La madre en el Siglo XX

09/05/2017 - 12:00 am
Mi madre Emma Hickerson nació en Sierra Mojada, un mineral importante de Coahuila, en 1905. Foto: Shutterstock.

Si comparamos el papel de la mujer a principios del Siglo XX, con el que juega en estas primeras décadas del XXI, advertimos que este sector destacado entre los vulnerables de la sociedad ha logrado grandes avances hacia la liberación y el reconocimiento de su importancia en la sociedad. Este tema me emociona en lo particular porque la historia de mi madre, sus hijas y nietas es la historia de la mujer moderna.

Abuso de la tolerancia de SinEmbargo para ventilar mi afecto y cariño por las madres de mi familia.

Mi madre Emma Hickerson nació en Sierra Mojada, un mineral importante de Coahuila, en 1905; hija de un norteamericano, minero y aventurero, y de una mestiza, pasó su infancia como niña consentida hasta que en 1914, y ante el riesgo de ser víctima de los actos xenofóbicos de algunos revolucionarios villistas, decidió viajar a El Paso, Texas.

La decisión fue del abuelo y la familia obedeció, pues oponerse no era opcion; las mujeres al comienzo del siglo pasado tenían que moverse en la República siguiendo las decisiones del patriarca. Ahí Emma terminó su educación básica y se prepararó para el matrimonio, el destino final de todas las mujeres de la estirpe Hickerson desde que llegaron a Virginia, en 1712.

Una década después se casó con Arnulfo de la Rosa, también refugiado de la Revolución en El Paso, y ambos decidieron volver a México. Emma tomó muy en serio su tarea de “hacer patria”: Se embarazó a término 14 veces, vio morir niños a tres de ellos y quedó finamente con once; su primera hija nació en 1925 y tuvo hijos durante los siguientes 30 años, hasta 1954 a sus 49 años.

Las mujeres entonces cumplían a pie juntillas la orden de “multiplicaos” y con ello renunciaban a buena parte de su individualidad, la dependencia total al esposo era su única opción de vida. Cuando alguna vez le preguntamos por qué no utilizó métodos anticonceptivos, la respuesta siempre fue, “si los usara no habías nacido tú, hijo mío”.

Independientemente de los buenos o malos ingresos y momentos de Arnulfo, mi madre lo acompañó hasta 1991 que él fallecio, y lo sobrevivió cuatro años más. Siempre fue feliz en su condición de madre y dulce con sus hijos, nietos, bisnietosy algun tataranieto; se las arregló para multiplicar los panes y platillos para la tribu, vestirnos para la vida cotidiana y para que sus hijas fueran vestidas decentemente a las fiestas de la clase media en la Comarca Lagunera.

Sólo contábamos con el ingreso del patriarca, quien aportaba lo que él creía necesario, pero rendía con la magia de la administración doméstica.

Nunca le reconocieron, ni el esposo ni la familia, el valor monetario de su trabajo de ama de casa, médica, enfermera, cocinera y administradora; y cuando escuchaba que alguien, como el Estado o el marido, debían pagarle por su trabajo doméstico, ella sonriente respondía: “Si las mujeres cobráramos nuestro trabajo, provocaríamos la bancarrota del país. Trabajamos para los hijos y también para México”.

Mis hermanas mayores que alcanzaron su juventud en los 50s se revelaron contra el modelo de familia y se liberaron del matrimonio. Sin embargo, “ser madres era prioritario” y cuatro de las cinco fueron madres solteras, y tres de las cinco decidieron estudiar más allá de la primaria y ejercer profesionalmente, siguiendo el consejo de Simone de Beauvoir: la autonomía comienza con el monedero.

A mis hermanas les tocó la época de la transición, pasaron de ser invisibles a jefas y conductoras de su propia familia; todas se empeñaron porque sus hijos subieran por lo menos un escalón más arriba que ellas.

Casi todas las nietas de Emmy son profesionistas, más que sus nietos varones; sí buscaron un esposo, pero algunas lo acabaron sacando a la calle. Todas continúan con la misión de reproducirse aunque no tanto como la abuela, procuran compartir los costos de la vida con su pareja y buscan que los bisnietos sigan prosperando.

Todos seguimos con amor el ejemplo de quien fue el pilar sobre el cual se cimentó una numerosa familia que hoy supera los 150 descendientes. ¡Gracias Emmy y feliz día a todas las madres de la tribu!

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
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