto. Esto que se llama genocidio motivado por el cinismo, guerra endémica de ambiciones desmedidas.

A la par de la valentía inconmensurable de las madres y padres que han llevado su resistencia más allá de lo posible. Que han llorado en las calles gritando desde el centro de su dolor para que se haga justicia, para que no olvidemos. Por eso escribo.

Hoy mi hermana trabaja como voluntaria en la fundación Michou y Mau que atiende a niños quemados. He estado ahí, todo mi reconocimiento por la labor extraordinaria que hacen.

Para ella, que me permitió contar aquí su historia: todo mi amor, un amor que no cabe en estas letras.

Para los niños y sus deudos mi abrazo infinito.
Y todo mi respeto.
Y toda mi memoria.
Porque hay dolores que no caben en el olvido. Porque olvidar también es abandonar.
Por eso no olvidamos.

No olvidamos.

 

@AlmaDeliaMC

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