Ciudad de México, 9 de abril (SinEmbargo).– Cuando la documentalista estadounidense Laura Poitras cerró su trilogía sobre los Estados Unidos después del 11S, seguramente no pensaba que las enormes vicisitudes, muchas de ellas ingratas y peligrosas, vividas durante la realización de Citizenfour, iban a ser compensadas con un premio Oscar y un emotivo discurso en la gala llevada a cabo en el Dolby Theatre de Los Ángeles en febrero pasado.
El documental de Poitras inicia en enero de 2013, cuando comenzó a recibir correos electrónicos cifrados firmados por un tal “Citizenfour”, que le aseguraba tener pruebas de los programas de vigilancia ilegales dirigidos por la NSA en colaboración con otras agencias de inteligencia en todo el mundo.
Junto con los periodistas Glenn Greenwald y Ewen MacAskill, la directora voló cinco meses después a Hong Kong para el primero de muchos encuentros con un hombre anónimo que resultó ser Edward Snowden. Para sus encuentros, viajó siempre con una cámara y el resultado fue un filme que por momentos parece un policial de suspenso, aunque desafortunadamente se trata de un hecho tan real como espeluznante del Nuevo Orden Mundial.
Al mejor estilo Michael Moore, quien siempre usó estos estrados para protestar contra las políticas de dominación de su país, Laura Poitras (Boston, 1964) dijo a viva voz en la ceremonia del Oscar 2015 que “las revelaciones de Edward Snowden ponen al descubierto las amenazas no solo a nuestra privacidad sino a nuestra democracia”.
Se refería así a la labor del ciudadano estadounidense conocido como Edward Joseph Snowden, nacido el 21 de junio de 1983 en Carolina del Norte y quien no buscando la fama (“los medios se centran demasiado en resaltar la vida de los individuos y no ven lo global”, dice en la película), se hizo célebre por dar a conocer los sofisticados mecanismos de vigilancia que los Estados Unidos, en colaboración con sus potencias aliadas, ejercen sobre los ciudadanos de todo el mundo.
Las conversaciones telefónicas con familiares y amantes, las compras por Amazon, las búsquedas por Google, los correos tanto privados como laborales, los mensajes de texto, los whatsapp, se concentran en los programas de vigilancia masiva PRISM y XKeyscore, que otorgan a las agencias de investigación cada detalle de la vida de una persona en cualquier punto del planeta.
En los Estados Unidos, adalid de la libertad de expresión y donde probablemente como en ninguna otra parte se resalte la importancia del individuo más que lo colectivo, una maniobra semejante ha llevado a varios ciudadanos a denunciar a la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) ante la justicia, poniendo en cuestionamiento el dudoso argumento del gobierno en el sentido de que en nombre del combate al terrorismo pueden violarse todas las garantías de una persona.
Citizenfour tiene el enorme mérito de mostrar el proceso por medio del cual esas invasiones no notificadas ni autorizadas comienzan a ver la luz en la voz y el rostro de un muchacho con pinta de nerd, en apariencia tan sincero como en el uso de todas sus facultades mentales, empeñado en desatar la madeja en que se enreda “el arma de opresión más grande que haya conocido la humanidad a lo largo de su historia”.
Vemos a Snowden cuando todavía no era Snowden, la joven celebridad que hasta un monumento clandestino en su honor tiene en Nueva York, responsabilidad de un grupo de artistas que instaló un busto del ex analista de la Agencia de Seguridad Nacional en el parque de Fort Greene, en Brooklyn.
La escultura, instalada sobre una columna, fue cubierta poco después por empleados municipales, según puede verse en un video publicado por varios medios locales y es sólo la punta de un iceberg donde Snowden funciona como una entidad pasible de multiplicarse en forma imparable.
“No soy yo, somos todos. No es mi problema, esto nos concierne a todos. Contra cualquier cosa que pudiera pasarme, existirán por lo menos siete ciudadanos más detrás de mí que se levantarán para detener este sistema opresivo”, dice el ex empleado de la CIA, con voz pausada, incluso con ternura, frente a la cámara de Poitras.
Este hombrecito de barba rala y gafas permanentes, que es visto como un héroe por las organizaciones que defienden la libertad de expresión y la privacidad de las personas y como un traidor por los conservadores estadounidenses que todo lo justifican en nombre de la “seguridad nacional contra el terrorismo”, se ve muy lejos de ambas categorías en el citado documental.
Por el contrario, como buen estadounidense, su discurso es el del sentido común y el de alguien criado en los principios de los derechos individuales. Reacciona ante lo que considera inaudito y ante aquello que su cabeza no puede comprender. No se siente un héroe ni un traidor, simplemente se expresa como alguien que sólo cree estar haciendo lo correcto.
La evolución del personaje en el filme pone los pelos de punta conforme va quedando claro cómo el presidente de los Estados Unidos Barack Obama ha renunciado a sus promesas de campaña electoral y termina por admitir, ya como huésped de la Casa Blanca, un sistema de vigilancia masiva donde al menos en el caso de un ciudadano estadounidense puede existir alguna fuga legal que le permita defenderse de la invasión, un derecho negado en cambio a todos los extranjeros.
