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Diego Petersen Farah

09/09/2016 - 12:02 am

Peña, la credibilidad y el Titanic

el Presidente ha buscado desesperadamente recuperar la aceptación perdida, ofreciendo disculpas, acercándose a la gente en los actos políticos, quitándose la corbata, haciendo campañas propositivas, presumiendo las cosas buenas de las que nadie habla.

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El Presidente ha buscado desesperadamente recuperar la aceptación perdida, ofreciendo disculpas, acercándose a la gente en los actos políticos, quitándose la corbata, haciendo campañas propositivas, presumiendo las cosas buenas de las que nadie habla. Foto: Cuartoscuro.

Cuando, muchos años después, se estudiaron las causas del hundimiento del Titanic, una de las respuestas fue la falta de timón: el tamaño y diseño de éste eran insuficientes para un barco con uno tan largo y angosto (la relación entre eslora y manga). El resultado de una maniobra inadecuada (operar los motores en reversa) con la falta de timón suficiente provocó que el barco nunca virara y fuera estrellarse contra el iceberg a medio mar. Algo muy similar sucede con la política. La aprobación o desaprobación de un Gobierno no es un tema de ego Presidencial (a todos los políticos lo que les sobra es ego, de otra manera no serían capaces de levantarse cada mañana) sino de capacidad de maniobrar políticamente en los mares embravecidos y sembrados de obstáculos.

El Presidente Peña Nieto ha dicho que no llegó a gobernar para ser popular, sino para transformar al país. Vamos a comprársela y a no poner en duda su vocación transformadora (habrá luego que discutir si esos cambios eran o no lo que necesitaba el país). Si Peña pudo hacer las reformas que hizo en el primer año de su administración fue justamente porque tenía una amplia aprobación de su persona y su Gobierno. Pero la falta de aceptación actual no es un problema de autoestima sino un problema político; una Presidencia con una desaprobación de 70 por ciento, medido antes de la visita de Trump, es en la práctica un Gobierno sin timón.

En el último año, el Presidente ha buscado desesperadamente recuperar la aceptación perdida, ofreciendo disculpas, acercándose a la gente en los actos políticos, quitándose la corbata, haciendo campañas propositivas, presumiendo las cosas buenas de las que nadie (léase los medios) habla, pero nada de eso ha funcionado porque el problema no está ahí y es mucho más profundo: no es una crisis de imagen sino de credibilidad.

Con sólo 20 o 30 por ciento de timón, la administración de Peña Nieto irá a la deriva, a donde buenamente le vaya llevando la corriente, en los próximos meses. Si estuviéramos en un mar calmado sería cosa de esperar pacientemente dos años a llegar al puerto y esperar a que otro capitán con mas capacidad de timón tome el mando, pero todo parece indicar que no será así, por el contrario, el pronóstico meteorológico del clima político está lleno de nubarrones, tormentas y obstáculos.

A Peña Nieto le quedan dos caminos: rifársela en la mar brava sin timón, maniobrando como pueda y con el riesgo de ir perdiendo tripulantes y dejando pedazos de país en cada nuevo golpe (como el trumpazo de la semana pasada) o asumir que necesita de otros con mayor credibilidad para conducir al país.

La credibilidad, decían los viejos políticos, hay que ir por ella donde esté y pagar por ella lo que cueste.

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