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Ernesto Hernández Norzagaray

08/08/2020 - 12:05 am

Tiempo nublado

Estamos, cómo calificó Octavio Paz, en un nuevo “tiempo nublado”, no por la bipolaridad ideológica todavía notoria en los años setenta, sino por el probable reblandecimiento de algunas de las democracias consolidadas y peor en las emergentes como la nuestra.

Estamos, cómo calificó Octavio Paz, en un nuevo “tiempo nublado”. Foto: Moisés Pablo, Cuartoscuro.

La caída del 18.9 por ciento del PIB nacional en el segundo trimestre del año es un golpe económico sin precedente y solo meridianamente acrisolado con el 10.5 por ciento anualizado que pronostica el FMI. Agudo, amplio, integral, brutal, impactante, absorbente, empobrecedor podrían ser los calificativos más a la mano de esta circunstancia inesperadamente trágica.

La que deja al país a medio respiro y a la mayoría de la gente al menos en la incertidumbre. En unos cuantos meses más de un millón de trabajadores formales y un número todavía mayor de informales que habrán perdidos sus empleos producto de un número indeterminado de pequeñas y medianas empresas que han bajado las cortinas por incapacidad para cubrir rentas, impuestos y nómina.

Este es un drama social de grandes dimensiones. Significa una pérdida mayor en el consumo y en los ingresos de los que hoy sobreviven a esta calamidad que combina la crisis sanitaria con la económica.

Y es que si bien el panorama desde antes no pintaba bien y se esperaba el refrendo de la caída del crecimiento de 2019 nunca se pensó que podría ser de esta escala. Ni el desaparecido Alvin Toffler y ahora el judío Yuval Noah hubieran imaginado la llegada del apocalíptico COVID-19.

Menor crecimiento, desempleo, consumo y una ínfima recaudación fiscal federal y también en los estados y municipios, en un contexto de crecimiento de la demanda social. Más dinero para salud, mayor inversión pública, apoyos fiscales, seguridad y un Gobierno federal que busca no endeudarse. Un cóctel molotov que podría estallar en cualquier momento o está un adelanto en esas imágenes de violencia citadina que hemos visto en redes durante estas semanas y que podrían multiplicarse.

Quizá, eso explica la actitud preventiva de este Gobierno, con el otorgamiento de mayores competencias al Ejército y la Marina pues si hay una deriva social hacia la violencia la alternativa parece obvia.

Claro, el Gobierno de la 4T, pero sobre todo el talante pacifista de AMLO, si las cosas se complican quizá lo tenga, como último recurso, pero igual habrá que esperar la institucionalidad de las fuerzas de seguridad nacional. Se que esto es especular sobre ese futuro incierto, pero es válido leer las decisiones políticas para construir escenarios y posibles desenlaces en un momento catastrófico.

Estamos, cómo calificó Octavio Paz, en un nuevo “tiempo nublado”, no por la bipolaridad ideológica todavía notoria en los años setenta, sino por el probable reblandecimiento de algunas de las democracias consolidadas y peor en las emergentes como la nuestra. Que, ante esta crisis global, podrían ser incapaces de sostener los equilibrios civilizados en las relaciones de poder.

Y es por todos conocidos que cuando fallan los mandos civiles la tentación autoritaria es muy grande cómo lo estamos viendo la emergencia de la nueva derecha que recorre el mundo civilizado.

La experiencia histórica es muy vasta y más en los países de América Latina. Donde no hace mucho tiempo veíamos caer gobiernos civiles para dar paso a mandos militares y, más recientemente, la sustitución conservadora por la vía electoral de gobiernos progresistas.

Para no ir muy lejos, México durante la era de la llamada “Presidencia Imperial” dejó para los anales de la historia momento oscuros que no debemos olvidar y justamente aparecieron cuando entró en crisis el “milagro económico” de la segunda posguerra y la emergencia de la clase media contestataria.

Es el 68 estudiantil, pero también los brotes de guerrilla de los años setenta. Es el Ejército y los grupos paramilitares, pero también la Brigada Blanca, que cazaba insurrectos en las montañas del sur y los centros urbanos. Es la mano suave de la apertura democrática del echeverrismo ante el reclamo de mayores espacios de participación social que resultaban inaceptables para un régimen de dictablanda o bien, el que otros calificarían, con el eufemismo de una democracia tutelada.

También se podrá decir que no es la misma circunstancia que ahora vivimos en una democracia representativa con un sistema de partidos competitivo. Que, el mejor ejemplo, es la llegada al poder de la izquierda obradorista y el desplazamiento electoral del PRI y el PAN.

Sin embargo, si bien son inocultables estos logros, las tensiones sociales que se avecinan producto de esta crisis tan singular y compleja pondrán en juego las capacidades políticas de esa izquierda para atender los nuevos problemas.

Hasta ahora los estudios demoscópicos siguen brindando un bono para moverse con legitimidad en medio de la pandemia, incluso, brindan apoyo a López Gatell para seguir conduciendo este barco con su estela creciente de muertes y contagios. Pero la pregunta, que algunos analistas nos hacemos, es hasta donde alcanzará para mantener niveles de aceptación y sin necesidad de contener protestas de los perdedores de esta crisis.

Ese es el gran desafío que tiene una izquierda que llegó el poder con el 53 por ciento de los votos emitidos, con la mayor legitimidad desde cuando a finales de los setenta se inició con la LFOPPE el proceso de transición mexicana, hasta los sucesivos procesos de alternancia política, en los tres niveles de Gobierno.

Por eso esta crisis económica que se pronostica en una caída del 10.5 por ciento y, si observamos atentamente el 18.9 por ciento, del segundo trimestre, podría ser peor en los siguientes. Y es donde los economistas no terminan por ponerse de acuerdo sobre el ¿qué hacer?

Uno, por el personalismo del Presidente que esta semana Carlos Urzúa, exsecretario de Hacienda y Crédito Público, le critica en un artículo publicado en El Universal,  y que a su juicio le ha llevado a tomar decisiones equivocadas en materia económica y por otro lado, está Gerardo Esquivel, el subgobernador del Banco de México que defiende en un artículo publicado en La Jornada la decisión del Presidente de no acudir al endeudamiento para enfrentar la crítica porque “es dinero que se tendrá que pagar tarde que temprano” pero, sugiere, una serie de medidas fiscales para abatir el desempleo y promover la actividad económica.

Ambas posturas llevan al interregno de que no se ha hecho lo suficiente y si bien en el primer trimestre pareciera que estamos en una situación de no regreso en el otro caso, están por tomarse decisiones para contrarrestar ese tiempo nublado que estamos viviendo y amenaza con desbordarse en perjuicio de todos.

Al tiempo.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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