La película muestra desde la intervención del líder de Wikileaks, Julian Assange, para tratar de protegerlo y conseguir que un país le otorgue asilo político, hasta las ingenuas maniobras para tratar de disfrazar su aspecto físico, sumado al hecho de que la propia directora del filme y la pareja del periodista Glenn Greenwald, David Miranda, comienzan a ser seguidos e incluso detenidos (como le sucedió a Miranda en el aeropuerto de Londres en agosto del 2013).
LA HORA DEL PULPO
Esta semana, Edward Snowden, quien vive en apariencia encerrado en un bunker en Moscú y por cuya suerte no hay quien se anime a apostar un centavo, ha vuelto a ser noticia por la salida del libro La hora del pulpo, escrito por su abogado Anatoli Kucherena, un hombre de 53 años que tiene contactos privilegiados con las altas esferas de la seguridad rusa y que ha conseguido para el estadounidense el estatus de refugiado político.
En la Cámara Social, una división del gobierno de Rusia, Kucherena dirige la Comisión de Control del FSB (antiguo KGB), las Fuerzas de Seguridad y está a cargo de la reforma del sistema judicial. Por si fuera poco, es hoy por hoy, la persona que sabe dónde, qué hace y cómo está Edward Snowden.
En La hora del pulpo, el ex empleado de la Agencia de Seguridad de los Estados Unidos, habla de sí con voz clara y firme: “No soy un desertor ni un espía ni un agente doble. Soy simplemente un informador y, además, tengo grandes deseos de matar al pulpo que ha atrapado con sus tentáculos a todo el país, a todo el mundo”, asegura en lo que fue presentado como un libro de ficción donde el ex agente adquiere la identidad de su álter ego, Joshua Cold.
“Estados Unidos es un gran país y nunca lo traicioné. La traicionaron otros que alimentaron al pulpo con carne humana. Quiero que todos sepan que estoy orgulloso de ser estadounidense y que he recibido el honor de luchar para que mi patria sea un país más libre y feliz”, afirma.
Datos biográficos como una infancia dura a causa de la separación temprana de sus padres o el haber sido considerado siempre alguien “raro”, forman parte del relato del egresado de la Universidad de Maryland, donde destacó como descodificador y cuya historia será llevada al cine por Oliver Stone, con Joseph Gordon-Levitt como protagonista.
En el libro de Kucherena, Snowden reconoce su decepción con el presidente estadounidense, Barack Obama, “un politicastro no mejor que los Bush o Clinton” y reconoce su miedo a las torturas, mostrándose incapaz “de matarme, aunque no quiero y no puedo ir a una cárcel estadounidense”, informa efe.
“No me considero un héroe, ya que actué en beneficio propio. No quiero vivir en un mundo en el que no hay vida privada. Eso es todo”, asegura.
LA ENTREVISTA A EDWARD SNOWDEN
El domingo pasado, el comediante estadounidense John Oliver realizó lo que hoy es considerada la mejor entrevista, la más inteligente, realizada a Edward Snowden.
Fue en el marco de su show Last Week Tonight, donde la conversación tuvo momentos hilarantes que quedarán grabadas por mucho tiempo en la retina de los espectadores y en la que entre otras cosas pudo saberse que las famosas selfies de desnudos que constituyen un hábito entre famosos y no famosos desde que se pusieron de moda los smartphones, son material que el gobierno estadounidense tiene a la mano en su sofisticado sistema de vigilancia masiva.
En la entrevista, Snowden, visiblemente más delgado, vestido íntegramente de negro, se mostró, amable, relajado y risueño ante un Oliver ingenioso que trató de demostrar que si los ciudadanos estadounidenses caen en la cuenta de que sus fotos de desnudos pueden ser objeto de vigilancia pública entonces protestarán contra los controvertidos métodos de la Agencia Nacional de Seguridad.
“Sí”, fue la respuesta tajante de Snowden ante la pregunta específica del comediante en el sentido de si el gobierno puede ver las fotos de desnudos de sus mandados.
“Si tienes tu cuenta de correo electrónico en un sitio como Gmail, albergada en un servidor en el extranjero, que se transfiera al extranjero o (si) en algún momento cruza las fronteras de Estados Unidos, tu basura se queda en la base de datos. Aunque lo envíes a alguien que está en Estados Unidos, todas tus comunicaciones domésticas con tu esposa pueden viajar desde Nueva York hasta Londres y de regreso y quedarse atrapadas en la base de datos”, explicó.
En otro tramo de la conversación, el ex agente confesó el miedo de que su relato resultara una bomba efímera en los medios de comunicación.
“Al principio me aterró que esto fuera una historia de tres días. Todo el mundo se olvidaría de ello, pero cuando vi que todo el mundo decía: ‘¡Vaya!, este es un problema, hay que hacer algo al respecto’, me sentí reivindicado”, afirmó.