La jaula de los días nublados

08/12/2013 - 12:00 am

La jaula de los días nublados condena  a no sonreír  a cadena perpetua y tiene al sol en su poder, en calidad de arresto domiciliario, ocultando el cielo con paredes enrejadas de alambre hechas a base de vapor, suspendido en la atmósfera.

El encierro reproduce  la epidemia estacional que deja a la ciudad anónima y estática. Los habitantes cabizbajos, perciben el mundo sin árboles con quienes bailar al furor de un día más de vida.

No hay un escudo de alegría ni por la rendija de la ventana. El imperialismo de las nubes se impone e impide que la luz bañe a sus feligreses, por lo que se congregan a Dulces Anónimos y admiten que el cacao ha sustituido la corriente de iluminación en su interior con tan solo una mordida.

Seguro que  a ellos les gustaría ser un niño inquieto que mira pasar la densidad de la vida y sus calles por la ventana del autobús a pesar de ser raptados por esa cárcel de nubes. Pero no, el estar privado de los rayos soberbios de esa estrella, asfixia grismente.

La epidemia de lágrimas ataca a los habitantes de la ciudad. Ellos lagrimean bolas de nieve. De repente todos con pañuelo en mano, como si fuese un paraguas, intentan contener ese fluido de emociones que de repente avasalla el slow motion de un día normal y entristece a quien se deje.

El reclusorio de la naturaleza, asigna temperaturas bajas y unas nuevas rejas, las del trastorno afectivo estacional que orbitan entre el vacio y la ausencia de entusiasmo percibida durante la reducción de luz diurna, que incita a tomar el primer vuelo para apostarle hacia el hemisferio contrario y corroerse en sudor.

La prisión que encierra al sol, sentencia  al cerebro a esperar la longitud de los días, pero su esperanza muere en cuanto van a ser las cinco de la tarde y ni una pizca de luminiscencia anima a los espectadores de la vida que con café o vino intentan sobrevivir al discurso del frío.

Por rehenes, las cobijas toman a los humanos y no los dejan escapar a sus labores. La calidez y fingir somnolencia, son la peor amenaza de someterse a la reclusión de los días nublados.

Infinidad de films se cuentan en el encierro: discusiones en pareja, soliloquios escupidos en el espejo, un constante deseo de evadir al mundo desde la cama, una lentitud contagiosa que pareciera originar una epidemia de tráfico peatonal con pocos deseos de moverse hacia alguna parte.

Diminutas gotas de agua y cristales de hielo en el cielo, forman criaturas que los humanos desde su inconsciente adivinan.

Si tan solo se pudiera derogar la ley de la naturaleza que obliga a los melancólicos a tragarse toda esa superficie de tristeza que la jaula de los días nublados provoca. Habría menos suicidas vocacionales y probablemente los postres serían cosa del pasado.

@taciturnafeliz 

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