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Tomás Calvillo Unna

09/09/2015 - 12:01 am

El apocalipsis en el mes patrio

La incertidumbre se ha multiplicado y no es la propia de las sociedades democráticas. La sensación de inestabilidad no proviene sólo del ámbito económico o político es parte de un cambio más profundo que lleva hasta ahora las etiquetas de globalización, digitalización, interconexión, etc. La era tecnológica cargada de imponderables, de continuas innovaciones que afectan […]

La incertidumbre se ha multiplicado y no es la propia de las sociedades democráticas. La sensación de inestabilidad no proviene sólo del ámbito económico o político es parte de un cambio más profundo que lleva hasta ahora las etiquetas de globalización, digitalización, interconexión, etc. La era tecnológica cargada de imponderables, de continuas innovaciones que afectan la cotidianidad desde el concepto de lo lúdico hasta la tragedia, desde la conducta de la infancia hasta el concepto de vejez, diseña el paisaje humano de manera absoluta y por lo mismo absorbente.

Nuestro tiempo queda en un chip sellado así como el espacio se diluye en los pixeles de pantallas minúsculas o gigantes. La proporción y los límites se han disparado. Las fronteras nacionales se han vuelto porosas, los ciudadanos buscan un asidero y millones de ellos ya no saben a qué lugar pertenecen, han sido expulsados de los suyos y escapan de la violencia. La migración cuestiona el viejo orden al igual que los componentes económicos de la llamada globalización, resultado de las nupcias de la ciencia, la tecnología, el capital, la violencia y una ambición desbordada.

Una paradójica uniformidad de modos y procesos, de ordenamiento industrial y comercial convoca a la diversidad del mundo al bazar abierto las 24 horas. La ley de esta normalidad es la exaltación como mecanismo de inducción y sobrevivencia que explica el dominio de la cultura de las emociones que se multiplica continuamente y conduce al agotamiento existencial que provoca la indiferencia ante la crueldad expuesta y vivida. Lo que décadas atrás surgió como innovación entre mercado y sociedad se convirtió en obsesión y oprobio; los comerciales, anuncios, la llamada mercadotecnia son el libro blanco de todo ello.

Esta multiplicación del desorden creativo del capital, impide cualquier discurso político, y cuando este aparece es engullido instantáneamente por el acto primario y fundacional de la sociedad contemporánea: el consumo, que es la semilla que ordena el poder.

La democracia es la gran perdedora, a pesar de haber sido ella la que hizo posible dinamizar el mercado: la multiplicación de los panes y peces que es el milagro de la tecnología y la encarnación de la divinidad en el poder del capital. La democracia ha sido incapaz hasta ahora de evitar la manipulación de la vida colectiva y la intervención e invasión de la vida privada, que ejercen poderes políticos y económicos, así como el deterioro de sus instituciones representativas.

En el caso de México, éste se encuentra en una condición extrema al haberse subordinado a los poderes de la violencia y el crimen. Lo que sucede en nuestro país es la mejor expresión de esa distorsión democrática; la pérdida de la representación ciudadana transferida a una clase política que en su mayoría quedó atrapada en la lógica del mercado emergente y su vértigo en la globalización, y que incluso para sobrevivir se alió al crimen y sus redes.

Ciertamente, este fenómeno que no es exclusivo de México advierte la profundidad del reacomodo mundial y sus desafíos civilizatorios.
Ante la incertidumbre creciente y la falta de explicaciones plausibles y de proyectos que den luz por donde caminar, a lo que se suma una especie de parálisis teórica en las ciencias sociales, saturada aún de viejos esquemas ideológicos, para explicar por dónde transitamos, aparecen una vez más las motivaciones apocalípticas que al menos en el imaginario resuelven de una vez por todas esa angustia compartida de millones.

Septiembre ya no sólo es el mes de la patria sino también el de un acontecimiento que afectará a la humanidad entera, un evento que es inevitable, así lo señalan los supuestos augurios cristianos, hebraicos, políticos, y seudocientíficos promovidos en el internet. Las declaraciones del ministro francés Laurent Fabius sobre los 500 días y el Caos Climático, parecen haber sido en esta ocasión el detonante para que los especuladores metafísicos asaltaran las redes y declararan el 23 de septiembre del 2015 como el día clave del calendario esotérico, que como el electoral se renueva con frecuencia. En esas fechas del 23 de septiembre hasta el último día de nuestro mes patrio, coinciden o se han hecho coincidir varios hechos que apuntan a un drama planetario de proporciones más que preocupantes.

Lo cierto es que detrás de la telaraña conspiradora que crece y crece, se logra vislumbrar la asimetría del poder que separa a unos pocos de la inmensa mayoría tanto en bienes, como en conocimiento e información; lo que además de las graves tensiones sociales que genera, detona todo tipo de teorías sobre el orden mundial. Pero lo que más resalta es descubrir que la actual civilización a la que pertenecemos es bastante ignorante en cosas fundamentales, como es la relación con la misma vida del planeta que viaja en un universo entretejido de dimensiones no ajenas a la estructura y naturaleza de nuestra mente.

En esos eslabones perdidos del conocimiento surgen las diversas visiones y entre ellas nunca faltan las escatológicas, expresadas con las intuiciones y temores de cada época; pero mientras son peras o manzanas, el diluvio ya está en México y no se vislumbra estructura alguna de arca, aunque a las orillas de calles y carreteras, estén ya todas las especies de seres vivos, listos para embarcarse y buscar así salvarse del hundimiento inevitable que se avecina y que miles de ciudadanos ya advierten.

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