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María Rivera

09/06/2021 - 12:00 am

¿Hay alguien ahí?

Hace tres años voté por Morena, querido lector. Voté por la izquierda, como he votado desde que empecé a votar a los 18 años. Este año, sin embargo, y por primera vez, no voté por la izquierda partidista.

Una mujer festeja triunfos del Morena. Foto: Cuartoscuro.

Hace tres años voté por Morena, querido lector. Voté por la izquierda, como he votado desde que empecé a votar a los 18 años. Este año, sin embargo, y por primera vez, no voté por la izquierda partidista. No fue nada fácil, se lo confieso. Los ciudadanos que nos encontramos ante el escenario de tener que votar contra un partido que llegó enarbolando nuestras causas y nuestras luchas, que sistemáticamente fue traicionando, fue más parecido a un harakiri que a una fiesta. Y es que donde nosotros veíamos el freno a la militarización, el presidente López Obrador veía al ejército hasta en los aeropuertos; donde nosotros veíamos la creación y el fortalecimiento de un Estado de bienestar que priorizara a pobres, el presidente veía recortes de programas y austericidio, desaparición, de facto, del Estado; donde nosotros veíamos pluralidad política e inclusión democrática, el presidente veía una vendetta histórica; donde nosotros veíamos un sistema de salud justo, el presidente veía un presupuesto a disminuir, donde nosotros veíamos el fortalecimiento y la democratización del sector científico, artístico y cultural, el presidente veía un sector privilegiado a desaparecer; donde nosotros veíamos justicia y reparación para las víctimas, el presidente veía enemigos políticos; donde nosotros veíamos interlocución, él veía un monólogo; donde nosotros veíamos combate a la misoginia política, el presidente veía a sus compadres; donde nosotros veíamos niños sufriendo sin medicamentos, López Obrador veía bajas colaterales; donde nosotros veíamos la justa demanda feminista de frenar los feminicidios, el presidente veía a la derecha actuando un golpe blando; donde nosotros veíamos una estrategia de salud contra el covid que pusiera por delante la vida de los pobres, el presidente aplicaba una estrategia que sacrificó la vida de cientos de miles; donde nosotros veíamos desesperación y pobreza ante la crisis económica, el presidente veía la oportunidad de ahorrar; donde nosotros veíamos una nueva forma de hacer política fuera de la tradicional y corrupta del prianismo, ellos veían la oportunidad de mayoritear en el Congreso; donde nosotros veíamos el fortalecimiento y la mejora de las instituciones democráticas herencia de las luchas de la propia izquierda como los organismos autónomos, el presidente veía obstáculos a desparecer… Puedo seguir y seguir, enumerando los enormes desencuentros que muchos votantes de izquierda hemos tenido con Morena, pero no creo que sea necesario. Allí están las críticas oportunas y constantes de quienes, no siendo de la derecha partidista, ni desplazados y resentidos beneficiarios de la corrupción, han hecho de las incongruencias de la izquierda en el poder. No son críticas de intelectuales del prianismo, desplazados y zaheridos, sino de su propio electorado. Grupos y personas que votaron por Morena esperanzados porque compartían la misma indignación ante los latrocinios del sexenio de Peña o la criminal guerra de Felipe Calderón, o la indignante inequidad y pobreza que padece la mayoría de los mexicanos, el fatal estado en que nuestro país se encontraba, tras décadas de neoliberalismo, corrupción, y muerte de los gobiernos panistas y priistas. Personas que comparten, como lo hizo una mayoría inmensa hace tres años, la consciencia de que es posible cambiar al país, transformarlo. No creo que haga falta recordar esa determinación ciudadana que hoy, en una pequeña parte, votó por los mismos que castigaron hace tan poco, olvidando todo lo que esos partidos hicieron en los últimos veinte años, muy similar, incluso, en la deslealtad democrática del propio Morena, que tanto señalan, de manera hipócrita.

Es verdad que el gobierno ha tenido una mala prensa, organizada muy probablemente, y que algunos deben de haber movido los hilos para que medios extranjeros, de manera casi sincrónica y antes de las elecciones, lo criticaran acremente, contribuyendo con la narrativa deliberadamente paranoica creada por empresarios y partidos de oposición. Pero es también cierto que el Presidente y su partido le han dado a la oposición todos los elementos para crearla y poder lanzar el chantaje electoral del “voto útil”, en el que algunos cayeron, votando por los intereses de otros.

Yo no voté estas elecciones por ellos, decía, pero tampoco le entregué mi voto a la otra derecha, católica y conservadora, o al partido que hizo de la delincuencia un modus vivendi. Aún así, no fue fácil mandarle el mensaje de manera nítida y desesperada a quienes hoy gobiernan, y que, hay que decirlo, muchos han enviado desde hace ya mucho, demasiado, sin que lo hayan recibido. Un mensaje enojado, continuo, y sistemáticamente ignorado de quienes creen que México no se merece el desesperanzador retorno de quienes estuvieron ya en el poder, o peor aún de la ultraderecha como rebote, o del crimen organizado, ni ser una enorme fosa clandestina, ni tener millones de mexicanos marginados por un sistema injusto, pero tampoco la traición de quienes, enarbolando la bandera de la izquierda, llegaron al poder para convertirse en otra derecha.

Pero no, no han escuchado, están ciegos y sordos, sumidos en la soberbia y sometidos por un líder autoritario ¿y cómo podrían escucharlo si están enajenados por una narrativa maniquea y paranoica? Ni siquiera se han dado cuenta que el Presidente desde que llegó al poder se ha dedicado, mañanera tras mañanera, a descalificar a su propio electorado con sus generalizaciones, en muchos casos. No a los prianistas corruptos, no a sus archienemigos, sino a sus votantes. Esa es la tragedia de esta elección, y ni siquiera lo han notado, prefieren creer que no son sus errores sino la manipulación de los medios, los responsables de que algunos hayan decidido castigarlos con el voto.

¿Les habrá llegado al fin el mensaje o no? Es cierto, Morena aumentó sus gubernaturas, arrasó, se podría decir. También que conservó, junto con su coalición, la mayoría en la Cámara de Diputados y que bien podría conseguir la mayoría calificada negociando con otros partidos, como dijo el presidente. Salvo los resultados en la Ciudad de México, que son catastróficos y muy elocuentes, no se puede decir que la mayoría le haya retirado su respaldo a Morena.

Están a tiempo, pues, de mirarse en el espejo de la Ciudad de México, porque téngalo por seguro, es un aviso de lo que podría ocurrir en el país en tres años. Están a tiempo de corregir el rumbo, hacerle honor a la izquierda que alguna vez fueron y los llevó al poder: la que consiguió que esta ciudad tuviera una legislación de avanzada, derrotó al oscurantismo panista durante 24 años, la que estaba contra la militarización, la que criticaba la injusticia, el autoritarismo y los abusos del poder, creía en la ciudadanización.

Si no lo hacen, habrán desperdiciado la que fue, quizás, nuestra última esperanza, y habrán traicionado décadas de lucha. Lo peor, sin embargo, es que habrán entregado el país a la peor de las derechas, la militar, que seguirá allí, en las manos de otros, cuando López Obrador y su cuarta transformación se hayan ido.

¿Hay alguien ahí?

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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