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Óscar de la Borbolla

09/04/2018 - 12:02 am

La vida es más invisible que el aire

A Carmina Nogue Uno se acostumbra a la vida, a que esté ahí todos los días cuando se abren los ojos. Se acostumbra a la vida como a la presencia del aire y de las calles y de los autos en las calles; pero no la nota porque la familiaridad hace que uno no se […]

La ausencia rompe la costumbre, arranca la ceguera y la vida -la que uno tiene todavía- vuelve a sentirse, y se aprecia el invisible aire, se hace tangible en cada bocanada con la que uno se afianza a esto que la costumbre había hecho desaparecer. Foto: Especial

A Carmina Nogue

Uno se acostumbra a la vida, a que esté ahí todos los días cuando se abren los ojos. Se acostumbra a la vida como a la presencia del aire y de las calles y de los autos en las calles; pero no la nota porque la familiaridad hace que uno no se fije ni en los autos ni en las calles ni en la vida, porque la vida es más invisible que el aire.

Nuestro cerebro se acostumbra a la presencia prolongada; la homogeneidad duradera lo ciega. Sólo advertimos el cambio, la intermitencia, la alternancia de la presencia y de la ausencia y, paradójicamente, cuando algo ya no está es cuando nos percatamos de que estuvo.

Así e infortunadamente, en lo que menos reparamos es en la vida, pues para nuestra experiencia siempre estamos vivos. Este “siempre” lo tenemos inoculado aunque sepamos que vamos a morir, pues el saber que somos mortales es un saber distante, casi podría decir libresco, a tras mano, es un saber de oídas al que no le damos demasiada importancia. Solo a veces, cuando otro -siempre es otro- muere, ese saber anémico de nuestra muerte se llena de contenido y nos golpea de manera brutal. Sé de mi muerte cuando alguien significativo para mí se ausenta y no porque no esté del otro lado del teléfono o no esté aquí porque está en otra parte, sino porque no está más en ningún sitio, porque sencillamente ya no está.

La ausencia rompe la costumbre, arranca la ceguera y la vida -la que uno tiene todavía- vuelve a sentirse, y se aprecia el invisible aire, se hace tangible en cada bocanada con la que uno se afianza a esto que la costumbre había hecho desaparecer.

Ese momento también encierra otra paradoja, pues es cuando el ausente está presente, más incluso que cuando estaba. Es su hueco el que lo muestra, el que lo señala, el que lo hace presente como nunca; pero la ausencia, igual que la presencia, es terca, empecinada, insiste en no estar y un día, nuevamente, el vacío se vuelve invisible, tan invisible como la vida.

En la vida vamos cobrando conciencia a ratos, despertamos a ratos, el resto del tiempo estamos aquí semiconscientes: sabemos que estamos vivos, sabemos que vamos a morir pero con la indiferencia y sopor con los que sabemos que dos más dos suman cuatro; como un cliché, como una frase hecha. Hoy una ausencia me ha dejado abofeteado a mitad de la calle.

Twitter:
@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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