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Óscar de la Borbolla

09/07/2018 - 12:00 am

Los peligros de la inocencia

Hay, sin embargo, una idea que está implícita o que aparece de manera franca en el discurso que hoy domina: que el pueblo es bueno, que sabe: que hay nobleza.

“Aquí recuerdo una poco conocida novela que escribió Jean Paul Sartre cuando Fidel Castro lo invitó a Cuba, recién había triunfado la revolución: Huracán sobre el azúcar”. Foto: Especial

Aunque sé que aquí y allá hay conflictos postelectorales (Puebla en primerísimo lugar), jamás imagine un clima tan terso a nivel nacional, luego del 1 de julio. Y aunque hay jaloneos y rispideces en las calles y, sobre todo, en las calles virtuales, están muy lejos de la virulencia de los últimos meses. En general, puede decirse que se respira un aire esperanzado y eso crea un espacio para que surjan palabras y dichos de sabor melifluo: “concordia”, “reconciliación”, “unidad nacional”… Qué bueno: me alegra, me alegra muchísimo, pues como cualquiera aspiro a vivir en paz y pasármela lo mejor posible.

Hay, sin embargo, una idea que está implícita o que aparece de manera franca en el discurso que hoy domina: que el pueblo es bueno, que sabe: que hay nobleza. Es una idea cuyo origen suele atribuirse a Rousseau, por aquello de su “buen salvaje” o por su frase emblemática: “el hombre nace bueno, pero la sociedad lo corrompe”; aunque el origen puede rastrearse, si sequiere, hasta la Biblia, cuando, en el Génesis, los inocentes Eva y Adán son tentados por la serpiente: ellos eran buenos (más Adán que Eva, suele decirse) y el diablo los echó a perder. Esa idea -concédanmelo- roussoniana tuvo una gran influencia en Marx (muchos autores la destacan) y se nota en su ocurrencia de un idílico Comunismo Primitivo.

Hoy, menos crédulos y más al tanto del gen egoísta y del cerebro reptiliano y de lo relativamente manipulable que es la gente en promedio cuando se la somete a técnicas conductistas y a otros estímulos maquiavélico-tecnológicos habría que, por lo menos, dudar de esa bondad innata. Son muchos los ejemplos que brinda la historia para ver que los pueblos son conducidos por zonas muy alejadas de la bondad, recuérdese tan sólo la gente de la Alemania nazi.

Y esto lo traigo a cuento por dos asuntos: el primero, porque me parece muy riesgoso gobernar a partir de plebiscitos y no con una verdadera visión de estadista: hay muchos problemas cuya solución no es obvia, quiero decir que puede incluso ser contraintuitiva y hace falta, en esos casos, saber decidir las políticas públicas que realmente conduzcan al bien general.

Y el otro asunto, que tiene que ver con esta misma idea del pueblo bueno es la negativa del próximo Presidente para hacerse proteger por un cuerpo de seguridad. Aquí recuerdo una poco conocida novela que escribió Jean Paul Sartre cuando Fidel Castro lo invitó a Cuba, recién había triunfado la revolución: Huracán sobre el azúcar. Ahí Sartre narra la anécdota de un campesino cubano que literalmente se arrojó al cofre del automóvil descapotable en el que viajaba con Castro. El auto se detuvo y el campesino regañó e insultó a Castro por la imprudencia de poner en riesgo no su vida, sino la vida de los ideales que en ese momento Castro representaba.

Twitter:
@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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